Bella miraba nerviosamente por la ventanilla, mientras se incorporaban a los coches que circulaban por la ciudad.
—¿Estás bien? —preguntó Edward suavemente, mientras prestaba atención a la carretera.
—Sí… —murmuró Bella, consiguiendo que el chico le dirigiese una mirada preocupada—. No pasa nada, en serio.
Edward la llevó a un bonito restaurante en el que jamás había estado, muy íntimo y de aspecto minimalista. Un joven elegantemente vestido se les acercó, y para desconsuelo de Bella, empezó a dirigirle miradas comprometidas.
—¿Sitio para dos? —quiso saber, sonriéndole sólo a ella.
—Sí —afirmó Edward, con voz molesta. El recepcionista los acompañó hasta su mesa y cuando se fue Edward bufó—. Imbécil…
Bella estaba divertida, era como si él hubiese sentido celos de aquel hombre.
—Ahora parece que te pasa algo a ti —dijo, sonriendo. Su acompañante levantó la mirada e hizo una mueca.
—Bella, te estaba comiendo con los ojos. Podría ser un poco más educado —suspiró, mientras miraba la carta, después llamó a un camarero y pidió por los dos.
—Oye, muchas gracias por preguntarme que qué quería —ironizó Bella; no le había importado, pero le gustaba provocar a Edward.
—Ah, ya veo, ¿prefieres que elija el de la entrada, no? —sugirió, alzando una ceja y señalando con la cabeza hacia la puerta. Bella rió animadamente.
—Quizás sí, ¿por qué desconfías de su gusto? Lo mismo es un hombre con un sentido de la comida extraordinario.
—¿Por el hecho de que trabaje en un restaurante? Además, ¿qué aporta a una relación que alguien sepa de alimentos? Es aburrido.
—No, es tremendamente sensual —dijo Bella, intentando parecer seria, pero cuando la miró escéptico no pudo evitar que se le escaparan unas risitas—. Edward, no todo el mundo es médico o toca el piano a nivel experto. Los demás tienen que buscar otras técnicas para deslumbrar a las mujeres.
Edward soltó una carcajada.
—Bella, yo no soy lo que soy con el propósito de deslumbrar a alguien. Es más, no suelo hacerlo —la chica puso los ojos en blanco—. ¿Ah, sí? Entonces, ¿he de suponer que a ti te he deslumbrado?
Bella abrió la boca, pero ningún sonido salió. Su nivel de nerviosismo aumentaba a cada segundo, mientras veía que Edward levantaba de nuevo su ceja, esperando una respuesta. Inevitablemente le salió un gemido de protesta, que hizo que el chico se volviera a reír.
—Edward ya vale —balbuceó, estaba incómoda, prefería estar en su cama y sola—. Mira, atraes a todas las mujeres que haya a tu alrededor, no te sientas complacido porque yo te considere guapo. Si hubiese dicho que eres horrible, entonces sí que podrías haberte reído y tal. Es más, si lo hubiese dicho en voz lo suficientemente alta, todas las portadoras del par de cromosomas XX habrían venido a darme una paliza —aseguró, mientras el otro no cesaba la risa.
—Tiene toda la razón —dijo de pronto la camarera, que se había acercado para dejarles la comida y que miraba a Edward con deseo. Se alejó, contoneándose y Edward no pudo evitar carcajearse.
—Lo siento Bella, es que ha sido muy gracioso verte sonrojarte de esa forma, casi inhumana y después el espectáculo de la camarera —terminó diciendo Edward.
—Sí, graciosísimo. Hazme una foto la próxima vez — replicó ella, malhumorada. Después se acordó de algo y sonrió para sí—. Bueno Edward, ¿y a tu novia no le importa que cenes conmigo? —el chico, que estaba bebiendo, se atragantó.
—¿Qué dices, Bella? Yo no tengo novia —miraba confuso a Bella, como si se hubiese vuelto loca.
—¿Ah, no? No creo que ese comentario le guste mucho a la pequeña Claire —vio como la cara del muchacho se enrojecía y sus ojos se horrorizaban—. Nueva York no es tan grande, Edward, las historias vuelan —puntualizó, intentando aparentar seriedad.
—No sé quién te habrá contado eso… —gimió, incómodo—. ¡No les hago nada! Se dedican a perseguirme por los pasillos, chillando. Sólo consiguen que las enfermeras saquen la cabeza de la habitación en la que estén y se unan a ellas —se sujetó la cabeza entre las manos, mientras Bella reunía todas sus fuerzas en un intento de no reír—. No sirve nada de lo que diga. Incluso les aseguré que era gay, estoy desesperado de verdad. ¡Venga, ríete, tranquila! —le recriminó, con una mueca entre divertida y consternada. Bella aceptó su invitación y dejó que la risa le sacudiese.
—Oh Edward, ¿me firmarás un autógrafo? —dijo entrecortadamente. El chico la miró furioso, estaba harto de la situación del trabajo.
