CITAS CRUZADAS
(Bella's POV)
Después de ver como Edward se metía dentro de su automóvil, entré rápidamente en el edificio y me subí al ascensor. Cuando llegué al apartamento, abrí las puertas para encontrarme con Alice y Angela, dormidas en el sofá. Me reí suavemente y, tratando de hacer el menor ruido posible, comencé a caminar hacia mi habitación. Ya tendría tiempo para contarles mi historia y aumentar sus instintos homicidas hacia Mike. Cuando llegué a mi cuarto, dejé mi bolso en la cama y rebusqué mi móvil en él. A pesar de ser la una de la mañana, volví a insistir con las llamadas. Tuve que esperar unos cuantos segundos y, justo antes de que cortara, una voz adormilada me atendió des del otro lado.
—¿Sí? —preguntó una voz susurrante.
—¿Mike? ¿Estás bien? —repliqué, confusa.
—Sí, sí, Bella… —musitó rápidamente, en un tono de voz aún bajo—. Perdón por lo del cine, es que tuve un… compromiso, y no pude ir.
Fruncí el ceño.
—¿Y así tan tranquilo me lo dices? —pregunté, confundida y, por qué no decirlo, algo indignada.
—Te juro que te recompensaré —me aseguró, con voz apresurada—. Te lo juro. Hablaremos mañana, ¿de acuerdo?
Finalmente nos despedimos y corté la comunicación, aún con un amargo sabor en la boca. Intentando despreocuparme del asunto, me quité la ropa y me puse mi pijama. Después, me tiré sobre la cama y, cubriéndome con las mantas, intenté liberarme de todo pensamiento abrumador. Acomodé la cabeza en la almohada y sentí como mis músculos se relajaban hasta encontrar el ansiado sueño.
(Edward's POV)
La semana se había presentado más ajetreada de lo que esperaba, sobre todo porque el receso de invierno se estaba acercando y, con ello, nuestros exámenes parciales. Suspiré, mientras dejaba las cosas en mi auto y me apoyaba contra la puerta trasera; cansado, pero feliz de que por fin fuera viernes. El frío viento agitó mis cabellos y me obligó a cerrar los ojos por unos segundos. Cuando volví a abrirlos, divisé a Bella caminando en mi dirección. El pesado de Mike venía hablando con ella.
—Entonces… ¿vendrás? —preguntó el novio de mi amiga, tomándola por la cintura.
Bella rodó los ojos.
—Mike, te he dicho que sí una diez veces —replicó.
—Pero sigues enfadada —insistió él.
Tuve que hacer un buen esfuerzo por no reírme.
—Mike, no me hagas enfadar de verdad —pidió Bella, de forma cortante—. Nos vemos por la noche.
Mike sonrió incómodamente y la besó en los labios, de forma fugaz.
—De acuerdo, mi amor —se despidió, con aquel calificativo que se me antojaba bastante falso cada vez que lo pronunciaba—. Nos vemos.
Después de dirigirme una pomposa mirada, se retiró. Quizás, si yo hubiese sido algo más infantil, le hubiese sacado la lengua y hecho alguna morisqueta mientras se alejaba; mas, recordando que tenía diecinueve años, me conformé con alzar los ojos al cielo. Bella, que se encontraba frente a mí, se metió rápidamente dentro del automóvil. Di la vuelta y me subí frente al volante, con mi compañera lista para partir.
—¿Así que tienes planes para esta noche? —pregunté, mientras nos dirigíamos al centro, donde debía dejarla frente a su lugar de trabajo.
—Sí, Mike quiere recompensarme por su… olvido de la otra noche —comentó, con una extraña mueca—. Quiere salir a cenar a un restaurante costoso y no sé qué más…
Reí de forma suave.
—Me parece bien —apunté, dirigiéndole una rápida mirada—. Es bueno que de vez en cuando saque un par de dólares de su bolsillo para complacer a su bella dama.
Fue el turno de ella de carcajearse, mientras me golpeaba el hombro de forma juguetona.
—¿Y tú? —inquirió, mientras doblábamos una esquina—. ¿Tienes planes para esta noche?
Me encogí de hombros suavemente.
—Saldré con Charles —comenté—. Iremos a comer algo…
Bella asintió silenciosamente desde su asiento.
