miércoles, 24 de febrero de 2010

All You Need is Love


Y...aqui el otro capi XD...espero compense la demora besos chicas

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Cena de negocios

Los segundos pasaron y Edward cada vez estaba más nervioso. ¿Por qué Bella no contestaba? Quizás había sido demasiado precipitado, debería haber esperado un tiempo antes de lanzarse a algo de esa envergadura.

Bella por su parte estaba en shock. Se sentía estúpida por haber llegado a pensar en matrimonio. Ni siquiera lo entendía, ella odiaba todo lo que tuviese que ver con eso, no se sentía preparada aún. Sin embargo no se esperaba aquello, no es que no tuviese ganas, sólo la había cogido desprevenida, nada más.

—Esto… Bueno Bella, no pasa nada si no estás de acuerdo —empezó a decir nerviosamente Edward, pasándose la mano libre por el cabello—. Sé que es una tontería, vivimos lo más cerca posible, pero aún así hay días que pienso que no te veo todo lo que podría. Y quizás si estuviésemos bajo el mismo techo muchas dudas estúpidas desaparecerían y confiaríamos más el uno en el otro. Aunque yo confío totalmente en ti —añadió rápidamente—. Además, a Seth le vendría bien una figura femenina, no es bueno que tenga un solo referente… —Bella sonrió, lo último había sonado a escusa improvisada. Suspiró profundamente y cerró los ojos unos segundos.

—Edward, claro que quiero vivir contigo —siguió sonriendo al ver cómo la cara del chico empezaba a brillar de la emoción—. Simplemente no me imaginaba que fuera esto, siento haber reaccionado mal. No sé cómo has podido pensar que no me gustaría vivir a tu lado.

—Me haces tan feliz… —murmuró él, acercándose para besar su pequeña nariz—. ¿Qué te parece si hacemos el brindis?

Bella levantó la copa y tras un carraspeo eligió las palabras para su pequeño discurso.

—Por los nuevos compañeros.

—Venga Bella, esto no es la Universidad de nuevo —rió Edward y después añadió—: Por la feliz pareja.

—Sí, eso suena mejor —admitió y chocó su vaso con el del chico, riendo como tontos.

—Te he comprado un cepillo de dientes —comentó él encogiéndose de hombros—. Pensé en envolverlo y dártelo, pero me pareció muy cliché.

—Sería una escena perfecta para una película —bromeó Bella—. ¿Empezamos a vivir juntos desde ahora? ¿Voy a por mis cosas? ¿O te traes las tuyas a mi casa? ¿Hay alguna norma? —no sabía muy bien como vivir con un chico, el único hombre con el que había convivido era Charlie, su padre, y dudaba que fuese igual. Edward por su parte miraba divertido a Bella, que tenía el cejo fruncido por todas las preguntas sin respuesta que estaba lanzando.

—Tranquila, no te agobies —dijo al fin—. Había pensado que podrías venirte aquí puesto que el cuarto de Seth está preparado ya. Puedes tener una habitación para tus ordenadores o ir a trabajar a tu piso, como prefieras.

Bella pasó la vista a su alrededor estudiando cada centímetro de la conocida casa, la que ahora pasaría a ser su hogar. Ese hogar por el que había soñado durante años, un sitio donde ser feliz con alguien a su lado.

Miró por último a Edward, convencida de que cada vez que lo hacía se enamoraba más y más de él. El chico, sumido en sus pensamientos irradiaba felicidad ante la perspectiva de vivir con Bella.

—No me importa donde esté mi equipo de trabajo —sonrió Bella, soltando la copa en la mesa y acercándose a Edward para pasar los brazos a lo largo de su cuello—. Ahora mismo sólo puedo pensar en que vamos a ser una parejita feliz de las que salen en revistas —bromeó a la vez que se ponía de puntillas para besarlo.

Edward rió con ganas y la atrajo más a su cuerpo, necesitándola cerca.

—Mañana se lo diremos a Seth. ¿Qué te parece si te recojo del trabajo y vamos a comer los tres juntos? —propuso entusiasmado.

—Me encanta la idea —aceptó ella y sin poder evitarlo soltó un bostezo—. Lo siento, estoy algo cansada.

Edward sonrió maliciosamente y antes de que Bella pudiese hacer nada para evitarlo la cogió a estilo nupcial para llevarla hasta el dormitorio que compartirían desde ese momento en adelante.

—¡Bájame Edward! —chilló Bella pataleando. Aunque le daba vergüenza que cargara con ella en el fondo estaba agradablemente sorprendida; Mike jamás habría hecho algo así—. Se supone que sólo los recién casados entran así en las habitaciones —se quejó Bella, pero luego se enojó consigo misma tras darse cuenta de que había nombrado su tema tabú.

—¿Me estás proponiendo algo, Swan? —aunque el tono con el que Edward había hablado dejaba ver que simplemente estaba bromeando Bella se revolvió entre sus brazos, más avergonzada aún. Edward la depositó en la cama y fue a buscarle la camiseta que siempre usaba como pijama las veces que se había quedado a dormir allí. Al ver que Bella seguía sonrojada sonrió—. ¿Tanto te molesta?

—¿Eh? —Bella había estado perdida en sus pensamientos y no le encontró el sentido a la pregunta que Edward le había hecho hasta que no pasaron unos segundos—. Ah, bueno no me resulta agradable. Supongo que nunca me ha gustado pensar en el matrimonio por el simple hecho de que convivía con parejas perfectas. No tenía una relación amorosa como las de ellos, por lo que supongo que siempre estuve un poco frustrada —contó mientras veía como aquel ser humano tan perfecto que se encontraba delante suya se desnudaba para ponerse el pijama. Sacudiendo la cabeza empezó a imitarlo.

—Entiendo —dijo simplemente él. Estaba dolido por el hecho de Bella no considerase la relación que tenía con él como digna de aspirar al matrimonio. Era pronto, sí, pero al menos tenía claro que quería pasar el resto de su vida con ella. Decidió no darle más vueltas al asunto y fue a tumbarse al lado de Bella, echando por encima de ellos las mantas que cubrían la cama.

—Buenas noches —bostezó Bella, acurrucándose contra Edward.

—Duerme bien —respondió—. Mañana entras a primera hora, ¿verdad?

—Sí, a las ocho y media debería estar por allí.

—Pues entonces yo seré tu despertador —sonrió él plantándole un beso en la frente.

