The London Calling Guide y Tours Operators improvisados.
Esa primera semana en Londres pasó con relativa tranquilidad. Cada mañana íbamos con nuestros amables vecinos a clase, los cuales parecían encantados por nuestra compañía, aunque para ser justa he de añadir que nosotras también les hacíamos entender eso.
Edward Cullen me fascinaba. No sabía cómo pero su intrincada personalidad, cambiante de un día para otro, hacía que mi curiosidad hacia él aumentase a un ritmo alarmantemente acelerado.
Lo había visto con más de seis chicas diferentes, aunque todas ellas esculturales, desde que llegué, y de eso hará unos cuatro días. Sabía, por la información que me daban sus gentiles compañeros de piso, que se dedicaba a llevarlas al cine o a invitarlas a cenar. Jamás me quisieron contar nada más, aunque a veces parecía como si realmente no lo supieran.
Por otra parte, cada vez estaba más enamorada de mi carrera. Era todo un placer estudiar Filología inglesa en Londres. Me sentía culta cuando salía de las clases, siempre aprendía algo nuevo y cada segundo que pasaba me maravillaba más y más la tradición literaria del país en el que me encontraba.
Mi vida allí parecía haberse normalizado. Por la mañana iba a la facultad, después comía con mis amigas y de vez en cuando con los chicos. Al acabar, daba una vuelta en metro, bajándome siempre en una estación diferente para ver los diferentes monumentos de Londres, aquellos que consideraba indispensables en una primera toma de contacto con el arte local, por así decirlo. Después me dirigía a la librería, donde permanecía hasta las siete.
Rosalie y Alice tenían otro ritmo de vida, más dado al ocio que el mío, pero no me molestaba. Normalmente se pasaban la tarde de tienda en tienda o tomando un té con pasteles en algún sitio especializado; así eran ellas, nada de turismo cultural ni de trabajar.
Era viernes, y eso me hizo gemir. La inminente presencia del primer fin de semana sólo podía traer algo malo, aunque esta afirmación sólo la haría yo, ningún otro mortal temería al tan deseado fin de semana.
Estaba segura de que Alice y Rose me arrastrarían por la noche hasta un pub, y sinceramente, no tenía ganas.
Me desperecé en el interior de la cómoda cama pero no me levanté. Los viernes no tenía clase por lo que podía disfrutar de un tiempo de relax, sin ningún tipo de interrupción.
—¡Bella! —la chillona voz de Alice resonó por toda la casa—. Vamos Bella, ¡levántate!
—Hoy no tengo clase —gruñí, dándome la vuelta y tapándome las orejas con la almohada.
—¡Ni yo! —aclaró, entrando en mi cuarto y tirándose encima de mí.
Mierda, no había recordado ese pequeño detalle. La idea de un día entero sufriendo los nervios de Alice no era demasiado tentadora.
—Por eso he pensado que podríamos hacer algo especial —sonrió mientras botaba, consiguiendo que me doliese cada centímetro de mi anatomía.
—¡Alice, bájate! Me estás aplastando —me quejé, mientras la empujaba hacia la derecha. Ella se rió maliciosamente y empezó a hacerme cosquillas—. Si te comportas así no iré a ningún sitio.
Como por arte de magia se quedó estática y con un ágil salto se incorporó.
—¡Pues en marcha! He tenido una idea sensacional —y dejándome con la palabra en la boca salió corriendo de mi habitación.
Sabía que de ella me podía esperar cualquier cosa, por lo que opté por un vestuario consistente en vaqueros, camiseta, sudadera y unas Converse. Al verme frunció el ceño pero no comentó nada, por lo que me regodeé interiormente ante mi victoria.
Desayuné lo más tranquilamente que pude, en un intento de evitar que Alice expusiese su idea.
—¿Ya has acabado? —preguntó con un bufido al ver como metía el cuenco de los cereales en el lavavajillas.
—Me tengo que lavar los dientes —sonreí inocentemente y me dirigí al cuarto de baño, en el cual estuve cerca de diez minutos.
—¡Isabella Marie Swan! —gritó Alice desde fuera—. ¡Espero que cada viernes no me montes este espectáculo!
Suspiré y abrí la puerta para dirigirle una mirada de frustración y rabia de la que ella se rió.
—Venga, mueve tu culo —me instó, mientras cogía las llaves de casa.
Abrió la puerta y esperó a que yo saliera primero. Después llamó al ascensor y una vez dentro me dediqué a fruncirle el ceño.
—Llegamos —sonrió ella.
—Pero si acabamos de… —no me dio tiempo a terminar al ver donde estaba.
No habíamos bajado para salir a la calle, habíamos subido.
—¡Alice, ni se te ocurra! —le cuchicheé al ver que se escabullía del ascensor y corría a llamar al timbre de nuestros encantadores vecinos.
Yo seguía dentro del elevador, haciéndole gestos a mi amiga para que volviese, cuando la puerta se abrió y dejó a la vista a un confuso Edward.
—¡Buenos días! —saludó alegremente Alice, plantándole dos sonoros besos en las mejillas.
