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—¿Está usted bien, señorita? —se preocupó el taxista. Bella se enjuagó las lágrimas y sonrió levemente.
—Sí, no se preocupe —miró por la ventanilla, pensando en su destino—. Lléveme a Nueva Jersey.
—Creo que no sabe lo que dice. Ese viaje le costaría una fortuna —rió el amable hombre.
—Me da igual el dinero, no tengo ganas de coger el tren —el taxista se encogió de hombros y empezó a conducir por la ciudad. Bella se limitó a cerrar los ojos, no quería ser consciente de nada. Pensar en Edward era demasiado doloroso como para hacerlo; su propia mente luchaba para mantenerlo a raya.
—Oiga, siento ser pesado, pero ¿se encuentra bien? De verdad que me está preocupando —comentó el hombre, mirándola por el espejo retrovisor. Realmente la imagen que ofrecía Bella era deplorable, con el maquillaje corriendo por su cara sin rumbo fijo y una expresión de sufrimiento sobrecogedora— .Ya sabe lo que dicen, los taxistas somos como psicólogos para nuestros clientes.
Bella soltó una risita sofocada, acompañada de unas cuantas lágrimas más.
—Todo está bien.
—De acuerdo —resopló el hombre, consciente de que no sacaría ni una sola palabra de la boca de aquella mujer tan críptica.
Estuvieron en la carretera menos tiempo del que Bella se esperaba, lo que fue un alivio ya que significaba que su mal humor no aumentaría.
Le dio indicaciones al taxista para llegar hasta la casa de sus padres, que se encontraba en un barrio residencial muy bonito. En tiempo récord llegaron y Bella le tuvo que dar todo lo que llevaba en la cartera, aunque no se arrepintió; prefería mil veces ir en coche que con gente desconocida en un autobús o tren.
La casa era blanca como la nieve, de dos plantas y con un jardín precioso, fruto de los cuidados de su madre. Suspirando y deseando que no le pidiesen muchas explicaciones, se encaminó hacia la puerta.
—¿Sí? —preguntó Renée desde dentro.
—Mamá, soy yo —contestó Bella con un hilo de voz. Su madre debió notarlo, ya que abrió apresuradamente.
—¡Bella! Mi amor, qué alegría —exclamó abrazándola con fuerza—. Hacía tanto tiempo que no venías a vernos —suspiró alejándola de sus brazos para mirarla mejor. Cuando se dio cuenta de su aspecto demacrado, cambió rápidamente la expresión alegre de su rosto por una de preocupación —. Cariño… ¿Qué ha pasado?
—¿P-podemos entrar? —pidió ella, sintiendo que las lágrimas volvían. Su madre la cogió de la mano y la condujo al interior de la vivienda. La ayudó a sentarse sobre un cómodo sofá y después desapareció en la cocina para volver a los minutos con un humeante chocolate caliente entre las manos.
—Bebe, mi amor, te sentirás mejor —sonrió, conociendo la debilidad de su hija por el chocolate.
—Gracias —murmuró esta y pegó un pequeño sorbo.
—Cuéntame, ¿qué ha salido mal?
Bella suspiró y desenfocó la vista; no tenía ganas de hablar de aquello.
—Después te lo explico, ¿vale? —su madre la miró preocupada. Sin embargo la conocía y sabía que era así, que si no quería hablar jamás le sacaría nada—. Por favor mamá, no le digas a nadie que estoy aquí —pidió y el labio le empezó a temblar.
—Está bien cariño, como quieras —suspiró Renée—. Puedes quedarte el tiempo que desees, ya lo sabes, pero me parece que a los problemas hay que enfrentarlos, no huir de ellos —y diciendo esto se levantó y se perdió de vista.
Bella subió las piernas al sofá y se las abrazó, consciente de que su madre tenía razón. Pero no podía, se sentía traicionada, había sido una idiota al irse enamorando poco a poco de Edward Cullen. De él y de su estúpida perfección no tan perfecta.
Después de un rato de estar aovillada se decidió a subir al cuarto que sus padres habían preparado para cuando ella se quedaba unos días. Estaba decorado igual que la habitación que tenía en Forks, lo que la hacía sentirse más en casa aún.
Se dejó caer en la pequeña cama, no sin antes ponerse los auriculares de su iPod. Las siguientes horas fueron una lucha para ella; todas las canciones le recordaban algún momento feliz de su vida por lo que iba cambiando furiosamente, sin detenerse a escuchar ni las primeras notas.
—¡Joder! —exclamó enfadada, tirando el aparato a un lugar alejado de la cama. Se frotó las sienes con tanta fuerza que sintió dolor. Acabó mordiendo con rabia una almohada mientras daba fuertes golpes con los pies—. ¿Por qué yo? ¿Por qué? —lloriqueaba, abrazándose a sí misma. Sentía que había perdido la confianza en Edward y no entendía por qué no le había dicho que iría a comer con Stanley. Es decir, no es que le hiciese gracia, pero si era lo que quería no iba a interponerse. Pero no, él se había limitado a poner escusas y a no explicarse.
¿Por qué era tan complicado entender a los hombres? Aunque se suele decir que son simples, en ese preciso instante Bella se estaba desmembrando el cerebro intentando buscarle el sentido a lo que le acababa de ocurrir.
¿Ya no le gustaba? ¿Había descubierto su sexualidad y ahora quería probar cosas nuevas? ¿No se sentía lo suficientemente satisfecho con ella? ¿La querría únicamente porque se portaba bien con Seth? Miles, millones, billones de preguntas pasaban por la torturada mente de Bella a una velocidad vertiginosa. Lo más doloroso era que ninguna de ellas tenía respuesta.
Estaba siendo una imbécil; se había escondido, le había dado motivos para pensar que ella era débil. Pero qué demonios, realmente lo era y él lo sabía.
La barriga le rugió de hambre y no pudo evitar empezar a llorar descontroladamente de nuevo, recordando que en ese momento Edward estaría terminando de disfrutar el magnífico almuerzo con Jessica. ¿Qué harían después? Seth estaba en la guardería y, por lo que ella sabía, cerraba a las siete de la tarde. ¿Irían a su piso aprovechando que el pequeño no estaba? Dudaba que Stanley lo dejase marchar sin antes probarlo. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. No podía creer que Edward la fuese a meter en su cama. La misma cama que habían compartido íntimamente, o donde habían dormido con Seth. Decididamente era una broma para poner a pulso su salud mental.
En un intento desesperado de distraerse encendió la pequeña televisión que tenía el cuarto. Cambió enfermizamente de canal, sin saber muy bien lo que buscaba. Al final vio una película de ciencia ficción y se decidió por dejarla; un poco de acción no le vendría mal. Suspiró exasperada cuando cortaron la peli para la publicidad; era publicista, sí, pero como la mayoría del mundo también odiaba que cortasen lo que estaba viendo. Sin embargo miró entretenida los anuncios, criticándolos mentalmente e imaginando cómo los haría ella.
Estaba concentrada analizando uno de un pintalabios y ni siquiera le dio importancia a los actores que salían. Justo cuando se iba a terminar se percató que el chico era extremadamente parecido a Edward. Saltó de la cama y se aproximó a la pantalla para mirarlo mejor y allí estaba; no era tan guapo como el Dios Cullen, pero estaba segura de que aquel tío también provocaría suspiros entre las mujeres sin proponérselo.