—Eso suena genial —murmuró Bella con un hilo de voz. A los pocos minutos se quedó profundamente dormida y Edward, que también estaba muy cansado no tardó en conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, un somnoliento Edward se desperezó no muy consciente de que Bella estaba a su lado, aún profundamente dormida. Se sentía exhausto y eso que había descansado más de ocho horas, lo que recomendaban los médicos. Se tocó la frente y notó al instante que estaba más caliente de lo habitual por lo que bufó, molesto ante la posibilidad de estar enfermo. Con mucho cuidado para no despertar a su acompañante se dirigió al botiquín que estaba en su cuarto de baño y sacó un termómetro, el cual colocó en su axila derecha.

Mientras esperaba que el aparato sonase se dedicó a mirarse en el espejo. El Edward del reflejo tenía los ojos ligeramente llorosos y tanto las mejillas como la nariz extremadamente sonrojadas. Su malhumor empeoró cuando se notó congestión nasal y unas enormes ganas de estornudar, pero cuando su mosqueo se consolidó fue al ver que tenía 38º de temperatura.

Con un fuerte gemido lastimero se metió de nuevo en la cama, despertando así a Bella.

—¿Edward? —preguntó frotándose los ojos—. ¿Qué pasa?

—Cuídame —exigió, formando un puchero. Bella soltó una risita y después se fijó más en su cara.

—¿Estás bien? Tienes los cachetes muy rojos —puso una mano en ellos y se sorprendió cuando notó que estaban calientes.

—Tengo fiebre —dijo él, adelantándose a su pregunta—. Y mocos —movió las cejas en un intento de parecer sexy y Bella soltó una carcajada. Sólo Edward podía comentar algo como que la congestión nasal por culpa de la mucosidad era sensual.

—Eso ha sido una asquerosidad —comentó—. Supongo que Seth te lo ha pegado.

—Ese maldito niño —dijo entre dientes, mientras fruncía el ceño—. Seguro que es una venganza por hacerle tomar tantas medicinas.

—Sí Edward, estoy segura —Bella puso los ojos en blanco—. ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a ir a trabajar así?

Edward lo meditó por unos instantes y Bella no pudo evitar soltar una risita al ver que se había tapado tanto con la manta que sólo sus ojos quedaban a la vista.

—Es algo complicado —su voz era difícil de entender, ya que hablaba bajo las sábanas—. Si no voy muchos niños enfermos que no podrán ser atendidos por mí, un gran profesional. Sin embargo, si voy todos los que estén a mi alrededor corren el riesgo de enfermar por lo que tendré el doble de trabajo al tener que tratarlos.

—Sí, es todo un dilema —sonrió Bella, acariciando la maraña de pelo cobrizo que estaba sobre la almohada, completamente despeinado. En ese momento Edward estornudó y Bella añadió—: Voy a llamar al Hospital, no puedes ir en estas condiciones. O quizás sí que deberías ir, pero como paciente.

Los ojos de Edward se pusieron en blanco.

—Puedo diagnosticarme a mí mismo, Bella. Pero tienes razón, tengo que llamar —fue muy cómico ver como sacaba con cuidado un brazo de debajo de las sábanas para coger el teléfono inalámbrico que estaba sobre su cargador en la mesilla de noche, mientras que con la otra aferraba con fuerza las mantas para que no se moviesen un centímetro de donde estaban, ocultando todo su rostro.

Con destreza marcó un número en el teléfono y se lo llevó a una oreja.

—¿Hola? Buenos días, soy el doctor Cullen. No, no, el hijo. Verá, llamo para avisar de que me he puesto enfermo, tengo gripe y no creo que sea adecuado ir al hospital y exponer a mis pacientes. Sí, ayer tampoco pude ir por motivos personales… —miró a Bella, que estaba muy entretenida escuchando la conversación y le guiñó un ojo—. En realidad, los motivos personales eran que mi hijo de cinco años se puso enfermo. Sí, ya sabe como son los niños… La cosa es que nadie se podía encargar de cuidarlo y no podía dejarlo así… Claro, si tiene una hija lo comprenderá… No, tengo pareja pero en ese momento estaba de viaje por el trabajo… —Bella bufó por lo bajo y Edward le dio con el pie—. Entiendo, bueno pues muy amable. Que pase un buen fin de semana.

Bella le dirigió una mirada inquisitoria.

—¿Cómo puedes tener tanta cara? —preguntó divertida—. Te aprovechas porque sabes que puedes conseguir todo con las mujeres, te debería dar vergüenza.

—Eh, que me ha cogido dos del total de mis días libres —dijo él haciéndose el ofendido—. Aunque le ha enternecido saber que soy un padre responsable, supongo que he ganado puntos con ella.

—Eres increíble —bufó Bella, mientras se levantaba de la cama.

—¿No te puedes quedar para cuidarme? —preguntó Edward desde debajo de las mantas, poniéndole ojitos a Bella.

—No seas crío —rió ella—. Tengo que ir a la oficina, hoy tenemos la reunión de fin de año. Ya sabes, se hace balance de todo lo que ha pasado en este año y se prevén las próximas cuentas.

Después de convencer a Edward de que su presencia en la oficina era absolutamente necesaria fue a vestirse a toda prisa, ya que se le había hecho tarde. Corriendo como una desquiciada alcanzó un taxi, donde en su interior se maquilló levemente con la ayuda de un pequeño espejo.

La junta transcurrió tranquila, las cuentas de la empresa estaban sanadas, habían sido doce meses muy productivos y todos estaban felices pensando el dinero que podrían gastar en regalos ese año gracias a los altos sueldos.

Bella le recordó a los compañeros que mejor le caían la inauguración del pub de Emmett, que sería la noche siguiente. Se alegró al comprobar que todos estaban dispuestos a ir; esperaba de todo corazón que fuese un éxito, su amigo se lo merecía.

Estaba firmando unas licencias cuando su móvil repiqueteó. Lo cogió sin mirar quien llamaba y lo sujetó con el hombro, mientras seguía pendiente de los papeles que tenía por delante.

—¿Sí? —preguntó distraídamente. No hubo respuesta verbal, pero por el contrario una fuerte tos la dejó momentáneamente sorda. Consciente de quién podría ser sonrió para sí—. Lo siento, estoy muy ocupada, si lo prefiere llámeme después.

—Bella, estoy fatal —se quejó la voz de Edward desde la otra línea—. ¿Podrías venir y hacerme una sopa?

—Edward, ¿eres consciente del morro que tienes? —rió ella, muy divertida.

—En serio, una sopa me vendría muy bien —insistió él—. O unos besos...

—¿No querrás pegarme la gripe, verdad?

—Estaría más entretenido si tú también la tuvieses —admitió entre fuertes toses—. Nos pasaríamos el día entre pañuelos de papel y mantas.

—Suena tentador pero prefiero poder tener mis conductos nasales limpios, gracias.

