viernes, 19 de febrero de 2010

Libros Escritos Para Chicas


Llegando a Londres

Lluvia. Más y más lluvia. Asquerosas nubes grises.

Me tapé con la colcha. Era mejor no ver nada que enfrentarse a esa terrible tristeza que me entraba cada vez que sentía la furia del clima de Forks.

La noche anterior había dormido sin problemas. Me sentía reconfortada después de hablar con los londinenses. No soy sociable; conocer a gente nueva me aterra ya que la mayoría de las veces me llevo una decepción.

Una de las características de mi personalidad es que confío plenamente en mis valoraciones acerca de los demás; con sólo ver a una persona, en cuestión de segundos puedo determinar si en un futuro me puedo llevar bien con ella o no. Generalmente no me suelo equivocar, aunque también he cometido fallos garrafales, como con Rosalie.

Rosalie llegó al pequeño Forks después de haber vivido en grandes ciudades, donde la diversión no tenía fin. Creo que su actitud se volvió más agria al verse resignada a tener que convivir con pueblerinos, entre árboles y barro, mucho barro.

La única que se hizo amiga de ella fue Alice, nadie más quería acercarse. Incluso yo, que jamás hago nada que moleste a nadie, era víctima de sus miradas asesinas. Sin embargo los años pasaron y su genio se fue aplacando, consiguiendo así que nos diésemos ambas una segunda oportunidad.

Y aquí estábamos ahora, inseparables. Aún no sé cómo soy parte de la vida de ellas dos, son demasiado diferentes a mí, aunque he de admitir que mi personalidad también ha ido evolucionando a lo largo de los años. Creo que si no fuese por ellas, pasaría más tiempo entre libros que con personas humanas.

Suspiré y decidí que era hora de ponerse en marcha; esa misma mañana teníamos la operación y no sabía cómo afrontarlo. No sólo tenía que cargar con mi nerviosismo sino también con el de Rose, quien estaría llamando a mi puerta en menos de media hora.

Tras una ducha rápida, me vestí a toda prisa con lo más cómodo que vi y me miré en el espejo que estaba al lado de mi cama. Volví a suspirar. No entendía cómo Alice no concebía que lo cómodo podía ser también bonito.

Tal y como predije, Rose tamborileaba nerviosamente con los dedos la gruesa puerta principal de mi casa.

—Buenos días, Bella —sonrió al entrar—. Aunque de buenos no tengan nada… ¡Odio Forks, lo juro! —exclamó sacudiendo su larga cabellera rubia, que estaba totalmente empapada.

—Buenos días a ti también, Rose —reí yo—. ¿Te apetece desayunar?

—No, sería incapaz de comer algo sabiendo que Alice está donde está —murmuró.

Yo asentí, la entendía perfectamente.

—Pues vámonos —dije poniéndome el chubasquero rápidamente al mismo tiempo que cerraba con fuerza la puerta—. ¿Vamos en mi coche o en el tuyo?

Rosalie bufó y se dirigió a toda prisa hacia su querido BMW.

—No pienso ir a ningún sitio en tu montón de chatarra —rió ella señalando mi camioneta con la cabeza. Le dirigí una mirada envenenada pero me callé, era mejor no provocar a la afilada lengua de Rosalie.

Condujo en silencio por las asquerosamente vacías carreteras de Forks y aunque el hospital estaba a las afueras no tardaron ni quince minutos en llegar, debido al tamaño del pueblo.

—Hola, ¿nos podría indicar dónde está siendo operada Alice Brandon? —le pregunté a la recepcionista regordeta que estaba detrás del mostrador. La mujer cogió una libreta y empezó a hojearla con cara de aburrida.

—Planta cuatro, sala 5B. Acaba de entrar en quirófano, por lo que tardará unas dos horas en salir.

—Muchas gracias —dijo Rose y me cogió del brazo con una fuerza inusual para arrastrarme hasta el ascensor.

Estábamos demasiado nerviosas como para hablar, por lo que nos dedicamos a aporrear el suelo con el pie, consiguiendo que las personas de nuestro alrededor bufaran molestas.

Cuando llegamos nos encontramos con la señora Brandon sentada tranquilamente en una de las incómodas sillas que había en el pasillo.