—Bueno, hoy por lo menos no ha sido tan malo. Ya se han acostumbrado a que esté por allí, pero la primera semana quise morir, literalmente. Por favor, daban respingos cuando pasaba al lado, o gritaban. El jueves vino a verme el marido de una enfermera de ¡57 años! pidiéndome explicaciones. Según él, su mujer murmuraba mi nombre en sueños —un escalofrío le recorrió la espalda. Las lágrimas bañaban las mejillas de Bella, incapaz de hacer nada por evitarlo—. No tengo culpa de que se sientan insatisfechas- murmuró, jugando con el tenedor.
—Edward, es increíblemente gracioso. Lo mismo usas la marca de desodorante esa,que dicen que atrae a las mujeres.
Edward rió, volviendo a recuperar el sentido del humor.
—No había caído en eso. ¡Si dejo de echarme colonia y desodorante nadie se acercará a mí! Gracias Bella —bromeando, hizo como si se olisquease—. Creo que en unos días el olor masculino saldrá a flote.
—¿Podemos cambiar de conversación, por favor? —Bella le puso cara de asco. Edward sonrió, y se pasó distraídamente la mano por el pelo.
—Es agradable pasar el tiempo contigo, Bella —dijo de pronto—. Gracias por haber aceptado esta cena.
Bella se puso roja inmediatamente, maldiciéndose por haber hecho que cambiase la conversación.
—Edward, no tienes que dar las gracias- lo miró y suspiró—. Es más, la que tiene que pedir perdón soy yo. Siento que mis “amigas” —dijo, acentuando mucho la palabra y haciendo las comillas con los dedos— te hayan obligado a esto. No era necesario, de verdad.
Edward la miró confuso.
—Bella, nadie me ha obligado, estoy aquí porque quiero. Mi madre me llamó para decirme que estabais cerca del hospital, con Seth. Tenía que agradecerte el hecho de que te quedases con él por las mañanas, por lo que se me ocurrió el invitarte a cenar. Le pregunté que si podía hacerse cargo unas horas de él, y accedió encantada —Bella tenía la boca abierta, de asombro—. ¿Qué es lo que creías?
—Pu-pues… —no sabía qué decir, ni cómo empezar—. Bueno, llevaban el día siendo pesadas conmigo — “mierda, eso no debía haberlo dicho…”—. Cuando te vi, supuse que te habían insistido ellas y que realmente no te apetecía. Has tenido un día duro y eso… —susurró, mirando su plato y escuchando la suave risa de Edward.
—No, nadie me sugirió nada. Por cierto, ¿por qué estaban siendo pesadas contigo? —preguntó, curioso. Bella emitió un largo suspiro, sabiendo que tenía que contestar aquella pregunta tarde o temprano.
—Básicamente querían que saliese un día contigo —dijo todo lo rápido que pudo, intentando que no la entendiese. Pero al ver la cara de asombro de su amigo, se dio cuenta de que no había tenido suerte.
—¿Quién quería eso?
—Pues, hasta donde mis cálculos llegan: Alice, cómo no; Rosalie, y créeme, no quieres saber lo que dice; mi propia madre, que sólo lo desea para tener nietos guapos; tu madre, que tampoco quieres saber lo que me ha dicho, de verdad; y Jasper, que es el más normal de todos —enumeró Bella, contando con los dedos mientras lo iba pensando. Edward apretaba los labios, conteniendo una carcajada.
—Quiero saber lo que dicen —exigió, notablemente divertido. Bella se tapó la cara con las manos, aquello estaba siendo una tortura—. Vamos Bella, no has sido tú quien lo ha dicho.
—Está bien… Rose no para de decir incoherencias acerca de ti, creo que eres su nuevo icono sexual —vio la preocupación de sus ojos y se rió-. No te preocupes, ella es así. Parte del punto de que nadie se puede comparar a su Emmett, a partir de ahí, ve a la gente como en otra dimensión. Te ve como alguien tremendamente guapo, pero nada en comparación con su Emm. Nos ha costado años entenderla —añadió entre risas. Edward suspiró aliviado y la miró para que continuase—. Bueno y tu madre… Comentó algo acerca de la frustración sexual que tienes. Bueno, que tienes tú y que tengo yo —Edward abrió los ojos como platos, aquello era más de lo que se esperaba.
—¿Mi madre? ¿En serio? —se limitó a reír, para darle humor al asunto. No estaba dispuesto a hablar con Bella de lo sexualmente frustrado que se sentía—. Lo siento Bella, si quieres hablaré con ellos para que se calmen un poco- la chica negó con la cabeza, tristemente.
—Es inútil —suspiró, y se concentró en lo que le quedaba de comida. Edward estaba pensativo, quería preguntarle algo con lo que aclararse algunas dudas.
—¿Bella? —la chica levantó la vista, sorprendida. Supuso que estaba metida en sus pensamientos—. ¿Y tú?
—¿Yo qué, Edward?