Había conocido a Charles algunos meses atrás en un curso de medicina. Si bien no teníamos ninguna relación, a pesar de que a él le interesaban los hombres, ambos disfrutábamos salir de vez en cuando. Cualquier persona que nos viera por la calle pensaría que éramos un par de buenos amigos, ya que él también era alguien bastante prudente y serio en lo que a su vida personal respectaba. Su compañía me resultaba agradable, por encima de todas las cosas, por lo que me gustaba pasar tiempo con él.
—¿A dónde iréis?—preguntó mi amiga, mirando por la ventana.
—No estoy muy seguro —comenté, riendo suavemente—. Me dijo algo de una exposición de arte que su hermano ha venido a presentar a la ciudad.
Pronto llegamos al trabajo de Bella y la dejé en la puerta, viendo que lucía algo ausente y desorientada cuando nos despedimos. Supuse que todo lo de Mike debía de tenerla bastante abrumada.
Aquel tipo era un verdadero idiota.
(Bella's POV)
Toda la tarde el tema de Edward y su amiguito Charles había estado dándome vueltas en la cabeza. Siempre que tenía alguna salida, yo era la primera a quien Edward se lo comentaba. Sin embargo, hacía tiempo que no lo veía salir con nadie y su reciente anuncio me había tomado por sorpresa. Después de todo, aunque lo negara, mi corazón albergaba vanas esperanzas acerca de nosotros.
—¿Señorita? ¿Señorita, me oye?
Sacudí levemente la cabeza para encontrarme con una mujer que debía de tener más de setenta años. Sus ojos celestes, detrás de unas gafas de grueso marco oscuro, me miraban con preocupación.
—Disculpe, señora, ya le cobro —aseguré rápidamente, mientras tomaba el billete que había dejado sobre la barra.
—¿Está segura de que está bien, señorita? —preguntó cortésmente.
Asentí, con mi mejor sonrisa forzada.
—Sí, no se preocupe.
Entre distracciones y mi habitual torpeza, incrementada por mi estado ausente, mi turno de la tarde pasó de forma lenta. Cuando vi que el reloj marcaba mi hora de salida, rápidamente me quité el uniforme del local, tomé mi bolso y me encaminé hacia la salida. Estuve algunos minutos para conseguir un taxi que me llevara hasta mi apartamento, donde, al llegar, pude acomodarme tranquilamente. Mientras bostezaba, mi vista se fijó en el reloj que pendía sobre la pared, el cual me indicó que en una hora Mike estaría en la puerta de casa.
Me levanté con cansancio, dispuesta a arreglarme de una buena vez.
Mike me había dicho que quería que fuera una cena inolvidable. Me había pedido que me vistiera bien elegante y, la verdad, temí bastante por lo que podía llegar a tener oculto bajo la manga. Gracias a Dios, Alice me había prestado uno de sus vestidos de fiesta, ya que, por su trabajo en tan prestigiosa casa de modas, para ella abundaban los eventos importantes. Después de ducharme, busqué el vestido, el cual mi amiga había dejado dentro de mi armario. Cuando lo hallé, lo tendí sobre la cama. Me lo probé rápidamente, dándome cuenta de que el mismo me quedaba uno o dos dedos por arriba de la rodilla. Eso, seguramente, se debía a la baja estatura de mi amiga. El vestido en cuestión era de seda rosada cubierta con encaje negro, bastante fino y sobrio. Realmente, en otra situación, le hubiese buscado los mil y un defectos, pero, en aquel momento, ni siquiera tenía ganas de aquello. De hecho, si hubiese sido por mí, el plan perfecto para el viernes por la noche hubiese sido un gran pote de helado y alguna buena película clásica.
Escuché el timbre y suspiré.
Mi noche estaba muy lejos de aquel plan.
Me arreglé un poco el cabello con un broche rosado bastante fino, propiedad de Alice, y tomé mi bolso y mi abrigo oscuro. Afortunadamente, esta vez llevaba unos tacos bajos, por lo que no tenía que preocuparme en ganarme un viaje al suelo al primer descuido. Bajé por el ascensor y, cuando salí al recibidor, un sonriente Mike estaba esperándome en la puerta. Me sorprendió —y, por qué no decirlo, me causó bastante gracia— el hecho de verlo enfundado en un traje negro.
Otro detalle que me llamó bastante la atención fue que, después de besarme fugazmente, Mike corrió a abrirme la puerta de su auto. ¿Trataba de impresionarme? Vamos, aquél no era un comportamiento que se viera en él todos los días.
