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Capítulo 11: Te necesito
Nunca había pasado unas Navidades tan especiales y alegres. La casa de los Cullen era la antítesis total del hogar que Jake y yo tuvimos; una familia normal y corriente, en la que todos eran cómplices, respetados y queridos. Nos acogieron a Megan y a mi de una forma que no me podía imaginar.
Después de cenar y de la agradable tertulia que tuvimos hasta altas horas de la madrugada, cada uno se retiró a sus habitaciones. Allí le di mi regalo a Edward, al que le encantó la foto, diciendo incluso que la pondría en su mesilla de noche.
También había un regalo para Megan, que resultó ser un simpático andador; ya se empezaba a tener un poco sola, incluso empezaba a hacer amago de gatear, aunque su equilibrio aún era un poco inestable, por lo que el andador le vendría muy bien.
Su regalo para mi fue un fin de semana en un pequeño pueblo de la costa de California, a sólo una hora de San Francisco... bueno, pensándolo bien, el regalo era para los dos.
Todavía recuerdo la primera noche que dormimos juntos, en casa de sus padres. Sabía de sobra que no podíamos hacer nada, es más, era lógico y normal, teniendo a sus padres al lado... y a Emmet... pero los besos y las caricias cada día eran más descontrolados. Me había acostumbrado a dormir con la cabeza enterrada en su cuello, acurrucada en torno a su cuerpo, mientras el iba dejando silenciosos dibujos por mi espalda y mis brazos. La mayoría de las veces me despertaba antes que él, y me quedaba embobada viéndolo dormir, con la respiración pausada, su pelo aún más revuelto si cabe y los labios ligeramente entreabiertos... labios que no podía, muchas veces, evitar acariciar con los dedos o darles pequeños besitos, mientras él se iba despertando.
Dos días después de la cena de Nochebuena me encontraba con Esme y la niña de compras; paseábamos por Market Street, zona céntrica y con tiendas de todo tipo. Íbamos en animada charla, parando a ver los escaparates y turnándonos para empujar la sillita. Megan ya estaba mucho mejor, no tenía fiebre y podía salir a la calle, aunque fuera abrigada como un esquimal.
Esme paró en una tienda de bebés. Decidimos entrar para echar un vistazo... y se volvió loca. Pese a mis protestas, salió con bolsas llenas de ropita nueva para Megan.
Al sentarnos en un café para hacer una pausa, me propuso algo.
-Bella, quería hacerte una proposición- me dijo amablemente. Asentí con la cabeza.
-Sé que Edward te ha regalado una estancia de hotel... y quería preguntarte cuándo lo vais a disfrutar-.
-Supongo que tendré que esperar a que Jake y Leah regresen, no tengo con quién dejar a Megan, y a que nuestras guardias cuadren a la vez- respondí resignada. Ella me miraba con una sonrisa, mientras sus ojos miraban cómplices.
-He pensado que podríais iros mañana viernes; Carlisle libra el fin de semana y nos quedaríamos con la niña... y así aprovecháis estos días de vacaciones- me propuso tímidamente.
Estaba muy sorprendida por su proposición; en estos días en su casa pude notar que le encantaba estar con la niña... pero no quería abusar.
-Te lo agradezco Esme, de corazón... pero siento que abusaría demasiado; bastante que estaremos en vuestra casa hasta que vuelva mi hermano, después de Año Nuevo- le respondí.
-Bella, Edward y tú necesitáis estar a solas, tranquilos... y a mi no me importa créeme- insistió de nuevo. Al ver mi silencio, habló de nuevo.
-Se lo dije a Edward ayer por la noche, me dijo que debía hablarlo contigo; sé que tiene muchas ganas de hacer ese viaje contigo- me siguió diciendo.
Yo también tenía ganas de poder tener dos días tranquilos, sólo nosotros. Esme me miraba poniendo carita de pena, muy parecida a los pucheros que ponía Edward, se veía de dónde los había sacado.
