miércoles, 3 de marzo de 2010

All You Need is Love


Descanso y sorpresas

Un dolor agudo taladró la cabeza de Bella tras lo que le habían parecido escasos minutos de sueño.

Inconscientemente agarró la almohada con fuerza y se tapó la cara con ella, haciendo una fuerte presión en un intento de aliviar el malestar. Una risa cantarina hizo que volviera a la realidad y apartase el almohadón para enfrentarse a la maldita luz solar que insistía en quemarle las pupilas.

Seth, tumbado en la cama a su derecha y con la cabeza apoyada en sus manitas, la miraba y se reía disimuladamente.

—Eres un bicho malo —murmuró Bella, sintiendo entonces la sequedad de su boca—. Ven aquí, anda.

Seth fue corriendo hasta sus brazos, metiéndose por debajo de las sábanas con cuidado para no destaparla.

—Papá me avisó de que hoy estarías mal.

Bella se masajeó las sienes.

—¿Ah sí? ¿Y dónde está? —quiso saber.

—Ha ido a trabajar, pero dice que volverá para la diversión —dijo él, con una enorme sonrisa—. Vaya cara tienes, Bella.

—Muchas gracias enano —empezó a hacerle cosquillas, pero los gritos de la risa descontrolada de Seth le estaban provocando más jaqueca, por lo que paró—. Aunque hoy te libres, esta me la guardo. ¿Y qué hacías aquí, espiándome? ¿No es la hora de Bob Esponja?

—El abuelo estaba viendo las noticias en la televisión del salón y no quería decirle que cambiase el canal—se encogió de hombros.

—¿Están aún en casa los abuelos? —inquirió Bella y Seth asintió—. Entonces has desayunado ya, ¿verdad?

—¡Tortitas! —exclamó, muy feliz.

Bella rió y después suspiró, antes de incorporarse.

—Mira, hagamos una cosa —se aproximó hasta la televisión del cuarto de Edward y lo encendió. Después le pasó el mando a distancia a Seth—. Quédate aquí viendo los dibujitos, voy a ir a saludar a los abuelos, a tomarme alguna medicina que me quite el dolor de cabeza, y ahora volveré para pasarme el día tirada en la cama contigo, ¿qué te parece?

—¡Es un plan súper guay! —gritó, y Bella puso una mueca de dolor—. Ay, lo siento, nada de gritos. Pero, ¿me puedo pasar todo el día con el pijama?

—Por supuesto, es parte de la idea —sonrió Bella mientras se dirigía al cuarto de baño personal de Edward.

Buscó el botiquín y se pasó un rato sentada en la taza del váter inspeccionando las pastillas y maldiciendo por dentro. ¿Por qué un médico tenía que tener medicamentos para todo tipo de enfermedades en su casa? Incluso para las que se daban en países desconocidos. Se dio cuenta de que si le entraba la lepra inesperadamente, Edward podría curarla sin salir del apartamento.

Después de encontrar un Paracetamol y tomárselo, se lavó la cara con agua fría, para despejarse; cuando se sintió con fuerzas, fue a buscar a Esme y a Carlisle. Los encontró sentados en el sofá de la sala principal, cogidos de la mano y viendo el telediario de la mañana.

—Buenos días —saludó Bella.

Esme se levantó y fue a abrazarla.

—¿Cómo te encuentras, cariño? —preguntó con dulzura.

—Tengo la sensación de que me he vuelto mayor para fiestas como la de anoche —dijo con voz amarga, mientras se apretaba las sienes con las manos—. He tenido que perder unas cuantas neuronas.

Carlisle rió entre dientes.

—Nos hemos quedado esperando a que despertases para asegurarnos de que te encontrabas bien —explicó él—. ¿Quieres que esperemos hasta que Edward vuelva? Seth es un niño muy tranquilo, pero quizá prefieras descansar.

Bella negó con la cabeza.

—Ya nos habíamos organizado el día: íbamos a meternos en la cama hasta la hora de dormir —rió ella—. Intentaré comer algo, a ver si le sienta bien a mi organismo.