Después del viaje, en el que Mike no dejó de parlotear, llegamos a un restaurante, en el centro de la ciudad, que parecía bastante lujoso. En la entrada, tomaron nuestros abrigos y un hombre enfundado en un traje oscuro nos guió hasta una mesa, cerca de un enorme ventanal decorado con cortinas claras y elegantes.
Suspiré.
Aquélla sería una larga noche.
(Edward's POV)
—¿Edward? ¿Me estás escuchando?
Sacudí mi cabeza cuando escuché la voz de mi acompañante.
—No, perdón, Chuck, estaba en mi mundo —repliqué rápidamente, andando algunos pasos—. ¿Qué me decías?
Hizo un gesto con una mano, restándole importancia.
—Nada, no importa —comentó—. Estás muy distraído.
Suspiré. Hubiese discutido, pero sabía que tenía razón. Generalmente, Charles y yo disfrutábamos de salidas poco comunes, que mucha gente no lograba apreciar. En esos momentos, nos encontrábamos en un museo de arte de la ciudad, admirando algunas obras del mismísimo hermano de Charles. Mi compañero me había comentado más de una vez que su hermano mayor era un eximio artista, y estaba seguro de que debía de ser así. Sin embargo, no podía corroborar aquello, porque estaba tan perdido en mis pensamientos que no había observado con detenimiento ni una sola obra. Por primera vez en nuestras ocasionales salidas, no me sentía cómodo de estar allí.
—¿Estás bien? —preguntó Charles, mirándome con el ceño fruncido, mientras caminaba a mi lado.
Suspiré.
—Sólo estoy un poco cansado —respondí. Después de todo, sólo era una mentira a medias.
—¿Quieres que dejemos la cena para otro día? —preguntó cordialmente.
Asentí.
—Creo que será lo mejor.
Después de atravesar algunos pasillos, los dos salimos del museo y, una vez acabamos con una corta charla, nos despedimos. Vi como Charles se alejaba en su Mercedes oscuro mientras buscaba las llaves de mi automóvil. Me acomodé en mi Volvo y dejé que mi cabeza descansara hacia atrás. Me hice sonar el cuello y, cuando mis ojos quedaron fijos en el asiento del copiloto, encontré mi teléfono móvil, el cual había dejado olvidado dentro del vehículo. Con cuidado lo abrí y me topé con el fondo de pantalla al que ya estaba más que acostumbrado: era una foto de Bella y mía de las vacaciones del año anterior, en Forks, nuestra antigua ciudad de residencia. Sonreí inconscientemente y me pregunté qué demonios estaría haciendo con Mike.
Con curiosidad, tecleé su número, dispuesto a averiguarlo.
(Bella's POV)
Estaba mortalmente aburrida y, encima de todo, había dormido poco.
Mike no dejaba de parlotear y yo no podía dejar de apreciar los pliegues del mantel como si fueran lo más interesante de todo el mundo. En aquel momento, cuando estaba considerando posible la muerte por aburrimiento, ese timbre estruendoso y agudo que ya conocía me sacó de la niebla en la que me encontraba perdida. Tomé mi bolso, ante la atenta mirada de Mike, y revisé la pantalla del mi teléfono móvil.
¡Gracias a Dios! ¿Había dicho ya que Edward Cullen era mi superman personal, siempre oportuno para salvarme en el momento justo?
Me puse de pie y me alejé para poder hablar.
—¡Edward! ¡Qué bien que llamas! —exclamé, en voz baja, para que Mike no me oyera. Me puse de espaldas a él, mientras me alejaba hacia la puerta.
Escuché la melodiosa risa de mi amigo a través de la línea.
—¿Tan terrible está todo por allá? —preguntó, claramente divertido.
—Terrible, incluso, me suena bastante agradable en estos momentos —respondí, echándole una rápida mirada a Mike, quien seguía comiendo en la mesa. Edward rió suavemente—. ¿Y tú? ¿Cómo va todo? —inquirí, no sin cierta incomodidad.
—Estoy volviendo a casa —comentó, con un extraño tono—. No estaba de… humor para la salida. Estoy algo cansado.
—Oh —gran comentario. La verdad es que me habían sorprendido las palabras de Edward.
—¿Crees que necesitarás que pase a rescatarte por ahí, pequeña? —inquirió, con aquel tono confidente que sólo usaba conmigo.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Pero no acabas de decir que…?
—Nunca estoy cansado para salvar a mi mejor amiga —cortó, de forma conciliadora—. ¿Dónde estás?
Intenté recordar el nombre del lugar donde nos hallábamos. El menú que reposaba sobre una de las mesas cercanas, afortunadamente, me sirvió de ayuda.