—B-buenos días —respondió él.
Después noté como su mirada giraba para observarme y una sonrisa burlona surcó su rostro. Y con motivo. Me di cuenta que tenía puesta mi pierna derecha en un ángulo extraño con la intención de tapar el láser óptico que hacía que las puertas se cerrasen.
Me sonrojé y mascullando por lo bajo me dirigí hacia ellos, que seguían observándome divertidos.
—Hola, Bella —dijo educadamente Edward.
Moví la mano en gesto de saludo y me crucé de brazos esperando a que Alice dijese lo que quería.
—Pasad, no os quedéis ahí —nos invitó Edward.
Yo iba a comentar que no, que prefería volver a casa, pero Alice me agarró con una fuerza sobrenatural y me empujó hacia el interior. La casa era muy parecida a la nuestra, solo que primaba el azul y el negro en la decoración general.
—Los demás también están, siempre solemos organizar nuestro horario de forma que los viernes los tengamos libres —explicó mientras nos conducía hacia el salón principal—. Normalmente tenemos partidos de fútbol ese día, por eso preferimos entrenar durante el máximo tiempo posible y teniendo clases hasta la mitad de la tarde resulta imposible.
Me quedé atónita cuando entramos en la sala. Allí, sentada con las piernas cruzadas y frente a la larga mesa, estaba una chica rubia. Tenía puesta una camiseta que le quedaba holgada, por lo que supuse que no sería suya, sino de alguno de los chicos. Al notar nuestros pasos la aludida se dio la vuelta y sentí como mi autoestima caía en picado. Era preciosa.
—Tanya, creo que seguiremos con eso en otro momento —dijo simplemente Edward.
—Claro, tenemos tiempo hasta el martes —le contestó ella mientras empezaba a recoger los papeles que había sobre la mesa, delante de donde estaba sentada.
—Yo recojo lo mío después, no te molestes –comentó él al ver que la chica había empezado a ordenar otro montículo de papeles.
Ella chasqueó la lengua, cogió con cuidado lo que parecía que eran sus apuntes y se levantó, dándonos una perfecta panorámica de sus contorneadas piernas desnudas. Vi como Alice la miraba boquiabierta, seguramente no se esperaba eso.
—Me cambio y me voy —dijo la rubia, después nos mandó una tímida sonrisa que ninguna correspondimos y se marchó al interior de la vivienda, seguramente al dormitorio de Edward.
Este, por el contrario parecía como si nada hubiese pasado. Fue detrás de ella, aunque unos segundos más tarde, y escuchamos como llamaba a voz de grito a sus amigos.
—¡Chicas! —sonrió Jasper, que aún estaba en pijama—. ¿A qué se debe esta agradable sorpresa?
—No teníamos nada que hacer y el otro día comentasteis que no ibais a clase los viernes —dijo Alice, recuperando la alegría—. ¿Quién era esa? —le preguntó en un susurró a Jasper. Inconscientemente me acerqué para escuchar mejor.
—¿Te refieres a la rubia? Es Tanya —dijo simplemente—. Es compañera de Edward, creo que estaban haciendo un trabajo para Anatomía General II.
Bufé, lo que acababa de decir tenía un doble sentido que se podía aplicar muy bien a este caso. Saqué la conclusión de que Alice parecía haber entendido lo mismo que yo, ya que disimuló una risita con una tos.
—¡Mis chicas favoritas! —rugió Emmett, que acababa de aparecer—. Un momento, ¿y Rosalie? —parecía decepcionado, por lo que no pude evitar sonreír.
—Ella sí que tiene clase, aunque acaba a las diez y media.
—Qué pena… —murmuró mientras se sentaba en uno de los sillones—. Hombre venga, no os quedéis ahí tiesas, sentíos como en vuestra casa.
Alice palmoteó y fue a sentarse en un sofá, seguida de cerca por Jasper. Yo los imité y ocupé el lugar que había libre a la izquierda de este último.
Edward volvió, mordisqueando una manzana y fue hacia donde estaban sus papeles. Estaba concentrado, ya que aunque Emmett estaba llamándole, él ni se inmutaba.
A los minutos volvió Tanya; se había puesto un vestido muy simple pero que le quedaba genial. Maldije en mi fuero interno por no ser tan atractiva como ella.
—Bueno, me voy —sonrió a todos los presentes y se acercó a Edward—. Después te llamo, que no se te olvide mandarme al email la introducción del trabajo.
—Claro, ahora mismo lo hago —le contestó él—. ¿Quedamos mañana? Cuanto antes nos quitemos esto de encima, mejor.
Ella parecía entusiasmada.
—¡Genial! Así tengo libre el domingo, que me venía fatal quedar contigo ese día…
—Me ofendes, Tanya —se mofó Edward.
Tanto Emmett como yo soltamos unos sonoros bufidos y Edward se volvió hacia nosotros con una ceja levantada, pero no nos hizo demasiado caso.
—Hasta mañana pues —dijo ella.
—¡Adiós preciosa! —gritó Emmett, consiguiendo que la chica riese—. ¿No me das un besito de despedida?