Mirar la cara de aquel chico le había recordado lo herida que se sentía. Tendría un problema serio de masoquismo, ya que no tenía ningún interés de apartar la mirada de él, aún cuando las lágrimas volvían a cruzar sus mejillas.
—Bella, ¿podemos hablar? —su madre acababa de abrir la puerta y se extrañó al ver a su hija llorando mientras tocaba la televisión con la punta de los dedos. Pensando que quizás se hubiese vuelto loca se acercó a ella y la condujo de nuevo hacia la cama—. Cariño, ¿qué es lo que te pasa?
—Ed-dward —fue lo único que Bella consiguió pronunciar. Renée la miró extrañada.
—¿Te ha hecho daño? —preguntó con un hilo de voz.
—Si te refieres a si me ha pegado, no, no me ha hecho daño —dijo, sorbiendo la nariz con fuerza.
—¿Entonces? —Bella notó su interés y fue consciente de que tendría que contárselo todo, y quién sabe, lo mismo desahogándose ordenaba sus ideas.
—L-le pregunté que si quería comer conmigo y me dijo que estaba ocupado —empezó a narrar. Su madre la miró confundida, como si pensase que se había enfadado por aquella tontería. Suspirando, continuó—: Entonces en la oficina escuché a una de mis compañeras contarle a otra que el doctor Cullen la había invitado a comer ese mismo día. Incluso me enseñó el móvil para que viese que tenía su número —terminó de contar, sin intentar si quiera dejar de llorar.
—Oh Bella, lo siento tanto —murmuró su madre, abrazándola con fuerza y depositando besos en la coronilla de la chica—. ¿Qué te ha dicho él?
—N-nada —dijo avergonzada—. Después de oír todo aquello cogí un taxi y me presenté aquí. No tengo ganas de hablar con él… Siento como si no me mereciese el pedirle explicaciones.
—Bella, no puedes huir siempre —la regañó con cariño Renée—. Aunque yo hubiese reaccionado igual. Sé por lo que debes estar pasando, mi amor, pero quizás deberías hablar con Edward. Me parece un buen chico, no creo que quiera hacerte daño de esa forma.
—Eso pensaba yo —susurró la chica—. Pero el problema ya no es ese —Su madre le dirigió una mirada curiosa—. Tengo miedo. He reaccionado como si estuviese… ¿enamorada? —Vio como Renée sonreía tiernamente—. Si hubiese sido Mike estoy segura de que le hubiese plantado cara, pero con Edward todo es distinto. No quiero sentirme tan vulnerable, no estoy preparada.
—Entonces en el fondo sabes que tiene que haber una explicación a todo lo que ha pasado, ¿no?
—Quizás.
—Lo que te asusta es enfrentarte a él, porque eres consciente de que cuando lo mires a la cara sabrás que realmente lo quieres —conjeturó sabiamente Renée. Bella la miró con ojos brillantes, consciente de que tenía toda la razón del mundo.
—No estoy preparada para decírselo —susurró asustada.
—Pues no lo hagas. Pero por el amor de Dios, habla con él y aclara esta tontería —dijo su madre poniendo los ojos en blanco—. Dudo mucho que Edward prefiera una cualquiera a ti…
—Ya basta, mamá —se quejó—. Estoy enfadada con él por no contarme que iba a estar con Jessica. Si tiene algo que decirme, ya vendrá. No soy yo la que tiene que hablar esta vez.
—Tienes razón —terminó diciendo su madre—. Vamos, tienes que comer algo. Después podríamos dar un paseo, ¿te parece?
Bella sonrió. Renée siempre intentaba que olvidase todo aquello que la hacía desdichada. La siguió hasta la cocina, donde comió una deliciosa ensalada de pasta que su madre había preparado.
—¿Y papá? —preguntó con la boca llena.
—Está con Carlisle pescando en el lago —contestó sonriente—. Jamás pensé que Carlisle se uniría a sus expediciones de pesca.
—Es extraño, sí —rió ella.
—Esme vendrá ahora, ¿te incomoda que esté? —se preocupó su madre.
—Para nada. Sólo espero que no llame a Alice para contarle donde me escondo. Es capaz de venir y llevarme a casa cogiéndome por los pelos —comentó con una risita.
—Muy Alice, sí —sonrió la mujer, recordando a la pequeña Cullen.
Cuando acabó de comer, Bella se levantó y decidió ir a dar una vuelta por el vecindario, necesitando relajarse. Se despidió de su madre y, enchufándose los cascos del iPod de nuevo, salió al aire libre.
Tenía que reconocer que aquel sitio parecía de ensueño. Miles de familias vivían allí, dándole un aspecto muy acogedor. Era un barrio algo lujoso, por lo que no se extrañó al ver coches de alta gama y a paseantes muy bien vestidos.
Sonrió al ver niños en un pequeño parque con columpios, disfrutando del soleado pero frío día. Algo en su interior le dijo que cuando formase definitivamente una familia no le importaría mudarse a un sitio tan encantador como aquel, que desprendía vida por cada centímetro cuadrado de suelo. Los árboles estaban desnudos por el invierno y las alegres casitas empezaban a estar decoradas con luces navideñas.
Se imaginó viviendo allí, con su marido y unos pequeños revoloteadores. Un dolor agudo le golpeó el pecho al ver que su fantasía estaba incompleta si no incluía a Edward y a Seth en ella. ¿Por qué tenía que sentirse tan vinculada a ellos? ¿Cómo habían podido sacudir los cimientos de su cómoda, pero vacía vida? ¿Pediría perdón Edward? O lo más importante, ¿estaría ella dispuesta a darle una segunda oportunidad? Sintiendo las lágrimas de nuevo decidió sentarse en el bordillo de la acera, sin prestar atención a lo que pasaba a su alrededor.
La vida no podía ser tan difícil, la gente salía adelante y era feliz. ¿Acaso ella era la excepción? ¿O era su maldita actitud ante las cosas que le ocurrían lo que la hacía más desgraciada?
Estaba harta de preguntas sin respuestas. Necesitaba ver a Edward y exigirle explicaciones. Pero ella no era nadie. Llevaban “saliendo” unos días; no tenía ningún derecho sobre él. Quizás si fuese menos perfecto le intimidaría menos… como pensó antes: si hubiese sido Mike no le habría dado tanta importancia. Pero no, estábamos hablando del inigualable Edward Cullen, el protagonista de los sueños de cientos de mujeres que se había cruzado en su camino. ¿Estaba preparada para aquello? Sabía que si seguía adelante con la relación pasaría esto una y otra vez. Siempre habría una portadora de estrógenos que querría arrebatárselo de las manos, y llegaría un momento en el que no tendría más fuerzas para seguir luchando. No era una persona fuerte; su cobardía y debilidad no constituían unas grandes armas de defensa, por lo que huiría de nuevo.