—Le recoin —pronuncié rápidamente, con un acento horrible—. ¿Sabes donde queda?
—Sí, tranquila —dijo—. Estoy bastante cerca. Invéntate alguna excusa para Mike, que yo te espero en la esquina, ¿de acuerdo?
—Está bien —aseguré, no sin cierta vacilación en mi voz—. Gracias, Edward.
—De nada, pequeña. Nos vemos.
Mi cabeza comenzó a maquinar alguna idea antes de llegar a la mesa donde Mike estaba esperándome. Poniendo mi mejor cara de tragedia, tomé mi bolso y lo miré. Era patética mintiendo, pero Mike era lo suficientemente crédulo para caer en la patética excusa de que Alice se había caído por las escaleras y necesitaba mi ayuda. Apuntando mentalmente que debía avisar a mi amiga sobre la mentira y rechazando repetidas veces la propuesta de Mike de llevarme hasta mi apartamento, salí del costoso restaurante. Caminé a lo largo de la calle —bastante llena de gente, por el solo hecho de que era viernes por la noche— hasta alcanzar la esquina. Allí se encontraba el Volvo aparcado y Edward apoyado sobre él, con aquella pose despreocupada que le daba el perfecto perfil para un comercial.
—¿Te generó muchos problemas? —inquirió, mientras me abría la puerta del acompañante.
—Podría haber sido peor —aseguré, encogiéndome suavemente de hombros.
—Bonito atuendo, por cierto —comentó, divertido, algunos segundos después, mientras arrancaba el auto.
Me sonrojé y le pegué suavemente un puñetazo en el brazo, como usualmente hacía cada vez que me molestaba, mientras nos deslizábamos con su auto por las calles de la ciudad.
Después de un breve viaje, acabamos en una pequeña heladería ubicada en un sector no tan céntrico. Sonreí cuando Edward aparcó, sorprendiéndome con el destino. Él, que me conocía como pocas personas, sabía que no me gustaban los lugares ostentosos o llenos de gente. Prefería aquellos locales pequeños y acogedores, con algunas mesitas de aspecto informal llenando el lugar y pocas personas compartiendo charlas en voz baja. Me ubiqué en una mesa cerca de la puerta, mientras Edward iba a buscar los helados. Cuando llegó hasta mi sitio, con dos enormes helados de chocolate, le sonreí de forma alegre.
—No sabes cuándo deseaba uno como estos —comenté, dándole una probada al helado.
Él sólo rió entre dientes, dirigiéndome una cariñosa mirada.
—Lo sabía.
Nos quedamos allí por un rato, viendo como la poca gente que quedaba se iba retirando. Cuando mi reloj marcó tres minutos para las doce y media de la noche, ambos nos pusimos de pie. Edward me tomó suavemente de la mano, mientras salíamos del local rumbo a su automóvil. Nos acomodamos dentro y viajamos hasta mi apartamento en un confortable silencio, escuchando sólo las baladas que pasaban por la radio. Cuando llegamos, me desabroché el cinturón de seguridad y miré a Edward con una sonrisa.
—Creo que comenzaré a tener citas contigo en vez de con Mike —comenté.
Cuando me di cuenta de lo que había dicho, me sonrojé tenuemente.
Edward no pareció notarlo, porque simplemente rió.
—No es mala idea, si me lo preguntas, pequeña —aseguró, dándome un suave apretón en la mano—. Alice me comentó algo sobre una salida mañana por la noche, así que supongo que nos veremos en unas pocas horas.
Abrí los ojos y gemí con horror.
—¿Otra salida? —pregunté.
Mi acompañante rió.
—Eso parece —se acercó un poco y me dio un suave beso en la mejilla. Mi corazón se alteró, siempre sensible al contacto con Edward, mas mi rostro fingió tranquilidad con una suave sonrisa—. Hasta mañana, pequeña.
—Hasta mañana, Edward.
Me bajé del auto, con la certeza de que nunca habría mejores citas que las que tenía con él.
Con mi mejor amigo.
Con el hombre del que realmente estaba enamorada.
2 comentarios:
hay q es lo q piensa elll!!!! con respecto a bellaa hay me tiene en una insertidumbreeeeeeee
holaaa me gusta esta historiaa solo ke no me creo eso de ke mi edward sea gay oasea nooooooooooooo¡¡¡¡¡ jajajaja bno aver ke pasa muasssk saluditosss
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