Tanya parecía divertida cuando se acercó y posó un beso en la coronilla de Emmett, el cual ni se había dignado a levantarse del sillón.
— Por cierto —dijo de pronto mi amiga y la chica rubia se giró hacia ella—. No nos hemos presentado antes, ella es Bella y soy Alice —aquello era una traición, ¿cómo podía ser amable con la tía esa?
—Y yo Tanya. Me encantan tus zapatos Alice, no puedo dejar de mirarlos —admiró ella entre risas, y Alice soltó un chillido entusiasmado.
Después de eso, Edward la acompañó gentilmente hasta la puerta y supuse que sería para despedirse bien de ella, sin la presencia de mirones como nosotros.
—¿Están… juntos? —preguntó Alice deprisa, sin dejar de mirar de reojo el sitio por donde se había ido Edward, temerosa de que volviera y la escuchase.
—¿Edward y Tanya? ¡Más quisiera ella! —Jasper se carcajeo como si aquello fuese lo más divertido que hubiese escuchado en la vida—. No sé porqué se lo pone tan difícil, es una buena chica. No como otras con las que sale…
¿Buena chica? A mí no me lo había parecido, sinceramente. Estaba medio desnuda en una casa que no era suya. Si Edward viviera solo, pues quizás hubiese sido un comportamiento menos tachable, pero no era así.
—Los padres de Tanya son amigos de los nuestros desde que nos mudamos a Londres —comentó Emmett, como si hubiese escuchado mis pensamientos—. Básicamente, se ha criado con nosotros. Quizás por eso Edward no quiere nada serio con ella, no lo sé.
—Pero Tanya siempre ha estado detrás de él —añadió Jasper—. Aunque creo que estos últimos años se ha resignado, por lo menos no está todo el tiempo detrás como cuando eran críos.
—Sí, era inaguantable —suspiró Emmett—. ¿Te acuerdas de la cara que puso Edward cuando se enteró de que ella también iba a estudiar Medicina?
Los dos se rieron fuertemente ante aquel recuerdo. En ese momento llegó el aludido y los miró escéptico.
—¿De qué os reís? —quiso saber.
—Oh, no tiene importancia —disimuló Emmett—. Hablábamos de cosas del pasado.
—Sé que me ocultáis algo, al igual que sé que no me lo vais a contar, por lo que lo dejare pasar —sonrió Edward mientras se sentaba en un sillón de cuero negro—. Bueno, ¿qué os trae por aquí, vecinas?
Me quedé muda al ver que se dirigía en especial a mí. Conseguí relajar mi musculatura para encogerme de hombros y señalar a Alice. Edward pareció entenderlo, ya que se rió.
—Me apetecía veros —explicó mi amiga—. Si fuera por Bella, me haría quedarme todo el día tirada en la cama, leyendo o escuchando música.
Chasqueé la lengua molesta, Alice no tenía por qué ir contando las cosas que me gustaban o me dejaban de gustar.
—Oh, es una Eddie dos —se mofó Emmett y Jasper soltó una risotada.
—¿Perdón? —inquirió Edward mientras resoplaba—. Que yo sepa eres tú el que se pasa el día tumbado en la cama, sin hacer nada. Yo tengo una vida muy activa, gracias.
—¡Y yo! —le exclamé a Alice—. No tengo la culpa de que estés todo el día como si te hubieras dopado. Entérate Alice, lo normal no es ir saltando de un lado para otro.
Emmett y Edward estallaron en carcajadas al ver como mi amiga cruzaba sus pequeños brazos con fiereza bajo el pecho, mientras me dirigía una mirada de odio. Jasper se limitó a sonreír.
—Voy a hacer como si no hubieses dicho eso, Isabella —me dijo ella, con tono autoritario. Después se volvió hacia los chicos—. Bueno, lo importante aquí es que es viernes. Necesito que me digáis qué hacer en Londres en un fin de semana.
Vi como los tres amigos se miraban entre sí y después sonreían, satisfechos.
—¡Yo me encargo de mi zona! —gritó Emmett.
—Oh, ya sabéis cual es la mía —Edward seguía sonriendo, aunque ahora de forma arrogante.
—Vale, vale, yo me quedo con lo que falta —exclamó Jasper.
Rápidamente se levantaron y cada uno fue a un punto diferente de la casa: Edward y Jasper a sus respectivas habitaciones y Emmett se quedó rebuscando por los cajones de un mueble del salón.
Alice y yo los observábamos sin decir palabra, parecía como si se hubiesen vuelto repentinamente locos, pero al mismo tiempo estaban perfectamente sincronizados. Edward fue el primero en llegar, con las manos llenas de papeles, y se volvió a sentar en su sillón de cuero. Mientras esperaba a sus compañeros cogió una funda que se encontraba en la pequeña mesita que teníamos delante y sacó de ella un cigarrillo y un mechero. Lo encendió y le dio una larga calada mientras nos observaba.
—Fumar mata —le dije yo, sin poder contenerme.