Se levantó porque estaba empezando a sentir húmedos los pantalones. Con desagrado miró el suelo y vio que estaba mojado; harta de ser tan despistada se encaminó de nuevo a la casa de sus padres, sintiendo que el paseo no le había servido para nada. Cuando llegó, Esme ya estaba allí, tomando café con Renée. Nada más ver a Bella corrió hacia ella para darle un tierno abrazo con el que las ganas de sollozar volvieron.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó suavemente—. Tu madre me lo ha contado todo, para que así no tengas que revivirlo de nuevo.
—Simplemente estoy —Le dirigió una mirada agradecida a su madre y se sentó con ellas.
—No sé en qué estaba pensando Edward —suspiró Esme, que parecía avergonzada—. Lo he estado llamando, pero no he podido contactar con él —Bella soltó un gemido lastimero y escondió la cara entre las manos—. L-lo siento —se disculpó la mujer, acariciando la cabeza de la chica—. Tampoco me han cogido la llamada Emmett, ni Rose ni Alice. Jasper tenía el móvil apagado. No sé qué es lo que está pasando.
—Bueno, jamás han estado muy pendientes del teléfono —intentó bromear Bella, recordando una vez que estuvo intentando contactar con sus amigos durante horas.
—Todo se solucionará —sonrió su madre. Esme asintió, con la cara compungida.
—Siempre supe que estaríais juntos —Bella sollozó de pronto, sin poder contenerse por más tiempo—. Cuando coja al estúpido de mi hijo verás…
—Esme, tranquila —dijo rápidamente Bella—. Aquí la que tiene que matar a alguien soy yo.
Las tres se rieron, aunque no felizmente. Pasaron una tarde amena, intentando no pensar en la relación Bella-Edward. Cuando los hombres volvieron, Esme se fue a su casa, contenta por haber visto a Bella ya que para ella era como una hija más.
—Por fin estás en casa de nuevo —sonrió su padre, ajeno al sufrimiento de su hija. Ésta decidió no darle quebraderos de cabeza y le devolvió la sonrisa, sabiendo que al final se daría cuenta de que algo le pasaba.
Esa noche Bella no pudo dormir bien. Soñó que era la camarera que atendía a Edward y a Jessica en su cita. Ésta última no dudaba en acariciar al chico cada vez que veía a Bella cerca, la cual se alejaba abatida, incapaz de acercarse más de diez metros. Despertó llorando como una tonta y le costó trabajo entender que simplemente había sido un mal sueño.
No tenía ganas de levantarse de la cama. La calidez envolvía su cuerpo y todo a su alrededor le hacía recordar tiempos mejores: su niñez y adolescencia. Las caras de sus amigos a los quince años le sonreían desde una de las paredes. Aunque faltaba Edward, cómo no. Sentía como si en su vida siempre hubiese faltado Edward; incluso ahora que lo conocía, cada momento que no estaba con él volvía ese vacío que significaba su ausencia.
—Maldita sea, ¿no puedes dejar de pensar en él ni por un segundo? —murmuró enfadada consigo misma.
El día pasó demasiado lento y aburrido para su gusto. Estaba sentada tranquilamente en un banco del jardín posterior de la casa leyendo, cuando sintió la vibración de su móvil.
—¿Sí?
—Isabella Marie Swan —gritó Alice desde la otra línea.
—¿Qué quieres, Alice? —preguntó cansada.
—¿Qué haces en Nueva Jersey?
—Comprar lana —bromeó, sabiendo que no había tenido gracia.
—¡Podrías hacer chistes mejores! No me puedo creer que no se te haya pegado nada de mi gracia después de veinte años—gritó la voz de Emmett por detrás.
—Lo siento Emmett, jamás podría superarte —suspiró, ¿para eso la habían llamado?
—Por cierto Bells, espero que tu reclutamiento no dure mucho… Supongo que lo habrás olvidado, pero este fin de semana abro mi local —comentó Emmett, que parecía preocupado porque su amiga no fuese.
—Estaré allí, Emm. No podría faltar. Por cierto, ¿cómo sabéis dónde me escondo?
—Mi madre nos avisó de que estabas allí —empezó a decir Alice, para luego parar drásticamente. Después de un murmullo general siguió—: También nos puso al día sobre “la situación”. Bueno, ella y Angela, que me llamó hace poco al ver que no habías ido al trabajo.
—Entiendo —dijo secamente Bella, sin querer entrar en el tema.
—Edward quiere hablar contigo —añadió rápidamente Alice.
—Me parece genial —se limitó a decir. Sabía que estaba siendo antipática con sus amigos, pero no tenía ganas de hablar de todo aquello.
—Bella, no seas tan difícil —pidió la voz de Rosalie de pronto—. Vuelve, por favor.
—Aquí se está bien —dijo después de unos segundos en silencio—. Tengo que irme… Gracias por llamar.
—Pero… —empezó a decir Alice.
—Hasta luego Alice, Rose, Emmett —se despidió y cortó la llamada. Había sido una estúpida, pero le daba igual. Ya tendría tiempo para disculparse, ahora sólo le apetecía seguir leyendo. Bueno, y quizás besar a Edward. O pegarle una patada.
Se sentía como una niña pequeña al volver a estar viviendo con sus padres. Hacía años que había empezado a vivir sola, como la mujer independiente que era. Sin embargo no podía dejar de pensar que era el sitio donde más cómoda podría estar en ese momento.
Su madre parecía haber entendido que era violento hablar de Edward, por lo que no lo nombró en todo el día. Su padre, por el contrario, parecía estar en la inopia; aunque Bella sabía que solía hacerse el tonto para evitar temas desagradables. Estaba interiormente agradecida con él, tendría que buscarle un buen regalo de navidad.
No tenía hambre, por lo que decidió saltarse la cena para tumbarse en la cama mientras escuchaba la música que salía de su viejo reproductor de CDs. Ojalá fuese un oficio… Estaba segura que ganaría millones si así fuera.
Empezó a sonar The Scientist de Coldplay y rápidamente pensó en cambiarla, era demasiado bonita como para arriesgarse a escucharla. Sin embargo su cuerpo no respondía a las órdenes que le daba y seguía tumbada, como una muñeca de trapo olvidada por su dueña.
—B-bella… —empezó a decir una voz desde la puerta, nada parecida a la de sus padres. Se incorporó y su nube particular de felicidad regresó al ver a Edward con sus característicos vaqueros gastados, un jersey azul de cuello en forma de pico y una de las inconfundibles camisas de cuadros por debajo. Parecía tan irreal como siempre, tan guapo como de costumbre y más triste que nunca—. ¿P-podemos hablar?
Bella se perdió en sus verdes orbes, llevaba dos días deseando el momento de volver a verle, pero ahora que lo tenía delante se sentía acobardada. Las palabras huían por su garganta en dirección contraria, hasta el centro de su estómago, para formar un nudo imposible.
—Claro —susurró, y llegó a pensar que no la había escuchado, pero al final Edward dio un paso titubeante hacia la cama para sentarse en ella tieso como un palo y hecho un manojo de nervios.
—No sé cómo ha podido pasar todo esto —empezó a decir, pasándose la mano por el cabello—. De verdad, Bella, Jessica Stanley no me interesa lo más mínimo — Bella tuvo que reconocer que el escalofrío que recorrió el cuerpo del chico al pronunciar aquel nombre fue una prueba a favor de lo que acababa de decir.