Fue hasta la nevera de la cocina, de donde cogió una manzana y empezó a pelarla. No se dio cuenta de que Esme había venido tras ella.

—Bella, cariño, me gustaría hablar contigo un momento —le pidió, mientras se sentaba en un taburete justo al lado de esta.

—Claro Esme, dime —sonrió Bella.

Esme parecía preocupada, tenía una expresión torturada que Bella no se la había visto nunca antes.

—Esta mañana me levanté temprano —empezó a contar—, por lo que me encontré a Edward, que iba al trabajo —Bella asintió y Esme soltó un suspiro—. ¿Por qué tenía la cara magullada? ¿Ha pasado algo grave? Llevo toda la mañana comiéndome la cabeza. He llamado a Alice, pero debe estar dormida. Y Emmett tiene el móvil apagado.

A Bella se le había olvidado por completo lo sucedido en el encuentro con Mike aquella noche. Miró a Esme y supo que no podía mentirle.

—Ayer Edward se fue a ayudar a Emmett a cargar unas cosas. Entonces Mike, mi ex novio, se me acercó y empezó a molestarme. Por suerte llegó Edward y me soltó —Esme se puso la mano en el pecho, preocupada—. Ya sabes cómo es tu hijo, él jamás se hubiese peleado con nadie. Sólo le dijo lo que pensaba a Mike y se dio la vuelta para irse. El problema fue que Mike es demasiado cobarde y golpea por la espalda.

—¡Dios mío! —exclamó horrorizada.

—No pasó nada más porque Emmett lo sacó a rastras del local. Sin embargo agradezco que Edward tenga tanto sentido común y no siguiese con la pelea; supongo que no quería manchar la reputación del pub de su hermano.

—Edward no hace nada sin pensarlo —comentó Esme—. Le pregunté que qué le había pasado pero únicamente me dijo "nada de lo que preocuparse, mamá" —imitó su voz y Bella sonrió—. Después me dio un beso y se fue, como si nada.

—Muy Edward —dijeron las dos a la vez. Se miraron y rieron, alegres.

Esme observó con cariño a Bella mientras esta acababa de trocear la fruta y empezaba a degustarla, aliviada de que el frío de la manzana le sentase bien.

—Estáis bien juntos, ¿verdad? —preguntó de golpe—. Os veo tan radiantes, tan llenos de vida… Incluso Seth. ¿Te acuerdas de lo que nos advirtió Edward en el McDonald´s hace tiempo? Parece mentira que hablara del crío tan alegre que tengo el placer de conocer.

Bella asintió. Ya había pensado mucho en eso, Seth parecía evolucionar por horas. Cada vez le costaba menos abrirse a gente nueva, y eso era algo que celebrar.

—Es un niño muy inteligente. Y sí, estamos genial juntos, jamás pensé que me iban a acoger en su peculiar familia y que no habría ningún problema —bromeó Bella—. Ahora tengo que empezar a buscar guardería. Estoy segura de que si fuese por Edward lo seguiría llevando a la del hospital hasta que cumpliese veinte años.

Esme rió con ganas, muy de acuerdo con ella. Sabía como era su hijo y que prefería tener lo que quería bien cerca.

—Yo te ayudaré —sonrió al fin—. Pero ahora Carlisle y yo nos vamos a ir, no queremos ser molestia.

Bella agitó una mano, quitándole importancia al asunto.

—Jamás molestáis. Además, a Edward le encanta que estéis cerca —dijo con una risita—. Está intentando recuperar el tiempo perdido. Que no te extrañe si te pide la paga del mes, o permiso para salir hasta tarde.

Pasaron un rato entre risas y comentarios todos referentes al menor de los varones Cullen. Incluso Carlisle se unió a ellas y trató de defender a su hijo, aunque fue en vano. Aún reíam cuando se despidieron, y Bella supuso que seguirían hablando del tema incluso en el camino hacia Nueva Jersey.