—Y estar todo el día amargada también —respondió, al mismo tiempo que guiñaba un ojo. Me quedé boquiabierta ante su impertinencia pero no me dio tiempo a decir nada, ya que Emmett y Jasper estaban volviendo a sus posiciones.
—Bueno, expliquemos esto por encima —comentó Jasper, el cual se había quitado el pijama para vestirse con unos vaqueros y un suéter—. Veréis chicas, tras largos años de experiencia en la noche londinense decidimos crear lo que hoy en día es… "the London Calling Guide".
—¿Eso no es...? —empecé a decir yo.
—Sí, una canción de The Clash —me cortó Edward. Puso el cigarro en un cenicero y cogió el turno de palabra de Jasper—. Sólo son indicaciones a seguir, dependiendo de la noche que quieras.
—Ya sabes, puedes tener ganas de electrónica… —continuó Emmett.
—O de algo más tranquilo —asintió Jasper.
—O quizá un poco de música en directo —sonrió Edward—. Todo está aquí.
Alice los miraba como embelesada, seguramente estaría planeando hacer lo mismo pero con tiendas de moda.
—Eso suena un poco a lo del Mapa del Merodeador de Harry Potter —me burlé yo.
—Fue nuestra inspiración —confesó Emmett entre grandes risotadas—. Bueno, así que lo primero es… ¿Qué intención tenéis a la hora de salir por ejemplo, hoy? ¿Mucha fiesta, poca fiesta? ¿Algo elegante?
—Frente al Támesis hay unos clubs muy exclusivos –contó Jasper, cogiendo el cigarro de Edward—. Son algo más caros, pero merece la pena.
—Está también la zona del Soho, que hay un poco de todo —dijo Emmett—. Siempre es la respuesta: si no sabes dónde ir, ve a Soho, allí habrá algo parecido a lo que busques.
—También hay muchos pubs de música alternativa en Camden. Es una de mis opciones preferidas —comentó Edward.
—¡O el Party-Bus! ¡Un autobús que te lleva de fiesta en fiesta! —gritó Emmett agitando en el aire uno de los papeles que tenía delante—. Es caro, pero la mejor forma de ir al límite.
Intercambié una mirada con Alice y ella se encogió de hombros.
—Estaría bien ir a cenar algo primero.
—¡Genial! —sonrió Jasper—. Por esta zona hay muchos pubs que tienen restaurante incluido. El problema es que tendríamos que salir antes para coger la cocina abierta.
—O podríamos comer en un puesto ambulante de fish & chips —sugirió Edward—. Lleváis aquí unos días pero seguro que aún no habéis probado nada inglés.
Emmett estalló en carcajadas e inmediatamente me di cuenta del doble sentido de las palabras de Edward.
—No seas bestia Emmett, sabes que me refería a la comida —dijo él, poniendo los ojos en blanco. Después se giró hacia nosotras—. Entonces qué, ¿qué os apetece después de cenar?
—Camden —respondí yo, sin pensar a penas las palabras. Alice gimió, posiblemente hubiese preferido ir a un sitio más lujoso.
—Mi zona —sonrió Edward mientras miraba entre los papeles que tenía delante—. Te voy a hacer un resumen de los mejores sitios, ¿vale? Depende de la música. Hay pubs de electropunk, de goth… Por ejemplo, está The Devonshire Arms, donde si no vas de negro no te dejan entrar.
—Eso es demasiado oscuro para mí —se quejó Alice.
—Está bien, sin problemas… El Elephants Head tiene un ambiente rock, está muy guay aunque se ha vuelto algo cosmopolita, la verdad —siguió buscando entre la marea de papeles que tenía delante—. Uno de los que más me gustan es The Good Mixer, donde ponen cantidades industriales de Britpop... Y el Worlds End, también llamado Black Cap, merece la pena por las noches, aunque tengo que avisaros de que es ambiente homosexual, así que no vayáis con la idea de ligar…
—Entonces Rosalie no querrá ir ahí —comentamos Alice y yo al mismo tiempo, y los chicos rieron.
—Ok, el Black Cap fuera… Pero cerca hay una sala de conciertos para quinientas personas por lo menos, el Underworld —sonrió Edward—. No sé si hoy habrá actuación en directo, pero algún día tendremos que ir; es visita obligada —tanto Jasper como Emmett asintieron, reforzando las palabras de Edward—. Bueno, a ver… También está el Koko's, que es el lugar más amplio para ir a escuchar rock.
—He oído hablar de ese sitio —dijo Alice—. Salía en una de las guías turísticas underground que conseguí.
Edward bufó, haciéndose el ofendido.
—Cariño, yo soy mejor que una guía turística —le contestó, en tono burlesco. Puse los ojos en blanco y al verme, se limitó a sonreír—. Si os gustan Blur, o Travis, podemos ir a The Dublin Castle, que es donde empezaron a tocar.
Edward siguió con su perorata durante unos minutos más, deslumbrándonos con el ambiente alternativo londinense, quizás queriéndonos dar algo de envidia.