—Podrías haberme dicho que te ibas con ella —murmuró dolida, sin mirarle directamente a los ojos. Sin embargo no tuvo más remedio que alzar la vista cuando escuchó un bufido proveniente de él.
—Créeme, lo último que haría sería comer con ella —dijo entre dientes, sumido en sus pensamientos. Otro escalofrío le sacudió y Bella no pudo evitar sonreír tímidamente.
—Pero Jessica dijo que…
—Olvídate de lo que escuchaste —le cortó impacientemente—. Jamás tendría una cita con alguien que no fueses tú. Necesito que me creas, Bella.
La chica clavó sus ojos en los de él, intentando descifrar si estaba siendo sincero de verdad o si sólo quería evitarse una pelea.
—¿Y por qué estabas ocupado? —preguntó astutamente. Notó como Edward se tensaba a su lado.
—No te lo puedo contar —contestó encogiéndose de hombros.
—¿No piensas que tu historia tiene lagunas? —bufó ella, cruzándose de brazos.
—Bella, no puedo decir nada porque es una sorpresa —terminó diciendo mientras ponía los ojos en blanco. La chica no supo qué responder, al final resultaba que él sólo había querido sorprenderla. “Un momento…” Rápidamente plasmó su pensamiento en palabras.
—A mí no me gustan las sorpresas, pensé que lo sabías —dijo con el ceño fruncido. Edward soltó una risita mal disimulada.
—No es para ti —sonrió ante la cara de confusión de Bella.
—Pues no entiendo por qué no puedes contarme nada si no estoy involucrada.
Edward se masajeó las sienes, y Bella supo que estaba haciendo tiempo para buscar las palabras adecuadas.
—¿Nunca has guardado un secreto? —preguntó al fin. Bella se encogió de hombros.
—Siempre acababan sonsacándomelo, así que aprendí a contarlo todo por muy vergonzoso que fuese —respondió con total sinceridad. Edward ahogó una risa y la miró con ojos brillantes.
—Mira, te aseguro que no es nada de lo que tengas que preocuparte —sonrió como mejor sabía, intentando deslumbrar a Bella.
—¿Podrás contármelo algún día?
—Mucho más que eso —terminó diciendo crípticamente. Bella bufó sin entender nada, ¿acaso era tan difícil hablar como personas normales? El silencio hizo acto de presencia durante unos minutos, que Edward aprovechó para inspeccionar con la mirada cada centímetro de la habitación.
—Es como si tuviese ocho años de nuevo y estuviésemos escondidos en el armario para que Emmett no nos encontrase —comentó con una triste sonrisa. Bella abrió la boca asombrada.
—¿Te acuerdas de eso? —ella lo había olvidado por completo.
Cuando eran críos solían jugar al escondite durante horas, pero a gran escala. A veces se habían subido hasta al tejado, o incluso Alice, que era la de menor tamaño incluso había llegado a meterse en la lavadora. Un día que jugaban en su casa, Edward agarró a Bella y la condujo hasta el armario, donde rieron como tontos al ver que Emmett era incapaz de dar con ellos.
—Por supuesto —se encogió de hombros sin dirigirle la mirada, parecía concentrado en los recuerdos. Las mariposas se instauraron de nuevo en el estómago de Bella, haciéndola sentir la más feliz del mundo. Sin embargo su dicha duró poco, recordando lo decepcionada que se había sentido con Edward anteriormente. Puede que no hubiese salido con Jessica Stanley, pero la conocía y tenía incluso su móvil.
—¿Puedo preguntar por qué mi becaria tiene tu número? —inquirió como quien no quiere la cosa. Edward giró la cabeza hacia ella y levantó una ceja, divertido.
—¿Eso que huelo son celos? —bromeó, y tras ver la cara de furia de la chica, sólo necesito un segundo para entender que no era momento para sus tonterías—. Jessica Stanley tiene una sobrina ingresada, por lo que vino un día a verla y por desgracia me encontraba en la habitación. Sin embargo ahí se comportó decentemente; me preguntó quién era, cómo estaba la niña y eso. Fue una conversación normal, de las que tengo millones de veces al día con los familiares de los pequeños. A los días, la pobre niña empeoró y allí estaba Jessica antes que nadie, aunque creo que no estaba muy interesada en su salud, pero bueno, no era nadie para juzgarla. Me dijo que su hermana, la madre de la pequeña, estaba de viaje y que le había pedido que por favor le diese mi número de móvil para preguntarme dudas acerca de la enfermedad que tenía su hija. Encantado accedí... Nunca pensé que me estaba mintiendo —suspiró compungido—. Sin embargo, esa misma tarde empezaron a llamarme con número oculto, y claro, yo no lo cogía. Después me mandó cientos de mensajes los cuales ni leí, hasta que me cansé y le contesté diciendo que o me dejaba en paz o cambiaba de número.
—Suena muy a Jessica —sonrió ella tímidamente.
—Bella por favor, créeme —pidió, con ojos llorosos. El nudo del estómago de la chica se intensificó; quizás la preciosa canción de Coldplay que sonaba tenía mucho que ver. ¿Cómo podía quedar tan bien en esa situación?
—Edward, yo sabía que tenía que haber una explicación —dijo con un hilo de voz—. Sólo estaba esperando a que me la dieses.
—No hacía falta que te escondieses —susurró, acercándose a ella—. Jamás te haría daño Bella…
Sintió como las lágrimas se acumulaban en sus ojos, luchando por salir. Pero intentó ser fuerte por primera vez en su vida. Edward merecía que lo fuese.
—M-me duele sentir q-que no somos nada aún —Edward la miró extrañado—. Sé que el otro día hablamos, pero aún no me acostumbro a que estemos juntos. No creo que merezca estar contigo.
Edward rió por lo bajo y se puso junto a ella, sin miedo a ser rechazado. La atrajo hacia sí y beso su cabeza mientras la abrazaba con fuerza.
—Nadie se merece o no estar con alguien —le dijo al rato—. Siempre he querido estar así contigo, así que no dudes de mí.
—No dudo —susurró Bella, alzando la cabeza para quedar a centímetros de la de Edward—. Han sido los peores días de mi vida.
—Y los míos —respondió con una sonrisa triste—. Gracias a Dios Angela me llamó para contarme lo que había pasado, sino aún estaría llorando en mi habitación —soltó una risita por lo bajo y añadió—: Pero no se lo cuentes a nadie, no quiero que piensen que soy un sensible.
—Edward… —empezó a decir Bella, roja como un tomate. Chris Martin cantaba sin cesar, y las palabras resonaron en la mente de la chica “Questions of science, science and progress. Don´t speak as loud as my heart... Oh tell me you love me, come back and haunt me, oh and I rush to the start”. Suspiró y se pasó una mano por la frente—. Yo… Creo que yo… Dios, qué difícil es esto…
Edward sonrió torcidamente y acompañó al cantante de Coldplay en el momento exacto.
—Nobody said it was easy… —consiguió que a Bella se le encogiese el corazón al escucharlo cantar. ¿Es que todo lo tenía que hacer bien? Le dirigió una tímida sonrisa e intentó seguir.
