miércoles, 3 de marzo de 2010

Libros Escritos Para Chicas


Las treguas siempre acaban.

Si había algo seguro es que era la persona con peor suerte sobre la faz de la Tierra. Sólo a mí me pasaría algo como que Edward Cullen me secuestrara para pasar tiempo con él cuando había salido victoriosa de una larga semana esquivándolo. ¡Tanto esfuerzo para nada!

—Es estúpido que hayamos cogido el metro, el Tate Modern no está tan lejos de donde habíamos aparcado —comenté. No me solía preocupar por el dinero, pero me gustaba hacerle rabiar.

Sonrió, divertido por todos mis intentos para enfadarle.

—Era la única forma de hacer que vinieras conmigo. Si hubiésemos estado andando por la calle, seguramente habrías salido corriendo.

—Muy listo, Cullen —murmuré yo, y el soltó una risita.

—Bella por favor, esto no tiene por qué ser desagradable —dijo, y no pude evitar soltar un bufido. No sería desagradable para él, pero para mí era una tortura tener que lidiar con semejante elemento durante todo un día.

Preferí ahorrarme comentarios hirientes, aunque con todo el ego que tenía Edward, tampoco le hubiera pasado nada. Más tarde, me dije, ya tendría tiempo para darle la lata. De repente me acordé de que cuando Alice y Rosalie vieran que no estaba con ellas empezarían a llamarme como desquiciadas; no me apetecía escuchar sus gritos y estaba segura de que harían lo posible para evitar que Edward y yo pasáramos tiempo juntos, ya que no deseaban perder sus trescientos dólares. Sonriendo malévolamente saqué mi móvil y lo apagué, notando la mirada curiosa de Edward sobre mí.

Al poco tiempo baje del metro detrás de él, caminando así los dos en fila india. El escaso contacto que teníamos me hacía soltar risitas ya que era consciente de que si por él fuese, estaríamos tumbados en el suelo magreándonos. Pero no, era una mujer fuerte y segura de mí misma que no iba a caer en las redes de nadie, ya fuese Edward Cullen o Patrick Dempsey. Aunque pensándolo bien, si fuera este último el que me acosaría, creo que me mostraría algo menos reticente que con Edward.

—Me aburro —le refunfuñé, en un intento de ser más pesada de lo que ya era.

—¿Quieres que nos aburramos juntos, Bella? —comentó divertido, pasando un brazo por mis hombros.

—¡Quita tus tentáculos venenosos de mi cuerpo, Edwin! —exclamé, consiguiendo que riera fuertemente.

—¿No puedes hacer una tregua? —me pidió, mientras caminábamos en dirección al museo.

—No, es más divertido hacerte rabiar.

Edward sonrió, pero no apartó el brazo de mis hombros. Me molestó que no me importara, es decir, si le había dicho que lo quitara era simplemente para molestarlo, pero en el fondo me parecía un gesto amable y cercano.

Anduvimos por el exterior del Tate Modern y no pude evitar sentir envidia, en Forks no teníamos nada parecido.

—Yo pagaré —comentó Edward, haciéndose el macho.

¿De verdad pensaba que era tan tonta que no sabía que más de la mitad de los museos de Londres eran gratuitos? Lo miré escépticamente para ver si bromeaba pero parecía ir en serio.

—Quédate aquí —me dijo al entrar, y fue hasta el mostrador donde había una chica. Un minuto más tarde volvió con dos tickets—. ¿Ves? Todo solucionado.

No pude evitarlo y estallé en carcajadas. Aquel intento de parecer un tipo adulto y caballeroso que invitaba a las señoritas a museos de arte moderno era ridículo. Sin embargo no le expliqué por qué me estaba desternillando y seguí andando hacia el interior, sin bajar el volumen de mi descontrolada risa.

Noté que Edward parecía diferente, algo más nervioso que de costumbre aparte de que no solía hacer sus comentarios mordaces acerca de sí mismo. Decidí darle un voto de confianza, de todas formas tendría que aguantarle durante todo el día, por lo que mejor estar de buen humor.

Fuimos hasta el tercer piso, donde empezaba la colección permanente. Me moría de ganas de ver las obras de Picasso, Dalí y Warhol en directo, y sentía que Edward era consciente de mi entusiasmo exagerado.

—Estaba igual que tú la primera vez que vine —comentó con una media sonrisa—. Merece la pena.

Alcé una ceja mientras meditaba sus palabras. Por lo visto también era un entusiasta del arte, característica que no encajaba con su perfil de hombre prepotente. Yo iba como una bala hacia oeste, titulada Poesía y Sueño, que según lo que había leído estaba dedicada al surrealismo, vanguardia que me interesaba en demasía. Edward estuvo comentando conmigo cada obra, con una seriedad nueva para mí. Era una persona complicada, con una tendencia preocupante hacia la bipolaridad que me recordaba bastante a mí misma —de hecho era yo quien le hablaba entusiasmadamente y al minuto siguiente le ponía mala cara—, dato que me inquietaba. No quería parecerme a Edward Cullen.

Habíamos terminado de ver las diez salas que conformaban el ala oeste y yo, impaciente por subir a la quinta planta, me sorprendí cuando Edward comentó:

—Bella, me gustaría ir antes al ala este.

—¡No me acordaba! —exclamé.

—Ya decía yo… —rió con sorna él—. Hay un cuadro de Monet que me encanta y cada vez que vengo tengo que ir a contemplarlo un rato, verás…

—¿Vienes mucho? —pregunté mientras le seguía.

