Alice y yo estuvimos sentadas viendo como el equipo de la Universidad entrenaba. Jamás me había gustado el deporte en general, pero había que admitir que el hecho de que todos fuesen tan guapos hacia aumentar mi interés.
Los chicos, conscientes ya de nuestra presencia, se esforzaban por jugar lo mejor posible. Eran tan estúpidos que algunos hasta se habían remangado las mangas de la camiseta para enseñar músculo. La verdad es que nos reímos de ellos descaradamente; además, tanto Alice como yo preferíamos a los hombres poco musculosos. Mejor dicho, en su punto justo.
—Oye, gracias por esperarme para la diversión —bufó Rosalie cuando llegó. Se posicionó a mi derecha y observó detenidamente a los jugadores—. Me acabo de hacer hincha de este equipo de fútbol —sentenció después de su primer examen visual.
—Algún día esas hormonas tuyas acabarán contigo —reí yo, sin apartar la vista de Edward. Me había decidido por observarlo y ver si había algo desagradable en su conducta. De momento era un chico normal, con mucha presión encima por ser el capitán.
De vez en cuando notaba mis miradas y sonreía, satisfecho de sí mismo. Era entonces cuando yo regresaba a la realidad y me daba cuenta de lo creído que podía llegar a ser.
Cuando Emmett metió un gol le aplaudimos y él corrió hacia donde estábamos, levantándose la camiseta y celebrándolo como un auténtico futbolista.
—¡PARA MIS CHICAS! —gritó y derrapó en el suelo justo delante de nosotras. Las carcajadas estallaron y no pudimos evitar corear su nombre a todo pulmón.
Los demás del equipo nos miraban divertidos, pero lo mejor fue que a partir de ese momento todos lucharon en cuerpo y alma por meter un gol y hacer lo mismo que Emmett.
—Creo que es el partido más divertido de la historia —comentó Alice, que estaba llorando de la risa—. Es una pena no haber podido grabarlo.
Al rato los chicos empezaron a parar de correr, se veía a leguas que estaban exhaustos. El único con vitalidad era Edward, que parecía estar en un estado de forma excelente.
—Bueno venga, seguimos el miércoles —dijo al fin, y muchos de ellos se tiraron al césped bocarriba, totalmente agotados—. Ha sido un buen entrenamiento —añadió y salió al trote hacia el banquillo, donde cogió una botella de agua y una toalla con la que empezó a secarse el empapado cabello.
Emmett y Jasper se acercaron para tumbarse a nuestro lado.
—Edward es un psicópata —susurró Emmett, que se tapaba la cara con una mano como si estuviese mareado.
—Míralo, aún sigue correteando —murmuró Jasper mirando con odio al otro Cullen, el cual corría con calma por la pista—. Yo creo que se dopa.
—Veinte libras a que se toma alguna droga antes de entrenar.
—¡No! —exclamamos las tres a la vez, consiguiendo que nos miraran.
—Dejad las apuestas ya, por favor —pidió Rosalie y Emmett le sonrió y se calló, obediente.
Al cabo de unos minutos Edward se acercó también, con una sonrisa radiante, como si hubiese estado paseando por la playa en lugar de en un exhaustivo entrenamiento.
—¡Sois unos blandengues! —se rió y pateó suavemente a sus amigos, que estaban despatarrados en el suelo.
—No sé en qué momento te nombramos capitán —se quejó Emmett incorporándose—. Seguramente estaríamos borrachos.
—Muy borrachos —matizó Jasper, imitándolo—. Por cierto, muchas gracias chicas, habéis sido un apoyo enorme. A vuestro lado, las animadoras apestan.
—¡Lo sabemos! —rugió Alice levantando un puño.
—¿Vais ya a casa? —preguntó amablemente Edward, pasándose una mano por el pelo.
—No tenemos nada que hacer —Rose se encogió de hombros. Yo tenía la boca bien cerrada, no tenía ganas de hablar con él.
Los tres intercambiaron una mirada y Jasper habló.
—Podemos irnos juntos, supongo que no tendréis coche —negamos con la cabeza y ellos sonrieron—. Si esperáis un segundo a que nos abriguemos…
—¡Claro! —exclamó entusiasmada Alice. Estuve por decir que prefería irme en metro, o andando, pero una mirada asesina por parte de mis amigas me bastó para mantener mis comentarios a raya.