Quedamos en que saldríamos a las 8 y cuarto para comer algo típico inglés, después iríamos en metro hasta Camden Town, donde daríamos un paseo antes de entrar en alguno de los sitios que Edward nos había estado recomendando, y cuando estuviésemos cansados cogeríamos un autobús, ya que según los chicos había servicio de línea nocturna en los autobuses londinenses.
Una vez trazado el plan para aquella noche, empezaron a recoger todos los documentos pertenecientes a "su Guía" y no pude menos que asombrarme al ver la coordinación que tenían. Parecían leerse la mente los unos a los otros, y saber qué papel era responsabilidad de cada uno sólo con un vistazo por encima.
—Bueno, tenemos todo el día por delante —comentó Emmett mientras se estiraba en su sillón—. ¿Os apetece que hagamos algo especial?
Alice soltó uno de aquellos chillidos suyos que te dejan inconscientes durante una temporada.
—¡Turismo! —exclamó, muy segura de su decisión.
—Eso está hecho —sonrió Edward—. Has dado con los guías turísticos indicados.
—Sí, ningún otro te llevaría a los sitios donde la marihuana es más barata, o a donde venden las setas alucinógenas de calidad —se burló Emmett y crucé los dedos para que mis vecinos no fueran unos drogadictos.
Jasper chasqueó la lengua y negó con la cabeza, contrariado con el comportamiento de su amigo.
—No somos yonquis Emmett, recuérdalo —le dijo, mientras Edward reía entre dientes. Después puso su mejor sonrisa, que consiguió hasta arrancar un suspiro por parte de mi compañera, y se dirigió a nosotras—. ¿Nos vamos ya?
Miré de reojo a Alice y vi que estaba demasiado ocupada comiéndose con la mirada al rubio, por lo que puse los ojos en blanco y decidí contestar yo.
—Tenemos que esperar a Rose, nos mataría si nos vamos sin ella —noté que Emmett se entusiasmaba ante el nombre de mi amiga y un vacío se apoderó de mi estómago. Si Alice estaba interesada en Jasper, y Emmett en Rosalie, eso significaba que dentro de poco Edward y yo seríamos los sujeta-velas de nuestros queridos compañeros. Vaya vida más asquerosa.
Emmett propuso ir con el coche a esperar a nuestra amiga al campus y así hacer algo entretenido. No sabía qué tenía de entretenido conducir hasta la Universidad, pero preferí no profundizar en el tema.
El tiempo estaba lluvioso, una novedad, ya que habíamos pasado una semana relativamente soleada y calurosa. Alice fue a toda velocidad a nuestro piso a coger paraguas para las tres, un gesto muy amable de su parte ya que íbamos a salir al exterior por su culpa.
Estaba esperándola cuando vi que los tres chicos estaban pegándose golpes, tirándose de la ropa e intentando derrumbar a los otros.
—¡Parad ahora mismo! —exclamé, horrorizada. No sabía por qué se habían puesto así, pero no me hacía gracia ser la encargada de separarlos. Con mi suerte, seguro que me llevaba un puñetazo.
No me hicieron ni el más mínimo caso, siguieron golpeándose hasta que Jasper terminó tumbado en el frío suelo, gimoteando algo inteligible.
—¡Vamos Eddie, sabes que no tienes nada que hacer contra mi! —rió a carcajadas Emmett, mientras se abalanzaba para atacar a su hermano.
Edward sonrió, muy pagado de sí mismo, y esquivó el golpe con destreza.
—¿Por qué demonios os peleáis? —le reproché a Jasper, mientras lo ayudaba a levantarse. Él se limitó a carcajearse y mi furia aumentó, al igual que los jadeos de los hermanos Cullen.
Emmett parecía exhausto, después de los varios intentos fallidos de atrapar al escurridizo Edward. Se apoyó durante un segundo en sus propias rodillas y Edward aprovechó ese instante para darle un fuerte empujón, derribándolo así y quedando él encima suya, aplastándolo, mientras se vitoreaba a sí mismo, orgulloso por la victoria.
—Está bien, está bien… Iremos en el maldito Volvo —farfulló Emmett a la vez que se quitaba de encima a Edward y se incorporaba.
—¿Me podéis explicar que pasa? —pedí, con aparente calma.
Emmett me pasó uno de sus musculosos y pesados brazos por los hombros.
—Sólo estábamos decidiendo en qué coche ir, relájate.
Fui posando mi vista en cada uno de ellos con odio, quemándolos con la mirada. Suspiré profundamente antes de hablar.
—¿Me estás queriendo decir que os peleáis a muerte para elegir que coche coger cada día?
El silencio se hizo, mientras ellos se miraban entre sí, sin entender mi indignación.
—Eh… ¿Sí? —dijeron a la vez, mientras se encogían de hombros.
—¡Sois unos malditos críos estúpidos! —les escupí, apretando los puños con fuerza. Aún podía recordar lo mal que lo había pasado al verlos pelendo, y todo por una tontería.
Estallaron en carcajadas y me ignoraron olímpicamente, pasando a mi lado para salir de la vivienda. Enfurruñada los seguí y vi que Alice ya nos esperaba en la puerta del ascensor, sonriente.