Él miraba de un lado a otro, y al final se detuvo frente a un cuadro que reconocí al instante: Poplars on the Epte, de Monet.

—De vez en cuando —murmuró—. Es tan azul… Me gusta desde que lo vi por primera vez con diez años.

Decidí no hacer ningún comentario; el hecho de que Edward se emocionara con una expresión artística sólo significaba que era sensible. Reí ante mis tonterías y sobre todo de mi estúpida barrera que tenía con él; verlo así me hacía pensar que simplemente era un buen chico, aunque con ideas libertinas acerca de las relaciones. ¿Estaba flaqueando? ¿Pasaría algo si decidía intentar llevarme bien con él por un día? Miles de preguntas del estilo surcaban mi mente, y no me despejé hasta que él puso una mano en mi espalda y me empujó para salir de allí.

Seguimos nuestra visita al museo durante una hora más, analizando cada cosa que veíamos y compartiendo algunas risas y comentarios. Era sorprendente la rapidez con la que parecía empezar a sentirme a gusto con él.

—¿Qué te parece si nos relajamos un poco en el césped? Parece que el día está poniéndose mejor —me comentó Edward una vez salimos de la galería, con la mirada en el cielo.

Sopesé mis opciones y supuse que hiciera lo que hiciese lo tendría que aguantar, por lo que estar un rato tumbada en el famoso césped del Tate Modern no era tan mala idea al fin y al cabo.

Rodeamos el edificio para llegar hasta nuestro destino, el cual estaba ya atestado de londinenses y turistas. Me senté con tranquilidad y Edward me imitó, aunque a los diez segundos acabó tumbándose, cerrando los párpados. Le eché una mirada y me pareció un espectáculo por el que pagar, estaba tan guapo con ese aire despreocupado y vulnerable que dolía. Sacudí la cabeza y me rodeé con los brazos las piernas, disfrutando de la suave brisa. Parecía que el fuerte viento que había hecho a lo largo de la mañana se había llevado las nubes, dejando tras él débiles rallos solares aprovechados al máximo por los pobres autóctonos. Sonreí al ver a una familia de tez pálida y con un fuerte acento inglés cerca de donde estábamos, muy felices al sentir la luz del sol sobre la piel.

—¿Qué te hace sonreír tanto? —murmuró Edward, poniéndose el dorso de la mano derecha sobre su frente y entrecerrando los adormilados ojos, molesto por la repentina luz.

Me quedé sin aliento al notar que los rayos del sol, al impactar en sus pupilas le conferían a estas un verde aún más asombroso de lo que ya eran. Tardé unos segundos en contestar debido al aturdimiento.

—Esto —dije con un hilo de voz, moviendo una mano para abarcar todo el terreno—. No sé, es agradable estar aquí.

Vi como sonreía y volvía a cerrar los ojos.

—Lo es.

Pasamos unos minutos en silencio, y al final me decidí a tumbarme a su lado y contemplar las nubes que surcaban el cielo a toda velocidad, deleitándome con sus formas imposibles.

—Estaría bien conocernos más —comentó de pronto Edward.

No supe que decir. En las últimas horas había bajado la guardia por completo, algo nada normal en mí. Disfrutaba haciendo rabiar a Edward, pero en ese momento la paz interior que sentía me debilitó e hizo que mis labios se curvaran en una traidora sonrisa.

—Supongo que irás con dobles intenciones —Aunque era un comentario típico de mi lengua afilada, lo dije con un tono humorístico que hizo sonreír a Edward.

—No, no te equivoques. Me refería a que somos vecinos, deberíamos saber cosas el uno del otro, ya sabes, es bueno conocer a tu entorno.

Reí levemente pero no me atreví a mirarlo. Sabía que estaba demasiado cerca y que si lo hacía, su encanto haría que cayese en sus redes, y eso sólo significaría una cosa: que volvería a ponerme a la defensiva con él.

—¿Qué propones? —pregunté, mientras arrancaba briznas de hierba—. ¿Que durante unos minutos cuentes tu vida y después lo haga yo?

—Podemos jugar a las veinte preguntas —propuso—. Es más dinámico.

Me pareció buena idea, Edward era alguien interesante si se dejaba al lado lo irritante que era su enorme ego y la excesiva confianza en sí mismo que tenía. Y a parte de sus desquiciantes impulsos de donjuán, por supuesto.

—Empiezo yo —Me quedé pensativa, en busca de una buena pregunta que hacer; no quería gastar mis veinte interrogantes estúpidamente—. ¿Qué esperas de la vida?

Noté como giraba la cabeza para observarme y supuse que no se esperaba aquella pregunta.

—Vaya, empezamos fuerte… —rió—. Pues no lo sé Bella… Mi vida es un poco caótica. Estudio Medicina principalmente para agradar a mi padre, sé que le hace feliz; sin embargo me va bien, por lo que espero poder ser un buen cirujano. Me gusta la música y tengo la suerte de poder tocar varios instrumentos, por lo que espero seguir explorando esa faceta y no defraudarme a mí mismo. Así que ahí tienes lo que en general espero de la vida: no defraudar. Suena un poco… ¿imbécil y prepotente? —Volvió a reírse, como quitándole peso al asunto—. Y no sé… También espero que el devenir me traiga estabilidad.