Ellos fueron hasta el banquillo, donde tenían las mochilas, y sacaron de ellas unas sudaderas para ponérselas encima de la ropa sudada. Un sonido de asco surgió de nosotras, haciendo que nos miráramos divertidas. Sabía que cuando se suda hay que abrigarse para no coger un resfriado, pero aún así lo consideraba asqueroso.
Volvieron y los seguimos hasta uno de los numerosos aparcamientos. Emmett se dirigió hacia un monstruo enorme y lo abrió.
—Sólo le gustan las cosas grandes —se mofó Jasper. Después fue a ayudar a Alice, que tenía serios problemas para meterse en el asiento trasero.
Cuando por fin estuvo dentro, me senté a su lado y para mi desgracia Edward, con una sonrisa encantadora que quitaba el sentido, se puso a mi derecha. Rosalie y Jasper fueron delante, ya que había espacio de sobra.
—¿Un poco de música chicos? —preguntó Emmett, mirando por el espejo retrovisor.
—Tendremos que cobrarle entrada después —bromeó Jasper. Rosalie se giró para dirigirle una mirada interrogativa—. Es que tenemos un grupo y hacemos conciertos de vez en cuando.
—Somos The Sky Blue Parakeet —gritó Emmett, girando bruscamente el volante para coger un desvío y consiguiendo así que todos nos sobresaltáramos.
—¿Los periquitos azul cielo? —me mofé yo. No tenía pensado hablar, pero el nombre me había parecido demasiado ridículo como para no comentarlo. Un suspiro procedente de mi derecha me hizo girar. Vi que Edward movía la cabeza reprobatoriamente, como si él también considerase estúpido el nombre de su propio grupo.
—Es por los viejos recuerdos —contó Jasper—. Nos conocimos en un campamento de verano cuando teníamos nueve años. Los tres estuvimos en el mismo grupo, que se llamaba Los periquitos azul cielo. Como nos pasamos dos meses sin decidir cómo llamar a nuestra banda al final a Emmett se le ocurrió ese, y casi nos obligó a aceptarlo.
—Gracias a Dios no estuvimos en The purple dragonfly —murmuró Edward, y no pude evitar soltar una risita de la que después me arrepentí ya que sus impresionantes ojos se posaron en mí, consiguiendo que me sintiese desnuda.
—Este año tenéis que venir a vernos —pidió Emmett—. Os daremos un pase VIP.
—¿De verdad cuesta dinero veros tocar? —bromeó Rosalie.
—Somos muy buenos —le contestó él, apartando la vista de la carretera para guiñarle un ojo—. Pero no te preocupes, como ya te he dicho pienso invitaros a las tres.
—Tú y nosotros —aclaró Edward, sonriente—. Como vocalista y miembro más importante, soy el que debería decidir si invitar a alguien o no.
—Oh, cállate —se rieron Emmett y Jasper. Sabía que hablaba en broma, pero utilicé lo que había dicho para afirmar el hecho de que era un egocéntrico.
Rosalie empezó a tocar el estéreo del coche y después de un rato de pasar por todas las emisoras se decidió por probar suerte con el CD que estaba dentro.
Sonreí para mí cuando The Next Time Around de Little Joe empezó a sonar. Mis amigas me miraron a sabiendas de que era uno de mis temas favoritos, ese mismo verano la había escuchado al menos un centenar de veces.
—¡Esta canción es genial! —gritamos los tres chicos y yo a la vez. Edward parecía divertido por mi declaración. Jasper por su parte hacía los acordes de la guitarra con la voz y Emmett repetía "pom, pom, pom…" intentando hacerse pasar por una batería.
— One to many goals, the measure of your worth… Can sink your weight in gold… Sat by the ivory sail, the further out you look, the further out you'll be —empezó a cantar Edward y me sentí mareada. Tenía una voz perfecta, que se acoplaba al ritmo de la canción sin ningún problema. Era extremadamente divertido verlo mover la cabeza de derecha a izquierda, empujándome con el hombro y moviendo las manos
— It's not enough to set the curve, with nothing ventured, nothing learned… —Emmett se le unió, aunque su voz dejaba mucho que desear. Lo que hacía era cantar a pleno pulmón, consiguiendo que apenas se escuchase a Edward. Cuando este se dio cuenta, empezó a subir el volumen, aunque sin perder el tono—. The words I've said again, still die…
—Oooh, oooooooh –acompañaron Alice y Rosalie, al mismo tiempo que el coro de la canción. A mí me daba vergüenza cantar, era algo que me gustaba pero estaba segura de que hacía el ridículo cada vez que lo intentaba por lo que me quedé en silencio mientras que en el interior del coche se desataba la histeria.