Fue tranquilamente hasta la habitación donde había dejado a Seth, con el deseo de descansar y reponer fuerzas. Sentía que la cabeza le iba a explotar, algo no demasiado agradable. Pensó en llamar a Tanya y amenazarla a muerte por lo que le había causado sus mezclas alcohólicas cuando recordó vagamente cómo había estado Jasper la noche anterior. Soltó una risa al imaginárselo: debía estar hecho un desecho humano. Rió aún más al añadir a su imagen mental a una Alice corriendo de un lado a otro y cotorreando con su voz chillona. No envidiaba para nada a su amigo en ese momento.

Seth estaba recostado sobre las almohadas, carcajeándose con algo que echaban por la televisión. Bella se aproximó hasta quedar tumbada a su lado, como si fuese una muerta en vida.

—Bella, ¿no quieres ver la tele? —preguntó Seth.

—¿Es necesario? —gimió ella bajo las sábanas. Seth rió levemente y bajó por iniciativa propia el volumen del aparato, para no causarle más malestar—. Está bien, está bien… ¿Qué estás viendo?

—¡Vaca y Pollo! —exclamó, muy contento.

Bella se fijó en las imágenes que salían por la pantalla, analizándolas bajo su criterio.

—Pero esto es antiguo, hace años que lo emiten, ¿no? —inquirió, recordando que había dado con esa serie años atrás, mientras buscaba los informativos matinales.

Seth se encogió de hombros y siguió riéndose con, según el punto de vista de Bella, cosas de las que sólo un niño se reiría.

—¿Por qué no sale el cuerpo de los padres? Siempre se ven únicamente las piernas —quiso saber Bella, y a continuación formuló la pregunta que había repetido cinco veces desde que empezó a ver los dibujos con Seth—: ¿Y por qué dos personas normales tienen como hijos a una vaca y a un pollo?

Llegados a ese punto, el pequeño se limitaba a poner los ojos en blanco y a farfullar:

—¡Son cosas de dibujitos, Bella! ¡No intentes comprenderlo!

Vieron más de cinco capítulos de diferentes series animadas, a cada cual más incomprensible para Bella. Seth parecía hacer caso omiso al sinsentido, para él todo era divertido y entretenido, un mundo a descubrir.

Bella miraba de reojo el reloj, impaciente. Quería que Edward llegase a casa y ver si las heridas estaban mal, o cómo se encontraba en general. Necesitaba saber cuando iba a volver, pero no deseaba parecer una novia controladora. Tras un rato de deliberación decidió mandarle un mensaje de texto al móvil preguntándole si iba a venir a comer con ellos. Algo discreto, que no parecía desesperado y de lo que podría sacar información. Sonrió satisfecha por su ingenio y esperó pacientemente la respuesta.

Se estaba impacientando cuando por fin el móvil repiqueteó, provocando una mirada curiosa de Seth.

Qué forma tan creativa de controlarme, aunque esperaba algo mejor. Venga, ¡eres publicista! Esfuérzate.

Miró divertida la pantalla, con una sonrisa estúpida mientras su mente maquinaba una contestación a toda velocidad.

Un helicóptero acaba de impactar en plena calle y hay un caos absoluto. Un policía me ha dicho, confidencialmente, que sólo pueden pasar al recinto la gente que viva en los edificios, así que necesito saber el número de tu matrícula y sobre todo cuando vas a volver para comunicárselo. No te preocupes, nosotros estamos bien.

Entre risas lo envió y supo que Edward no tardaría en mandarle otro, dejándole claro que pensaba que era una demente. Seth mientras tanto observaba con expectación las reacciones de Bella, sin entender qué estaba ocurriendo.

—¡Bella! —la llamó, y esta apartó la vista del teléfono—. Tengo hambre, ¿podemos comer ya?

Iba a responder cuando el móvil sonó de nuevo.

La madre de mi último paciente acaba de mirarme raro cuando me ha visto reírme como un tonto al leer el mensaje. Por eso te has ganado que te diga que dentro de un rato estaré allí. Id comiendo, no me esperéis. Te quiero.

Con una nueva sonrisa se dirigió a Seth.

—Sí, ¿qué te parece si pedimos comida china?