Me había asombrado su respuesta; no sabía que esperar, pero lo que me había dicho no me lo hubiera imaginado.

—¿Estabilidad?

—Esa es otra pregunta —se mofó y yo refunfuñé—. Sí, ya sabes… Veo a mis padres y me gusta su relación —pareció escoger las palabras adecuadas antes de proseguir—. Ceo que estabilidad es el concepto que los define como pareja.

Sin salir de mi asombro empecé a balbucear.

—P-pero tú eres todo lo contrario… Es decir… Mírate, estás con tías diferentes cada día.

—He dicho que eso es lo que espero de la vida, y la vida es larga, a penas tengo diecinueve años. No creo que tenga tanta suerte como para encontrar el amor de mi vida ya, por eso mientras tanto, me entretengo —se encogió de hombros y yo bufé—. Bella, no me juzgues. Cada persona vive a su manera y yo he elegido esta forma de vida por el momento. Sin embargo, aunque no me creas soy decente y tengo claro que cuando encuentre a la indicada, dejaré de hacer el tonto. Mientras tanto, no pierdo nada.

Medité sus palabras, y me di cuenta de que Cullen era más profundo de lo que pensaba. Tenía toda la razón del mundo, él había elegido ir "de flor en flor" y ser consecuente con sus actos, y si decía la verdad, habría un día en el que maduraría, que sería cuando encontrara a alguien que valiera la pena. Pensé cómo sería cuando se enamorara una chica; sin duda se me haría raro verlo siempre con la misma persona.

—Ahora me toca a mí —dijo él, contento—. ¿De verdad te parezco tan insufrible?

Solté una carcajada al notar el tono divertido que había usado para formular la pregunta.

—De vez en cuando sí —comenté—. La mayoría de las veces es sólo que disfruto viéndote frustrado. Tienes una concepción de cómo vivir muy diferente a la mía, y supongo que me choca. Pero en el fondo, muy, muy, muy en el fondo, no me pareces tan horripilante —bromeé. Resultaba inquietante cómo había pasado de chillarle a tener una conversación divertida con él. Así era Edward Cullen, a veces quería matarlo y otras veces pasarme horas a su lado.

Sonrió satisfecho, como si acabara de decirle las palabras más halagadoras del mundo.

—Me conformo con eso de momento —se pasó una mano por el pelo distraídamente y después giró para poder mirarme directamente—. ¿Cuál es tu color favorito?

Solté una risita que no pude contener.

—¿Sabes que acabas de malgastar una pregunta?

—No, tú acabas de malgastar una pregunta —recalcó, entre risas.

—¡Mierda! —farfullé. Después me concentré en la respuesta de aquella pregunta que parecía tan simple pero que sabía que de ella sacaría información. Decidí jugar un poco con él—. Antes era el azul…

—¿Y ahora? —inquirió, curioso.

—Una menos, Cullen —reí al ver que había sido tan despistado como yo al formular una pregunta inútil. Me pareció extremadamente gracioso verlo fruncir el ceño, enfadado consigo mismo—. Ahora el verde.

Edward hizo un movimiento con las manos con el que supuse que quería darme a entender que siguiera hablando. Me reí con ganas, sabía que se estaba mordiendo la lengua para no decir "¿el verde por qué?" y perder otra pregunta. Elegí con sumo cuidado las palabras, iba a ser sincera, pero no quería darle falsas ilusiones.

—Pues me gusta más el verde porque es el color de este césped, sobre el cual estoy tan cómoda —cogí algunas de las briznas y las dejé caer—, y el de tus ojos a la luz del sol —intenté no sonrojarme, ya que había una explicación alejada de lo amoroso para aquello, pero mi timidez y el hecho de que Edward tuviera la misma expresión facial que un niño delante de los regalos de debajo del árbol de Navidad un veinticinco de Diciembre por la mañana no me ayudó—. Déjame que te lo explique.

—Adelante —dijo, con voz emocionada y puse los ojos en blanco.

—Hoy, mejor dicho, ahora me caes bien. No es algo que tenga que ver sólo contigo, también va conmigo. Es como si hubiéramos hecho una pequeña tregua silenciosa, llevamos alrededor de unas horas sin meternos el uno con el otro —él sonrió, dándome a entender que estaba de acuerdo con mis palabras—. Y hace sol —pareció confundido y decidí explicárselo—. Sabes que vivo en Forks, donde el sol tampoco es muy común. Me agrada sentir los rayos sobre mí, pero por alguna extraña razón parece ser que siempre acabo en la ciudad equivocada para que eso sea posible… Ahora mismo, gracias a este pequeño paréntesis del asqueroso tiempo londinense, estoy como en el paraíso; todo a mi alrededor es de un verde intensificado por la luz solar: el césped y tus ojos. Por eso digo que quizás el verde sea mi color favorito del día. Posiblemente mañana vuelva a ser el azul, así que no te emociones demasiado.

Edward rió despreocupadamente y volvió a cerrar los ojos a la vez que se estiraba y crecía unos cuantos centímetros, despatarrado en el césped. Después se sacó el paquete de tabaco de un bolsillo del pantalón y se encendió un cigarro distraídamente.

—¿Cuándo empezaste a fumar? Se supone que vas a ser médico, deberías ser consciente de lo malo que es —le bufé, mirándolo de reojo.

—Empecé a fumar el último año de instituto, por una apuesta.

—He notado que os gustan mucho las apuestas —me mofé yo.

Él sonrió, llevándose el cigarro a la boca.