—I'll belong to you, it's how it's meant to be —Edward me miró mientras bailaba cómicamente en el poco espacio que tenía. Una carcajada salió de mi boca y él se quedó satisfecho.
Siguieron cantando y balanceándose con todas sus fuerzas. Realmente estaban compenetrados, haciendo hasta los sonidos de los instrumentos.
—Mierda ahora es en portugués —se quejó Emmett.
Sonreí, me la sabía tan bien que para mí no era ningún problema que la letra estuviese en un idioma que no fuera el mío. Inconscientemente empecé a cantar, ya que todo el mundo se había quedado callado.
—E onde a sorte ha de te levar, saiba o caminho e o fim mais que chegar… —todos me miraban con evidente sorpresa. Mi cara se tiñó de color escarlata y la escondí entre mis manos.
Edward apartó la vista de mí y siguió cantando como si no hubiese pasado nada.
—E quiera o dia ser, gentil a tua mao, aberta pra quem e… —los demás sacudieron la cabeza y dejaron de prestarme atención para cantar la última estrofa a pleno pulmón.
—Tienes una voz muy bonita —dijo Edward en voz baja, quizás para no avergonzarme más delante de los demás. Me estaba sonriendo seductoramente y supuse que conquistaría a todas las chicas con sus halagos. Fruncí el ceño y volví la vista al frente, ignorándole por completo.
Llegamos a nuestro bloque de pisos después de una canción más que Emmett interpretó, eclipsando a los demás. Entre risas y comentarios tontos bajamos del coche y cogimos el ascensor. Éramos tantos que íbamos pegados los unos a los otros, sin apenas poder respirar.
—Si no es mucho pedir, la próxima vez que vayamos a meternos a la vez en el maldito ascensor duchaos antes, por favor —suplicó Rosalie con un hilo de voz.
Alice y yo empezamos a reírnos descontroladamente y no paramos hasta que llegamos a la cuarta planta y salimos de él. Nos despedimos de ellos con la mano, ya que por lo que me había enterado vivían un piso por encima de nosotras, y abrimos la puerta de nuestro apartamento.
—Son encantadores —suspiró Alice tumbándose en el sofá—. ¿No creéis?
—Emmett es tan musculoso… —comentó Rosalie con una sonrisa maliciosa mientras abría la despensa y sacaba un paquete de cereales para comérselos a puñados—. Y Edward es guapísimo.
—Es una pena que sea tan mujeriego —dijo Alice, pensativa—. Pero para mí, el más atractivo es Jasper.
—Sí, tiene lo suyo también… Supongo que no me puedo acercar a él, ¿no Alice?
—Ni se te ocurra —amenazó la pequeña, tirándole un cojín a la cabeza.
—Bella, ¿me puedo acercar a Edward?
—¡No! —enmudecí. Me había cogido desprevenida, estaba pensando en mis cosas y no había pensado en mi respuesta—. Q-quiero decir, es un estúpido, no merece la pena Rose.
Mis amigas sonrieron divertidas y siguieron hablando entre ellas, seguro que cuando estuviesen solas comentarían mi reacción durante horas.
Me dirigí a mi cuarto para tumbarme en la cama. El primer día había sido intenso y me sentía cansada por lo que me quedé dormida en cuestión de segundos.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, fue el ruido de mi móvil lo que consiguió despertarme.
—¿Sí? —pregunté, intentando no bostezar.
—¿Bella? Soy Angela. Verás, he hablado con mi jefe y dice que sí, necesita a más gente ya que ha ampliado la librería. ¿Estás haciendo algo ahora?
—No, estaba dormida, ha sido una mañana estresante —se rió desde la otra línea—. Dime la dirección y voy para allá en un momento.
—De acuerdo, te la dicto —fui a por algo donde apuntarlo y después de estar segura de que era la dirección correcta colgué y salí de mi cuarto cogiendo antes el bolso.
Rose y Alice, que estaban viendo una película en la televisión, levantaron la vista al verme preparada para salir.
—¿Dónde vas, Bella?