—Eres una desagradecida —comentó él al mismo tiempo que se sonaba la nariz—. Esto podría sellar nuestro amor.

—Mira, termino de revisar unos papeles y voy a tu casa.

—Dirás nuestra casa —recordó él, y Bella supo que estaría sonriendo torcidamente—. No te olvides de comprar cosas para hacer sopa —añadió y colgó antes de que Bella pudiese protestar. Sonriendo como una tonta se metió prisa para terminar y salir de allí lo más rápido posible.

Decidió ir a pie hasta su apartamento ya que no llovía y aunque hacía frío, el sol estaba fuera. Paró en un supermercado donde compró un tetrabrik de preparado de sopa de pollo y fideos; no tenía ganas algunas de hacer un caldo casero.

Entró en la vivienda con las bolsas y notó el ruido de la televisión, por lo que se acercó al salón después de haber soltado todo en la cocina. Edward y Seth estaban sentados en el sofá, envueltos en el edredón de la cama de matrimonio del primero. La mesa estaba llena de pañuelos de papel usados y continuamente sonaba alguna tos o estornudo.

—¿Cómo están mis enfermos favoritos? —preguntó Bella, consiguiendo sobresaltarlos. Se acercó a donde estaban y besó sus frentes, que estaban ardiendo, en especial la de Edward. Seth sonrió pero siguió pendiente de los dibujos animados.

—Has venido —susurró Edward, que parecía estar delirando.

—Edward, ¿te has puesto el termómetro? —el asintió mientras se recostaba sobre el hombro de la chica. Esta se acomodó y empezó a acariciarle el pelo, provocando leves suspiros por parte de él.

Bella nunca se había sentido tan bien al cuidar de alguien, era increíble sentir que Edward realmente necesitaba sus mimos. Seth estaba casi recuperado, por lo que no necesitó tanta atención. Edward sin embargo no tenía fuerzas para levantarse, sólo le apetecía estar tumbado y que Bella le tocase el pelo una y otra vez.

Cuando fue la hora del almuerzo Bella se dirigió a la cocina para preparar la sopa precocinada, cruzando los dedos para que fuese comestible. No cayó en la cuenta de que Edward tenía el sentido del gusto atrofiado con el resfriado, y quizás por eso no puso ninguna pega, librándose así de sus maléficas bromas.

Comieron entre el sonido de estornudos y toses procedentes la mayoría de Edward, aunque Seth de vez en cuando también tenía sus ataques que conseguían preocupar a la pobre de Bella, que no daba abasto cuidando a ambos.

Cuando acabaron mandó a Edward a darse un baño con agua muy caliente para que hubiese vapor en abundancia y así conseguir aliviar su congestión. A Seth le puso la primera película que vio consiguiendo con ello que el niño se convirtiese momentáneamente en una estatua.

Estaba recogiendo los platos cuando su móvil empezó a sonar.

—¿Diga?

—¿Bella? —preguntó una levemente conocida voz—. No sé si me recuerdas, soy Andrew Jefferson.

—¡Señor Jefferson! —exclamó, soltando el trapo que tenía en una mano—. ¿Cómo está?

—Bella, te he dicho varias veces que me tutees —rió el anciano—. Me he acordado todos estos días de aquello que dijimos de comer juntos, con tu encantadora familia y mi pequeña Rachel, pero nunca tenía un rato libre. La niña está insoportable desde que se enteró de que iba a ver al doctor Cullen… Tiene un marido muy adulador.

—Oh créeme, lo sé muy bien—murmuró Bella y la risa del hombre no tardó en oírse.

—Pues como te iba diciendo, he estado muy ocupado pero esta tarde he dicho ¡ya está bien, ahora mismo llamas a Bella y la invitas a cenar! ¿Os viene bien esta noche?

Bella se mordió el labio inferior mientras lo pensaba. Sabía que sus dos hombrecitos estaban enfermos y que no sería una buena idea, pero sin embargo no le parecía adecuado rechazar la invitación del señor Jefferson. Le echó un vistazo a Seth. El pequeño estaba prácticamente bien, era Edward el que parecía más afectado y no podía exponerlo para que enfermara más aún. Soltó un suspiro antes de contestar.

—Andrew, tenemos un pequeño problema en casa llamado gripe. Seth está mejor, pero Edward parece que se va a morir cada vez que tose.

—Soy plenamente consciente de que es una enfermedad horrible. Mi familia e incluso yo, hemos pasado ya la gripe. Entiendo que no puedan salir a la calle, no viene bien para su salud, pero si no es mucha molestia podríamos llevar comida a vuestra encantadora casa. Como ya he dicho no hay riesgo de contagio, Rachel y yo ya hemos estado en cama.

—Es una idea genial, pero debería preguntárselo antes a Edward —dijo Bella pensativa.

—Querida, no insistiría si no supiese que de aquí hasta que tenga otras horas libres podrían pasar meses.

—Soy consciente, por eso me da pena desaprovechar esta oportunidad. En cuanto pueda hablaré con Edward, a ver si se encuentra lo suficientemente bien como para esta cena.

—¡Excelente! Esperaré la respuesta impacientemente. Puedes llamar a este mismo número, si no estoy disponible mi secretaria se encargará de darme el sí o el no a mi invitación —dijo entre risas. Bella se despidió de él y cuando colgó grabó el número de teléfono en la memoria de su móvil.

Paseó nerviosamente delante de la puerta del cuarto de baño, esperando a que Edward saliese de una vez. Al cabo de unos minutos por fin se abrió, dejando entrever una neblina espesa, producida por el exceso de vapor. Edward salió de ella con el pijama puesto, secándose con una toalla el cabello mojado.

—¿Pasa algo Bella? —preguntó al verla tan nerviosa.

—Bueno, verás… Es que me ha llamado el señor Jefferson, quiere cenar con nosotros esta noche. Le he dicho que estás enfermo y dice que podemos comer en casa para que te sea más cómodo. Él y su nieta ya han pasado la gripe este mismo invierno, así que me ha pedido que no nos preocupemos por eso… Sin embargo no quiero invitarlo sabiendo que estás mal —Edward la observó durante un instante y comprendió que aquello era importante para ella. Aquel hombre posiblemente se iba a convertir en un cliente fijo de Bella y quería tratarlo bien. Aparte, sabía de antemano que Andrew Jefferson era una persona encantadora y que pasar tiempo con él no era para nada un sacrificio.

—Bella, no estoy tan mal —intentó decirlo sin toser, pero para su desgracia no pudo ser así—. En serio, si no salimos de aquí no pasará nada. Me atiborraré de pastillas unas horas antes y me abrigaré todo lo que pueda.