—Déjanos vivir, aún somos unos críos —dijo, burlándose de sí mismo—. El caso es que Jasper tenía una entrada de sobra para un concierto de The Strokes, de su última gira antes de que se separaran—añadió, como si ese dato justificara cualquier conducta—. Nos dijo a Emmett y a mí que se la daría al que fumara más paquetes de cigarrillos en una semana —suspiró, pensando en los viejos tiempos.

—Increíble… —murmuré, poniendo los ojos en blanco.

—El caso es que él ya fumaba, así que he llegado a la conclusión de que lo que quería era que nosotros nos engancháramos también para así poder tener cigarrillos gratis de vez en cuando.

Me quedé pensativa durante unos instantes, Jasper me había parecido el más maduro de los tres, pero por lo visto estaba equivocada.

—¿Y no piensas dejarlo?

—Llevas dos preguntas menos —apuntó él—. Pues sí, supongo que sí, pero no ahora. ¿Sabes por qué fumaba Jasper?

Alcé una ceja al notar que estaba conteniendo la risa. Me puse sobre mi costado y apoyé la cabeza en una mano para verlo mejor.

—Una menos —comenté—. ¿Por qué?

—Otra menos —rió él, e inmediatamente imitó mi postura—. Verás, no sé si lo sabes pero está algo así como de rollo con una tía —Al notar mi cara de asombro volvió a sonreír y dio una profunda calada al cigarro—. Se llama María, es extranjera, pero lleva aquí unos años. Estaba con nosotros en los últimos años de instituto y era la típica tía popular que jamás querría nada con Jasper.

—No lo entiendo —le interrumpí, recreando a Jasper en mi mente. Era simpático, inteligente y guapo hasta un nivel extremo.

—Oh, Jasper ha cambiado… Pero no le digas que te he contado esto —me guiñó un ojo mientras exhalaba el humo—, podría matarme. A ver, él era un poco… friqui, llamémosle así; digamos que fue María quien lo cambió, o al menos indirectamente. Al ver que no se fijaba el él, empezó a ir al gimnasio, se compró lentes de contacto y cambió el violín por la guitarra y el bajo. El caso que ni así le hacía caso María, sólo se acercaba a él para pedirle fuego, y claro, él no llevaba nunca mechero —Se rió estruendosamente de nuevo, ante los recuerdos—. Un día me lo encontré en un parque intentando fumar, si no llego a aparecer por allí podría haber muerto por culpa de la tos.

—¿Empezó a fumar para poder ofrecerle fuego? —pregunté, asombrada; no podía ser verdad.

—Sí —afirmó él—. Es una de nuestras mejores historias estúpidas.

—Os había subestimado —resoplé yo—, sois más imbéciles de lo que parecíais en un principio.

Edward, lejos de enfadarse, parecía encantado por aquel comentario.

—¡Qué dices! Si nos lo pasamos genial… Por lo menos el viejo Jasper tiene lo que quiere, aunque no sé si todos los esfuerzos han valido la pena.

—¿Por qué? ¡Ay, no cuentes eso como una pregunta, que se me ha escapado! —me quejé yo, y le di un empujón.

—Está bien… Sólo por esta vez —volvió a guiñar un ojo y consiguió, como siempre, ponerme nerviosa—. Pues porque María y él no son compatibles. Por eso tienen una extraña relación amor-odio donde ella manda sin parar y él se comporta a veces como un estúpido-enamorado siguiéndole la corriente y otras veces la ignora, que es cuando curiosamente lo veo más feliz. Ya la conocerás, pero dudo que te guste —sonrió mientras me miraba divertido—. Es un poco… No sé, no me gustaría estar en la piel de Jasper.

Reí con fuerza al ver que parecía atemorizado por la tal María.

—¿Acaso no ha estado entre tus múltiples conquistas? —resoplé cuando acabé de reír.

—Bella, lo último que haría sería salir con María. Además, no intentaría nada si Emmett o Jasper se sienten atraídos por la persona en cuestión; es la ley de la supervivencia, o en este caso de la convivencia —Aplastó lo que quedaba del cigarrillo contra el suelo y volvió a tumbarse—. Ahora me toca a mí… ¿Has dejado a alguien importante, que no sea de tu familia, en Forks?

Le lancé una mirada divertida ante aquella pequeña insinuación, sabía que no iba a cambiar y que aquel comentario me habría puesto de mal humor en otras circunstancias, pero en esos momentos Edward Cullen me caía bien.

—No —contesté—, me he traído a mis mejores amigas.

—Sabes que no me refiero a eso —se quejó él.

—No me interesaba nadie, en Forks no había apenas gente de mi edad. De hecho ni Alice ni Rose han tenido novios formales tampoco, era un poco difícil ya que casi ni había chicos.

Para mi asombro Edward no comentó nada al respecto. Se limitó a mirar al cielo y a sonreír levemente; por mi mente pasó la idea de que quizá estuviera callándose algún que otro comentario muy de su estilo para evitar que me volviese a poner a la defensiva y me sentí orgullosa por la victoria.

—¿Quieres ir a otro sitio ahora? —inquirió, tras unos minutos de aquel cómodo silencio que había surgido entre nosotros.

Realmente me apetecía seguir con él, era divertido y siempre tenía una historia que contar con la que conseguía sorprenderme. Mientras no intentara traspasar los límites de la amistad conmigo, no tendía ningún problema en pasar más tiempo con él.