—Angela me ha conseguido el trabajo en la librería. Tengo que ir ahora, llevo el móvil, si queréis algo llamadme—dije rápidamente y salí poniéndome el abrigo. Llamé al ascensor pero tardaba, por lo que decidí bajar por las escaleras. En el momento que me giré para dirigirme hacia ellas llegó el elevador y con un suspiro me metí en él sin darme cuenta de que ya estaba ocupado.
—Hola —saludó la voz de Edward Cullen. Maldiciendo internamente por no haber ido por las escaleras asentí con la cabeza y me dediqué a mirar las paredes como si fuesen lo más interesante del mundo—. ¿Sabes? No entiendo qué te pasa conmigo.
Me encogí de hombros sin dirigirle ni una sola mirada. Estaba a punto de perder el control ya que Edward se había duchado y el reducido espacio del ascensor estaba lleno del atrayente olor de su colonia mezclado con el de la loción de afeitado. Intenté respirar lo menos posible, segura de que acabaría volviéndome loca. ¿Por qué tenía que ser tan atrayente? Creo que lo odiaba por el simple hecho de hacer que mis rodillas temblasen.
—Pensé que nos podríamos llevarnos bien —siguió diciendo él.
Justo en ese momento las puertas del ascensor se abrieron y antes de salir tomé aire para contestarle sin mostrarme débil.
—No es tan fácil ser amigo de un tipo que va por ahí utilizando a las chicas para entretenerse —le espeté y con paso digno llegué hasta la calle sin mirar hacia atrás, donde Edward se había quedado con la boca abierta.
Miré el papel que había guardado en el bolsillo, en el que indicaba como llegar a la librería y me puse a andar entre las calles londinenses sintiéndome un poco perdida.
—Bella, espera —me pidió la aterciopelada voz de Edward a mis espaldas. Me detuve en seco y lo miré de mala gana. Estaba extremadamente guapo con su abrigo gris de grandes botones y sus simples vaqueros desgastados—. No sé a que ha venido eso, supongo que alguna chica te habrá hablado mal de mí.
—No, al contrario, contaba maravillas —bufé yo—. No me gustan los chicos como tú, lo siento.
—No puedes ir creyéndote todo lo que dicen —farfulló él, andando a la misma velocidad que yo.
—¿Entonces es mentira que sales cada día con una distinta?
Se quedó callado, mirando al horizonte.
—No, pero eso no te da derecho a juzgarme —dijo, con voz molesta—. Es decir, ¿por el hecho de que tengo citas con otras chicas no podemos ser amigos?
Lo encaré, poniéndome las manos en la cintura.
—¿Y cómo sé que sólo quieres ser mi amigo? ¿Quién me dice que no intentas jugar conmigo?
Él miró nervioso de un lado a otro y supuse que estaría meditando la respuesta.
—Mira, no te voy a mentir, me atraes mucho y no sé muy bien el por qué —al escuchar eso resoplé y seguí mi camino—. Bella joder, espera…
—¿No lo ves, Edward? Podrías haber dicho que sólo querías ser mi amigo, como lo serán en un futuro muy, muy cercano Jasper y Emmett. Pero no, tú con tu maldita forma de ser tienes que intentar tener algo conmigo —le grité, consiguiendo que todos los que pasaban a nuestro alrededor nos mirasen interesados—. Ya no estoy interesada en nada que tenga que ver contigo, así que déjame en paz, llego tarde al trabajo.
Él se quedó estático, con el viento azotándole el cabello, una imagen demasiado abrumadora para mi salud mental. Sacudí la cabeza y le di la espalda, volviendo a caminar por la ancha calle en la que estaba. La cabeza me daba tumbos, había sido un encontronazo violento, o más bien yo había sido la violenta. Jamás había perdido los nervios de esa manera, las manos aún me temblaban e inconscientemente me mordía el labio. Me sentía algo culpable por mi comportamiento, pero es que simplemente me sacaban de mis casillas los chicos como él.
Con la ayuda de algunos transeúntes autóctonos pude llegar a la librería, llamada Brock&Stacy Books. Tímidamente abrí la puerta y entré, mirando a mi alrededor. Simplemente, era un sitio de ensueño. Tenía un tamaño desorbitado y estaba llena de altas estanterías, repletas de libros separados por secciones. Unos grandes ventanales cubrían una de las paredes, delante de los cuales había repartidos por un amplio espacio múltiples sofás con pequeñas mesas delante. Estaba llena de gente, la mayoría leyendo o en la máquina del café, sacándose uno. Detrás de un amplio mostrador, de más de veinte metros, estaba un hombre de mediana edad despachando a una adolescente, la cual le tendió un libro de Federico Moccia. Sonreí, era gracioso ver como a las chicas de esa edad les gustaba leer sobre el amor y las relaciones en general.