—Hola niñas —saludó con una sonrisa al ver que nos acercábamos—. Habéis venido pronto.

—Queríamos estar lo más cerca posible —murmuró Rosalie, que estaba hecha un manojo de nervios.

—No me puedo creer que estéis preocupadas —sonrió la señora Brandon—. Es una intervención muy sencilla, no hay nada por lo que asustarse.

Intercambié una mirada con mi amiga dándole a entender que seguía preocupada dijera lo que dijese la mujer y ella se limitó a asentir, de acuerdo con mi silenciosa opinión.

El tiempo transcurrió más lentamente que nunca. Era desesperante ver a Rosalie tamborileando con los dedos sobre cualquier cosa que encontrase o a la madre de Alice leyendo una revista. Por Dios, era su hija la que estaba dentro de aquella maldita sala de operaciones, ¿en serio no estaba ni un poco nerviosa?

Sentía una frustración enorme y no sabía muy bien por qué, así que me levanté y fui a la máquina de bebidas. Metí unas cuantas monedas y esperé a que mi chocolate saliese; seguramente estaría asqueroso, pero necesitaba distraerme con algo.

Las malditas dos horas pasaron. Cuando empezaba a ponerme histérica, un hombre atractivo salió de la habitación donde se suponía que estaba nuestra Alice.

—¿Son familiares de la señorita Brandon? —preguntó amablemente. Vi como Rosalie se relamía los labios ante el doctor sexy y puse inmediatamente los ojos en blanco. La señora Brandon asintió mientras se levantaba—. Soy el doctor Show. La intervención ha sido un éxito. Alice está inconsciente por la anestesia, despertará en unas horas. Es posible que sienta náuseas o malestar general, es normal y no es preocupante. La están trasladando ahora mismo a la habitación 108 de la tercera planta. Una enfermera seguirá su recuperación a lo largo del día y según cómo esté incluso podríamos darle el alta esta misma tarde.

La señora Brandon siguió conversando con el doctor mientras Rose y yo apoyábamos la cabeza entre las manos, suspirando aliviadas.

—La voy a matar… —murmuraba Rosalie una y otra vez—. Mira que hacerme pasar por esto…

Fuimos a toda prisa hacia la habitación de nuestra amiga, deseando poder ver su nuevo yo. Cuando llegamos nos la encontramos profundamente dormida, con una media sonrisa en el rostro.

—Tía, ¿las ves diferente? —inquirió Rosalie, que estaba poniéndose a la altura del pecho de Alice para verlo en relieve.

—¡Rose, no seas bruta! —Me reí, pegándole un golpe en el brazo—. Yo sí le veo diferencias, aunque ahora está vendada y eso aplasta la zona, ya sabes.

—Madre mía, qué dolor —Suspiró y se irguió de nuevo—. Bueno, esperaremos a que se despierte, ¿no?

Asentí y nos sentamos en un sofá que estaba al lado de la camilla. Estuvimos hablando de las últimas conquistas amorosas de Rosalie, un tema estrella en nuestra amistad.

Rose disfrutaba plenamente de su juventud. Era consciente de los sentimientos que despertaba en el sexo opuesto y lo aprovechaba al máximo, aunque esto era matizable ya que no es que se acostase con cualquiera, al contrario, era extremadamente exigente cuando llegaba la hora de ir más lejos de unos simples besos.

Se pasó cerca de una hora y media contándome su cita con un tal Dave que resultó ser un chico que no iba a la moda ya que según ella llevaba unos horrendos calcetines amarillos.

—¿De verdad le dijiste que no querías verlo más sólo por los calcetines? —Cada vez me asombraban más las cosas de mi amiga.

—Cómo se nota que no los vistes… —contestó al mismo tiempo que un escalofrío sacudía su cuerpo.

—Hiciste b-bien —murmuró de pronto Alice, con voz débil—. S-salir con un hortera es lo p-peor que t-te puede p-pasar en el mundo.

Rosalie y yo saltamos del sofá y corrimos al lado de nuestra amiga.

—¡¡Has despertado!! —chillamos las dos.

La cara de Alice se contrajo en una mueca de dolor.

—Por favor Pete, dime que no estás conjuntando azul con verde… —empezó a decir. Miré a Rosalie y vi que ella mostraba la misma incertidumbre que yo.