—¿Tú también querías que los dos saliésemos? Me has hablado de los demás, pero te has olvidado de la persona más importante —puntualizó, recostándose en la silla y concentrándose en sus enormes ojos color chocolate. Bella tenía una tonalidad rojiza que no parecía nada natural.
—Bueno, no está mal. Quiero decir, estamos aquí y no me ha pasado nada desagradable aún, ¿no? —contestó, desviándose levemente. Él lo pilló al vuelo y le sonrió, tampoco quería llegar a molestarla.
—Supongo que no, no es tan horrible —dijo él también, riéndose para dar a entender que estaba bromeando—. No, ahora en serio, a mí sí que me gusta que pasemos el tiempo juntos —al decir esto, había alargado el brazo para tomar la mano de Bella, que estaba posada sobre la mesa. La chica dio un respingo, pero no la apartó, le cautivaba la suavidad del roce. Sintieron como una especie de corriente eléctrica surgía de aquella unión y se dirigía al centro del estómago. Se miraron confundidos, intentando adivinar si la sensación había sido mutua.
—A m-mí tambi-bién… —tartamudeó Bella, dejando de mirar las manos, para centrarse en el rostro que tenía justo delante.
—Bella, es adorable que seas así de tímida —rió suavemente Edward, sin querer separar el contacto. Con esas palabras sólo consiguió que se sonrojara más.
—Odio ser así, no puedo evitarlo —murmuró, incómoda con ella misma.
—A mi me encanta —le susurró, acercándose a ella, por encima de la mesa. Las pequeñas velas decorativas que había en ella iluminaban su cara en diferentes ángulos, parecía una aparición divina. La luz caía directamente en su barbilla, desde abajo, dándole volumen a sus apetecibles labios de un color rojizo. La recta nariz hacía sombra a la parte superior del rostro, exceptuando los ojos, que tenían vida y alma propia. Bella sabía que podría pasarse horas mirando los ojos de Edward sin cansarse, ni aburrirse, era el espectáculo más maravilloso que había visto en toda su vida. Por último su pelo, que parecía no ser humano, de un color diferente en cada momento del día, dependiendo de la iluminación. Bajo la tenue luz del restaurante, tenía un majestuoso tono castaño claro, con destellos cobrizos que cegaban. Bella se imaginó pasando su mano por él infinidad de veces, acariciándolo y sintiendo su tacto, perdiéndose en su perfume…
—Bella…- Edward interrumpió el hilo de sus pensamientos—. Estás preciosa.
Lo miró, sonriendo tímidamente.
—¿Sabes? Yo también estaba pensando eso ahora mismo —soltó una risita nerviosa—. Tú también estás precioso.
Edward torció su sonrisa, algo con lo que le podrían haber dado un premio a la belleza bajo el criterio de Bella.
—Gracias, supongo —agradeció, riéndose—. Has cambiado. Es decir, ahora te maquillas y has dejado las sudaderas a un lado, supongo que Alice tiene algo que ver en esto.
—Edward, hoy me han obligado a arreglarme. De hecho, sería más feliz con mis vaqueros y el pelo recogido. Sin embargo, tampoco puedo ir al trabajo así, se supone que hay que tener presencia. Fue una de las cosas por las que casi digo que no al puesto —bromeó, en realidad le estaba gustando eso de mirarse al espejo y verse guapa.
—Recuerdo cuando tenías once años y te enfadaste con Alice porque te había quemado un jersey que según ella era horrible —comentó, mientras reía. Bella puso los ojos en blanco.
—Aquello fue una de las demostraciones de su locura. Ha hecho cosas peores a lo largo de los años, créeme. Una vez insistió en que estaría mejor con el pelo rubio, encima fue cuando vivíamos juntas. Estaba atemorizada, incluso puse un pestillo en la puerta de mi habitación para que no pudiese hacerme nada mientras dormía.
—Veo que tienes muchos recuerdos divertidos —sonrió tristemente, Bella sabía que le dolía habérselos perdido.
—¡Muchísimos! Puedo ponerte al día cuando quieras. No es justo que no tengas ases en la manga, hay que conocer secretos escabrosos por si algún día te acorralan. Es una técnica que me ha salvado infinidad de veces —comentó ella, risueña. Siguieron hablando de sus amigos animadamente, mientras terminaban sus consumiciones. Estaba siendo una velada muy entretenida, como siempre que pasaban algo de tiempo juntos. Edward insistió en pagar la cuenta, alegando que era el precio a sus servicios como niñera. La camarera que esperaba a que le pagasen rió como una tonta al escuchar eso, y miró con manifiesta envidia a Bella, la cual estaba entretenida intentando que Edward cerrase su cartera. Después de un divertido forcejeo en el que él salió victorioso, salieron a la calle, todavía riéndose y poniéndose las chaquetas.
—¿Te apetece dar un paseo? —preguntó ella, sin ganas de volver a casa. Edward la miró sonriente, mientras le pasaba una mano por la cintura para ayudarla a andar.