Seth se quedó pensativo, pero al rato afirmó aún algo dubitativo. Bella alargó el brazo para coger el teléfono inalámbrico y marcó el número de su restaurante de comida china favorito, el cual se lo sabía de memoria.

Restaurante Flor de Mayo, dígame —saludó una voz por la otra línea.

—¡Pide pizza! —susurró Seth y Bella soltó una risita.

—No hay pizza en los restaurantes chinos, Seth…

—¿Disculpe?

—Perdone, no era a usted —se disculpó Bella, y después empezó a pedir el menú que acostumbraba a comer, aunque recordando que tenía un niño que alimentar al que posiblemente no le gustarían varios platos de los que hubiese elegido.

Tras finalizar la llamada fueron hasta la cocina para preparar la mesa, pero a Bella se le ocurrió la brillante idea de coger bandejas y llevar todo a la cama, fiel al plan de pasar el día entre sábanas. No le preocupó el hecho de que Edward llevara más de un año convenciendo a Seth de que comer en la cama estaba mal, un día era un día.

A los quince minutos el timbre sonó, y cogiendo el dinero que le habían dicho por teléfono abrió la puerta y recogió el pedido, dándole además una propina al joven, el cual se fue muy agradecido.

Sacó todo lo que había dentro de las dos grandes bolsas de papel para disponerlo encima de la enorme bandeja, y con paso inseguro por el peso, fue hasta la cama, desde donde Seth jugaba a hacer zapping. Al verla entrar la miró sorprendido, pero no comentó nada.

Comieron en relativo silencio, ambos con un hambre atroz.

—Bella… —empezó a decir Seth, con la boca llena—. ¿China está lejos, verdad?

—Sí, está en otro continente —le respondió—. Habría que coger un avión para ir.

Seth se atragantó y empezó a toser ruidosamente. Cuando se recuperó tenía los ojos brillantes de la emoción.

—¡Qué guay!

Bella lo observó con atención, sin poder imaginar lo que estaba pensando.

—¿El qué es guay?

—¡Que hayan traído la comida en tan poco tiempo! Seguro que tienen a Flash trabajando con ellos… ¿Lo has visto? ¿Ha sido quien la ha traído? ¡¿Por qué no me has avisado?! —su grado de nerviosismo cada vez aumentaba más, y no parecía muy contento cuando Bella soltó sonoras carcajadas, con lágrimas incluidas.

—Seth —consiguió decir entre risas—, la c-comida no la traen d-desde China… Es de un s-sitio donde cocinan igual q-que allí.

El niño se dio un golpe en la frente con la palma de la mano y suspiró, contrariado.

—Jo, con lo guay que hubiese sido lo otro… —murmuró mientras intentaba coger arroz con los palillos, fracasando estrepitosamente.

Bella siguió riéndose, sin poder parar. Adoraba a Seth cuando se comportaba como lo que era, un niño de cuatro cortos años.

Comer con palillos chinos fue todo un desafío para el pequeño, el cual no quería que Bella lo ayudara o le diese un tenedor. Le parecía muy divertido, aunque nada práctico, el hecho de que hubiera gente que comiese todos los días así.

—¡Ya estoy en casa! —un grito inhumano y desgarrador, procedente de la garganta de Edward los sobresaltó haciendo que parte del arroz se derramara sobre la colcha que cubría la cama. Seth empezó a reír de forma sofocada mientras Bella intentaba arreglar el desastre en menos de diez segundos. Edward por su parte seguía gritando—. ¿Dónde estáis?

Al escaso minuto, asomó la siempre despeinada cabeza por la puerta y soltando un suspiro de resignación se acercó hasta ellos.

—¿Se puede saber porque has gritado como si te estuviesen cortando los dedos de los pies? —bufó Bella—. Casi nos matas del susto. Seth ha estado apunto de meterme un palillo en el ojo.

Edward se encogió de hombros mientras besaba las cabezas de ambos.

—Ha sido divertido, además, no creo que a la vecina le importe que haga ruido —bromeó—. De hecho, dicha vecina se dedica a meterse en mi cama con mi hijo para comer porquerías y ensuciar todo… Es encantadora —rió a la vez que se quitaba las zapatillas Adidas que llevaba puestas.