Una enfermera asomó la cabeza por la puerta, sorprendida de nuestros gritos.

—¿Pasa algo?

—Sí, se ha despertado pero sólo dice tonterías —resumió Rose mientras Alice le hablaba a su almohada entre risitas. La mujer entró sonriente.

—No os preocupéis, son los efectos de la anestesia. Puede que esté así durante un rato. Lo más posible es que vomite, así que estad atentas por si no hay ninguna enfermera cerca.

Asentimos obedientemente y seguimos contemplando a nuestra amiga, que se había incorporado y sonreía estúpidamente, completamente drogada.

—Es como si estuviese borracha —susurró Rosalie en mi oído.

—Quién sabe lo que le han dado ahí dentro —bromeé yo.

Rosalie rió y se acercó de nuevo a Alice.

—Alice, somos nosotras —empezó a decir.

—Claro que sois vosotras —contestó ella poniendo los ojos en blanco—. Me siento rara…

Justo en ese momento la enfermera puso una especie de cubo a su alcance para que Alice pudiese vomitar en él.

—¿Quieres que vayamos al servicio, cariño? —preguntó amorosamente la mujer. Mi amiga asintió y se fueron las dos juntas al cuarto de baño que había en un lateral de la habitación.

A las dos horas Alice dejó de vomitar y de decir incoherencias, por lo que le comunicaron que esa misma noche podría abandonar el hospital.

—No sé cómo voy a aguantar aquí tanto tiempo —se quejó mientras se pasaba una mano por su larga y sedosa cabellera negra—. Ni siquiera puedo verme aún; tengo que dejarme los vendajes un día entero antes de poder quitármelos por primera vez…

Fue un día cansado, no sabíamos qué hacer para impedir que Alice no explotase al contener toda su energía. De vez en cuando nos esquivaba y salía corriendo de la habitación para dirigirse hacia la tienda de regalos del hospital. Por suerte siempre la atrapábamos antes de que llegase demasiado lejos, aunque una vez consiguió comprar lo primero que vio a mano. Creo que fue un paquete de chicles.

—¡Es el primer día de mi vida en el que no voy de compras! —exclamó, tumbada en la camilla.

—¿Ahora te arrepientes de haberte operado? —bufó Rosalie, que sujetaba las piernas de la pequeña duende con fuerza, obligándola así a reposar.

—No, por supuesto que no —sonrió complacida y cogió el mando de la televisión para cambiar velozmente los canales. Negué con la cabeza; estaba consiguiendo ponerme de los nervios.

Intentamos distraerla jugando a las cartas, leyéndole revistas, cotilleando… Es más, incluso nos inventamos descabellados rumores, pero todo fue inútil

—¡¿CÚANDO ME VAN A DAR PERMISO PARA IRME A CASA, DOC?! —le gritó a un hombre que entró en la habitación para hacerle una revisión.

—Sólo soy enfermero —rió él, y la miró con detenimiento—. ¿Eres la señorita Brandon, verdad?

—Alice —sonrió—. ¿Y tú… —se fijó en su placa y con un coqueto pestañeo prosiguió—: … el guapo enfermero Evans, me equivoco? ¿Viene a hacerme un chequeo? Eso sería maravilloso.

La miré horrorizada, Alice y drogas no eran una buena combinación.

—Discúlpela, aún está bajo los efectos de la anestesia —le dije, avergonzada. Él se limitó a reír por lo bajo mientras hacía su trabajo.

A los veinte minutos, y después de un berrinche de Alice al saber que tenía que mostrarle el pecho al chico, le dieron el alta. Di gracias al cielo; estaba a punto de tirarme por la ventana.

La señora Brandon se llevó a su hija y a mí fue Rosalie, la cual parecía muerta de cansancio, la que me acercó hasta casa.

Tras una leve despedida me dirigí a la cocina y engullí los restos de una pizza que Charlie parecía haber pedido esa noche. Nadie debía saber nada acerca de la operación de Alice, por lo que mi padre pensaba que había pasado el día de compras con mis amigas.