—No tienes ni que preguntarlo, Bella —respondió, contento—. Oye, veo que ya estás apoyando el pie. Lo siento, he sido un médico pésimo, debería haberte hecho una revisión —se veía arrepentido, cosa que a Bella le pareció cómica.
—Posiblemente vaya a tu hospital para ponerte una queja por escrito —le dio con el hombro un suave golpe—. Edward, eres pediatra, no mi médico particular. Dentro de unos días me pasaré para que me vea Carlisle.
—¿Prefieres a mi padre antes que a mí? —dijo, intentando sonar engreído. Bella rió, mientras andaba lentamente, con miedo a que le doliese.
—Por supuesto, me gustan más maduros. ¿Por qué conformarse con el junior si tenemos al sénior? —inquirió, divertida. Notó como el cuerpo de Edward se sacudía por la risa.
—Bella eso ha sido asqueroso —comentó, apretándola más a él—. ¿Te parece que vayamos a la heladería que hay al lado de El Lago de Central Park? —propuso.
—Posiblemente corramos el riesgo de morir congelados, pero aparte de eso, no suena tan mal —ironizó ella, que era consciente del frío que hacía—. Aunque le debería preguntar a mi médico si es bueno comer helados al aire libre a finales de Noviembre…
Edward rió, mientras conducía a Bella a través de las concurridas calles neoyorquinas.
—No creo que te ponga ningún pero, es un tipo legal —le dijo, mientras cruzaban por un paso de peatones—. Y tan guapo —añadió con un intento de voz femenina, entrecerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior, ya que sabía que Bella lo estaba mirando.
—Edward, algún día te llevarás un palo. Ojalá te enamores de una ciega para que no pueda decirte nada acerca de tu físico —bufó ella, aunque le había parecido muy cómico lo que había hecho.
Llegaron al pequeño puesto de helados entre bromas y risas sin fundamento. Había que hacer cola, por lo que preguntaron que quién eran los últimos y se pusieron detrás de estos, que resultaron ser una pareja de ancianos cogidos de la mano. Bella los observó embelesada, siempre le sorprendía la fuerza que podía tener el amor a veces. Edward notó su ensimismamiento y al seguir su mirada supuso lo que estaba pensando, empezaba a conocer a Bella. La pareja también los miró y hablaron entre ellos, a un tono totalmente audible para los jóvenes.
—Oh, Harry, son tan guapos… —suspiró la mujer—. ¿Te acuerdas de cuando vinimos aquí por primera vez? Tendríamos su edad, ¿no?
—Sí, Sue. Y estoy seguro de que estábamos igual de enamorados —terminó el hombre, pasando su brazo por los hombros de su esposa.
Bella no sabía a dónde mirar, sentía como el cuerpo de Edward se tensaba, al igual que el suyo. Fue un alivio cuando unas voces familiares surgieron de la nada.
—¡¡Bella!! ¡Qué alegría! —chilló Angela, que tenía un cucurucho de helado en una de sus manos. Con el brazo libre fue a abrazar a Bella, que le respondió con ganas—. Hace siglos que no sé nada de ti, ¿cuándo vas a volver al trabajo? Te echamos mucho de menos… —se cayó al ver que Bella estaba acompañada por un hombre, el cual tenía uno de sus brazos en su cintura. Abrió la boca desmesuradamente e hizo un recorrido visual por toda la anatomía de Edward. Fue una suerte que en ese momento llegase Ben, que la abrazó por detrás y consiguió sacarla de su ensoñación. Edward rió levemente, mientras Bella se ponía roja, consciente de lo que Angela podía estar pensando.
—¡Ey, Bells! ¿Cómo va todo? —saludó Ben, con su alegría innata. Bella le sonrió amigablemente, eran las dos personas a las que más aprecio tenía de su trabajo.
—Genial, muy relajada ahora que no tengo porqué ir a la oficina. El estrés de la última campaña casi acaba conmigo. Espero que la próxima sea más relajada, de verdad, sino creo que se la daré a Jessica Stanley —bromeó, haciendo que sus amigos riesen. Jessica trabajaba en su departamento, aunque no hacía nada bien, era un completo desastre. Vio como sus amigos miraban a Edward por lo que sonrió y los presentó—. Ben, Angela, este es Edward Cullen, el hermano mellizo de Alice. Edward, Angela también vivía en Forks, pero nos conocimos cuando tú estabas ya en Londres
Edward sonrió amablemente, y le dio la mano a la pareja.
—Encantada, Edward. Tus hermanos y Bella me han hablado mucho de ti, es un gusto conocerte por fin. Eres el Cullen que se nos resistía a todos —comentó, riéndose.
—El placer es mío, me alegra conocer a compañeros del trabajo de Bella —dijo él, sonriéndole a la chica.
—Bueno Bella, ¿cuándo podremos contar con tu presencia? —quiso saber Ben, después de las presentaciones.
—Pronto me incorporaré, aunque no me han mandado todavía el dossier del siguiente trabajo, ¿sabéis algo vosotros?