Suspiré y asentí, quedando con ella en que si le daba mucha guerra o le pasaba algo me llamaría inmediatamente.
Esa noche, mientras hacía la pequeña maleta, sentí unos brazos rodearme por detrás. Levanté mi vista hacia arriba para encontrarme con la sonrisa de Edward.
-¿Preparada para descansar un poco?- inquirió juguetón.
-¿Crees que vas a escapar de mis brazos?... ni lo sueñes- le devolví la gracia, mientras él reía y dejaba un beso en mi cuello.
-Me refería a descansar y a preocuparte sólo de nosotros...- enumeró mientras dejaba un suave beso en mi oreja, provocándome.
-A eso sí... un poco de intimidad no nos vendrá mal- afirmé; me giró y me besó sin previo aviso. Nuestros labios se juntaron desesperados, mientras que su lengua invadió mi boca al instante; las ansias de poder estar con él a solas se acentuaron por segundos, y a él parecía pasarle lo mismo... pero Megan, que estaba encima de la cama, rodeada de cojines y jugando con un peluche, protestó.
Con un suspiro, nos separamos, mientras él se dirigía hacia ella y la cogía. Le besó la carita, mientras se acercaban a mi.
-¿Serás buena con Carlisle y Esme, verdad?- le hablé a mi niña en tono cariñoso, mientras ella hacía ruiditos y gorjeos con la boca.
-Claro que va a ser buena, ¿verdad preciosa?- le dijo él mientras la levantaba en el aire. Me encantaba verlos juntos, parecían padre e hija de verdad... y en fondo de mis pensamientos, tenía la esperanza de que eso se cumpliera con el tiempo.
Una vez la bajó de nuevo a sus brazos, me miró.
-Voy a bajar a darle la cena mientras tú terminas con ésto, ¿te parece?- me preguntó. No contesté y se lo agradecí con un pequeño beso, que el devolvió.
Aquella noche, una vez Megan cenó y nosotros nos acostamos, me costó conciliar el sueño... me moría por estar con él, pero las dichosas dudas y miedos hicieron acto de presencia.
Al final terminé por convencerme a mi misma de qué si me había regalado el viaje, sería que él también quería.
Por la mañana, a eso de las nueve y media, Edward cargaba el coche mientras yo me despedía de mi niña, dándole montones de besos. Edward se acercó a nosotras, mientras me agarraba de la cintura y se despedía de la niña también. Una vez se la pasé a Esme, y nos despedimos de ella y de Carlisle, montamos en el coche.
Edward tomó el desvío de la autopista al de veinte minutos. Yo iba callada, hasta que sentí que Edward me cogía de la mano.
-¿En qué anda tu mente?- me interrogó mientras acariciaba mi mano.
-Nada importante... me alegro de estar aquí... contigo- susurré ésto último en bajito, mientras el ponía una de sus características sonrisas.
-Yo también estoy contento, créeme- me dijo con suavidad, mientras me miraba con una mirada profunda y sincera. En esa mirada había muchos sentimientos; deseo, ansias, cariño... amor.
Durante todo el viaje mantuvo el agarre de su mano, mientras iba contándome cosas acerca del lugar a dónde íbamos y de lo que podríamos hacer.
Llegamos al pequeño pueblo, era muy bonito y pintoresco. Las casas blancas y bajas, con tejados azules, le daban un toque marino. Edward avanzó entre las pequeñas callejuelas, para parar enfrente de un edificio blanco, de varios pisos, rodeados por unos jardines exquisitamente cuidados. Bajé del coche, siguiendo a Edward. El aroma de las flores, mezclado con el salitre del mar, me llenó los pulmones.
Una vez cumplimos con los trámites el recepción, subimos a nuestra habitación.
Edward me tendió las llaves con una sonrisa. Nada más abrir la puerta, me quedé petrificada.