Después de darle las buenas noches a Charlie, subí hacia mi habitación y me puse el pijama antes de tumbarme en la cama. El cansancio hacía que mis parpados se cerraran peligrosamente, pero aún así no pude evitar mirar de reojo a mi ordenador portátil. Con una sonrisa estúpida lo cogí. Al día siguiente no tenía porqué levantarme tarde, así que una noche de chateo intensivo no me iba a hacer demasiado daño.

A velocidad inhumana introduje la clave de mi Messenger y esperé con los dedos cruzados a que se conectara, maldiciendo en voz baja por la pésima conexión que tenía en Forks. No sabía el porqué de mis ganas de hablar con aquellos muchachos londinenses, pero la realidad era esa. Quizás fuese la curiosidad de conocer gente nueva, o el encanto de que fuesen extranjeros. Quién sabe.

Sonreí al ver a Rosalie conectada.

Bella dice:

¿No estabas cansada?

The Rose Rosalie dice:

Me he puesto un poco de música de la que a mí me gusta, ya sabes, fiesta al máximo y he decidido venir a dar un repaso. Por cierto, estoy hablando con uno de los primos de Alice… No puede ser más rarito, ¿eh?

Miré la lista de contactos y vi a Jeepemmet. Sin poder contener una risita le conté a mi amiga toda la conversación que había tenido con él el día anterior. Me sorprendió que Rosalie hubiese cogido confianzas rápidamente con aquel chico y más aún que creyese que sus bromas eran divertidas. Rose no era para nada una persona fácil, y con desconocidos se reía en contadas ocasiones; es más, las veces que lo hacía era porque en el fondo se carcajeaba de la persona en sí, no de lo que decía.

Hablé poco con ella, lógicamente, ya que habíamos pasado el día juntas. Una sonrisa surcó mi cara cuando el otro primo de Alice me saludó.

We used to be friends a long time ago dice:

Hola, bella.

No sabía si había cometido una falta de ortografía a la hora de poner mi nombre en minúsculas o si se refería al adjetivo. Me decanté por lo primero ya que él ni siquiera me había visto.

Bella dice:

Hola, primo de Alice, ¿qué tal tu día?

We used to be friends a long time ago dice:

Asquerosamente aburrido. De hecho llevo cinco horas delante de la pantalla del ordenador… Hace un tiempo excesivamente horrible como para pensar en salir y mis compañeros de piso son demasiado abrumadores. ¿Y tú?

Bella dice:

Nada entretiene tanto como los píxeles… Yo he estado de compras con tu prima y una amiga, Rosalie. Un día realmente encantador…

We used to be friends a long time ago dice:

¿Eso ha sido un comentario sarcástico? Serías la primera mujer que conozco que no disfruta yendo de tienda en tienda.

Bufé. Aquél tipo estaba insinuando en mi propia cara que yo era rara.

Bella dice:

Sí que me gusta ir de tienda en tienda, aunque sólo si son librerías.

Mierda, mierda, mierda ¿Por qué había dicho eso? Acababa de quedar como una auténtica empollona freak. Me masajeé las sienes e intenté olvidar lo que acababa de escribir.

We used to be friends a long time ago dice:

Genial, quizás podamos ir juntos cuando estés aquí. Conozco unas muy buenas, donde me hacen descuento por ser cliente habitual.

Miré la pantalla boquiabierta. No podía ser cierto que no se hubiese reído ante mi estúpido comentario de niña-que-sale-de-su-habitación-sólo-para-comer. Parecía desconcertantemente maduro y eso era algo que me agradaba hasta límites insospechados.

Completamente feliz porque el destino me hubiese ayudado a conocer a un chico que parecía merecer la pena seguí hablando con él durante horas, aunque nunca fueron temas importantes, sólo cosas superficiales. De hecho, aún no sabía ni como se llamaba; sé que Alice me lo había dicho varias veces, pero siempre se me olvidaba por alguna extraña razón.

El tiempo pasaba y yo cada vez me sentía más somnolienta. El tal Cullen me aportaba tranquilidad. Me despedí entre bostezos. Quedaba menos de una semana para marcharme de Forks y aún tenía muchas cosas que hacer.