—Edward, no estoy segura… Me siento muy egoísta al pedirte esto.

—Bella, deja de preocuparte tanto. Llámale y queda con él sobre las nueve de la noche, ya verás que para entonces me encuentro mucho mejor. De hecho me ha sentado muy bien el baño de vapor, aunque casi muero chamuscado por la temperatura del agua.

Después de una leve discusión en la que Edward salió victorioso, Bella telefoneó al señor Jefferson para planificar la cena: decidieron que ella haría la comida y que por el contrario, él traería el postre.

Nada más colgar, Bella salió disparada al supermercado más cercano para aprovisionarse de los ingredientes de la espectacular cena que pensaba preparar.

Cargada de pescado, patatas, cebollas y varios comestibles más se atrincheró en la cocina de Edward que para su alivio era parecida a la suya, por lo que no tuvo problemas a la hora de utilizar los electrodomésticos.

Mientras ella cocinaba como una posesa Edward, tapado con su inseparable manta y sentado en un alto taburete, la observaba atentamente admirando su destreza a la hora de cocinar.

No mantenían ninguna conversación, Bella se limitaba a canturrear y Edward la escuchaba embelesado, con los ojos entrecerrados y una sonrisa; se sentía cómodo con alguien como ella cerca. Daba igual si estaba enfermo, con mucosidad y una tos asquerosa, estando con Bella todo iba un poco mejor.

La tarde pasó rápida para Bella, quizás por el hecho de que había estado ocupada durante todo el tiempo. Una hora antes de que llegasen los invitados decidió ir a su apartamento en busca de un conjunto adecuado y de una merecida ducha. Sabía que tarde o temprano tendría que hacer las maletas y mudarse a la casa del vecino, pero no tenía ganas de abandonar aquella vivienda que tanto le había costado conseguir. Siempre había sido una persona independiente, pero se había visto obligada a convivir con sus amigas en la Universidad y justo cuando empieza su vida como adulta soltera llega Edward Cullen y le propone compartir techo. Puede que fuese algo que deseaba con todas sus fuerzas, pero también necesitaba su espacio. Sólo esperaba que Edward lo entendiese y no le metiese prisa para que se instalara completamente.

A la ducha le siguió una sesión de maquillaje leve y unos minutos bajo el secador en un intento de mejorar su imagen. Durante unos minutos de indecisión, acabó decantándose por un sencillo pero precioso vestido rosa palo combinado con una rebeca y unas medias negras.

Se miró orgullosa al espejo, consciente de que ya no necesitaba la ayuda de Alice para arreglarse. Después de meditarlo durante unos segundos cogió su móvil, se hizo una fotografía y se la mandó por un MMS a esta, escribiendo antes: Mira mamá, he crecido y ya sé vestirme sola. Te quiero, Bella.

Se estaba poniendo los zapatos cuando le llegó un SMS que supuso que sería la contestación de Alice.

He llorado al verte tan guapa por tus propios medios. Como le he dicho a Rose, que está aquí conmigo, nuestra pequeña se hace mayor. No hagas locuras esta noche. Te quiere, mamá.

Con una sonrisa salió de su casa con uno de sus pijamas bajo el brazo para ir a la de Edward, aunque en ese momento no sabía muy bien qué casa era de quién.

Encontró a este y a Seth, completamente arreglados de forma informal pero sin perder la elegancia innata que poseían cada uno, poniendo la mesa del comedor por lo que corrió a ayudarles con la mente en otro lugar, dándole vueltas a un asunto que no sabía cómo planteárselo a Edward. Esperó a que Seth fuese a ordenar su cuarto para empezar a tantear el terreno.

—Edward, el señor Jefferson te cae bien, ¿verdad? —preguntó mientras colocaba correctamente los cubiertos según las normas de protocolo que estudio en su carrera en el último año.

—Sí, es un hombre que no puede caer mal —sonrió él mirándola y después de unos largos segundos añadió—: Estás preciosa, creo que no había tenido oportunidad de decírtelo.

Bella se sonrojó pero sacudió la cabeza, no quería desviar la conversación.

—Entonces, ¿te importaría mucho pasarte la noche mintiéndole? —quiso saber, mordiéndose el labio inferior.

—¿Cómo? No te entiendo —Edward parecía confundido. Siguió con la vista como Bella paseaba de un lado a otro.

—Verás… Es que él supone que somos una familia.

—Y lo somos —contestó rápidamente. Bella le sonrió de forma tímida y se tapó la cara con las manos, avergonzada.

—Me refiero a una familia con papeles de por medio, por decirlo de alguna manera —una de las perfectas cejas de Edward se elevó, dando a entender que aún no comprendía nada. Bella soltó un sonoro suspiro—. Cree que estamos casados y que Seth es nuestro hijo de verdad.

Incapaz de resistirse, soltó una carcajada, divertido.

—¿Y por qué motivo está convencido de eso?

—Porque yo no se lo he negado —susurró, con el rostro ardiendo en llamas—. No sé por qué lo hice, sé que es estúpido pero no pude evitarlo.

Edward se aproximó hasta ella y tomó su cara con las manos.

—Mentir puede llegar a ser agradable si es algo como esto —rió con sorna—. Así que hoy seremos la joven y feliz familia Cullen-Swan… Estoy impaciente por venos en acción.

Bella rodó los ojos y se puso de puntillas para besar la frente de Edward.

—Sólo procura no provocar la furia de la señora Cullen esta noche o dormirás en el sofá.

Edward estaba sonriendo de forma seductora, aunque entre alguna que otra tos sofocada, antes de disponerse a contestarle con alguno de sus típicos comentarios cuando el timbre sonó, consiguiendo separarlos inmediatamente.

—Yo voy —se ofreció Bella, ya que el señor Jefferson había contactado con ella. Recorrió a paso rápido todo el pasillo hasta llegar a la puerta principal, la cual abrió portando una enorme sonrisa dedicada a las dos personas que esperaban tras ella. Andrew Jefferson estaba tal y como lo recordaba, barrigudo y con su gentil cara coronada con una espesa barba blanca. Llevaba un traje gris oscuro que se veía a leguas que era de diseñador y hecho a medida. Aunque parecía uno de esos adorables abuelitos de las películas tenía una cierta elegancia al efectuar sus movimientos que hacían notarse sus refinados modales

A su lado y cogida de su mano se encontraba una encantadora niña de unos cinco años de edad, con un grueso abrigo rojo. Tenía el pelo de un rubio oscuro a la altura de los hombros, con ondulaciones en las puntas. Una sonrisa tímida asomaba por su rostro de regordetas mejillas sonrojadas a causa del frío, mientras miraba curiosa con unos preciosos ojos castaños a Bella.