—Edward —el ritmo cardíaco aumentó y el sudor frío llegó hasta sus manos—. Creo que te quiero.
El chico abrió los ojos desmesuradamente, lejos de esperar lo que acababa de decir Bella. Se pasó unos segundos en silencio, con la mente trabajando a toda máquina “Ha dicho que me quiere. A mí. Sólo a mí. No, no puede ser verdad”. Tardó en asimilarlo, pero poco a poco su cara empezó a cambiar la expresión y una enorme sonrisa surcó su rostro.
—¿Me quieres? —preguntó con un brillo desconocido para Bella en los ojos.
—S-sí —contestó tímidamente. Él no se pudo resistir y la tumbó en la cama para besarla ansiosamente mientras soltaba tiernas risitas de felicidad.
—Yo también te quiero Bella —le decía entre beso y beso—. Mi Bella…
No pudo evitar soltar un suspiro. Había estado tan preocupada de que él no sintiese lo mismo que ella que ni se le había ocurrido que todo podía acabar así, con un Edward desquiciado encima suya besándola sonoramente a cada segundo mientras repetía que él la quería más.
Había sido una estupidez huir, debería haber pensado que Edward no era como los demás hombres, no se dejaba guiar por las hormonas sino por lo que realmente siente. Sin embargo seguía sintiéndose poca cosa para él. No era más que la aburrida y sosa Bella Swan; aunque quizás a Edward le gustase eso, quién sabe.
—Por cierto, ¿cómo has sabido llegar? —quiso saber Bella al rato, mientras miraban al techo distraídamente, con la mente en otro sitio.
—Tengo un GPS —contestó simplemente Edward—. Iba a venir ayer por la noche, pero Seth se puso enfermo.
Bella saltó de la cama y lo miró con cara de horror.
—¿Qué le pasa a mi pequeño?
Edward alzó las cejas y rió divertido mientras la traía de vuelta a su lado.
—Tranquila, Mamá Osa —le dijo con una risita—. Sólo es un resfriado, ya sabes: tos, mocos, fiebre… Una mezcla muy agradable —bromeó, acariciando el cabello de ella.
—¿Pero está mejor?
—Sí, ya no tiene fiebre pero sigue con los demás síntomas. Estamos en invierno y es un niño… Es lógico que pille un resfriado, Bella —la tranquilizó—. Está en casa de mis padres ahora mismo. Por cierto, ¿qué le has dicho a mi madre? Me pegó en la cabeza con una espumadera cuando entré. Tenía prisa por lo que únicamente le dediqué una mirada confusa —Bella reía a carcajadas imaginándose a la frágil Esme arremetiendo contra su hijo con un utensilio de cocina.
—No le he dicho nada —puso los ojos en blanco—. Pensaba que estabas con Jessica y que me habías hecho daño.
—Veo que te prefiere a ti antes que a su propio hijo —comentó, haciéndose el dolido.
—¿Lo dudabas, Cullen? —preguntó juguetona. Edward rió y besó sus labios suavemente.
—No, nadie se podría resistir a tus encantos.
—Cállate —le apabulló avergonzada—. ¿Has cenado?
—No he comido mucho estos días —admitió con una sonrisa débil.
Bella se levantó ágilmente y le tendió una mano para ayudarlo a incorporarse. Edward la miró divertido desde la cama, sin moverse un centímetro
—Qué pasa, ¿sólo tú puedes ser un caballero?
—Sin comentarios —dijo divertido y se levantó cogiendo su mano. Bajaron hasta el primer piso, donde los padres de Bella estaban viendo la televisión distraídamente.
—Oh, Bella… —se le escapó a su madre al verlos llegar con las manos entrelazadas. Sin embargo, un segundo después una enorme sonrisa apareció en su cara al mismo tiempo que le daba un golpe a Charlie para que mirase a los chicos.
—Hola Edward, no te había visto llegar —saludó, levantándose para saludar al chico—. Hace años que no te veo, déjame que te mire bien —bromeó, palmoteando el brazo de Edward—. Veo que me has robado a mi niña…
—Papá… —lo cortó Bella, muerta de vergüenza.
—Tranquila tonta, no voy a decir nada más. Le dejo eso a tu madre —rodó los ojos al escuchar las palmadas de felicidad que daba su esposa a sus espaldas—. Me alegro mucho por vosotros, tenéis mi bendición. Aunque eso ya no se lleva… —sacudió la mano y les dirigió una sonrisa sincera a los dos.
—A mí también me alegra verte de nuevo Charlie, quizás un día me puedas incluir en una sesión de pesca, como cuando tenía diez años —rió, recordando lo bien que se llevaba por aquel entonces con el señor Swan simplemente por el hecho de interesarle mínimamente la pesca. No le apetecía pescar ahora mismo ya que prefería pasar su tiempo libre con Bella, pero quería seguir cayéndole bien al padre de su novia. “Novia. Qué bien suena” pensó distraídamente y se perdió la mirada llena de orgullo que le lanzó Charlie Swan.
—¡Por supuesto, muchacho! Mañana mismo si quieres —había un deje de súplica en su voz que a ninguno les pasó desapercibido—. Avisaremos a Carlisle también, y nos podemos llevar a tu pequeño, así va entrando en la tradición familiar.
Bella sintió que sus mejillas se coloreaban, sin embargo su madre bufaba.
—¿Tradición familiar? Eres el único de esta familia que pesca, querido —comentó, volviendo a sentarse en el sillón. Charlie puso los ojos en blanco y negando con la cabeza se dirigió a los chicos de nuevo.
—Supongo que mañana es muy precipitado. Ya lo planearemos con más calma —Sonrió feliz al ver que Edward asentía alegremente.
—Tendremos esa sesión de pesca, Charlie. No lo dudes —le dijo mientras ponía una mano en el brazo del padre de Bella—. Vaya, has ido al gimnasio desde la última vez que te vi, ¿no?
Charlie rió alegremente.
—Sólo para echar un pulso con el granuja de tu hermano. Lleva veinte años retándome y no me va a ganar ni una vez más.
Bella observaba la escena embelesada. Sabía que sus padres sentían una adoración sin límites hacia los hijos de sus amigos. Los Cullen y los Hale siempre habían estado con ella a todas horas. De hecho, cuando era pequeña, Bella pensó que no habían tenido más hijos porque ya consideraban a todos aquellos niños como suyos.
Sonriendo se encaminó hacia la cocina para ver qué podía preparar a esas horas de la noche sin complicarse demasiado. Se sorprendió cuando los dos hombres la siguieron, aún hablando animadamente entre sí.
Charlie siempre se había reído mucho con Emmett, pero Bella sabía que se sentía más unido a Edward. Los dos eran tímidos, tranquilos y ambos tenían la capacidad de crear silencios cómodos. Cuando el chico se fue el señor Swan lo lamentó con creces, pero al ser tan reservado nadie que no lo conociese lo notó.
Mientras Bella preparada una ensalada escuchaba la conversación de los hombres, que iba sobre la vida de Edward durante esos años de ausencia.
—Papá, ¿quieres cenar algo? —preguntó, interrumpiéndolos.