Los días siguientes pasaron extremadamente rápidos, quizás por la necesidad que sentíamos de salir de aquel pequeño pueblo, de ver nuevo mundo. Cada día hablaba con los dos Cullen durante un rato, y estaba segura de no conocer a chicos tan especiales como ellos. O al menos tan simpáticos.

Por lo demás, Alice se volvió completamente loca y decidió llevar a cabo su plan del cambio de imagen hasta límites insospechados. Un día apareció en la puerta de mi casa sin su melena. Es decir, tenía pelo, pero no el sedoso que le llegaba hasta el comienzo de la cintura, sino uno extremadamente corto con las puntas en todas las direcciones posibles. Estaba preciosa, pero me resultaba chocante mirarla a la cara. Su pecho también era un cambio considerable: no era muy grande, pero sí que se le notaba en comparación con lo que tenía antes. Decía que ya que iba a una ciudad nueva no le importaba empezar de cero, con una imagen diferente.

Las maletas estaban hechas. Me sentía extraña, quizás por el hecho de que en mi equipaje sólo había una cosa que reconocía: mi guitarra acústica la cual estaba aprendiendo a tocar; lo demás eran adquisiciones recientes cortesía de Alice. Ni siquiera había visto la ropa que iba a facturar, tenía demasiado miedo a lo que podía encontrarme como para hacerlo.

Por fin llegó la fecha del esperado viaje. Mis padres estaban preocupados por mí. Todavía me veían como la cría de diez años que no podía cruzar la calle sin ayuda. Era mi segundo año de Universidad y me iba a ir a un país extranjero… Entendía que estuviesen decaídos por no verme durante un periodo de tiempo, pero yo era una persona responsable que jamás hacía estupideces, eso se lo dejaba a mis amigas.

—Cariño, ten muchísimo cuidado —dijo mi madre entre sollozos mientras se despedía de mí en la terminal del aeropuerto. Pude ver por el rabillo del ojo que las demás estaban también en la misma situación.

—Mamá, todo va a ir bien. Estoy con Rosalie y Alice, sé el idioma del país y las drogas son ilegales allí también, así que tranquila —dije intentando bromear. Mi padre me dirigió una mirada preocupada y me reí—. Voy a seguir siendo yo, la aburrida Bella que prefiere quedarse leyendo un libro a salir a emborracharse. Podéis estar tranquilos.

—Bella… —empezó mi padre, pero por megafonía se anunció que nuestro vuelo estaba a punto de salir.

—¡Os quiero! —gritamos las tres a la vez a nuestras respectivas familias, y lanzándonos una mirada emocionada caminamos a toda prisa hacia el interior del avión. Una vez allí nos dimos cuenta de que los asientos iban de dos en dos, por lo que una debía sentarse sola.

—No os preocupéis, haré un esfuerzo sobrehumano y me sentaré al lado del cachas moreno —susurró Rose al entrar. Alice soltó una risita y yo me limité a suspirar, ¿es que sus hormonas no se iban a calmar nunca?

—Vamos Bella, esos son nuestros asientos —dijo la pequeña duende señalando unas cómodas butacas. Haciéndole caso, la seguí—. ¡No veo el momento de llegar!

El vuelo transcurrió tranquilo gracias a Dios, si no me hubiese desmayado. No me gustaba viajar mediante ese trasporte, me daba pavor. Me pasé las horas del viaje con el iPod, escuchando música clásica para calmarme. Alice, por su parte, que también tenía enchufado el reproductor, bailaba exageradamente en el asiento provocando las miradas lujuriosas de algunos de los viajeros.

—Para —le dije tocando su huesudo y pequeño hombro —. Estás montando un numerito.

—¡Y qué más da! —gritó, ya que no se había quitado los cascos y tenía la música a todo volumen. Cerré los ojos y me masajeé las sienes. Aquello iba a ser un horror.

Fue un viaje de largas horas de sufrimiento por mi parte ya que tenía que soportar a la excéntrica de Alice sin poder moverse, uno de los peores castigos que se le podían poner, y ver cómo Rosalie se escabullía al servicio con su acompañante. Sería toda una vergüenza que alguna azafata la pillase, pero se lo merecería. Me sorprendía que se hubiese lanzado tan rápido; aquel tipo debía ser muy buen partido, si no mi amiga no se habría molestado. Mirando el asiento donde había estado sentada antes pensé que a veces me gustaría que se me contagiase algo de su seguridad, pero tampoco querría llegar a su extremo. Al fin y al cabo cada una es como es.