—¡Bella! —la voz de Angela sonó desde uno de los pasillos. Se acercó a mí con las manos repletas de libros, que depositó en el mostrador diciéndole al hombre—: Están reservados, vendrán a buscarlos ahora.
Me acerqué, cruzándome con la chica que acababa de adquirir la novela de Moccia.
—Mira Felix, esta es la chica de la que te hablé —dijo ella agarrándome por un brazo. El hombre era atractivo para la edad que tenía, estaba segura de que Rose hubiera hecho algún comentario acerca de él.
—Encantado, ¿eres Isabella, verdad?
—Sólo Bella —respondí automáticamente—. Es un sitio precioso.
—Veo que te gusta estar entre libros —rió él—. Esta es la librería más importante del centro, tenemos una facturación demasiado alta para vender sólo libros. Ya has visto que hay muchos clientes, la mayoría leen el primer capítulo para estar seguros de la compra, por eso hay que ser pacientes y comprobar que la máquina de café esté recargada siempre.
Asentí, no parecía demasiado difícil y su política de venta me gustaba. Odiaba aquellos sitios en los que te echaban sólo por leer el sumario de atrás.
Felix estuvo explicándome cómo usar la caja registradora y dónde estaba cada sección. Me ayudó a memorizar la lista de los más vendidos y me dio unos trucos para convencer a los clientes de que usaran las promociones del segundo a mitad de precio y demás.
—Si tienes alguna duda pregúntame a mí o a Angela. Con nosotros trabaja otro chico, Seth Clearwater, pero ha cogido unos días libres por problemas familiares. En fiestas como Navidad se incorporan más personas, pero mientras tanto con cuatro vamos bien.
Le sonreí cuando me tendió una especie de delantal azul con el logotipo de la empresa. Me lo puse de la misma forma que lo tenía Angela y me metí detrás del mostrador. Estaba tan nerviosa que no podía dejar de recorrerlo de un lado a otro, jugueteando con las manos. Vi que Felix sonreía divertido cada vez que me miraba y no pude evitar fruncirle el ceño.
—¡Hola! —saludó una voz grave. Me giré para encontrarme con un chico atractivo de ojos celestes—. ¿Me podrías ayudar? No sé donde está la sección de jardinería.
—Pasillo cuatro, estante J-16 —repetí de memoria y él lo notó, ya que se rió alegremente.
—No te había visto antes por aquí. ¿Eres nueva verdad?
Asentí cohibida y él volvió a reírse.
—Ahora vengo —dijo simplemente, y se marchó con un andar un poco peculiar. Llevaba una chupa de cuero bastante rota y cadenas plateadas colgando en el pantalón; supuse que querría tener aspecto de alguien peligroso. Sonreí al pensar que el hecho de querer libros acerca de flores menguaba su imagen de chico malo.
Una mujer mayor vino a que le cobrase y lo hice sin equivocaciones, por lo que mi orgullo creció exponencialmente. Angela me levantaba los pulgares desde la zona infantil y me sentí reconfortada.
—Este es el que quiero —la voz del rubio me sacó de mi ensoñación y fui a quitárselo de las manos para cobrárselo. Leí el titulo y una risita se me escapó. Cómo prolongar la vida de tus petunias. Era demasiado ridículo como para ser verdad—. Quince libras.
—Es para mi abuela —explicó, algo sonrojado mientras echaba mano a su cartera. Yo asentí, mordiéndome el labio para no reírme más. Metí el ejemplar en una bolsa y le di el ticket de compra. Él me sonrió y yo sentí que pretendía algo más—. No me has dicho cómo te llamas…
—Sólo tienes que mirar el ticket —dije.
Él lo hizo obedientemente y se rió.
—Fue atendido por Bella —cuando terminó de leer me miró a los ojos y se apoyó en el mostrador—. Y tú atendiste a James.