—No, cariño. Ya he comido —sonrió su padre—. Cenad tranquilos, voy al salón que tu madre quiere ver una película —palmoteó fuertemente la espalda de Edward—. Siéntete como en tu casa, pero cuidado con ponerle las manos encima a mi niña, ¿eh? —advirtió seriamente mientras señalaba el perchero que estaba en el pasillo, donde colgaba su cinturón con la pistola de policía. Edward se atragantó con su propia saliva mientras su cara se teñía de un nada discreto color escarlata. Bella por su parte escondió su rostro girándose abruptamente y Charlie rió, divertido por la situación que acababa de crear.
—Sólo bromeaba —dijo entre carcajadas—. Bueno, en realidad no, pero sé que seréis buenos —y diciendo esto se marchó de la cocina, dejando a los avergonzados jóvenes sin saber qué decir.
—Ha sido interesante —suspiró Edward mientras ayudaba a la chica a poner la mesa.
—No, ha sido vergonzoso —le corrigió ella, que aún tenía las mejillas sonrosadas—. Pero te quedarás esta noche ¿verdad?
Edward sonrió maléficamente y la atrapó con sus largos brazos.
—¿Lo dudabas? Prefiero llevarme un tiro del jefe Swan antes que dormir lejos de ti.
—Sólo espero que mi padre no haya escuchado eso —respondió ella con una risita mientras besaba la recta nariz del chico.
.
Cenaron con tranquilidad, disfrutando tanto como podían de la compañía del otro.
—Chicos, nosotros nos vamos a acostar ya —anunció Renée entrando en la cocina—. Edward, te he dejado un pijama viejo de Charlie en el cuarto de Bella.
—Muchas gracias, Renée —sonrió Edward—. Que descanses bien.
—Buenas noches, mamá.
—Por cierto, antes de que se me olvide —dijo rápidamente Renée—. ¿Os podéis quedar mañana a comer?
Bella miró a Edward, que seguía sonriendo educadamente.
—He pedido el día libre y Seth está aquí, por lo que no tengo ningún problema.
—¡Estupendo! Tu madre llamó antes para saberlo. Queríamos organizar una comida y así pasar un poquito más de tiempo con vosotros, que no hay quien os vea el pelo. Además, Esme llamará a Alice y a Emmett, ¡será genial!—con una sonrisa de felicidad Renée abandonó la cocina precipitadamente.
—Se me había olvidado que tu madre tenía la misma energía que mi hermana —bromeó Edward.
—Y eso que ya se está haciendo mayor… —suspiró Bella recordando todos los momentos vividos con la infantil pero encantadora Renée. Sin poder evitarlo, soltó un disimulado bostezo que hizo a Edward sonreír tiernamente.
—¿Tan cansada estás?
—Es difícil descansar cuando no estamos bien —contestó algo cohibida.
—Sé lo que quieres decir, lo he vivido —suspiró él sin ganas de recordar uno de los momentos más angustiosos de su vida. Bella se limitó a sonreír tristemente. El hecho de que una tontería los hubiese separado no la alegraba demasiado. ¿Tan débil era la confianza que tenían? Debería hablarlo con Edward, aunque antes debería aclararse a sí misma.
—¿Vamos a la cama? —propuso él, sacándola de su ensimismamiento.
—Claro —se levantó rápidamente para recoger lo que habían estado usando; a los pocos segundos Edward ya estaba ayudándola—. Puedo hacerlo yo sola.
—Para nada, compañera —dijo él negando con la cabeza mientras metía en el lavavajillas los cubiertos sucios—. ¿Piensas que te voy a dejar hacerlo todo? Tiene que ser aburrido vivir contigo —añadió mofándose de ella.
—Alice y Rose jamás han tenido una queja —se defendió, sacándole la lengua como si fuese una niña pequeña.
—Bueno, ellas tampoco son muy normales —rió él a carcajada limpia. Bella lo miró indignada, con las manos en la cintura.
—Eres consciente de que una de ellas es tu hermana melliza, ¿verdad?
—Por eso mismo, la conozco demasiado bien —añadió mientras se secaba las manos con un trapo de cocina—. ¿Subimos?
Bella asintió, se sentía muy cansada. El día anterior no había dormido más de tres horas pero sabía que esta vez, en cuanto las sábanas la rozasen entraría en sueño profundo gracias a la paz interior que Edward le infundía.
—Puedes cambiarte aquí —le dijo cuando entraron de nuevo en el pequeño dormitorio—. Yo iré al servicio.
—¿Te da vergüenza desnudarte delante de mí? — Edward sonrió seductoramente a la vez que se acercaba a ella para tomarla por la cintura.
Bella sintió como le ardían las mejillas y por el bien de su salud mental se separó unos centímetros de su cuerpo.
—Ed-dward —empezó a decir—. No creo q-que sea adecuado… Ya sabes, mis padres…
El chico la miró divertido y, depositándole un último beso en los labios, se separó para sentarse en la cama y empezar a quitarse los zapatos. Bella respiró aliviada y se dirigió al armario para sacar un pequeño pijama que usaba cuando era adolescente. Estaba resignada por no tener otro que tapase más zonas de su cuerpo; la noche anterior no le había dado importancia porque durmió sola pero hoy estaba él. En la casa de sus padres. No, no era nada apropiado.
Como era o eso o dormir con vaqueros, fue hasta el servicio de la segunda planta, abatida. Intentó alargar el proceso todo lo que pudo, pero no podía pasarse en el cuarto de baño toda la noche por lo que suspirando se dio una última mirada en el espejo y salió de allí estirando el pequeño camisón negro, en un vano intento de hacerlo más largo.
—Vaya, va a ser una noche interesante —comentó mordazmente Edward al verla entrar a paso rápido en la habitación con la mirada en el suelo. En un tiempo récord alcanzó la cama, donde ya estaba el chico tumbado con la espalda reposando sobre la cabecera, y se metió cubriéndose con las mantas hasta el cuello—. Así no tiene gracia, Bella.
—Es que realmente no la tiene —le contestó poniendo los ojos en blanco—. Es el único pijama que dejé aquí. Ya sabrás el porqué…
La carcajada de Edward resonó por todo el dormitorio.
—Pues desearía que te lo llevases y lo usases más a menudo —le susurró al oído maliciosamente.
—Es un pijama que me regaló tu hermana cuando tenía diecisiete años, Edward. Deberías avergonzarte.
—Estoy seguro de que si ahora tuviésemos esa edad te habría dicho lo mismo –dijo él encogiéndose de hombros—. Lo que habría pagado yo con diecisiete años por ver a Isabella Swan semidesnuda… —murmuró para sí soltando un suspiro. Bella no pudo evitar soltar una risa histérica y él se hizo el ofendido—. ¿Qué pasa? ¿Tú no tenías hormonas o qué?
—Ah, pero… ¿estabas hablando en serio?
—Bella, mírate en el espejo de una vez –le pidió con voz cansada, aunque parecía divertido por el rumbo que estaba tomando la conversación—. Con ocho años ya tenías detrás a niños pesados que intentaban compartir contigo los lápices de colores —recordó y no pudo evitar bufar. Bella lo observaba intentando aguantar la risa.
—¿Debo suponer que eso te afecta?