Después de lo que me parecieron milenios, una mujer rubia se posicionó en el centro del pasillo.

—Ya pueden desabrocharse los cinturones y salir; recuerden coger su equipaje de mano. Muchas gracias por confiar en nosotros —nos dijo la sonriente azafata e inmediatamente empezó a volver a decir lo mismo pero en distintos idiomas. Suspiré aliviada y me fui de allí lo más rápido que pude.

Tardamos bastante tiempo en encontrar nuestro equipaje facturado en la cinta transportadora. Estábamos aterrorizadas pensando que quizás se hubiese extraviado pero, sin embargo, al cabo de los minutos aparecieron las pesadas maletas.

—¿Y ahora cómo diablos llegamos hasta el apartamento? —inquirió Rosalie mientras caminábamos entre la marea de gente que se disponía a abandonar el aeropuerto—. ¡Dios mío! ¿Quién es ese madurito? —exclamó de pronto, señalando a un hombre rubio que parecía buscar a alguien entre la multitud. Era normal que Rose se emocionase al verlo; hubiese apostado los ahorros de mi vida a que era modelo.

Ese es mi tío Carlisle, el que nos va a llevar hasta nuestra casa —rió Alice, guiándonos hasta él—. Así que contrólate, Rosalie Hale. Está felizmente casado.

El hombre pareció ver por fin a la pequeña Alice y fue hasta ella con los brazos extendidos mientras sonreía abiertamente.

—Mi queridísima Alice —dijo con su encantador acento inglés. Incluso yo me derretí. Podría ser todo lo mayor que quisiera, pero estaba muy bien para su edad. A su lado se encontraba una mujer guapísima, sonriendo también a la pequeña. Noté como Rosalie soltaba un bufido al notar que era su esposa y solté una risita disimulada; mi amiga no tenía remedio.

—¿Cómo estáis, chicas? —preguntó la mujer. Era simplemente divina. Vestía a la perfección y su preciosa cara destilaba un cariño abrumador hacia nosotras, y eso que nos acababa de ver por primera vez—. Habéis tenido un viaje larguísimo, debéis estar muertas de cansancio. Yo soy Esme, por cierto, y este es mi marido Carlisle.

—Encantada, yo soy Bella Swan y ésta de aquí es Rosalie Hale. Muchísimas gracias por todo, Alice nos ha comentado que incluso habéis encontrado un apartamento para nosotras. No sabemos cómo agradecéroslo.

—Oh cariño, no ha sido nada. Nuestros hijos viven ahí también y pensamos que estaríais mejor con gente conocida alrededor. No es fácil estar en un país nuevo…

La respiración se me cortó. No me esperaba aquello de vivir al lado de los encantadores Cullen.

Seguimos hablando animadamente mientras íbamos camino del coche de Carlisle, el cual tenía aún a Alice bajo uno de sus largos brazos.

Llegamos a un elegante Mercedes negro, donde metimos el equipaje a duras penas, ya que mis amigas parecían haberse traído su casa entera.

—¿Habéis estado en Londres antes? —preguntó Carlisle mientras circulaba por la carretera. Jamás me acostumbraría a conducir por el carril contrario, qué locura.

—Yo sí, de intercambio un verano. No fue una buena experiencia —suspiró Rosalie, mientras miraba por la ventanilla.

La pareja rió.

—Bueno, hay muchos tipos de ingleses —comentó Esme—. Espero que no tengáis ningún problema en adaptaros.

—¿Y cómo están mis primitos? —inquirió Alice, curiosa—. Hace tanto que no los veo…

—Emmett sigue tan bruto como siempre —dijo Carlisle entre risas—. No sé de dónde ha sacado tanto músculo, de verdad… —vi como Rosalie escuchaba con atención y sonreía al escuchar la palabra músculo.