—Hay muchos sitios que quiero ver —empecé a decir—, pero tú eres el entendido en la materia.

Rió con fuerzas mientras se incorporaba. Ágilmente se puso de pie y me tendió una mano para ayudarme, la cual para su asombro, accedí a agarrar con fuerza. Un cosquilleo me atravesó el cuerpo, pero lo ignoré, estaba demasiado ocupada intentando aliviar el dolor de piernas que sentía ya que se me habían quedado dormidas tras estar tanto tiempo sin usarlas.

—Tengo una idea —dijo de pronto él, mientras andábamos en dirección a la parada de metro de Southwark—. Ven, te va a gustar —Me puso una mano en la espalda y cambió de dirección.

—¿Dónde vamos?

—Al metro.

—Eso ya lo suponía, en esta ciudad no haces nada si no utilizas el metro —comenté, poniendo en blanco los ojos—. Reformularé la pregunta: ¿a qué estación vamos?

Edward me soltó y señaló con su mano al horizonte. Seguí la dirección con la mirada y me encontré con un precioso puente de aspecto pintoresco que reconocí al instante. Solté una carcajada y en un acto impulsivo agarré la mano de Edward y corrí hacia él.

—¡El puente de Southwark! —exclamé, una vez llegamos. Solté a Edward inmediatamente, avergonzada, y para disimular pasé la mano por las coloridas barandillas—. Sólo a los ingleses se les ocurre pintar un puente de verde agua y amarillo.

Edward, que se mantenía a mi lado, rió en un tono suave como para apoyar mi afirmación. El agua que se agolpaba bajo nosotros tenía un color verdoso nada agradable, y pensé que sería horrible caerse y mojarse. Edward parecía pensar lo mismo, ya que echaba rápidas ojeadas nerviosas y se retorcía las manos.

—No soy muy partidario de las alturas —confesó mientras cruzábamos el puente a paso relajado.

Le miré sorprendida, sin saber qué decir. Edward no parecía del tipo de personas que le tienen miedo a las alturas. Sin embargo me conmovió que pasara por allí sólo para tener un gesto agradable hacia mí.

—No teníamos que haber pasado por aquí, podríamos haber cogido el metro de…

—Bella, para —me cortó, soltando una risita—. No soy tan débil, puedo andar por un puente. Vivo en Londres, ¿cómo crees que he sobrevivido todos estos años? No es la primera vez que paseo por el Southwark. Cuando no me asomo por ahí—Señaló la barandilla con la cabeza, con los ojos entrecerrados—, hasta me gusta estar en este sitio.

Su pequeño discurso me había convencido a medias, por lo que decidí no darle más vueltas y ser considerada con él: aceleré el paso y en poco tiempo estuvimos al otro lado de Londres.

—Una vez resuelto el primer obstáculo, vayamos al segundo… —bromeó Edward—. ¡Callejear! Es un asco perder tiempo sólo por no saber andar por Londres.

Asentí con la cabeza y mantuve mi paso firme y rápido, intentando seguirle el ritmo.

—Creo que debería empezar a hacer ejercicio —murmuré al ver que me había entrado flato y me dolía el costado después de unos minutos andando a la velocidad de Edward.

Este se giró y al ver mi estado soltó una risita, pero después pareció arrepentido, quizás por la mirada asesina que le dirigí.

—Lo siento Bella, suelo andar demasiado rápido.

—Júralo —bufé siendo sarcástica—. ¡Por si no lo sabes, hay gente que tiene las piernas la mitad de largas que tú!

Edward soltó una carcajada y aminoró el paso, posicionándose a mi derecha.

—Vale, vale, captado —sonrió—. Venga, que ya estamos cerca.

Anduvimos a lo largo de Dowgate Hill, y me alegré cuando vi el símbolo de la estación de metro de la calle Cannon. Entré barajando las hipótesis que tenía acerca del lugar hacia donde me conducía Edward. Sabía que fuera lo que fuese me gustaría, me estaba demostrando que sabía cómo hacerme sonreír.

El vagón del metro en el que nos montamos estaba lleno, como de costumbre, por lo que tuvimos que quedarnos de pie y agarrarnos a lo que teníamos a mano. Me vi aplastada entre un hombre que olía francamente mal y Edward. Le lancé una mirada furtiva y él me pilló y sonrió mientras torcía la nariz cómicamente, señalándome así que era consciente del olor corporal del señor de atrás. Intenté no reírme al ver como simulaba arcadas pero alguna que otra risilla disimulada se me escapaba, y empezaba a notar que dicho hombre se removía, incómodo. Suspiré agradecida cuando, al llegar a la parada de Picadilly Circus, Edward puso las manos en mis hombros para que anduviese por delante suya a la hora de salir del dichoso metro.

—¡Aire! —exclamó, una vez estuvimos en la concurrida calle.

Le miré con las cejas alzadas, divertida, y acabamos riéndonos a carcajadas mientras nos adentrábamos en aquel lugar tan turístico.

—¿Has estado antes aquí? —quiso saber Edward, y noté que estaba nervioso.

—No, tenía ganas de venir, pero aún no había tenido tiempo —le respondí, siendo sincera—. Muchas gracias por traerme.

Movió una mano como quitándole importancia y empezó a caminar mezclándose con la cantidad descomunal de gente que por allí se agolpaba.

—¿Sabes? —empezó a decir—, la gente de Londres, cuando está en un sitio atestado de personas suele comentar "es como Picadilly Circus". Es una frase hecha que se utiliza bastante.