Me divertí al ver el conflicto que tenía mi amiga con los chicos. Ella insistía en que me sentase atrás, mientras que Emmett y Jasper insistían en que ocupara el asiento del copiloto. Yo sabía de qué iba todo aquello, pero Edward los miraba con gesto interrogativo.
—¡Isabella, ven conmigo ahora mismo! —chillaba Alice.
—¡No Bella, de verdad que el paisaje se aprecia mejor en el asiento de delante! —insistía entonces Emmett.
Maldita apuesta, me repetía a mí misma interiormente. Por supuesto que Alice no quería perder trescientos dólares y que por eso me obligaba a alejarme de Edward, mientras que los otros querían que me arrimara a él para que nuestra relación creciese. Que equivocados estaban si pensaban que yo iba a querer relacionarme con algo como él.
Sonrisa en boca, Edward se puso junto a mí y con un empujón nada romántico me metió en el asiendo del copiloto, causando gritos de júbilo por parte de Emmett y Jasper.
Pasé el camino callada, mirando por la ventanilla y admirando todo lo que había en el exterior. Era una ciudad con tanta historia que me sentía diminuta, una mota de polvo en medio del camino.
Llegamos con rapidez la Universidad gracias a la alocada conducción de Edward, y tuvimos suerte, ya que vimos a Rosalie caminando en dirección a la estación de metro. Iba tranquilamente por la acera, pensando en sus cosas y Edward comenzó a seguirla, llevando el coche a menos de diez kilómetros la hora, pero Rosalie seguía sin darse cuenta de nuestra presencia.
Sólo cuando Emmett se incorporó y, pasando por encima de Edward, empezó a tocar el claxon del coche, Rosalie miró al fin hacia la carretera, sorprendida.
—¡Chicos! —exclamó, con su hermosa sonrisa—. ¿Qué hacéis aquí?
Entre risas y quejas por parte de los que estaban atrás, Rosalie se metió en el coche. Alice tuvo que sentarse entre las piernas de Jasper, el cual no parecía muy disgustado por este detalle.
—¡Joder! —bufó Emmett, incómodo mientras se removía empujando a Rosalie de broma, que estaba a su izquierda. Después le dio un golpe a su hermano en la cabeza y añadió—: Si hubiéramos traído el Jeep, ahora no tendríamos problemas de espacio vital.
Vi como Edward miraba por el espejo retrovisor y sonreía.
—No tengo la culpa de que abuses de los esteroides.
La guerra se desató dentro del coche y yo temí por mi vida. Emmett intentaba golpear a Edward, el cual tenía ciertas dificultades para conducir con las manazas de su hermano intentando estrangularlo. Rosalie aplaudía, entusiasmada, y Alice intentaba conseguir que Emmett soltara a Edward, mientras Jasper gritaba "¡en la boca, en la boca!". Sin embargo, en lo único que podía fijarme era que el coche iba haciendo eses y que los conductores nos estaban pitando sin cesar. Casi me da un ataque cuando atisbé las características luces de un coche de policía detrás de nosotros. Por suerte Emmett pensó que era mejor no seguir pegando a su hermano con policías delante y soltó a Edward. Este, con calma, estacionó el automóvil a un lado de la calle.
—Dejad que hable yo, ¿de acuerdo? —dijo con voz grave. Nos limitamos a asentir, muertos del miedo.
Vimos como el policía, que resultó ser una mujer joven, caminaba hasta nosotros.
—Documentación —pidió al llegar. Edward, que sonreía como si alguien hubiese contado un chiste, sacó su cartera y le tendió a la agente su carné de conducir y los papeles del coche. La mujer los estudió con detenimiento y después le entregó a Edward un aparato que adiviné que sería un test de alcoholemia—. Sopla hasta que te avise.
Edward asintió y se llevó la entrada de la maquina a los labios y estuvo soplando durante unos segundos. Cuando la mujer chasqueó los dedos, él dejó de soplar y ella examinó con detenimiento la pantalla. Crucé los dedos para que el maldito de Cullen no hubiese bebido algo esa mañana.
—¿Me puedes explicar por qué conducías como un borracho si no has bebido nada? ¿Y por qué hay una persona de más en el asiento trasero?
Edward volvió a poner aquella sonrisa que él consideraba encantadora y noté que las facciones de la agente empezaban a relajarse.
—Verá, iba conduciendo cuando vi a esta joven —señaló a Rosalie— tumbada en la calle. Estaba mareada y no sabía como llegar a un hospital, ya que es americana —vio como la policía alzaba una ceja y añadió rápidamente—: Puede pedirle la identificación, no me hago responsable en el caso de que me haya mentido. Simplemente, no podía dejarla en medio de la calle… Imagínese la imagen que habría dado de Inglaterra.
La mujer lo miró intensamente para después asentir, compungida.
—Me alegra el hecho de que siga habiendo caballeros en Londres, pero eso no justifica tu conducción.
Entonces Rosalie entró en acción.