—Bueno, es un producto muy innovador. Algo así como unos cascos para escuchar música pero que funcionan por bluetooth, es decir, que no tienen cables- contó Ben-. Mike y yo hemos estado toda la semana probándolos, ya que el señor Uley no está muy convencido, no sabe si aceptar o no.
—Parece interesante —comentó Edward.
—Sí, la verdad que lo es. Pero ya sabes que el bluetooth puede dar problemas, interferencias y eso —dijo Angela, metiéndose también en la conversación—, por lo que la empresa no puede precipitarse. No queremos hacer una campaña de un producto que no sea cien por cien eficaz, podría manchar nuestra imagen.
—Es cierto —suspiró Bella—. Hay agencias que no son conocidas y a las que no les importa arriesgarse, pero la nuestra tiene ya una imagen formada, no es bueno jugársela toda a una carta. Aún así, Edward tiene razón, parece algo interesante… No sé, así de pronto se me ocurren muchas ideas —comentó mirando al vacío, mientras la cola iba avanzando—. Cuando llegue a casa me pondré a escribirlas para que no se me olviden.
—Bella, tranquila, no tenemos prisa —Angela le sonrió, conocía a Bella y sabía que ya se había entusiasmado—. Pero vuelve ya, me aburro tanto sin ti…
—Cariño, al trabajo se va a trabajar —dijo Ben, mientras sonreía—. No a cotillear.
Angela y Bella pusieron los ojos en blanco.
—Pues tú bien que te dedicas a jugar al ordenador con Mike durante toda la jornada —puntualizó su novia, mientras Bella asentía severamente.
—El ordenador es mi instrumento de trabajo, cielo, tengo que usarlo —se excusó él, riéndose—. Además, ser diseñador gráfico lleva implícito que te gusten los juegos por Internet.
—¡Hombres! —bufaron Angela y Bella. La primera sacudió la cabeza y se dirigió a Edward—. ¿En que trabajas tú, Edward? ¿También a jugar como un crío de cinco años?
El aludido se rió, pasándose una mano por el cabello y consiguiendo deslumbrar a Angela de nuevo.
—No, Angela. Soy médico, mejor dicho pediatra, en el hospital Mt Sinai de la avenida Madison. Por lo que no tengo mucho tiempo para jugar a los videojuegos, siempre hay algún niño que se ha tragado una moneda —bromeó, mientras los otros dos lo miraban casi con reverencia. Estaban a punto de ser los siguientes en la cola, por lo que Ben y Angela se despidieron rápidamente, con la promesa de quedar algún día los cuatro para salir.
—Dos cucuruchos de chocolate y vainilla, por favor —pidió Bella a la agradable dependienta. Edward soltó una risita a su espalda. Pagó rápidamente, antes de que su acompañante pudiese siquiera sacar la cartera.
—Así que esta es tu venganza por haber pedido por ti en el restaurante y después pagar, ¿no? —comentó divertido, mientras lamía su helado. Bella sonrió, satisfecha de que no se le escapase nada. Estuvieron andando, buscando un lugar donde sentarse. Edward parecía querer quedarse en cualquier banco, pero Bella buscaba uno especial, uno en el que la vista era demasiado bonita como para no compartirla con él. Edward miraba curioso como la chica intentaba situarse para encontrar el rumbo que seguir; estaba seguro de que se había perdido y justo cuando fue a decirle que sería mejor desistir, Bella pegó un grito triunfal.
—¡Es aquí! —exclamó, mientras se acercaba al largo banco y se dejaba caer. Él la siguió, y cuando miró al frente se quedó boquiabierto—. ¡Ajá! Sabía que se te quedaría esa cara —dijo, contenta. Tenían ante ellos parte de El Lago, donde se reflejaban los iluminados rascacielos que había por detrás; todo estaba rodeado de luces y de abundante vegetación.
—Bella, esto es perfecto —susurró Edward, sentándose junto a ella y deleitándose de la maravillosa vista.
—Lo sé, quería que lo vieses —le contestó, acurrucándose en su costado, intentando ignorar el frío. El chico le pasó un brazo por encima, para que entrase en calor—. Cuando nieva es mucho más increíble. Suelo venir cuando quiero dejar de pensar, por lo que siempre vengo sola —confesó, con una risita.
—Gracias por traerme, Bella —murmuró él, mirando fijamente al frente mientras un torrente de sensaciones le invadía.
—Es cómodo estar contigo —dijo en voz baja, mientras se estrechaba más contra su pecho. Levantó poco a poco la cabeza, necesitaba encontrar su mirada, fundirse en ella—. Edward, soy tan feliz con el hecho de que estés aquí, en Nueva York…- el nudo que se había formado en su garganta le impidió seguir.
—Yo también soy feliz, Bella —le respondió, besando su frente tiernamente—. Porque estoy aquí, porque he recuperado a mi familia y porque puedo compartir un momento como este contigo —le pasó su mano por el cabello, acariciándole también con los fríos dedos el cuello. Bella suspiró, aquella caricia iba a hacer que perdiese el control de sí misma—. Te he echado tanto de menos, Bella… —la abrazó más fuerte, como si tuviese miedo de que se pudiese escapar—. No he dejado de pensar en ti ni un día desde la última vez que te vi. Siempre has sido especial para mí, pero ahora es mucho más fuerte esta sensación, no sé si sabes a qué me refiero.