Bella frunció el entrecejo y se cruzó de brazos.

—Esto no son porquerías.

—¡Es verdad papi! ¡Es comida china, pero que no viene de china! —dijo nerviosamente Seth, con la boca llena de minúsculos granos de arroz.

Edward los miró divertidos y entonces Bella se fijó en las magulladuras de su rostro. Tenía la nariz hinchada y un gran hematoma cubría la extensión que la separaba del labio superior, el cual tenía una herida rojiza ya cicatrizada. Fue a decir algo, a preguntar como se encontraba o si le dolía, pero Edward, consciente de sus intenciones le quitó importancia al asunto negando con la cabeza y fue hasta el armario para sacar su pijama. Sin pudor alguno se lo puso delante de ellos y con un salto que hizo tambalear la cama, se posicionó entre los dos. Gracias a su agilidad consiguió quitarle los palillos chinos a Bella y picotear de la comida de Seth, causando así protestas por parte de este.

—¿Por qué seguís comiendo a esta hora? —inquirió, tras haber probado un rollito de primavera.

—Porque Seth es tan cabezota como tú —sonrió sarcásticamente Bella—. Ha tardado una hora en comer lo que hubiesen sido dos cucharas de arroz.

—¡Así se disfruta más! —se quejó el niño.

Su padre le chocó la mano, mientras reía disimuladamente.

—Dí que sí Seth —le apoyó él.

Bella resopló ante la inmadurez de Edward pero no hizo más comentarios. Se limitó a emprender una lucha en silencio contra él para arrebatarle los palillos y poder seguir comiendo, aunque sin poder dejar de pensar que ahora la inmadura era ella.

—¡Sois tan críos! —Seth materializó con palabras los pensamientos de Bella, consiguiendo así que esta riese descontroladamente.

Bella se dio cuenta, observando como Edward y Seth peleaban por el último rollito, que jamás encontraría personas como ellos dos. Sabía que le había tocado la lotería al conocerlos y que si era lista no los dejaría escapar jamás.

Tras haber acabado con toda la comida, se recostaron contra el cabezal, hombro con hombro, mirando fijamente a la televisión. Estaban demasiado llenos como para mediar palabra, simplemente disfrutaban de la compañía de forma silenciosa.

La tarde pasaba tranquila, sin sobresaltos, dejando tras ella un leve sopor.

—Edward —llamó con un bostezo Bella—. ¿Qué tal el día en el trabajo? —quiso saber, intentando espabilarse.

Edward echó una mirada nerviosa a Seth, que preocupó a Bella. Después pareció meditarlo, pero terminó contestando.

—Bueno… Ha venido Rachel a la consulta —suspiró, compungido. Rápidamente Seth levantó la cabeza y miró a su padre con cautela.

—¿Está enferma? —preguntó.

Edward le revoloteó el pelo, intentando calmarlo.

—No Seth. Ayer le dolió la barriga por la noche y se puso muy nerviosa —volvió a suspirar y se pellizcó el puente de la nariz, mientras cerraba los ojos con cansancio—. Piensa que va a volver a tener que operarse. Cada vez que siente dolor en la zona se pone histérica y no hay quien le haga entrar en razón.

Bella escuchó horrorizada el relato. Le apenaba que una niña tan pequeña pasara su vida sumida en aquel terror por una maldita enfermedad.

—Entonces, ¿está bien? —quiso saber, con un hilo de voz.

—Por supuesto que está bien. Comería algo en mal estado, o simplemente le sentó mal la cena o la merienda. De hecho, cuando ha venido a verme ya no le dolía nada —se calló, recordando la expresión aterrorizada de la pequeña al entrar en la consulta—. Necesita distraerse…

La mente de Bella empezó a trabajar velozmente, maquinando un plan que llevar a cabo para hacerlos a todos más felices. Pensó que Seth estaría encantado, y que Edward seguramente la apoyaría, así que sonrió satisfecha antes de tan siquiera comentarlo.