—No —y sonrió abiertamente para añadir—: porque siempre cogías los míos.
—Tenías los más bonitos —explicó ella, con las mejillas encendidas. Aquel debía ser el límite de su vergüenza, no era posible que se estuviese abochornando por cosas que había hecho con menos de diez años.
—No, los mejores eran los de Alice —dijo tajante él—. Pero no me quejo, me encantaba compartir mis cosas contigo. Y me sigue gustando; de hecho he dejado que te apropies de mi hijo —rió alegremente y Bella le dio un codazo.
—¿Debería darte las gracias por compartir a Seth conmigo?
—No, soy yo el que te tiene que agradecer que lo hayas incorporado a tu vida. Gracias, de verdad. Es muy importante para mí —besó suavemente los labios de Bella, la cual sonreía como una tonta.
—¿Sabes? Siento como si fuese de verdad mi hijo —susurró, acurrucándose en el pecho de Edward, que se había tensado momentáneamente—. ¿Te molesta? —levantó la cabeza para ver su reacción y se sorprendió al ver la emoción brillar en sus esmeraldas.
—Me acabas de hacer el hombre más feliz del mundo —suspiró tiernamente, a la vez que la abrazaba con fuerza—. Será mejor que no le digas eso a Seth a menos que quieras matarlo de felicidad.
Bella sonrió estúpidamente contra el pectoral de Edward. No sabía cómo había podido tener tanta suerte pero de un día para otro tenía una familia. Fantaseo durante unos segundos, se imaginó recogiendo a Seth del colegio cada día, esperando a que Edward saliese del trabajo y durmiendo con él cada noche del resto de su vida. ¿Era posible que un ser humano experimentase tal dicha? Sumida en sus pensamientos no notó como su acompañante empezaba a cabecear, quedándose dormido aún apoyado en el duro cabezal de la cama.
—Edward —lo llamó suavemente—. Túmbate, anda, necesitas dormir.
En total inconsciencia el chico le hizo caso y ella aprovechó su libertad momentánea para taparlo con todas las mantas que tenía y apagar la luz.
—Buenas noches, mi Bella —le susurró él con voz ronca.
—Descansa —murmuró ella, recostándose de nuevo contra su pecho y quedándose dormida momentáneamente.
Bella se levantó más temprano que de costumbre la mañana siguiente. Sabía que podía descansar más pero no podía seguir en la cama sin sentir la tentación de despertar con besos apasionados a aquel Dios griego al que estaba abrazada.
Bostezando se levantó y cogió unos vaqueros, una camisa y una bonita chaqueta antes de encaminarse hacia la ducha. Cuando caminó por el pasillo en dirección a esta notó que su madre ya estaba despierta, andando de un lado para otro en la planta baja por lo que decidió darse prisa y ayudarla.
Una vez completamente vestida y peinada decidió maquillarse, no quería desentonar al lado de la belleza natural que poseían tanto Edward como Seth. Cuando se dio el visto bueno fue en búsqueda de su madre, que se encontraba en la cocina preparando una de sus salsas especiales para carne.
—Buenos días, mamá —saludó Bella besando su mejilla. Su madre le dirigió una mirada radiante.
—Buenos días, mi amor. ¿Dónde está Edward? —quiso saber, mirando por detrás de su hija.
—Duerme todavía.
—¿Habéis arreglado las cosas, verdad? —preguntó esperanzada. Al ver que Bella asentía con la cabeza no pudo evitar soltar un grito de alegría.
—Era todo un malentendido —sonrió Bella ante el entusiasmo de su madre.
—¡Tengo que llamar a Esme ahora mismo! —exclamó, corriendo al por el teléfono inalámbrico. Bella puso los ojos en blanco pero no fue a impedírselo a sabiendas de que era inútil. Cogió uno de los delantales que su madre poseía y sacó los ingredientes necesarios para hacerle una tarta de chocolate a su pequeño.
Renée volvió a aparecer unos minutos después y se fijó en el cariño con el que su hija preparaba el postre.
—Es para Seth, ¿verdad? —Bella no pudo evitar sobresaltarse, ni siquiera había notado que su madre había vuelto de su cháchara.
—Sí, le gustan mucho los dulces.
—No se me olvidará —sonrió Renée. Bella era consciente de que su madre se había convertido en una estupenda cocinera después del cursillo de cocina que hizo con Alice y que no dudaría en hacerle el pastel con más chocolate del mundo a Seth la próxima vez que supiese que lo iba a ver.
—Buenos días, señoritas —la aterciopelada y masculina voz de Edward sonó desde la entrada de la cocina y ambas se giraron para verle. Estaba despampanante con una camisa beige de finas rayas y unos vaqueros oscuros. Bella notó como su madre soltaba una risita de adolescente y bufó harta por el comportamiento que su hombre despertaba en las féminas.
—Buenos días —respondió Bella—. ¿Quieres desayunar? —Edward negó con la cabeza y se aproximó remangándose las mangas de la camisa hasta los codos para ayudarlas.
—Buenos días, cariño —dijo a su vez Renée, que había vuelto la vista al pollo que estaba preparando. Cuando vio que el chico se posicionaba a su lado para empezar a cortar las verduras que estaban dispuestas sobre la encimera de forma maestral y a una velocidad vertiginosa se quedó boquiabierta— ¿Sabes cocinar?
—Por supuesto, llevo viviendo solo demasiado tiempo –respondió con una triste sonrisa.
—Pero ahora no estás solo, eres un invitado, por lo que te quiero en el salón viendo los deportes en la televisión como todos los hombres del mundo —pidió Bella, apuntando la puerta de la cocina con el cucharón que llevaba en la mano.
—No me gustan los deportes —respondió con una risita Edward—. Así que deja que ayude a tu madre.
—¿N-no t-te gustan los d-deportes? —repitió Renée, incapaz de creérselo—. ¿P-prefieres cocinar a ver la televisión?
—Mmmmh… ¿sí? —Edward parecía confundido, no sabía si lo que había admitido estaba bien o mal bajo el punto de vista de la madre de Bella.
—Dios mío hija, te ha tocado la lotería —silbó con admiración Renée y Bella estalló en risas.
—No todo el mundo es como papá, mira a Carlisle.
—Es verdad… La genética es lo que tiene —añadió sonriendo a Edward, que miraba divertido la escena.
—Bueno, Emmett es mi hermano e hijo de mi padre y siente obsesión por todo lo que tenga que ver con hombres en pantalones cortos y pelotas —bromeó Edward recalcando el doble sentido de sus palabras con un guiño dirigido a las mujeres, que empezaron a reír alegremente.
—Si Emm escuchase eso… —suspiró Bella cuando su risa se calmó.
Siguieron cocinando y a las once y media de la mañana se prepararon un desayuno consistente en café y tostadas que engulleron a toda prisa.
—¿Vamos a recoger a Seth? —propuso Bella a Edward.
—Claro, tiene muchas ganas de verte —la chica sintió un nudo en el estómago al recordar el tiempo que había estado lejos de él sin darle ninguna explicación—. Tranquila, no sabe nada. Le dije que habías venido a ver a tus padres y que después volveríamos todos juntos.