Con un guiño se incorporó y se pavoneó hasta la puerta de salida. Resoplé, ¿cómo podían llegar a ser tan idiotas los tíos? Estaba haciendo una lista mental de todos los imbéciles machistas que conocía cuando la puerta se abrió de nuevo y las campanillas que estaban sobre esta repiquetearon alegremente, indicando que alguien entraba. Giré mi vista y… mierda.
—¿Q-qué pasa Bella? —Edward parecía nervioso. Maldije por ser la única que estaba tras el mostrador. Lo miré de forma arrogante, siendo algo estúpida, pero bueno si él podía serlo ¿por qué no podía yo?—. Vengo a recoger unos libros que encargué por t-teléfono.
Me sentí alagada, estaba intimidando a Edward Cullen, dudaba que muchas pudiesen. Le asentí y miré por debajo de la barra, encontrando varios montones de libros, cada uno con un papel donde estaba escrito el nombre de quien los había reservado. Estaban ordenados alfabéticamente por lo que en unos segundos encontré unos cuantos a nombre de Cullen.
—Aquí están —dije secamente y empecé a pasarlos por la máquina que leía los códigos de barras. Cada libro que veía que se llevaba hacía que mi enfado con él menguara, eran obras maestras de la literatura—. ¿Son para ti? —no pude evitar preguntarlo, necesitaba saberlo o esa noche no dormiría. Edward parecía confundido por el hecho de que le hubiese dirigido la palabra.
—Sí, ¿pasa algo?
—Son… son libros geniales —me encogí de hombros, restándole importancia—. Cuarenta libras.
—¿Y la oferta de "Grandes Clásicos"? —preguntó suspicaz.
—Acabó ayer —realmente quería haber dicho "acabó cuando tú entraste", pero me contuve.
—¿Y la de "El segundo rebajado al 20%"?
—Ya he ejecutado la rebaja, está detallado en el ticket si no te fías de mí.
—Mmm… ¿Y la oferta de la "Colección Oro"? Llevo tres de ahí.
—Eso te lo acabas de inventar —por mucho que me costara admitirlo me estaba divirtiendo, parecía un cliente habitual.
—Tenía que intentarlo. Y dime, ¿no regaláis nada cuando la compra es superior a 30 libras?
Suspiré y entendí que no me iba a deshacer tan fácilmente de él, por lo que rebusqué por los cajones que tenía a mano. Encontré un sacapuntas roto y se lo tendí. Él sonrió satisfecho y lo metió en la bolsa de los libros.
—¿Algo más?
—Sí, quiero saber cuando llega Daaalí, de Albert Boadella. Llevo más de un mes esperándolo y me estoy poniendo de los nervios.
Esta vez sí que consiguió sorprenderme. Daaalí era una obra de teatro estupenda, pero muy difícil de conseguir. A mí me había costado un año encontrar ese maldito libro y fue por pura suerte, en un viaje a Nueva York. Estaba en una librería de autores españoles, cerca del M.O.M.A.. Cuando lo vi casi beso al dependiente. Había visto la obra, pero necesitaba leerla, por lo que cuando encontré el ejemplar no dudé en pagar su desorbitado precio.
—¿Hola? —rió Edward pasando una mano por delante de mi cara.
—P-perdón, ahora te lo miro —susurré y empecé a teclear en el ordenador. Tardé más de lo debido ya que aún no estaba familiarizada con el programa de búsqueda. Suspiré cuando vi el resultado—. Pues te toca esperar, no sé si lo sabes pero es muy complicado conseguirlo. En Londres no lo editan, lo traen desde España.
—Lo sé, llevo mucho tiempo detrás de él —frunció el ceño mosqueado y sonreí.
—Si quieres yo te lo puedo dejar —aquellas palabras surgieron de mi boca sin pensarlas.
Edward parecía creer que me había escuchado mal.
—¿Cómo?
Era demasiado tarde para negarse, no quería quedar mal, por lo que me resigné y seguí con mi propuesta.
—Yo lo tengo, lo encontré por casualidad en Nueva York. Es muy bueno, no deberías quedarte sin leerlo. Por eso, si quieres te lo puedo prestar.
—¿Me lo dejarías? —su mirada se iluminó y yo chasqueé la lengua, incómoda.
—Sí, pero prométeme que no me lo mancharás, ni arrugaras las esquinas para saber por dónde te quedaste —era hora de volver a ser estúpida, me dije a mí misma—. Entonces, ¿quieres todavía que te lo envíen o con leerlo te conformas?