Fui empujada por un par de hombres que iban a toda prisa en dirección contraria y entendí el porqué los londinenses decían lo que acababa de comentar Edward, era imposible caminar por allí en un día como el viernes sin que nadie te pisara. Me fijé en los tablones de neones tan famosos y me entró un escalofrío al pensar en los millones que costaría publicitarse ahí.

—También tiene una connotación graciosa —Edward seguía en su papel de guía turístico divertido—. Hay un… digamos sector de la población, que en vez de Picadilly dice "pick-a-willy" (N/A Elige un pene).

—¿En serio? —pregunté entre risas.

—Oh, sí —respondió sonriente, mientras se acercaba hasta la característica fuente coronada por la figura de aluminio de Eros—. Es un sitio donde hay bastante prostitución gay.

—No lo sabía —murmuré, sorprendida. Después me dediqué a examinar la figurilla y Edward se dio cuenta.

—Es Eros, el Dios griego del amor —comentó como quien no quiere la cosa, mientras se pasaba una mano por el pelo.

Le dirigí una mirada divertida ante su insinuación y sacudiendo la cabeza reprobatoriamente busqué mi cámara en el bolso.

—Ponte ahí con el Dios del amor, anda —bromeé, alzándola para encuadrar la fotografía. Edward salió riéndose en la captura y estuve a punto de borrar la foto debido a la perturbación que me causo al verlo tan radiante y lleno de vida.

Me arrebató la cámara y se pasó unos minutos haciéndome fotografías con todo lo que según él era un recuerdo indispensable de fondo.

—Tienes que hacer una visita obligatoria —dijo mientras echaba un vistazo al reloj de su móvil—. Está aquí al lado, después te llevaré a comer a un sitio… diferente.

Confundida le seguí y sonreí al ver los letreros luminosos situados bajo arcos de piedra de la tienda a la que nos dirigíamos: Tower Records. Hacía algunos días que quería ir a comprar algunos CDs, pero nunca sabía qué tienda visitar. Era una suerte tener a Edward Cullen de amigo.

—¡Vamos! —me alentó, empujándome para que entrase en el establecimiento—. Seguro que quieres comprar algo.

Asentí y sin pensarlo dos veces me sumergí en mi mundo paralelo; me encantaba estar rodeada de música, podía pasarme horas en tiendas especializadas, el problema era tener que elegir qué llevarme. Vi que Edward se perdía en la sección de música clásica y antes de poder sorprenderme recordé que Esme había comentado que tocaba el piano; sacudí la cabeza y ojeé con interés el nuevo disco de Vampire Weekend, dispuesta a comprarlo costara lo que costase. Estaba leyendo la contraportada del último álbum de Rufus Wainwright cuando Edward puso una mano en mi hombro, sobresaltándome.

—Perdona —se disculpó mientras reía alegremente—. ¿Qué te llevas?

Le enseñé los discos que llevaba en la mano mientras andábamos hacia la caja registradora. Vi que él tenía lo menos cinco CDs, entre ellos uno de Van Morrison. Sonreí por su gusto tan dispar pero no comenté nada hasta que no salimos de la tienda, momento en el que mi barriga rugió causando de nuevo risas por parte de él.

—No te impacientes, estamos cerca de la comida.

El tiempo había cambiado de nuevo, el cielo volvía a ser grisáceo y unas nubes amenazaban con descargar su contenido sobre nosotros. Miré preocupada a Edward, pero él parecía tranquilo.

—Si nos mojamos tampoco pasa nada —comentó al notar mi estado—. Acostúmbrate, vives en Londres.

—Y antes en Forks, donde llovía más que aquí —repliqué, poniendo los ojos en blanco—, pero eso no significa que me guste empaparme.

—Lo he captado, iremos más rápido —Y tras decir esto, me agarró de la mano y tiró de mí para adecuarme a sus acelerados pasos.

Vi a una velocidad vertiginosa como dejábamos atrás Picadilly para entrar de cabeza en la calle Conventry, que parecía no tener fin. Estaba empezando a preocuparme cuando me fijé en que no podíamos seguir mucho más allá, ya que la calzada se acababa para dar pie a un gran McDonald's. Me enfadé ya que habíamos pasado por delante de varios establecimientos parecidos, no hacía falta ir tan lejos para comer una hamburguesa. Sin embargo Edward, sin quitar aquella sonrisa ladina, giró bruscamente hacia la izquierda por la calle Whitcomb y me quitó la palabra de la boca.

—No íbamos a ir a un simple McDonald's.

—¿Y cuanto queda? Dudo que pueda seguir andando a esta velocidad durante mucho tiempo más —me quejé, asfixiada—. No me importaría comer una hamburguesa, ¿sabes?

Edward rió entre dientes.

—Queda poco, unos minutos más, ¿podrás calmar a tu barriga mientras tanto?

—Lo intentaré —murmuré, con el ceño fruncido.

Tal y como dijo Edward, al cabo de unos minutos me encontré en una zona diferente, donde primaban el color oro y el rojo frente a todo lo demás. La decoración tan característica me hizo soltar una fuerte carcajada.

—¡Chinatown!

—Efectivamente —sonrió él—. Espero que te gusten los tallarines y el pollo agridulce.