—Me das miedo cuando sonríes sin motivos —comentó Edward a la vez que adquiría una mueca de horror—. Al final tendré que encerrarte en un psiquiátrico.

Bella puso los ojos en blanco, pero esperó unos minutos para hablar.

—Mañana salgo temprano del trabajo, así que te recogeré de la guardería, Seth —dijo. El niño soltó un chillido de alegría—. Ya veremos qué podemos hacer juntos, seguro que se nos ocurre algo divertido.

Edward arqueó una ceja, consciente de que detrás de sus palabras había ya un elaborado plan, pero prefirió no preguntar y sorprenderse al día siguiente.

La tarde acabó pasando de forma rápida, como ocurre siempre que uno está disfrutando del momento. Vieron películas familiares, comieron palomitas de maíz, contaron historias divertidas de su día a día y ante todo aprovecharon esas horas en las que podían estar juntos, como una unidad familiar más.

Estaban discutiendo sobre si ir a dormir ya o no cuando el teléfono de la casa sonó. El único que pareció mínimamente interesado por el sonido del aparato fue Edward; Bella y Seth estaban muy ocupados haciéndose cosquillas como para prestar atención en nimiedades. Edward, con una amplia sonrisa, descolgó despreocupadamente.

—¿Sí, dígame? —preguntó mientras cogía de forma distraída uno de los mechones del rebelde cabello de Bella, consiguiendo así la atención de esta ese mismo momento.

Edward, tras escuchar lo que le decían se quedó estático y su piel se tiñó de un tono grisáceo. Bella arrugó el ceño y miró a su chico interrogativamente, pero este tenía la vista desenfocada.

—Creo que no sabe en lo que se está metiendo —dijo con voz tranquila. Era inquietante comparar lo asustado que físicamente estaba con su calma interior tan característica.

Tras esas breves palabras los movimientos de Edward fueron muy rápidos, bajo el punto de vista de Bella. Primero colgó furiosamente el teléfono, para después saltar de la cama a toda velocidad y pasear nerviosamente por la habitación.

—Edward, ¿me puedes decir qué ocurre? —preguntó, aterrada.

Él la ignoró completamente y fue hasta el armario de donde sacó unos vaqueros gastados y una camisa a cuadros. Se los puso de forma rápida, consiguiendo un aspecto desaliñado aún mayor del que llevaba a diario.

—Ahora vengo —dijo, despidiéndose así de los asombrados Seth y Bella—. No salgáis de casa. Volveré en menos de una hora —no había terminado de hablar cuando ya había salido del dormitorio.

Bella y Seth se dirigieron una mirada asustada, incapaces de intercambiar palabras. Seth comprendió que ella tenía tan poca información como él, por lo que inteligentemente dedujo que era inútil preguntar nada.

Ambos aguardaron a que el otro dijese algo, sin saber muy bien de qué entablar conversación. Bella entendió que era la adulta en esta circunstancia y que ella era la encargada de intentar relajar al crío.

—Bueno cariño, ¿quieres ver alguna película en el cine? He visto que han salido muchas últimamente, con esto de que la Navidad está ya mismo aquí —comentó, esforzándose por sonar casual y despreocupada.

Seth levantó una ceja al mirarla, en una imitación perfecta de las muecas de su progenitor.

—Hay dos o tres que parecen divertidas —dijo, encogiéndose de hombros. Soltó un suspiro preocupado tras echar una última mirada a la puerta por la que Edward había desaparecido, pero después comenzó un monólogo sobre las últimas películas de animación.

Bella respiró aliviada al ver al niño interactuando con normalidad y le siguió la corriente en todo lo que decía, sin poder dejar de preocuparse por Edward. ¿Qué estaría haciendo? ¿Se habría metido en un lío?