—¡Isabella querida, estás guapísima! —exclamó el señor Jefferson poniendo una mano en el hombro de la chica al mismo tiempo que la besaba.

—Muchas gracias, digo lo mismo de su preciosa nieta —se agachó para quedar a su altura a la hora de dirigirse a ella—. Hola cariño, ¿cómo te llamas?

—Rachel —contestó ella con su aguda, pero agradable voz.

—Encantada Rachel, yo soy Bella —acarició su cabello y se incorporó—. Adelante, Edward está dentro.

Después de colgar sus abrigos en el perchero de la entrada, Bella los condujo hasta el comedor, donde Edward daba los últimos retoques a la completamente servida mesa. Cuando la pequeña lo vio un grito ahogado salió de su garganta y no dudó en correr a abrazarlo. Bella se quedó atrás, sonriendo como una boba al ver el amor que los niños parecían procesar por su Edward.

—¡No me puedo creer que tú seas Rachel! —exclamó él cogiéndola en brazos después de guardar un pañuelo de papel que tenía en la mano en el bolsillo de su pantalón—. ¡Pero si estás hecha ya toda una mujercita!

La niña se limitó a soltar risitas histéricas mientras se tapaba la cara con las manos. El señor Jefferson miró divertido la escena durante un rato hasta que decidió acercarse a abrazar a Edward. Aún se sentía en deuda con él y no sabía cómo demostrar todo el cariño que le tenía.

—Andrew, te veo genial —sonrió Edward, depositando a la pequeña en el suelo para corresponder el abrazo del anciano—. ¿Cómo van esos mareos que me comentaste?

—Edward hijo, esta noche no hablaremos de nada relacionado con el hospital. De todas formas el enfermo aquí eres tú, así que espero que no me des mucho la tabarra. Mañana si quieres pediré cita y tu padre me hará otra revisión, pero ahora prefiero disfrutar de esta maravillosa cena que huele tan bien —sonrió a Bella y alzó una bolsa de papel que llevaba en la mano—. Las mejores trufas con nata de la ciudad. Después de probar esto no volveréis a querer comer otro chocolate jamás.

—Eso lo dirás porque no has probado las mías —añadió Bella con un guiño de ojo y le quitó el postre de las manos para llevarlo a la cocina.

—Bella cariño, ¿podrías llamar a Seth? Creo que está en su habitación —pidió Edward con su voz ronca recién adquirida, que se había enfrascado en una conversación con Rachel acerca del colegio de esta.

Obediente, dejó las trufas en la nevera y se acercó al cuarto del niño sigilosamente. Lo encontró sentado en la cama, mirando los dibujos de un libro que tenía entre los brazos. Al sentirla, Seth levantó la vista y le sonrió.

—¿Es guay ese libro? —se interesó ella, usando sus expresiones.

—Mucho, aunque me cuesta enterarme —suspiró resignado y Bella rió a la vez que besaba su frente.

—Si quieres esta noche antes de dormir te lo leo y así vemos de qué trata —Seth palmoteó alegremente—. Pero ahora señorito, vamos a ir a lavarnos las manos para cenar. Nuestros invitados han llegado ya y nos tenemos que portar bien.

—Entendido capitán —gritó a pleno pulmón y se dirigió al cuarto de baño que había dentro de su habitación. Bella lo acompañó para ayudarle, no quería que se manchase el jersey de agua o jabón en el último momento.

—Seth, ahí fuera hay una niña –él empezó a refunfuñar por lo que lo cortó rápidamente—. No quiero tonterías, seguro que podéis jugar juntos y pasarlo bien.

La miró incrédulo, como si pensase que aquello que acababa de decir era la locura más grande de la historia.

—Bella, me aburro con las niñas —se quejó él, pataleando el suelo—. ¿Es necesario que juguemos? Seguro que haremos lo que ella quiera a la fuerza…

Bella lo cogió de la mano para llevarlo hasta el comedor, sin poder reprimir una sonrisa que ansiaba ser risa. Sin embargo decidió no mostrarse débil frente al niño, él debía entender que sus prejuicios no tenían fundamentos. A esa edad se solía odiar al sexo contrario, pero tarde o temprano siempre llega un momento en el que esto deja de suceder. Bella rezaba internamente para que ocurriese esa misma noche.

Cuando entraron en el comedor tres pares de ojos se volvieron hacia ellos. Todos estaban sentados ya, esperándolos. A Bella no se le escapó el hecho de que la embelesada mirada de la niña pasara de Edward a Seth, tornada a confusa. Estuvo unos segundos evaluando el parecido entre ambos para acabar con una tímida sonrisa y la vista puesta en el plato que tenía delante.

Bella sonrió a Edward, que también parecía haberse dado cuenta de lo anterior y fue a sentarse a su lado, en la larga y rectangular mesa.

—Andrew, Rachel, este es mi hijo Seth —los presentó Edward—. Sois de la misma edad, seguro que os lleváis bien.

A Bella le extrañó que Seth no soltase ningún bufido de resignación. Por el contrario sonrió sinceramente y se sentó a la izquierda de esta, en la silla que estaba en frente de la de Rachel la cual seguía con la mirada baja.

—Se pone tan roja como tú —rió por lo bajo el niño en el oído de Bella—. Es tan gracioso.

—Seth deja de reírte por algo así, ser vergonzoso no es algo agradable. Pareces tu padre… —añadió al recordar los comentarios de Edward acerca de su constante sonrojo.

—Sois una familia encantadora —suspiró el señor Jefferson mirándolos tiernamente—. Es agradable poder tener una cena familiar y no estar rodeado de señores con traje que hablan sólo de la Bolsa.

Edward negaba con la cabeza mientras repartía maestralmente en los platos el pescado y las patatas al horno. Cuanto terminó cerró los ojos y se masajeo las sienes, parecía que la gripe le estaba matando.

—Andrew, no sé cómo te lo tengo que decir para que me hagas caso. Tienes demasiado estrés acumulado y no estás en edad para eso. Tómate un descanso de una vez por todas —hablaba como si realmente lo conociese a fondo. Bella supuso que la enfermedad de su nieta los había unido bastante más de lo que se imaginaba en un principio.

Observó como transcurría la cena interviniendo ocasionalmente en la conversación que tenían Andrew y Edward. Vio que los niños no hablaban entre ellos, sólo se miraban de vez en cuando provocando que ella apartase la vista sonrojada y que él por su parte se riese entre dientes, comparando las reacciones de Rachel con las que constantemente tenía Bella.

—Es el mejor plato de pescado que he comido en mi vida —comentó Andrew cuando se acabó todo lo que tenía por delante—. Dime Bella, ¿has estudiado algo de cocina?