—No, lo quiero —sonrió él, más feliz de lo que le había visto nunca. Aunque claro, lo conocía sólo de ese día—. Pues… Hasta luego, supongo. ¿Te viene bien que pase por tu casa después? Para el libro…
—Sí, ve antes o después de cenar. Saldré de aquí sobre las siete, o eso creo.
—Nos vemos después —cogió su bolsa y se despidió con una mano de Felix, que estaba ordenando los periódicos del día.
La tarde pasó excesivamente lenta, sin demasiados clientes. Hubo una mujer que no se decidía, por lo que me estuvo pidiendo consejo acerca de dos libros que ni aunque tuviese nueve vidas leería. Me tuvo ocupada cerca de media hora, buscándole referencias de cientos de ejemplares, para llevarse al final un cuento de niños pequeños el cual supuestamente era un regalo para su hijo. Después de decirme eso empezó a relatarme las peripecias del crío en la escuela, en su casa, en el parque con sus amigos… Estuve a punto de echarla, pero la mirada significativa de Felix me obligó a poner la mejor de las sonrisas y parecer interesada.
A las ocho me quité el delantal y cogiendo mis cosas salí a la calle, con las piernas agarrotadas por haber estado tanto tiempo de pie.
Había mucha gente entrando y saliendo de las tiendas, parejas paseando de la mano, niños jugando y amigos tomando cervezas en los pubs que estaban abiertos. Por mi parte, sólo quería ponerme el pijama y descansar.
—Hola chicas —saludé cuando entré en casa. Las dos estaban en la cocina preparando algo que para mi asombro olía bien—. ¿Qué hay de cenar?
—Pues tenemos tortilla francesa, filetes de pollo y ensalada césar —enumeró Alice, con una enorme sonrisa en su rostro.
—¿Qué tal te ha ido el trabajo? —quiso saber Rose, que estaba frente la vitro-cerámica, haciendo los filetes en una sartén.
—Estresante, me ha pasado un poco de todo —y sentándome en una silla empecé a contarles mi pelea con Edward. Ellas me miraban interesadas y abrían la boca en los momentos en los que yo lo insultaba.
—Eres demasiado dura, Bella. Aunque claro, si te ha dicho directamente que le interesas…
—Exacto, que espera, ¿qué caiga rendida en sus brazos? No soy tan fácil.
Puse la mesa mientras les relataba mi primer día de trabajo, y cuando Edward volvió a entrar en escena agudos chillidos salieron de sus gargantas.
Comimos velozmente y en silencio, estábamos demasiado hambrientas. Cuando terminé y recogí todo me puse mi pijama favorito: una camiseta vieja de mi padre.
Iba a leer un poco antes de dormir, por lo que cogí lo primero que pillé y me senté en uno de los sofás del salón.
Estaba en lo más interesante cuando el timbre sonó.
—Bella, ¿vas tú? —gritó la voz de Rosalie desde el cuarto de baño.
—¡Sí! —exclamé levantándome. Sin ponerme siquiera las zapatillas corrí hasta la puerta y me quedé estática al ver a Edward. Se me había olvidado completamente que iba a venir con el trabajo y lo demás. Pareció notarlo, ya que se pasó una mano por el cabello, nervioso.
—Si no es buen momento puedo venir mañana —dijo de forma rápida.
—¡No! —el entusiasmo de mi voz hizo que me enrojeciese—. Lo siento, no me acordaba de que ibas a venir. Pasa, venga.
Me eché para atrás y él entró, con paso dubitativo. De pronto caí en la cuenta de que iba casi desnuda ya que solo llevaba puesta la camiseta, que me llegaba por encima de las rodillas.
—La próxima vez que necesite un libro yo también vendré en pijama, para que no te pongas tan roja —sonrió él y se me pasó un poco el sonrojo. Le hice un gesto para que me siguiera y me acompañó hasta mi habitación. Dudó en entrar, por lo que se quedó en la puerta. Aquello me hizo gracia, se suponía que él era todo un experto en allanar los dormitorios de las jovencitas.
Busqué por las estanterías distraídamente; lo que más me había traído de Forks eran libros y ahora me arrepentía de no haberlos ordenado mejor.
—Tienes una habitación muy bonita —comentó él, apoyado en el quicio.