La hora pasó y para desconsuelo de Bella, Edward seguía sin dar señales de vida. Seth por su parte se había quedado dormido acurrucado en el lado de la cama de su padre, agarrando con fuerza la almohada. Bella intentó calmarse mirándolo con detenimiento, memorizando todas sus infantiles facciones que cada vez cambiaban más rápido. Recordaba que cuando lo conoció, en la puerta de aquella casa, tenía el rostro más redondeado. Poco a poco se estaba convirtiendo en un niño mayor, y no le cabía la menor duda que en unos años iba a ser, al menos, tan guapo como Edward.

Le tranquilizaba observar su respiración pausada y rítmica, el vaivén de su pecho y su media sonrisa, fruto de algún sueño que estaría teniendo. Tan relajada estaba, que irremediablemente entró en un duermevela, sobresaltándose de vez en cuando al escuchar los ruidos de la casa, pero siempre volviendo a entrecerrar los ojos.

Cuando un golpe que le pareció una puerta cerrándose sonó, se espabiló del todo y alzó la cabeza para ver entrar en el cuarto a un Edward con aspecto preocupado.

—¿Me vas a decir qué es lo que pasa, o todavía no? —cuchicheó, intentando no despertar a Seth.

Edward le dirigió una mirada torturada y negó con la cabeza, mientras se volvía a meter en el pijama.

—Tranquila —le susurró cuando se introdujo en la cama. Pasó un brazo alrededor de su hijo y de Bella—. Todo está bien. Ahora descansa, lo necesitas.

Bella iba a protestar, a quejarse de que siempre fuese tan sobreprotector. Ella también podía hacerle frente a las adversidades que se presentaban, no tenía porqué cargar él con todo el peso y la responsabilidad. Sin embargo al ver el semblante de su compañero decidió morderse la lengua y esperar a otra oportunidad para intentar sonsacarle información; estaba claro que en ese momento, Edward no estaba muy cooperativo.

—¿A que hora entras mañana? —preguntó, intentando mantener una conversación con él.

—A primera hora. ¿Quieres que te despierte? —Edward vio que Bella asintió y la apretó con más fuerza, teniendo cuidado con el pequeño, que descansaba tranquilamente entre ellos—. Buenas noches.

Bella soltó un gruñido como contestación y se dejó caer en el sueño, más tranquila ahora que Edward estaba con ella.

La noche se cernió sobre ellos, llevando consigo una ola de cansancio arrebatadora que los dejó inconscientes en menos tiempo de lo esperado.

Quizás fue por el cansancio, pero Edward soñó una vez tras otra que el teléfono sonaba, y que no llegaba nunca a tiempo para cogerlo, que Seth o Bella se adelantaban. Podía ver sus caras asustadas y sus ojos desorbitados. Era el momento en el que despertaba, sobresaltado, para después volver a relajarse y entonces, inevitablemente, la pesadilla se repetía de nuevo.

.

—Edward, cariño —el aludido sintió un cosquilleo en la frente, posiblemente provocado por el cabello de Bella, la cual estaba besando suavemente sus labios—. Vamos a llegar tarde.

Edward entreabrió los ojos y sintió dolor por la luz que impactaba sobre ellos.

—¿Qué hora es? —murmuró, incorporándose lentamente.

Bella sonrió; estaba adorable recién levantado, incluso teniendo el pelo indomable, la voz ronca y unas impresionantes ojeras.

—Las ocho y diez. Te he dejado dormir un poco más porque parecías exhausto —se explicó ella—. Seth y yo estamos listos para salir. Tienes preparado el desayuno en la cocina. ¿Quieres que nos vayamos nosotros ya? Lo mismo puedes llegar un poco más tarde…

Edward negó con la cabeza mientras se levantaba. Cogió las prendas que se había quitado esa misma noche, después de volver de su misterioso paseo, y se dirigió al servicio.

—¡Me ducho en cinco minutos y salimos corriendo! —exclamó mientras entraba en el servicio.

Bella se dedicó a dejar presentable la habitación cambiando las sábanas de la cama y recogiendo algunas camisetas que había tiradas por allí. Después se retocó un poco delante del espejo mientras esperaba a Edward y no pudo evitar sonreír. Se había puesto el conjunto que llevaba el día que se cayó por las escaleras y acabó en el hospital, siendo atendida por Edward, el médico recién llegado de Londres.