—Gracias… —susurró Bella avergonzada. Edward besó su cabeza y subió de dos en dos los escalones que llevaban a la planta de arriba para regresar a los segundos con su abrigo y el de Bella la cual lo cogió agradecida y se lo puso antes de abrir la puerta principal.
La casa de los señores Cullen estaba justo en frente de la de los Swan por lo que llegaron en unos cuantos pasos. La fachada era muy parecida a la de los padres de Bella aunque el jardín estaba adornado con otro tipo de flores, todas en una gama de deslumbrantes blancos. Una hermosa melodía resonó en el interior de la vivienda al pulsar Edward el timbre.
—¡Pero mira a quién tenemos aquí! —exclamó Carlisle con su perfecta sonrisa al abrir la puerta principal. Bella vio como andaba grácilmente hasta ella para abrazarla con cariño, como si fuese una hija— Hace mucho que no te veo, Bella. ¿Cómo estás?
—Muy bien, Carlisle. Trabajando duro, como siempre.
—He oído que te ha tocado la lotería con una empresa, ¿no? —bromeó él mientras los invitaba a pasar al interior con un gesto de la mano.
—Una auténtica locura, quién me iba a decir a mí que acabaría siendo creativa de Disney —suspiró Bella.
—Mi pequeña se ha convertido en una mujercita importante —rió él y después posó la vista en su hijo al que le dio otro abrazo—. Venís buscando a Seth, ¿me equivoco?
—Sí, queríamos dar una vuelta con él —sonrió Edward—. Espero que no haya dado ningún problema.
Carlisle negó energéticamente mientras abría la boca para contestar, sin embargo una voz aguda se le adelantó.
—¡Me he portado muy bien! —chilló Seth bajando las escaleras—. ¡¡Bella!! Te he echado mucho de menos —exclamó corriendo hacia los brazos de la chica.
—Y yo a ti, cariño —le dijo siendo totalmente sincera. Aquel niño se había adueñado del corazón de todos tan rápidamente que daba miedo.
—Seth, ¿quieres dar un paseo con Bella y conmigo? —le propuso Edward revoloteándole el pelo.
—¡Síii! —su entusiasmo era contagioso ya que salieron de la casa entre risas, cogiendo cada uno una de las pequeñas manos de Seth.
Carlisle no pudo evitar quedarse en el umbral viendo como se alejaban calle abajo, con una enorme sonrisa coronando su inmaculado rostro al cual ya se le notaban los síntomas de la edad.
—¿Qué te tiene tan contento? —preguntó Esme abrazándolo por detrás. Se dio la vuelta y besó la nariz de su amada esposa antes de responder.
—El hecho de que Edward haya encontrado al fin lo mismo que hace treinta cortos años encontré yo.
Esme no pudo evitar soltar una risita de mujer completamente enamorada.
—Espero por tu bien que eso no haya sido una insinuación a mi edad, doctor Cullen.
Y riendo como si fuesen adolescentes entraron en la vivienda para terminar de preparar las cosas que llevarían a la comida familiar que iba a celebrarse en cuestión de horas.
31 comentarios:
POR QE ME TIENE QE GUSTAR TANTO!!!!! PORQEEEEEEEEEEEEEEEEE!!???
AMO ESTA HISTORIA jajaj
me parese qe los capitulos tienen qe ser mas lagos!! jejeje
Un beso.!
O POR DIOS LA ESPERA VALE LA PENA.
que bueno que no demoraron mucho tiempo separados o estaria muy ttriste. besos claire y gracias por la historia que me tiene enamorada jajaajaj
y quisiera que no se acabara mmmmmmmm
+ + + + +
xxxx adrix
que bonito por dios no puede haber hombre mas perfecto q el
otro capitulo porfa
que pesa la jessica
acosadora
menos mal que lo an arreglao todo
no podia imaginar que estuvieran separaos
porfin lo arregalron bieeeeeeeeeeeenn
sabia yo que edward no podia quedar con jessica
la acosadora deberian de denunciarla
eso eso denuncarla por hacerle todo eso a bella
que fuerte con el camison jajajajajaaj
valio la pena la espera gracias claire y sobre todo a laura por escribir la historias
soy las mejores muchos bss a las dos
que mono edward yo quiero uno asi
esque no se puede estar enfadada con el es imposible
vamos yo lo perdonaria antes
aunque claro no hay nada q perdonarle
y con la sorpresa como le va a decir nada si lo suelta todo y seguro q es para seth
qye wena cuando dice q quiere a seth como si fuera su hijo
y quien no si es simpatiquisimo y es adorable
edward te casas conmigo y criamos juntos a seth
yo no desconfiaria de ti nunca
no vale edward es de todas no te lo puedes quedar para ti sola
Prefiero llevarme un tiro del jefe Swan antes que dormir lejos de ti.
QUE BONITO
si la dueña es bella y ella muy linda lo comparte con todas nosotras. y es que sabe k las cosas buenas ahi k compartirlas con el mundo, o no??. besos byeee
tienes razon
otro capitulo porfavor
otro capitulo porfavor
queremos otro capitulo
para quien sera la sorpresa de edward
?
hasta esta hora lo pude leer!!!! valio la pena spera x ste capitulo, ya sabia yo q alguna buena explicacion habia para q jessica tuviera el número d edward...
sigue mi vicio con la historia al igual q con L.L.C... casi platónico tmb me gusto y el previo d solo para chicas me agrado bastante... uhhh me agrada tener mucho para leer jejeje
otro cap porfa
que fuerte que fuerte que fuerte
uy esa jessica que pesada es que no quiere na contigo
q edward solo quiere a bella
que romantico es nuestro edward
que exito esta teniendo estos capitulos
la verdad que esta muy interesante
OTRO CAPITULO!! OTRO CAPITULO!!OTRO CAPITULO!! OTRO CAPITULO!! OTRO CAPITULO!! OTRO CAPITULO!OTRO CAPITULO!! OTRO CAPITULO!!
Esto se me esta llendo de las manos, AMO ESTE FIC,
en realidad me gustan TODOS!
Besos desde su mas Grande Seguidora Argentina!!
Mariaa!=)
Chicas, lleguemos a los 30 comentarios, a ver si publican otro!!!!!!!!!!
PORFAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!
CLAIRE IMAGINATE A SETH HACIENDO UN PUCHERO Y JUNTANDO SUS MANITOSSSS ROGANDOTEE POR NUESTRA FELICIDAD!!!!
ok pero creo que mejor se imagine a edward dandole una sonrisa de las que dejan mudas para que nos regale otro cap. y si chicas ahi k demostrarle a claire k nos tiene locas por la historia
:( :´(
aunk la imagen perfecta seria seth y alice haciendo puchero y a el adorable de edward y su adorable sonrisa. yo creo k no me resistiria a esta forma de pedir algo no crees claire jajaja besos
y no te preocupes sabemos k tienes tus cosas k hacer.
solo k nos tienes loquitas a todas jaja
bye adrix
Esta muy bien, yo tengo unas cuentas ideas para esta historia... pero no las kiero poner aqui. si kieres me dices y hablamos y te digo las ideas y las realizas si quieres.
Un saludo a tod@s! y a ver ese siguiente capitulo :-)
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