La habitación, decorada con muebles de diseño, era enorme y luminosa, al igual que el baño, con una bañera redonda enorme. Recorría con la mirada cada rincón de ese sitio, maravillada y emocionada la vez. Abrí la enorme cristalera que daba a la espaciosa terraza, con el suelo de madera, una pequeña mesa y a un lado dos hamacas de madera. Las vistas eran impresionantes, con el mar y la costa extendiéndose en todo su esplendor; el sol salía tímidamente en medio de las nubes.
Me apoyé en el barandal, maravillada por ese precioso paisaje. Cerré mis ojos, disfrutando de la tranquilidad. No oí acercarse a Edward, que me rodeó por detrás; apoyé mi cabeza en su pecho, mientras me decía.
-¿Te gusta?-.
-Es precioso, gracias por este regalo Edward- le agradecí mientras me giraba y me dejaba cara con cara.
-Gracias a ti por compartirlo conmigo- me susurró mientras me abrazaba suavemente.
-¿Habías estado aquí antes?- le interrogué.
-No, había oído hablar del sitio, pero no había venido hasta ahora. Jasper me lo aconsejó, suelen venir aquí de vez en cuándo- me explicó. Asentí con la cabeza, mientras se escapaba un suspiro de mis labios. Edward me miró divertido.
-¿Quieres llamar a ver cómo está Megan?- me propuso, mientras yo asentía.
Una vez hablé con Esme y con mi hermano para ver que tal iba todo por Seattle, Edward y yo decidimos salir a dar un paseo y a comer algo.
Con las manos entrelazadas, caminábamos sin prisa, admirando la arquitectura local y el paisaje. La sensación de pasear así, sin la sillita de Megan en medio de los dos, era extraña y a la vez agradable.
Proseguimos nuestro paseo hasta la hora de comer. Entramos en un pequeño restaurante con vistas al puerto. La terraza estaba cubierta por las cristaleras que debían poner en invierno. Comimos tranquilos y relajados, y después proseguimos con el paseo.
Terminamos, al de un buen rato, en la playa. Al ser invierno la tarde empezaba a decaer un poco antes. Edward se sentó en la arena, y me invitó a sentarme entre sus piernas, que estaban flexionadas. Permanecimos unos minutos en un cómodo silencio, escuchando el sonido de las suaves olas; no había mucha gente, por lo que el ambiente era íntimo.
Acariciaba la mano de Edward, que reposaba en mi vientre, cuándo habló.
-Bella... me gustaría llevarte a cenar a un sitio esta noche- me propuso.
-¿A dónde?-.
-Es un sitio que está media hora de aquí; hacen el mejor marisco de toda la costa- me explicó suavemente.
Asentí contenta, por fin Edward yo tendríamos una cita de verdad.
Después de volver al hotel, me dispuse a cambiarme. Sólo había traído un vestido más o menos elegante. Después de que Edward me dejara el baño libre, por fin pude prepararme. Me duché y me maquillé ligeramente, resaltando mis ojos con el rímel y una suave sombra color melocotón.
Al final decidí dejar mi pelo suelto. Me sujeté unos mechones, apartándolos de mi cara, con una pequeñas horquillas plateadas. Ahuequé bien los tirabuzones que acababan en las puntas, y me dispuse a vestirme.
El sujetador de encaje negro, sin tirantes, y el cullote de encaje a juego resaltaban mi blanca piel. Me puse un sencillo vestido negro, palabra de honor. Se ajustaba como un guante a mi pecho, para después caer libre hasta la altura de la rodilla. La combinación de la seda y la gasa le daba brillo y ligereza. Por los hombros me puse una torera de punto plateada, que apenas me cubrían los hombros y un poco los brazos.
Salí del baño, con cuidado de no tropezarme con los zapatos de tacón, también de raso negro. Edward estaba sentado al borde de la cama, esperándome. Llevaba un traje negro, sin corbata, con una camisa blanca con finas rayas azules oscuras. Llevaba los dos primeros botones de la camisa desabrochados... estaba guapísimo; se quedó mirándome fijamente, mientras se levantaba hacia mi.