—¡Claro que sí! —contesté, entusiasmada—. Podemos dar una vuelta primero y después…

—No, ahora vamos a comer —dijo tajante él—. Por aquí hay un restaurante muy bueno y barato —murmuró mientras observaba las calles, intentando guiarse—. Hace mucho que no vengo —se disculpó.

Sin embargo, a pesar de todo consiguió encontrar el local al que se refería en un tiempo record. Era un lugar pequeño y agradable, donde una mujer china regordeta y simpática nos atendió con rapidez. Había algunas mesas ocupadas, aunque no demasiadas; nos llevó hasta uno de los ventanales y no se marchó hasta que no estuvimos sentados y decidimos las bebidas.

—Qué servicial —comenté con la nariz dentro de la carta de platos.

—¿Quieres sugerencias? —ofreció Edward y asentí silenciosamente, después alzó una ceja antes de añadir—: ¿Te gusta experimentar o eres más de arroz tres delicias?

Reí ante su ocurrente pregunta.

—Mientras experimentar no tenga nada que ver con carne de perro frita todo me parecerá bien.

—Estamos en el mismo barco entonces —comentó solemnemente, alzando una mano para que se la estrechase. Después de reírnos tontamente suspiró—. Pues bien, el pollo con almendras está muy bueno y no es nada demasiado extraño. La Sopa de fideos chinos con Tsa-Chia está increíblemente rica, aunque es muy picante; y en vez de arroz tres delicias, son mejores los tallarines tres delicias —Se quedó un rato pensativo, mientras leía la carta—. Hoy me siento valiente, creo que voy a pedir pollo con bambú y setas chinas salteadas.

Dejé la carta en la mesa y me dediqué a observarle, divertida.

—¿El bambú se come? —bromeé.

—A los koalas les gusta, así que supongo que sí; de todas formas lo comprobaremos en breves momentos —comentó al ver a la señora acercarse de nuevo hacia nosotros.

Pedimos un poco de todo, yo ayudada por los consejos de Edward, y me sorprendió la rapidez con la que preparaban allí la comida. En unos instantes estábamos degustando lo que habíamos encargado, aunque teniendo serios problemas con los palillos.

—¿Crees que si le pido una cuchara y un tenedor me los dará? —preguntó Edward en voz baja, mirando con disimulo a la mujer que en ese momento estaba atendiendo a otras mesas. Se había manchado la boca en repetidas ocasiones más de lo necesario y empezaba a cansarse. A mí sin embargo me parecía muy divertido.

—Posiblemente ni te entienda —le respondí, riéndome disimuladamente.

El conflicto entre nosotros llegó a la hora de pagar; la pobre mujer vio atemorizada como casi nos pegábamos para impedir que el otro sacara la cartera; al final decidimos pagarlo a medias, aunque a él le costó aceptarlo. Salimos del establecimiento con las piernas cansadas después de la larga mañana.

—Vamos a ver el barrio —dijo Edward.

Dimos unas breves vueltas para que yo viese lo esencial e hiciese algunas fotografías para después mandárselas a mis padres. Edward me contó que cuando merecía la pena ir a Chinatown era cuando había fiestas chinas, momento en el que adornaban todo de manera excesiva, consiguiendo así ser un imán turístico. Me hice una nota mental para acordarme de buscar información sobre celebraciones chinas para estar en alerta y no perderme nada de lo que sucediese en esa zona de Londres.

Dando tumbos fuimos hasta la estación de metro más cercana, dispuestos a volver a casa. Tenía la idea de descansar un poco hasta el momento antes de salir con los chicos, sino esa noche no iba a aguantar más de una hora de pie.

—¿Llamamos a los demás para decirles que nos llevamos el coche? —pregunté al recordar mi móvil apagado, mientras Edward me abría la puerta del copiloto de forma caballerosa una vez llegamos a donde estaba el automóvil aparcado.

—Que usen el metro, que no se van a morir —murmuró Edward soltando la bolsa de los CDs a mis pies; parecía tan agotado como yo—. Después le mandaré a Jasper un mensaje al móvil, no te preocupes.

Asentí y me recosté en el asiento, acomodándome. Cogí los CDs que tenía al lado de los pies y saqué el que había visto de Van Morrison para ponerlo en el reproductor del coche. De reojo vi como Edward sonreía cuando las primeras notas de Madame George comenzaron a sonar.

—¿Qué tipo de música tocas con tu grupo? —quise saber.

—Eso es una pregunta menos —rió él, recordando el inicio de la mañana y el juego que habíamos empezado pero no terminado—. Un poco de todo, aunque no lo que a mí me gustaría.

—¿Por qué? —Estaba empezando a interesarme mucho la conversación, y se lo permití saber mediante mi tono de voz.

—Si quieres que la gente vaya a tus conciertos y demás, tienes que tocar cosas que les gusten —resopló, indignado—. ¿Crees que si cantara esta canción —señaló con la cabeza el reproductor de CDs— vendría mucha gente a verme?

—Si lo haces bien, sí —le contesté, encogiéndome de hombros.

Él rió amargamente.

—Eso es porque a ti te gusta Van Morrison, pero a las tías de tu edad no les interesa demasiado. Es mejor si canto algo de los Arctic Monkeys o del tal Jason Mraz —suspiró profundamente—. Asqueroso, lo que yo te diga.

—¿Entonces tocas sólo para que te escuchen? —repuse, repentinamente cabreada—. ¿No puedes hacerlo para ti?