Bella no podía reaccionar, aquello no podía ser real. Edward miró en dirección al lago durante lo que a ella le pareció demasiado tiempo, pero dejó que pusiese en orden sus pensamientos.
—Yo también te he echado de menos —musitó, hundiendo la cabeza en el pecho de él, agradeciendo el suave y cálido tacto de la lana del jersey que llevaba bajo la chupa de cuero—. Es extraño, ¿no? Hemos necesitado vernos para darnos cuenta.
Edward rió suavemente.
—Sinceramente, yo me había dado cuenta mucho antes de que te viese en la camilla del hospital. Quizá el día que me fui de Forks, o unos días después de llegar a Londres, no lo sé con exactitud. Es curioso, la persona con la que mejor me llevaba era Jasper, a esa edad sueles tener más amigos de tu propio sexo. Sin embargo con quien más cómodo me sentía era contigo, jamás conseguí por mí mismo la paz interior que me daba estar a tu lado —suspiró profundamente—. Y justo un día después de llegar a Nueva York, te encuentro y todo pareció volver a encajar. No sé como lo haces Isabella, pero contigo me siento bien, consigues que no pueda alejarme.
Bella se incorporó para poner la cabeza a su altura y le miró con los ojos húmedos.
—Pues no te alejes… —susurró, casi imperceptiblemente. Él sonrió tristemente, mientras le acariciaba las mejillas.
—Estaré todo lo lejos que quieras —murmuró, acercando su cara a la de ella, para acariciar la pequeña y respingona nariz de la chica con la suya. Edward notó que su corazón empezó a bombear a un ritmo desorbitado, nada natural, cuando ella soltaba el aire de su respiración sobre su boca.
—No quiero que estés lejos… —le balbuceó, sin poder apartar su mirada de los rosados labios de Edward. Estaban tan cerca, pero a la vez tan lejos que sintió desfallecer. No era justo que la pusiera al límite siempre si después se negaba a seguir adelante, no muchos hombres aguantan la tensión de los momentos antes al primer beso durante minutos. Parecía como si se estuviese poniendo a prueba, demostrando que él era más que los demás mortales. Mientras le hacía cosquillas con la nariz por toda la cara, Bella sintió el deseo de apartarlo y correr, no quería seguir con semejante tortura, aunque fuese placentera hasta niveles insospechados. Pensó en dar ella el paso, en acercase un milímetro, lo justo como para que él entendiese qué es lo que necesitaba. Necesitaba muchas cosas de él, por lo que prefirió quedarse inmóvil, igual que una estatua de mármol.
—Me alegra saberlo —añadió, y se inclinó más aún hacia ella, depositándole suaves besos en las mejillas y en la punta de la nariz—. Bella…- susurró, apoyando la frente en la de ella-. Mi autocontrol flaquea.
—¿Y quién le ha pedido a tu estúpido autocontrol que se meta en esto, Cullen? —gimoteó, sin poder pensar bien lo que decía.
Edward, algo ruborizado se apartó para mirarla mejor, después torciendo su sonrisa se acercó a ella lo más lentamente que pudo, volviéndola loca ante esa imagen. Bella no pudo resistir más y estiró los brazos, rodeando su largo cuello con ellos y hundiendo los dedos en su pelo, como tantas veces había soñado con hacer. Él lo tomó como una invitación y agarrándola por la cintura para atraerla más a su cuerpo acercó los labios a los de ella, fundiéndolos en un beso deseado desde hacía demasiado tiempo.
Bella no podía encontrar palabras para aquel sentimiento. Su experiencia en la materia no era muy amplia, pero jamás había tenido un beso como ese, sentía ingravidez en su cuerpo; si no fuese por el peso de aquellas mariposas en su barriga podría haber salido volando. La felicidad le invadió, y no pudo evitar sonreír como una tonta, mientras Edward recorría sus labios con la lengua, intentando profundizar el beso. Estaba tan metida en su mundo que le costó entender lo que quería, pero cuando se dio cuenta quitó rápidamente su estúpida sonrisa para entreabrir los labios.
Jamás pensó que un beso podía saber tan bien, a una mezcla de Edward, chocolate y vainilla. Buscó adjetivos para describir aquel peculiar sabor, mientras entrelazaba su lengua con la de él, estremeciéndose bajo el contacto de las frías manos que acariciaban su espalda por debajo de la chaqueta. Agarró algunos mechones de su pelo, todo lo fuerte que pudo, y lo atrajo más a su cuerpo, necesitando más contacto. El chico sonrió, y separó levemente los labios para coger aire, mientras mordisqueaba el labio inferior de Bella. No estaba dispuesto a perder el contacto, después de todo lo que le había costado iniciarlo.