EDWARD PVO
Bella estaba simplemente preciosa. Ese vestido negro realzaba sus curvas, y los zapatos de tacón hacía que se viese sexy e irresistible. Estaba guapísima, con los tirabuzones rodeando su cara. Me acerqué lentamente, mientras ella agachaba su mirada, y se sonrojaba ligeramente.
-Estás preciosa- le dije mientras la cogía de la cintura. Ella levantó la vista, con una tímida sonrisa.
-Tú también estás muy guapo- me piropeó con vergüenza; no pude menos que atraerla hacia mí y besarla suavemente en los labios. Ella rodeó mi cuello, apoyándose en mi. Si por mi fuera no saldríamos de la habitación hasta mañana... pero le había prometido llevarla a cenar. Poco a poco fui separándome de ella.
-Bella, a este paso no llegaremos al primer plato- le recriminé suavemente, con una sonrisa. Ella asintió, mientras se separaba de mi para tomar su bolso y salir por la puerta.
Según las indicaciones, el restaurante tenía un parking privado. Una vez lo encontré, abrí la puerta y salí para ayudar a Bella. Le tendí mi mano, que ella cogió encantada, y entramos. Pedí una mesa tranquila, y después de pedir nuestros platos, se dirigió a mi.
-Esto es precioso Edward... pero no quiero que te gastes tanto dinero en mi- me reprendió en broma.
Rodé mis ojos, mientras que lentamente la cogía de la mano.
-Bella, es nuestra primera cita solos... y quería que fuese especial; además ni pienses que vas a pagar algo- añadí.
Iba a replicar, pero me llevé su mano a mis labios besándola suavemente. Ella apretó su agarre, y no me soltó hasta que vino el camarero con los platos.
La cena transcurrió en una cómplice y agradable conversación. El marisco estaba exquisito. Al terminar los postres se iluminó la pista de baile. Varias parejas salieron a bailar; mientras me levantaba estiré la mano hacia mi novia, invitándola a bailar. Sin decir nada, la tomó y la conduje al centro; una de mis manos se posó en la parte baja de su espalda, mientras que la otra seguía junto a la mía. Empezamos a movernos, siguiendo el suave ritmo de la balada.
-¿Has disfrutado?- le pregunté, mientras terminaba la canción y enlazábamos con otra.
-Me ha encantado Edward, gracias por todo ésto- respondió, todavía aturdida.
-Me alegro...¿te he dicho que estás preciosa esta noche?- le susurré seductoramente al oído.
Hizo un gracioso gesto de pensar con la cara, para al fin responderme
-Si, pero no me acuerdo...- susurró con voz débil
-Pues te lo vuelvo a decir; estás preciosa- le dije mientras me inclinaba para besarla. Sus besos dejaron entrever la necesidad que tenía ella de mi. La mano que tenía en su espalda empezó a subir ella sola, regalándole caricias por doquier. Ella pasó las manos por mi cuello, acariciando con un dedo mi nuca de arriba a abajo, lenta y sinuosamente. Nuestras frentes se juntaron, mientras que me miraba de forma ansiosa. Vi que se mordía el labio inferior... y no pude más.
-Vayámonos- murmuré bajito; ella asintió. El camino hacia el hotel fue silencioso. Pude notar que Bella estaba inquieta, y me miraba con nervios contenidos.
Al llegar a la habitación, se tiró a mis brazos, besándome con desesperación. Me pilló de sorpresa y me costó unos pocos segundos corresponder a su beso.
Ella se separó de mi, mientras me miraba.
-¿Qué ocurre cariño?- le pregunté preocupado y sorprendido por su gesto, mientras rodeaba su pequeña cintura.
Titubeó un poco, hasta que me dijo la respuesta.