—Eso fue culpa mía —comentó, poniendo cara de tristeza e impregnando las palabras de su acento americano—. Me había dado un golpe en la cabeza y no fue hasta hace un rato cuando empecé a recobrar el sentido. Me asusté mucho al verme dentro de un coche desconocido con personas que no conocía, en un país que no es el mío y todos intentaron calmarme —suspiró y se cubrió la cara con las manos—. No puedo estar más agradecida —sollozó falsamente—. Dios bendiga Inglaterra.
Rosalie me había dejado atónita. Con lo último había sido algo exagerada, pero su actuación podría haberle costado un Oscar. Recordé las clases de teatro a las que había asistido en el Instituto y no pude estar más agradecida de la huella que habían dejado en ella.
La agente parecía conmovida y al mismo tiempo orgullosa. Le devolvió la documentación a Edward y tras despedirse advirtiéndonos de que la próxima vez no sería tan comprensiva, se alejó para montarse nuevamente en su patrulla.
Hasta que no perdimos de vista el coche, no empezamos a gritar como locos, en completo estado de éxtasis.
—¡Ha sido brutal! —gritaba Emmett, pegando puñetazos en la parte trasera del asiento de Edward.
Volvimos a entrar en la carretera, esta vez cantando a todo grito God Save the Queen, sólo que los chicos entonaban el himno británico y nosotras la polémica canción de The Sex Pistols.
—God save the Queen! Send her victorious, happy and glorious, long to reign over us… God save the Queen! —coreaban ellos a la vez con una mano en el pecho, como si fuesen los jugadores de un partido de fútbol en un mundial.
Rosalie, Alice y yo nos lo estábamos pasando en grande, agitando las cabezas y tocando guitarras ficticias mientras gritábamos nuestro cántico.
—God save the queen… we mean it man. There is no future… in england's dreaming! No future… No future for you! No future… for me!!
Al final acabamos todos riendo a pleno pulmón, y casi ni me di cuenta de que Edward había dado un rodeo para pasar por el Tower Bridge. Cuando fui consciente, solté un grito que sobresaltó a los demás.
—¡Chicas, chicas! ¡Mirad donde estamos!
Me hicieron caso inmediatamente y se asomaron por las ventanillas. Otro chillido de emoción, parecido al mío, salió de sus gargantas.
—¡Es precioso! —suspiró Alice. Rápidamente bajó el cristal de la ventana y sacó la cabeza, asustándonos a todos.
—Alice, ¡métete dentro ahora mismo! —ordenó Edward.
El aire frío entraba por la ventana abierta, pero Alice parecía en otro mundo, gritando como una cría, con el viento azotándole los cabellos y los ojos fuertemente cerrados, disfrutando del momento.
—¡Qué envidia! —comentó Rosalie, y sin pensárselo dos veces, se echó encima de Emmett y sacó su cabeza también por la ventana.
Las observé divertida y no pude evitar imitarlas, si se iban a comportar como unas desquiciadas, ¿por qué yo no podía ser igual?
Nada más asomar la cabeza la sensación de libertad me invadió. Mi pelo empezó a revolotear alrededor mía, con vida propia, y aunque el aire era molesto mantuve los ojos bien abiertos, absorbiendo toda la información que podía. El Támesis estaba agitado debido al viento que hacía ese día, y todo tenía un color grisáceo que lejos de ser aburrido, me parecía fascinante. Sentí los gritos de mis amigas detrás de mí y no pude evitar unirme a ellas, mientras los conductores de los coches que pasaban a nuestro lado nos sonreían y agitaban la cabeza, divertidos.
—¿Ya te has cansado? —me preguntó Edward cuando volví a meterme en el interior, cerrando la ventanilla. Me pareció notar un matiz burlesco en su comentario, por lo que fruncí el ceño.
—De ti sí —le comenté y volví mi vista al frente, mientras él resoplaba. Sonreí para mí; no había nada mejor en el mundo que sacar de sus casillas a Edward Cullen. Si fuese un deporte olímpico, podría ganar el oro fácilmente.
—¿Qué queréis ir a ver? —inquirió Jasper.
—¡El Big Ben, el London Eye y el Palacio de Buckingham! —exclamaron Rosalie y Alice a la vez, como si lo hubieran ensayado; yo me limité a poner los ojos en blanco. Llevaban una semana en Londres y no se habían dignado a ir a ver los monumentos más importantes, esos que un turista carente del sentido de la orientación podría encontrar sin esfuerzo alguno.
Edward notó mi exasperación y volvió a sonreír, aunque no hizo ningún comentario.
—¿No podemos ir a ver otras cosas? —pedí yo.
—¡No! —refunfuñaron.
Bufé y dirigí mi vista de nuevo al exterior. Había pensado en que quizás podría ir al museo de arte moderno de Londres, el Tate Modern. Era algo que solía hacer cada vez que visitaba una nueva ciudad: ir al centro de arte contemporáneo y deleitarme con la colección que se encontrase en ese momento determinado. Sin embargo mis amigas tenían un concepto de turismo muy diferente al mío.
Ellas, Emmett y Jasper estaban organizando el día, trazando un itinerario, mientras que Edward y yo permanecíamos callados. Me pregunté el porqué de su actitud. Quizás, como londinense, estuviese harto de aquellos monumentos. Los vería varias veces a la semana, además, seguramente se habría criado paseando entre ellos.