Un fuego desconocido para él estaba surgiendo en la parte baja de su estómago, deseaba a aquella mujer con toda su alma, y también con todo su cuerpo. Notó que estaba excitado, demasiado excitado. Se sonrojó al instante; no quería que Bella lo notase bajo ningún concepto, podría creer que era uno de esos hombres que pensaban todo el día en lo mismo. Decidió calmarse recitando todas las enfermedades víricas que recordaba, en orden alfabético. “Eres estúpido, Edward Cullen”. Lo único que quería era que ella no bajase la vista, posiblemente se asustaría o lo miraría con cara de asco. O quizás lo entendería, por raro que pareciese, era la primera vez que él se besaba con alguien, su cuerpo no estaba acostumbrado. Con tanto pensamiento yendo y viniendo por su mente durante minutos, logró calmarse justo a tiempo, segundos antes de que Bella apartase el contacto de sus labios para mirarlo a los ojos y sonrojarse rápidamente, bajando la mirada. Dando gracias al cielo, Edward comprobó que estaba todo en orden por lo que rodeó de nuevo a Bella con sus brazos, acercándola de nuevo aunque no para besarla, sólo para abrazarla. Apoyó su barbilla en la parte superior de la cabeza de la chica, mientras acariciaba su pelo.
Estuvieron inmóviles y en silencio lo que podrían haber sido horas, sintiendo el golpeteo frenético del corazón del otro, que en ningún momento se calmó. Cada vez hacía más frío, ya que la madrugada se cernía sobre ellos, instándoles a abandonar aquel lugar de ensueño.
—Bella… —susurró—. Creo que será mejor que volvamos a casa, ¿no te parece?
La chica asintió desde su pecho, y poco a poco fue estirándose, sin dirigirle en ningún momento la mirada. Su nivel de vergüenza estaba por encima de lo que jamás hubiese sospechado. Besar a Edward había sido fácil, parecía que había nacido para hacerlo; pero hablar con él después, eso era algo de otro calibre. No sentía el frío, el calor al que había llegado su cuerpo lo mantenía a raya. Caminaron uno al lado del otro sin mediar palabra, sólo sintiendo el roce de sus manos ocasionalmente. Ninguno sabía muy bien que decir, aquel acto había cambiado su relación por completo, a bien o a mal, ambos necesitaban pensar en consecuencias y soluciones en la soledad.
Llegaron con facilidad hasta su edificio, y torpemente se chocaron al intentar entrar en el ascensor, por lo que Edward dio un paso hacia atrás, permitiéndole el paso. Bella entró avergonzada, mirando al suelo. Aquel viaje en ascensor fue el más tenso de su vida, con el pensamiento de saltar encima de él, quitarle la ropa y poseerlo allí mismo rondándole por la cabeza. “Contrólate, ¿vale? Mañana empiezas a tomar la píldora, necesitas controlar las hormonas Isabella” chillaba su mente.
Por su parte, Edward tamborileaba con la mano el ritmo de la cancioncilla que sonaba de fondo, odiándola con toda su alma. Necesitaba salir de aquel sitio antes de cometer alguna locura. Lanzó varias miradas asesinas a la puerta, pero no parecieron servir a que fuese un viaje más veloz. Cuando esta se abrió, los dos soltaron un suspiro de alivio. Se miraron divertidos, aquella situación hubiese sido de lo más cómica si la hubieran vivido desde fuera. Cinco segundos después de haberse mirado, se arrepintieron. Sus cuerpos se estaban volviendo a acercar peligrosamente, Bella intentó dominarlo, pero sus manos, que agarraron el jersey del chico, tenían vida propia. Edward empujó a Bella hasta la pared de al lado de su puerta, donde la aprisionó para comenzar a fundirse de nuevo. Bajo el criterio de este, ese beso superó el nivel de pasión conocido por el ser humano. Su lengua trabajaba sin cesar, mientras Bella soltaba pequeños gemidos que lo hacían estremecer y querer más de ella.
Se estaba comportando como un animal, pero en ese momento no le importaba, ya le pediría perdón, siempre y cuando ella aceptara a mirarlo a la cara después de todo lo que estaba pasando. Pensó en estirar la mano, abrir la puerta de su casa y llevarla en brazos a su cama, pero había dos grandes inconvenientes: el principal Seth, y el otro era que no quería que todo eso fuese tan rápido. Quería disfrutar de Bella, de forma racionada, no quería que el primer beso y la primera vez que hiciesen el amor fuera el mismo día. No lo encontraba lógico por donde quiera que lo mirase. Gruñendo y medio asfixiado apartó suavemente la cabeza de Bella con sus manos. La chica lo miró, terriblemente sonrojada e incapaz de vocalizar la más simple palabra, aunque la entendía, él estaba igual. Depositó un beso en su respingona nariz, cubierta de adorables pecas, y otro en los labios.