—Mis padres no sabían cocinar, todo lo que salía de sus manos era altamente tóxico —bromeó, recordando los viejos tiempos—. La única comida casera que recuerdo de mi infancia era la de mi abuela Marie. Tuve que aprender a cocinar si quería conservar mi salud y seguir viviendo a los veinte.

Todos rieron fuertemente, pero a Edward fue al que más se le escuchó.

—Aún recuerdo aquella tarta de tu décimo cumpleaños. No sé cómo pude sobrevivir a aquello.

—Hombre, fue la peor actuación culinaria de mi madre, normalmente no era para tanto —Edward alzó la ceja incrédulo y ella sonrió—. Está bien, su comida siempre fue igual de asquerosa. Esa vez estaba resfriada, por lo que no distinguía los olores ni los sabores —le explicó al señor Jefferson—. Entonces le echó sal en lugar de azúcar.

—Cantidades industriales de sal —matizó Edward.

—Sí, se le fue la mano —suspiró Bella—. Y después quiso rematarlo con un poco de canela en polvo por encima. Lo que no supo fue que estaba echando comino en lugar de canela, aún tengo el sabor en la boca.

—Menos mal que Alice llevó una tarta por si acaso.

—¿Alice? —preguntó Andrew.

—Es mi hermana melliza —sonrió Edward—. Siempre es muy previsora. Posiblemente lleve un conjunto completo de ropa de repuesto, el secador y mil cosas más en el bolso. Es la prometida de mi amigo Jasper Hale, el psicólogo que te recomendé.

Después de seguir hablando durante un rato acerca de banalidades, Bella se levantó y empezó a recoger los platos vacíos para traer el postre. Velozmente Edward y Seth se incorporaron para ayudarla, por lo que acabaron mucho más rápido de lo que esperaba.

Estaba en la cocina preparando las trufas en una elegante bandeja que Bella recordaba de la vajilla de Esme en Forks cuando el Señor Jefferson apareció.

—Deja que te eche una mano —sonrió, poniéndose a su lado y sacando de la bolsa un tarro con nata montada que había comprado en una de las mejores pastelerías de Nueva York. Bella le alcanzó un cuenco y empezó a echarla con sumo cuidado para que no perdiese la textura—. Me parece Rachel está un poco intimidada.

—Ya he visto que es muy tímida —contestó Bella.

—Sí que lo es, pero nunca ha estado sin hablar durante toda una comida. Me parece que tu pequeño la ha intimidado.

—¿Seth? —se asombró Bella.

—Por supuesto, es un niño muy apuesto —bromeó mientras se reía a pleno pulmón, con la vitalidad de siempre—. Estaría bien que hablasen un poco, Rachel no tiene muchos amigos en el colegio.

—¿Y eso? Parece una niña encantadora.

—Lo es, pero no es tan cría como parece. No juega a las muñecas, ni se pasa el día delante del espejo —volvió a reír antes de añadir—: Supongo que por eso las otras niñas no se sienten identificadas con ella. Ha madurado mucho con lo de su enfermedad, no es justo, pero ha sido así. Me da pena que pierda su niñez por algo que ha tenido solución —suspiró y se sumió en sus pensamientos, notablemente entristecido.

Bella tenía la boca abierta del asombro. Era como si hubiese relatado un resumen de la vida de Seth. Él tampoco se comportaba como un niño normal por todo lo que le había pasado. Sabía que el hecho de no querer que lo tratasen como un crío residía en que no quería recordar los primeros años de su infancia. Por eso se refugiaba en tantas películas y libros. Era doloroso, pero nadie podía obligarlo a enfrentarse a recuerdos tan espeluznantes, y menos si tenía apenas cinco años.

—Seth es igual. Puede tener conversaciones que te dejarían boquiabierto, también ha madurado de golpe. No es justo que los niños tengan que pasar por cosas así —susurró, más para ella que para Andrew.

—Bella, ¿puedo hacerte una pregunta? —pidió él al cabo de unos segundos en silencio. Bella asintió y él midió sus palabras—. Vosotros… Vosotros no estáis casados, ¿verdad?

Un nudo se formó en su garganta, impidiéndole hablar coherentemente.

—Yo… Eh… Bueno, pues… —se sentía abochornada, acababa de descubrir su mentira. Y mentir no era algo de lo que Bella se enorgullecía—. No —dijo simplemente, poniéndose las manos en la cara—. Lo siento, sólo es que…

—Tranquila hija —volvió a reírse y Bella se calmó levemente—. No pasa nada, supongo que soy muy observador.

—No he querido engañarte, simplemente que estoy tan unida a Edward y a Seth que no pude contradecirte. Si te dijese que no los considero como mi familia, mentiría.

—Lo sé, estaba convencido de que era así hasta esta noche —la mirada interrogativa de Bella lo hizo reír de nuevo—. Ninguno de los dos lleváis anillo, Seth te llamó Bella, la casa está limpia de fotografías familiares. Es más, incluso diría que no vives aquí. La decoración tiene cierto punto femenino, pero no veo tu estilo en ninguna parte.

Aquel hombre volvió a sorprenderla. No lo conocía apenas de nada pero él parecía haberla analizado a fondo. Tanto que se sentía capaz de atisbar el estilo de la chica a la hora de decorar un apartamento.

—Tu despacho está lleno de recuerdos familiares, de amigos y gente de confianza. Además, los muebles son baratos pero bonitos. Gritan por todas partes: no hace falta gastar millones para que esto esté decente.

Ahora fue Bella la que rió.

—Realmente fue lo que pensé a la hora de comprar todo. Tiene razón, en un principio vivía en la casa de en frente, pero ayer mismo me vine a vivir aquí. Aún no he hecho la mudanza, aunque supongo que será pronto.

—Es un paso difícil, pero creo que tu sitio está al lado de Edward y de Seth –dijo con una cálida sonrisa—. Ya que estamos sincerándonos me gustaría saber si el pequeño es hijo de una anterior relación de Edward.

Bella se mordió el labio, no se sentía con el derecho de contar aquello.

—Eso es algo de Edward y de Seth —susurró, mirando la entrada de la cocina—. Mi moral no me deja hablar del tema.

—Tranquila, también he hecho suposiciones que creo que se confirman con lo que me acabas de decir —esta vez su rostro estaba completamente serio, algo extraordinariamente extraño en él—. He visto cicatrices de cortes profundos en su cuello, y creo que Edward sería la última persona en hacerlos. Aunque el color de sus ojos confunde un poco… Son idénticos. Aún así veía al doctor y a ti demasiado jóvenes como para tener a un niño de su edad.