—Y Edward tampoco ha cambiado —añadió Esme, soltando una risita—. Sigue siendo capitán del equipo de fútbol. En este caso lo que yo no sé es de dónde saca el tiempo. Está en un grupo de música, estudia medicina, va a clases de piano, es el capitán del equipo de fútbol… —Su voz destilaba orgullo, y no me extraña. Aquel tipo debía ser el hijo perfecto. No pude evitar compararlo con el chico que había conocido por el Messenger. Si ya me parecía alguien interesante ahora posiblemente lo tendría en un altar. Estaba ansiosa por conocerlo, aunque me diese un poco de sobrecogimiento el hecho de que fuese tan espectacular como decía su madre.

—¡Qué bien que vivamos tan cerca! —Alice no podía ocultar su emoción—. Me muero de ganas de verlos… Seguro que los cinco nos volvemos muy amigos.

Esme y Carlisle rieron.

—Incluye a uno más —comentó Carlisle—. Viven con uno de sus mejores amigos, Jasper Whitlock.

—Es un chico tan encantador y educado… —suspiró Esme.

Al cabo de veinte minutos llegamos hasta el bloque de apartamentos al que nos dirigíamos. Lo reconocimos al instante ya que habíamos visto fotografías en Internet para satisfacer nuestra curiosidad. Carlisle aparcó y nos ayudó a bajar las pesadas maletas.

—Ha sido un placer conoceros, espero que nos veamos a menudo —dijo Esme dándonos un abrazo una a una. Era simplemente maravillosa. Sentía como si ya la quisiese… Debía ser una madre estupenda.

—No las perdáis —Carlisle nos dio tres juegos de llaves y las cogimos con cuidado—. Si necesitáis algo sólo tenéis que avisarnos, ¿entendido? —asentimos, sonrientes—. Estáis en el 4º A, espero que el apartamento sea de vuestro agrado.

—Tened muchísimo cuidado, chicas. No abráis la puerta a desconocidos y cerrad siempre con llave —decía Esme mientras se montaba en el coche de nuevo. Sonreímos, parecía nuestra propia madre—. Avisaré a los chicos para que estén pendientes de vosotras.

Se despidieron una vez más y nos quedamos estáticas viendo como se alejaba el precioso Mercedes.

—¡COMIENZA LA AVENTURA! —chilló Alice, expresando todo nuestro nerviosismo con sus agitados saltos.

Nos miramos las unas a las otras y nos dirigimos a nuestro apartamento de la 4ª planta, el sitio donde íbamos a vivir durante todo un año.

15 comentarios:

diana dijo...

mm me gusta me gusta a!!! asi q voy a esperar cuando se conozcannnnnnnnnnn hay mi diossssssss

Anónimo dijo...

wooooooo
que interesante jajajajaja
estoy nerviosa perdiada
otro capitulo porfavor

Anónimo dijo...

otro capitulo anda
q estoy deseando a ver porque dice q odia a edward
si a el no se le puede odiar

Anónimo dijo...

sadra en esta historia jacob?

Anónimo dijo...

q hartan cuando se conozcan

Anónimo dijo...

otro capitulo porfavor que estamos de nos nervios
yo tampoco me explico teniendo a una hija en quirofano no este nerviosa

Anónimo dijo...

ui edward ya hasta jugador de futbol
jajajaja

Anónimo dijo...

que weno emmett con el gato jajajajaja

Anónimo dijo...

primera historia que edward y alice no son hermanos

Loree dijo...

estaaa bueniisiimaa la historiaa!! yo tampocoo entiendoo xqq bella dicee q odiaa a edward sii pos el msn parecee q lo amaa...!!! quieroo saber q pasa cuandoo se conocen!!! otroo capiii sii???

Anónimo dijo...

otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo
otro capitulo

Anónimo dijo...

no puede ser verdad solo hay dos capitulos y ya estoy enganchada a la historia

adrix dijo...

como dije no se por k lo odiara si edward es simplemente encantador. ya quiero leer cuando se conoscan para ver por k el hombre perfecto le puede caer mal a alguien.
oto claire vale. besos
adrixxxx

Anónimo dijo...

me encanto suban otro pliss no nos hagan esperar mucho !!!!!!Lau escribes genial !!!!!

Anónimo dijo...

podrian subir los capitulos 3 y 4 de nuevo llevo dias intentando leernos pero no puedo y el 11 tambien plisss.

La historia esta genial espero qe subas nuevos capitulos prontooooo

Besitos Kotty