—Gracias. Puedes pasar, no tengo leones escondidos ni nada por el estilo —dije, y él puso los ojos en blanco a la vez que entraba. Miró mi colección de CDs a una distancia prudente, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón—. No están envenenados, puedes tocarlos sin problemas —bromeé de nuevo y él me dirigió una sonrisa que me quitó el habla.
Pasamos unos segundos en silencio, él inmerso en mis discos y yo en busca y captura de Daaalí, que no aparecía por ninguna parte.
—¿Dónde estás? —murmuré para mí misma.
—¿Has pensado que quizás tus compañeras puedan tenerlo?
Alcé una ceja y solté una carcajada.
—Lo único que leen esas dos es la Vogue, así que dudo que esté bajo sus dominios.
Él sonrió y siguió mirando los CDs, sacando de vez en cuando alguno.
—Tienes un gusto muy parecido al mío —dijo de repente. Yo me encogí de hombros, intentando no darle importancia a sus palabras.
Desvié la vista y vi de refilón aquella tapa color burdeos tan característica.
—¡Por fin! —exclamé, sacando el libro—. Estaba bien escondido, parecía que no quería irse de casa.
Edward se acercó y alargó la mano para cogerlo. Puse especial cuidado en no rozar su piel siguiendo los consejos de Jessica, hasta ahora había tenido razón en todo lo que había dicho.
Nos quedamos inmóviles durante unos instantes, sin saber muy bien qué hacer o decir.
—Será mejor que me vaya —susurró él, sonriéndome en un gesto de disculpa.
—Claro, te acompaño —dije yo. No sabía por qué cada vez me costaba más contestarle mal, me estaba empezando a gustar ser amable con él y no me hacía gracia.
—Bella, ¿a qué hora entráis mañana? —me preguntó cuando ya estaba en el pasillo.
—A las nueve, ¿por qué?
—Para que os vengáis con nosotros en el coche. Es una estupidez que tengáis que coger el metro teniendo nosotros tres coches.
—G-gracias, pero no hace falta —me había pillado desprevenida. Sabía comportarse como un caballero, seguro que había perfeccionado la técnica después de años de citas con estúpidas. La sangre me hirvió—. Nos iremos en metro.
—Ni hablar. A las ocho y media estaremos aquí, estad preparadas. Buenas noches Bella —sonrió por última vez y fue hasta las escaleras, cuyos escalones subió de dos en dos, mostrándome su perfecta forma física.
Me metí en el interior y solté un fuerte suspiro de frustración.
—Explícame a-h-o-r-a mismo qué hacia mi primo aquí a estas horas —la chillona voz de Alice resonó en el salón. Aquello debía ser una pesadilla, lo último que quería en el mundo era tener que lidiar con Alice y sus ganas de cotillear después de un día agotador.
—Quería un libro que es muy difícil de encontrar y que casualmente yo tenía —me dirigió una mirada suspicaz y bufé—. Tranquila, no vas a perder tus estúpidos trescientos dólares.
Enfadada con el mundo en general me encerré en mi habitación y me tiré en la cama. Odiaba que se metieran en mi vida privada, al igual que odiaba que Edward Cullen fuese tan malditamente atractivo. También detestaba el hecho de que ahora estaría pensando en la chica con la que le tocaría enrollarse al día siguiente. Seguramente tendría una lista, con un orden según sus preferencias o el color del pelo.
Dejé que un gemido lastimero saliese de mi garganta mientras me metía dentro de las mantas.
Qué complicada que podía llegar a ser la vida; conseguir ser plenamente feliz no podía ser tan difícil.
5 comentarios:
aaahhh
que tiernooo..!!
bella esta cediendoooo..!!!
me encantaaaaaaaaa
me gusta el rumbo de la historiaa...
aplausos para ti por el capi..!!
besos enormes..!!!
haaa hola soi nueva pasando por tu blog pero no puedo abrir los capitulos 2 y 3 por fa como le ago la verdad me interesa tu istoria esta muy padre
Hola estoy leyendo todos tus fics, tengo dos rpegutnas cuando tendremos capitulo de all you need is love, ese es de lo mas y como se abren el 2 y el 3 de este fic
hola disculpa el capitulo 3 y 4 no se pueden abrir crees que lo puedas checar o facilitarme los capitulos
ola
necesito ayuda
al igual que hitana no puedo ver el capitulo 3 y 4
si pudieras decirnos como verlos..... ah y la historia me encanta
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