Bella sabía que estaba conjeturando suposiciones acerca del pequeño. Se limitó a poner el rostro imperturbable mientras terminaba de preparar el postre.

—Aún así, hacéis una familia perfecta —sonrió al fin el señor Jefferson—. No dejes que se escapen. Por cierto, he traído las entradas para Disneyland —se metió su mano en el interior de la chaqueta y sacó un sobre alargado el cual tendió a Bella—. Supongo que no quieres que lo vean, opino que sería un fantástico regalo de Navidad—y dicho esto cogió el recipiente con la nata y anduvo con paso firme hasta donde se encontraban Edward y los pequeños.

Bella suspiró y miró el sobre que tenía en las manos. Debía esconderlo, pero aún no conocía tan bien la casa como para poder hacerlo por lo que decidió ir hasta el dormitorio que compartía con Edward y meterlo en su bolso, que descansaba sobre la cama. Cuando se aseguró de que estaba bien oculto salió de allí para reunirse con los demás.

En la sala Edward intentaba que los niños entablasen una conversación, pero todos eran intentos fallidos. Bella se sentó en su sitio y pensó detenidamente las palabras que iba a utilizar.

—Rachel, ¿cuál es el libro que te gusta más? —le preguntó a la niña. Esta puso cara de concentración mientras meditaba.

—Tengo muchos —y a continuación empezó a relatar una larga lista de libros infantiles mientras todos cogían trufas. El único que parecía prestarle verdadera atención era Seth, que por primera vez en la noche estaba interesado.

Los adultos miraron la interactuación entre los niños con una sonrisa, era tan tierno que difícilmente podían quitarle la vista de encima.

A Edward se le estaba pasando el efecto del jarabe y había empezado a toser violentamente, mucho más fuerte que durante la cena. Se sentía terriblemente cansado, necesitaba meterse entre las sábanas y cerrar los ojos en un intento de intentar que dejaran de estar humedecidos. Sin embargo puso al mal tiempo buena cara y siguió la conversación sin mostrarse débil, quería hacerlo por Bella. Esta, de vez en cuando lo miraba preocupada al notar su intento de disimular la tos, no pretendía ser una mala anfitriona por lo que echar al señor Jefferson y a su nieta no entraba dentro de sus planes inmediatos pero el esfuerzo de Edward la hacía desesperar.

—Ha estado delicioso —le sonrió al anciano, el cual se tocaba su enorme barriga con ambas manos.

—Estoy a punto de reventar —rió atronadoramente él—. Ha sido una velada muy divertida, me encantaría repetirla.

—Y a nosotros también —respondió Edward con una voz irreconocible—. Siento no haber estado al cien por cien de mis fuerzas, me habéis pillado en un mal momento.

—Edward, todo el mundo cae enfermo. Incluso los doctores —se carcajeó Andrew, levantándose. Los demás lo imitaron menos Rachel y Seth, que parloteaban acerca de una película de animación reciente—. Cariño, nos tenemos que ir ya a casa, mamá te estará esperando para ir a dormir.

—¿No me puedo quedar un rato más con Seth, abuelo? —preguntó ilusionada.

—Es tarde, además Seth tiene que descansar que según me han dicho ha estado malo hace poco.

—Jo, pero íbamos a ver una peli —se quejó el niño, poniendo un puchero.

—Si hubieseis empezado a hablaros antes habríais pasado más tiempo juntos —comentó Edward maliciosamente. Los niños lo miraron de forma asesina y él se calló inmediatamente, aunque sin poder evitar soltar una risita.

Bella se puso de cuclillas para quedar a la altura de los pequeños antes de empezar a hablar.

—Cariño, no te preocupes, tengo la sensación de que nos vamos a ver mucho —besó la frente de la niña y se incorporó. Vio que tanto Edward como Andrew la miraban curiosos y con una sonrisa añadió—: Aunque debo estar loca, he decidido aceptar tu propuesta de trabajo Andrew. Me pasaré días enteros trabajando como una desquiciada, pero supongo que merecerá la pena.

La sonrisa del señor Jefferson se extendió por toda su cara, más enorme que nunca y corrió a abrazar amistosamente a Bella.

—¡Hija mía, no sabes lo feliz que me haces! Estábamos desesperados buscando agencias alternativas por si decías que no. Ninguna superaba las expectativas y no sabíamos qué hacer, verás cuando se lo cuente a James… Llevaba varios días en la calle, intentando encontrar referencias de buenos publicistas, pero no tenía suerte.

—Ya no va a ser necesario —sonrió tímidamente Bella a la vez que daba palmaditas en el brazo del hombre—. Pero espero que no me agobiéis mucho, sino renuncio —añadió con un guiño.

Acompañaron hasta la puerta principal a los invitados entre bromas y comentarios del futuro trabajo de Bella. Ahora tenía una cuenta enorme entre sus manos, no podía permitirse ningún error. Realmente jamás había podido permitírselo, pero con Disney la cosa era diferente. Si querían un rendimiento eficaz de sus trabajadores, Bella iría por delante. En su cabeza ya retumbaban las palabras de ánimo que iba a lanzar a su equipo, mientras despedía a Andrew Jefferson y a Rachel.

—No ha sido tan tonta como pensaba —suspiró Seth a la vez que se le escapaba un enorme bostezo, una vez que la puerta estuvo cerrada de nuevo y se dirigían al sofá del salón.

—Tú y yo vamos a hablar seriamente de cómo tratar a las señoritas —dijo con voz grave Edward, aunque no le quedó tan bien como esperaba ya que se tuvo que sorber los mocos a mitad de la frase.

—Esa será una conversación que no me pienso perder —rió Bella acomodándose en el sillón con las piernas cruzadas y mirándolos expectantes.

Edward le puso los ojos en blanco y sentó a Seth a su lado.

—No puedes pasarte horas sin mirar a la cara a una chica, Seth —empezó a decir, negando con la cabeza—. Tienes que sonreírle, ser un caballero, reírte con sus chistes y hacer que se sienta cómoda.

—¡Eh, un momento! —intervino Bella, enfadada—. ¿Cómo que reíros de los chistes que contemos? ¿Qué te crees que somos, idiotas a las que hay que seguirles la corriente?

—No quería decir eso —dijo rápidamente Edward disculpándose con la mirada—. Seth, lo que quiero explicarte es que hoy te has comportado como un absoluto tonto.

—Pero no la conocía, ¿qué le voy a decir? Podría haber sido una niña pesada.

—Pues hay que correr el riesgo. Si no le hubieses hecho caso en toda la noche ahora no tendrías a una nueva amiga. Quizás no conoces a gente que te gusta sólo por lo que piensas de las personas antes de conocerlas.