—El grupo no soy sólo yo, recuérdalo; somos tres decidiendo qué música hacer. No es nada fácil…

Decidí no comentar nada más, sabía que lo que decía tenía cierto sentido, pero en el fondo no comprendía por qué no seguía su camino él por sí solo si realmente le gustaba tanto la música. Si era bueno triunfaría con lo que fuera, y si lo hacía con algo que de verdad le gustara, sería mucho más feliz. Sin embargo no era asunto mío, por lo que me mantuve distraída observando los coloridos edificios y escuchando cantar a Van Morrison de fondo.

Llegamos a nuestro bloque de pisos y bajamos del Volvo sin hablar. Me parecía una forma bastante extraña de acabar lo que había sido un día maravilloso, pero no sabía qué había pasado exactamente, por lo visto el tema "Edward y su música"no era uno de los preferidos para el aludido. Entramos en el ascensor y observé como los números subían lenta y agónicamente, me estaba matando estar en ese espacio tan cerrado sin intercambiar una sola palabra con él. De pronto, cuando llegamos por fin al piso número cuatro, el mío, Edward pulsó un botón rojo y las puertas nunca se abrieron. Lo miré sorprendida y vi como me observaba, curioso.

—Ha sido un día agradable —comentó mientras iba acercándose a mí.

—Abre el ascensor —dije de forma tajante, sin hacerle caso.

—¿No has tenido la sensación de que ha sido como una cita? —continuó él, pasando de mí también.

—¿Qué dices? —medio exclamé—. ¡Me habías secuestrado, no tenía más remedio que ir contigo!

Rió con fuerzas, como si acabara de contar un chiste.

—Ya, como si hubieras puesto muchos impedimentos para venir conmigo… Vamos Bella, te ha gustado tanto como a mí —sonrió con un deje de superioridad y abrí la boca, atónita.

—Edward, no lo estropees —le advertí.

—Bella —comenzó a decir—. Dame otra oportunidad, pero esta vez de verdad, que salga de ti —me cogió las manos y las apretó—. Sal conmigo, por favor.

Levanté una ceja, incrédula, y retiré mis manos.

—¿Todo ha sido una estrategia para que te viera como una persona… normal? —inquirí, cabreada—. ¿Has estado fingiendo ser alguien que no eras sólo para que accediera a salir contigo después?

Edward me miró, desconcertado.

—N-no, yo soy así, no he… —farfulló nervioso, y se pasó varias veces la mano por el cabello, desordenándolo aún más.

—¡Y una mierda! En una semana he tenido tiempo suficiente como para darme cuenta que tu actitud no es como la de hoy —le espeté—. ¡Ya decía yo que era raro que no te comportaras como un imbécil prepotente durante tanto tiempo! Pero aquí estás de nuevo —suspiré, intentando que el enfado se me pasara—. ¿Sabes qué es lo peor? ¡Que esperaba que de verdad fuéramos amigos! Claro que me lo he pasado bien hoy, Edward, porque parecías maduro, pero ahora vienes y lo estropeas. ¿Crees que encerrándome en un ascensor conseguirás que salga contigo?

Él parecía al borde del colapso nervioso, seguramente estaría estrujándose los sesos para dar con una respuesta ingeniosa que lo sacara de aquel lío en el que él solo se había metido.

—Mira Bella… No entiendo por qué no me das una oportunidad. No te he encerrado para eso, simplemente quería despedirme y preguntártelo —dijo, más tranquilo—. Siento que me veas de esa forma, pero ni yo te conozco, ni tú me conoces como para juzgarme así —Vi como alargó el brazo para pulsar el botón continuo al rojo y las puertas se abrieron inmediatamente. Había salido ya de allí cuando añadió—: Y yo también esperaba que fuéramos amigos.

Me giré para ver su expresión, ya que el tono de su voz me había desconcertado, pero las puertas empezaban a cerrarse. Me quedé allí sintiéndome como una idiota, mirando con la boca abierta las puertas del elevador. No supe cuanto tiempo estuve en trance, pero al final sacudí la cabeza y me dirigí hacia mi apartamento, consciente de que esa noche iba a ser larga e incómoda.

6 comentarios:

paula lopez dijo...

jooojoooooooooooo..!!!buenisimooooo
aunque todavia no entiendo que es lo que quiere edward con bella, ni que demonios le pasa a bella con el jajaja

de todas formas ha sido espectacular..!!!

besos enormes..!!!

diana dijo...

hya pobre!!! q tiene de malo esata a la defensiba todo el tiempo esta bella relajate jajajaj pero me encanto el capi quiero ver q pasa cuando salgan a la noche jjjajajaja besos

Anónimo dijo...

Me puede super encantar en como se esta desarrollando la historia, solamente tengo una queja 2 de los capítulos no los puedo abrir que es el cap. 3 y 4 no se si solamente sea yo o a todas les pase lo mismo, me encantaria que lo corrigieran o que me digan como hago para leerlos ¡¡FELICIDADES POR LA NUEVA HISTORIA!!!

Anónimo dijo...

Dioooos me encantaa!!!xDDD pero este y todas las historias jaja sigue suviendolas merecen la pena de leer;)

Anónimo dijo...

mee encantaa estaa historiaa
peroo ioo tampocoo puedoo abrir el capitulo 3 y 4 como lee hagoo?

Irene dijo...

Hola!! este fic me ha encantado!! solo ke yo tampoco puedo ver los capitulos 3 y 4 :( los podrían arreglar please?? ^^