—¿Quieres ir a algún sitio en especial, Bella? —me preguntó de pronto, y me permití deleitarme de su sedosa voz durante dos segundos. Cuando el tercero llegó, gruñí, volviendo a ser la Bella-antiEdward.
—No —respondí simplemente.
—Oh, yo creo que sí —sonrió él—. Déjame adivinarlo… ¿Hyde Park? —negué con la cabeza—. Está bien… ¿La Catedral de St. Paul? —volví a negar, divertida por sus sugerencias. Él frunció el ceño pero no apartó la vista de la carretera—. ¿Abbey Road?
Me quedé sin aliento. ¿Cómo no había pensado hasta ahora en Abbey Road? ¡Qué estúpida había sido al olvidar un sitio como aquel! Me apunté mentalmente la idea de hacerle una visita el lunes antes de ir al trabajo.
—No, aunque ahora que lo has mencionado tendré que ir —comenté, siendo sincera.
—¿Te apetece que vayamos ahora? —propuso, con una amabilidad extrema.
—No —denegué yo, regodeándome por dentro al ver cómo ponía los ojos en blanco, hastiado de mi comportamiento.
Pasó unos minutos en silencio, y me encontré deseando que volviera a dirigirme la palabra. Me horrorizó tanto ese sentimiento que pensé en la posibilidad de pegarme cabezazos contra la guantera.
—¡Ya lo tengo! —exclamó de pronto, consiguiendo asustarme—. ¡Quieres ir a Trafalgar Square!
Solté una carcajada que lo sorprendió. Me miró durante unos instantes, como embelesado, y no pude evitar girar el rostro para cortar el contacto visual.
—No das una —suspiré yo—. Está bien… Me hubiese gustado visitar el Tate Modern.
Edward paró en seco su conducción y miré extrañada alrededor, para caer en la cuenta de que había aparcado entre dos coches de aspecto lujoso.
—¿Lo dices en serio? —preguntó, con un hilo de voz.
Me pareció un poco idiota, ¿qué tenía de malo ir a un museo?
Los ocupantes de la parte trasera se estaban bajando ya, por lo que los imité, ignorando la pregunta del estúpido que tenía a mi lado.
Nos dirigimos a una parada de metro que divisamos y fuimos entrando, empujados por la marea de turistas que estaban por allí. No había asientos libres, pero la parada a la que nos dirigíamos, la de Westminster, estaba cerca, así que nadie se quejó.
Cuando se anunció que la próxima era tal estación, nos dirigimos hacia la puerta. Sin embargo, cuando me iba a mover unas manos me agarraron con fuerza, inmovilizándome. Vi cómo un sonriente Edward Cullen me abrazaba con ímpetu, impidiéndome así el correr tras nuestros amigos, los cuales ya habían salido.
—¡EDWARD SUÉLTAME! —le grité sin cesar, pero los ruidosos turistas ahogaban mis gritos, haciéndole sonreír más. Cuando el metro se puso de nuevo en movimiento me soltó, momento que aproveché para pegarle el puñetazo más fuerte que había dado en toda mi vida. Sin embargo, él ni se inmutó, siguió observándome con aquella sonrisa que me ponía la piel de gallina—. ¿Por qué me has secuestrado?
Soltó una carcajada antes de hablar, parecía extremadamente divertido por la situación.
—No te he secuestrado.
—¡Hay testigos, Edwin! —le grité, recalcando el nombre equívoco para ponerle de mal humor. Sin embargo nada parecía enfadar a Edward ese día; estaba radiante.
—Nadie testificaría en contra mía, Berta —respondió él, equivocándose a conciencia también—. Soy encantador.
—¡Eres un pesado! —le corregí yo, golpeándole con un dedo en el pecho. En ese momento, el vagón en el que nos encontramos dio una fuerte sacudida y viendo que me iba a caer encima de él, me moví con brusquedad hacia la derecha, para acabar en el suelo. Así era yo, prefería caerme y hacerme un daño horrible en el trasero antes que estar en los brazos de alguien que podía ser mi perdición.
La risa de Edward volvió a llenar aquel espacio, esta vez acompañada por algunas personas de mi alrededor. Sin embargo estaba contenta, no lo había tocado.
Tras incorporarme ignorando la mano que me tendía como ayuda –preferí sujetarme del brazo de un hombre con un aspecto un poco deplorable— volví a encararle.
—¿Me vas a decir hacia donde me llevas, o voy a tener que llamar a la policía?
Se pasó una mano por el cobrizo cabello antes de torcer su sonrisa y decir aquellas palabras que hicieron eco en mi cabeza durante días.
—Hoy es tu día de suerte. Seré tu tour operator a tiempo completo. Primera parada: Tate Modern.
Y en ese instante, lo vi claro: Edward Cullen intentaba acabar con la poca paciencia que me quedaba.
1 comentario:
hay pobre!!!! bella relajate porfa porfaaaaaaaaaa
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