-Ver...verás Edward... sólo he hecho ésto una vez... y no iba muy en mis facultades...- empezó a decir, pero la acallé con un beso. Sus manos se afianzaron en mi cuello, y nuestras bocas dieron rienda suelta a los sentimientos tanto tiempo contenidos. La deseaba, y mucho.
Tímidamente y sin deshacer el beso en ningún momento, pude notar cómo sus manos tiraban de mi chaqueta, hasta que terminó en el suelo; hice lo mismo con la suya, mientras ella se entretenía con los botones de mi camisa. Acaricié su espalda de nuevo, mientras mis labios se perdían por su cuello y el principio de su escote.
Su suave piel era tibia y con sabor dulce, tal y cómo la había imaginado. Mi camisa hizo compañía a mi chaqueta, en el suelo, y ella tímidamente fue bajando por mi pecho con sus manos, explorando cada rincón de él. Bajé la cremallera de su vestido... y la visión más perfecta apareció ante mis ojos. El sujetador sin tirantes realzaba sus pechos, ni muy grandes ni muy pequeños, y el cullote de encaje acentuaba la forma de sus caderas.
Sin poder contenerme más, la alcé agarrando sus glúteos y la deposité en la cama. Me posicioné encima de ella, mientras nuestras bocas se volvían a juntar, ardientes de deseo.
Sus manos acariciaban mi cabello, y mis gemidos en su boca ya eran inevitables. Ella bajó sus manos, y mientras yo me entretenía en su cuello, succionándolo suavemente, sentí que la presión que tenía ahí abajo disminuía. Cómo pude empujé los pantalones hacia abajo, para dejarlos caer. Una vez estuvimos los dos en igual de condiciones, mi mano rozó su escote, bajando por el medio de sus pechos, y siguió su camino hasta su vientre, plano a pesar de haber pasado por un embarazo... pero no se detuvo ahí.
Al llegar a esa prensa íntima suya, y rozar el borde de encaje con mis dedos, delineando su cadera, ella ahogó un pequeño grito, mientras noté que la carne se le ponía de gallina. Volví a ascender, para quedar a su altura y regalarle besos por su barbilla, hasta llegar a sus labios. Ella mordió mi labio inferior con insistencia, mientras la levantaba levemente, lo justo para desabrochar su sostén y lanzarlo a algún rincón de aquella habitación.
Una vez tuve sus pechos para mi, me dediqué un momento a observarla, mientras ella, jadeante y sudorosa, desviaba su mirada hacia un punto del techo; estaba sonrojada. No pude menos que calmarla, mientras que le hablaba en su oído.
-Eres tan bonita...- murmuré casi para mi mismo. Ella sonrió levemente, mientras sus manos recorrían mis brazos y la parte superior de mi pecho.
Una de mis manos bajó hasta esas montañas claras, rozándolos levemente con la mano. Pude notar cómo se endurecían sus pezones, y me llevé uno de ellos a la boca. Lamí y pellizqué con mis dientes esa pequeña cima rosada, mientras que con la otra mano tiraba suavemente del otro. Levanté la vista, para observar su cara, que se contraía en muecas de placer. Sus ojitos estaban cerrados, y leves gemidos empezaron a llenar la habitación.
-Ed...Edward...- oírla decir mi nombre me puso más excitado de lo que estaba. Ella tiró de mi pelo, para ponerme de nuevo a la altura de su cama y besarme; pude sentir cómo sus caderas y las mías se rozaban, provocando una dolorosa y placentera fricción de nuestras partes íntimas. Puse sus manos por encima de su cabeza, mientras de nuevo volvía a sus pechos, para volver a regalarles tiernas y excitantes caricias. Mis besos fueron bajando, dejando lametones y mordiscos en su abdomen y en sus costillas.