Seth pareció meditarlo durante un rato, mirando fijamente sus pequeñas manos.

—Supongo que tienes razón —admitió al fin—. Pero me asusta conocer gente nueva. Ya te tengo a ti, a Bella, a los tíos y a los abuelos. Incluso quizás Rachel quiera ser mi amiga de verdad.

—Bueno, que no quieras a más gente en tu vida no significa que te comportes tan mal —le interrumpió Edward poniendo una mueca—. Ya te lo he dicho, con una señorita…

—Sí, sí, que la mire a los ojos, le diga lo guapa que está y le abra la puerta del coche.

Bella estalló en carcajadas ante su discurso. Era gracioso ver como el pequeño lo recitaba de memoria, como si estuviese harto de escucharlo. Edward por su parte sonreía orgulloso de sus enseñanzas.

—Bella, ¿mi padre te abría la puerta cuando tenía mi edad? —quiso saber Seth.

—Cuando yo tenía cinco años vivía en Phoenix, por lo que aún no lo conocía. Pero es una costumbre que tiene de siempre, sí. Creo que tu abuela tiene que ver en todo eso, si tienes alguna queja es mejor que hables con ella.

—Como buen inglés que soy, me comporto como todo un caballero—comentó Edward sonriendo, muy pagado de sí mismo.

—Que hayas estudiado durante años en Londres no te convierte en un inglesito refinado —bromeó Bella alborotándole el broncíneo cabello—. Ni siquiera levantas el meñique al beber de la taza de té. Es más, jamás tomas té; me arriesgo a pensar que ni lo has probado.

—Tiene un aspecto asqueroso —admitió él encogiéndose de hombros—. Pero puedo usar un perfecto acento británico como si fuese mi propia forma de pronunciar. Podría hablar así durante días—añadió con una realización magnifica del inglés británico. Bella lo miró boquiabierta, no sabía aquel pequeño dato tan sexy—. Te he deslumbrado, ¿verdad? —bromeó él, dándole un codazo.

—Más quisieras —murmuró ella poniendo los ojos en blanco. Esperaba que por una vez su desastrosa forma de mentir no saliera a flote y que Edward dejara pasar el tema. Pero claro, Edward Cullen no iba a malgastar una oportunidad de bromear.

—Bella no te preocupes, te entiendo —afirmó, poniendo una mano en el hombro de la chica y mirándola fijamente a los ojos—. Cada mañana me levanto y me miro en el espejo y digo con mi acento londinense "Doctor Cullen, hoy es tu día campeón". Después de eso me tiemblan las rodillas, puedo ser tan sensual cuando me lo propongo…

—Edward, ¿de verdad que no te has dado ningún golpe preocupante en la cabeza en los años que has estado fuera? —bufó Bella poniendo los ojos en blanco. Edward rió alegremente y Seth que había presenciado divertido la escena lo acompañó—. Y tú de qué te ríes enano, esta ha sido una conversación de adultos —empezó a decirle al mismo tiempo que le hacía cosquillas en la barriga. El niño se contrajo, retorciéndose por la risa y unas lágrimas cayeron por sus siempre sonrojadas mejillas.

—Seth, es hora de ir a la cama —anunció Edward una vez el pequeño se hubo calmado. Después de unas protestas y algunos sollozos consiguieron que se pusiese el pijama y se metiera en su lecho. Al instante de tumbarse en el colchón empezó a cerrar los ojos, por lo que asociaron su repentina rabieta al cansancio del día.

Edward y Bella fueron directamente al dormitorio, donde se pusieron la ropa de dormir en un tiempo record. Una vez en la cama, él con un rollo de papel higiénico al alcance, apagaron la luz y se dispusieron a dormir.

—Mañana trabajo —dijo con voz somnolienta Edward.

—Pero si es sábado —se extrañó Bella, apoyando todo el peso en su costado para ver mejor al chico.

—Ya, pero he faltado dos días. Por lo menos entro algo más tarde, a las nueve y media de la mañana.

—¿A qué hora saldrás? —quiso saber Bella—. Ya sabes que tienes que estar pronto en casa, te tienes que preparar para la inauguración del pub de Emmett.

—Mierda, lo de Emmett —lo había olvidado completamente y veía bastantes problemas en el horizonte si asistía—. No creo que pueda ir —suspiró, apesadumbrado.

—¿Por qué no? —chilló una repentinamente histérica Bella. En su cabeza había hecho infinidad de planes acerca de una noche de diversión con sus amigos y sobre todo, con su Edward.

—Primero, con mi resfriado no creo que pueda ir a un sitio donde posiblemente habrá más humo de tabaco que oxígeno. Segundo, ¿qué hago con Seth? ¿Me lo como con patatas? O lo podríamos meter en tu bolso, como hace Paris Hilton con su perro —intentó bromear, pero Bella bufó en señal de que no estaba para tonterías.

Se quedó callada, mordiéndose el labio. La única vez en la que volvieron a hablar fue cuando Edward le dio las buenas noches y ella respondió con un gruñido bajo. Se sentía enormemente egoísta, él tenía motivos por los que no ir, pero aún así ansiaba con todo su corazón que fuese con ella. Se le habían quitado incluso las ganas de asistir, sin embargo cuando se acordó de Emmett se arrepintió de haber siquiera pensado en la idea de quedarse en casa. Lo había ayudado hasta la saciedad y sabía que si no iba al grandullón se le partiría el corazón, o por lo menos eso le pasaría a ella si fuese al contrario.

Decidido, tenía que ir a la fiesta aunque Edward tuviese que quedarse en casa. Sería una noche no tan alucinante como esperaba, pero sí que seguiría siendo importante. Intentaría divertirse sin él y en el caso de ser imposible, tendría que coger un taxi para volver a casa y meterse en la cama con su hombre, dormir profundamente y esperar otra oportunidad de pasarlo bien juntos.

Qué se le va a hacer, las cosas no siempre salen como uno quiere.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

lastima con lo Edward!!!

grax por el cap. me encanto, espero el proximo

cuidate!!!

♥Shana♥

diana dijo...

si pobresitoooo!!! justo e enfermoooooo
espero el proximo can tantas ganas porfiissss

adrix dijo...

no t apures bella ve con calma k aqui lo cuidaremos muy bien o no chiks?
jajaja besos muy lindo el cpi
**adrix**

Anónimo dijo...

edwar no te preocupes me a dicho bella q vaya a cuidarte en su falta

paula dijo...

otra vez..enorms aplausosss.!!
me encanta la futura amistad q nacera entre sethj yrachel..!!!

espero e proximo capi..!!
besos ..!!!