—Bella… —susurró, en intento de llamar su atención. Dos esferas chocolate, con brillo propio, lo miraron expectantes—. Yo… Bueno, yo… —por algún motivo desconocido para él, era imposible que dijese dos palabras coherentes seguidas—. Es mejor… Dormir, ya sabes —farfulló, y vio como la chica sonreía tímidamente, agradeciendo el esfuerzo que estaba haciendo para decir algo—. Descansa mi Bella —murmuró, antes de apartarse de ella para entrar en su casa.
Bella se dirigió a la suya dando tumbos, sin asimilar aún todo lo que había pasado. Zombi, fue hasta su cuarto, donde se tiró en la cama. Pasó unos segundos sin moverse, para después, sistemáticamente empezar a dar puñetazos y patadas en el aire, mientras murmuraba cosas sin sentido.
—Oh, Dios mío, oh Dios mío… —lloriqueó, mientras intentaba quitarse la ropa con manos temblorosas—. Joder, joder… ¡¡Joder!! —gritó, necesitando desahogarse. Estaba tan alterada que no notó que alguien entraba en su cuarto.
—Bella, ¿qué ocurre? —preguntó la voz de su madre, mientras se acercaba a ella. Se veía que había decidido pasar la noche allí, para volver al día siguiente a Nueva Jersey con Esme—. ¿Te ha hecho algo malo? —parecía realmente preocupada por el comportamiento de Bella, que estaba empezando a ser enfermizo. Daba espasmos, murmurando tonterías, reía nerviosamente y a veces apretaba los puños con fuerza, sacudiendo sus brazos en el aire-. ISABELLA SWAN, ¡Préstame atención!
Bella logró reaccionar en ese momento. Miró a su madre, se pasó una mano por el cabello y después se rozó con los dedos los labios. Se sonrojó y Renée lo entendió inmediatamente.
—¡TE HA BESADO! —exclamó, contagiándose de su locura—. ¡Madre mía, Bella, te ha besado!
Ella no estaba preparada aún para hablar, por lo que levantó dos de sus dedos.
—¿DOS VECES? —asintió, y su madre empezó a reírse escandalosamente. Se acercó a su hija y la abrazó—. Ya ves Bella, tienes que hacernos caso, por lo menos de vez en cuando.
Bella, recobrando la compostura, puso los ojos en blanco a escuchar eso.
—¿Cómo fue? —quiso saber su progenitora, tumbándose en la cama junto a ella y mirándola emocionada.
—Increíble… —murmuró Bella, sonriendo como una tonta enamorada—. Simplemente i-n-c-r-e-í-b-l-e… Es decir, yo ya había besado a otros chicos… —se pasó de nuevo la mano por los labios—. Pero como esto, nada.
Su madre palmoteó, como una adolescente. A Bella le recordó vagamente a la reacción que hubiese tenido Alice. “Mierda, ¿qué le digo a Alice? Seguro que chilla tanto que me dolerán los oídos durante semanas”
—Cuéntamelo ¡todo! —inquirió su madre, acomodándose al lado de Bella.
Suspiró, y empezó desde el principio, sabiendo que aquella noche iba a ser muy larga.
12 comentarios:
hay hay nonononon no me puedo aguantar porfa porfaaaaaaaaaaaaa
ay gracias x subirlo toy demaciado feliz gracias gracias ya no puedo esperar para el proximo xau graxias
insisto, cada capítulo se pone mejor...se me stan haciendo vicio los fics q publican en el blog jejeje...
me emocione horrores en las partes dl beso jajajaja...
AMO AL YOU NEED IS LOVE!!!!!
este relato es chulisimo! que pena que solo se suba dos veces por semana, no se puede hacer nada mas??
mm chcias ya se que les encanta
pero no se apuren es que llegaran mas fics al foro..
asi que solo sera dos veces por semana
estuvo super super increible me enkanto estoy deseosa de k llegue el marts para k suban el proxio kapi yuuupiiiii!!!!
gracias
besitos y abrazasoz las kiero
se kuidan.
amo este fic... :D
gracias lauramariecullen eres genial :D
me encantaron los besos... yeah!!
quiero mas... hehe
ok ok esperare hasta el martes...
besos a todas
LOLA CULLEN ♥
Rochie Cullen dijo:
Esta buenísima el Fic me encantó creo que por culpa de ustedes me hice adicta que pasión al besar...arrr
no puedo esperar al martes
Hola Claire! Por fin he acabado los exámenes y soy libre!! Veo que el fic sigue gustando, qué ilusión(L) Espero que "Libros escritos para chicas" también levante pasiones jajajaja
Muchísimas gracias por vuestro apoyo y vuestras palabritas de ánimo, sois todas geniales:)
Muchos besitos!!
hpy es martes para cuando el siguiente capitulo que estpy deseando leerñp
Ahora si no me queda ninguna duda, encontrar este sitio es de las mejores cosas que me han pasado en los ultimos meses.ES FENOMENAL!!!!!!!!!!!
ahhhh!!!!!!!!!!!! me encantó!! ke beso!!! yo kiero!!! ♥!
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