Ella, al ver sus manos libres, tímidamente las bajó desde mi pecho también, reconociendo y aprendiendo cada recoveco. Mis fuerzas quebraron cuándo su mano pasó la frontera de mi obligo, llegando a mi bajo vientre y después a mi zona íntima, acariciando la largura de ésta con la punta de sus dedos. Gemía cómo un loco llegados a ese punto, y me dispuse a desnudarla por completo. Mis dedos marcaron de nuevo la forma de sus caderas, mientras me deshacía de la última prenda que le quedaba. Acariciando sus piernas, subí de nuevo por ellas, hasta llegar a la cara interna de sus muslos, dónde dejé un beso a cada lado, mientras me centraba en lo que tenía enfrente de mí. Al darle un beso en su centro, su espalda de arqueó. Pasé mi mano por él, notando lo excitada que estaba; introduje unos de mis dedos, mientras que con mi pulgar presioné ese pequeño centro de placer. Sostuve un movimiento suave y constante, y no pude evitar mirarla. Se retorcía de placer mientras que sus puños enredaban las sábanas.
-Ed...Edward...más, más- inquirió entre ahogados gemidos.
Metí un segundo dedo, mientras que iba acelerando la velocidad. Mi boca volvió a besar ese pequeño botón y a lamerlo suavemente, mientras ella arqueaba su espalda. Pude sentir que iba a terminar, y me alejé de ella. Yo no estaba para muchos preliminares, así que me quité mis bóxer y busqué un preservativo en el cajón de la mesilla.
Su respiración, agitada e irregular, fue calmándose un poco. Lentamente me puse entre sus piernas, mientras juntaba nuestras frentes.
-Bella... me encantas... me vuelves loco- le dije al oído.
-Y tú a mi... así que hazlo por favor- me rogó con desesperación, mientras que aprisionaba mis caderas con sus piernas. La besé con ganas, mientras poco a poco me introducía en ella. Su calidez y humedad hicieron que me estremeciera, mientras ella enterraba su cara en el hueco de mi cuello. Nuestros gemidos invadían la habitación.
Comencé a moverme despacio, intentando que disfrutara lo máximo posible. Ella arqueaba la espalda, mientras buscaba de nuevo mis labios, los cuales encontró, besándome con ansias y deseperación.
Sin darme cuenta, empezó a mover sus caderas, siguiendo el ritmo que yo le marcaba. Eso hizo que la sintiera más profundamente, y no pude evitar jadear su nombre.
-Bella...ahhh-.
-Ed...ward... sigue, sigue- me pedía. Hice lo que me pedía, y sentí un calambre recorrer todo mi cuerpo.
-Bella... no aguanto... Bellaaaa- gemí, mientras ella gritaba de placer, y terminaba, al igual que yo. Descansé unos segundos mi cabeza en su pecho, mientras ella metía los dedos por mi pelo. Nuestras respiraciones se fueron calmando, y me acerqué de nuevo a besarla, aún dentro de ella. Me respondió al beso lenta y pausadamente. Una vez me separé de ella, me tumbé a su lado, agotado y sudoroso. Ella se acurrucó contra mi, mientras yo la rodeaba fuertemente con mis brazos y le daba tiernos besos por toda la cara.
Ella sonreía tímida y levemente por el cansancio, mientras me miraba embelesada.
-Te quiero Edward... mucho- susurró mientras sus ojos se cerraban. No pude menos que sonreír y taparnos a los dos.
-Yo también te quiero Bella, cómo pensé que no podría querer de nuevo- le dije al oído, mientras ella cerraba sus ojitos para dormir... y no tardé en seguirla.
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listo mis niñas, el Kpi de ayer.... de verdad lamento la tardanza, pero bueno
comenten, voten y difruten. Con amor Alejandra Rivas ; )
3 comentarios:
me encanto el capiiiiiiii
waaaaaaaaaaaaa
felicidades ;)
byeeee
besos
Gracias una vez mas por escribir tan maravillosamente...Sigue asi...Besos..
que viaje tan interesante
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