—No te puedes imaginar lo bien que te queda eso que llevas puesto… —se sobresaltó al sentir las manos de Edward en su cintura y al notar cómo pequeñas gotas de agua caían por su cuello, provenientes del cabello húmedo del chico.

Se giró y sonrió con todas sus ganas al ver a aquella maravilla de la naturaleza recién salida de la ducha, aunque ya completamente vestido.

—Te quiero —no pudo evitar que las palabras saliesen de su boca después de quedarse contemplándolo durante unos instantes. Era lo que sentía y necesitaba que él lo supiese, aunque ya lo había escuchado de sus labios otras veces.

Edward torció su sonrisa, gesto que se le daba demasiado bien, y acunó la cara de Bella entre sus manos.

—Yo te quiero más —vio que Bella iba a empezar a protestar por lo que la besó con suavidad—. Y ahora estaría bien desayunar un poco antes de enfrentarse a niños moqueando.

Bella puso los ojos en blanco, pero agarró una de sus manos y fueron juntos hasta la cocina. Edward, con sus andares felinos, se acercó hasta el plato de tostadas que había en la encimera. Con suma agilidad cogió una de ellas y se la comió en menos de treinta segundos. Después bebió un poco de zumo de naranja para perderse tras esto en el interior de la casa.

—Luego me dice a mí que comer rápido es malo —refunfuñó Seth desde la puerta de la entrada, con el abrigo puesto ya y su pequeña mochila sobre los hombros.

La chica soltó una risita mientras se abrigaba y cogía el maletín del trabajo para unirse al pequeño en la espera de Edward.

—Vamos, vamos, vamos, vamos —dijo este al llegar, empujando a Bella y a Seth, los cuales se quejaban a gritos—. Hay que ver, que siempre os tengo que esperar… ¿Podríais tardar menos aunque sea una sola mañana?

Una lluvia de golpes le llegó a Edward, que se reía a pleno pulmón dentro del ascensor.

En poco tiempo estuvieron circulando con el Volvo por la larga Avenida Madison, donde el tráfico ya era denso y congestionado.

El trabajo de Bella era lo más cercano, por lo que fue la primera en bajarse. Antes de salir del coche le recordó a Seth que iría a buscarlo en unas horas. Se despidió de ambos y salió del coche al frío y lluvioso exterior.

A Bella le quedaba un día ajetreado debido al hecho de que quería terminar en una mañana el trabajo de dos. Estuvo sumergida en papeleos de campañas, aprobando presupuestos que había hecho Angela, empezando un nuevo storyboard para un anuncio de bebidas isotónicas -que bajo su criterio estaban asquerosas- y también se pasó al teléfono una larga hora, hablando con el señor Jefferson de todo un poco, siguiendo con su plan elaborado el día anterior.

Eran la una y media de la tarde, cuando un extremadamente puntual Andrew Jefferson, irrumpió en el despacho de Bella con una carpeta bajo el brazo izquierdo y con la pequeña Rachel cogida de su mano derecha.

—Buenas tardes Bella, querida —saludó el hombre, soltando la abultada carpeta en el escritorio de la chica para así poder abrazarla cariñosamente.

—Hola Bella —saludó también la niña, con su voz cantarina.

—Buenas tardes a los dos —respondió Bella, encantada con la compañía—. ¿Aquí está todo, Andrew? —quiso saber, señalando la carpeta. El anciano asintió y ella la cogió para meterla en el bolso que llevaba.

Estuvieron unos diez minutos planteando las nuevas directrices de lo que iba a ser la campaña de la próxima película Disney, Tiara y el Sapo. Tras dejarlo todo claro, Andrew besó a su nieta y le susurró unas palabras. Después se levantó de la silla en la que estaba y salió de la sala. Bella observó que la niña, con una mochila entre las piernas, la observaba algo nerviosa.

—Entonces Rachel, ¿estás preparada para pasar estos días con Edward, Seth y conmigo?

La niña miró tímidamente a Bella y una sonrisa de entusiasmo se plasmó en su rostro, muy parecida a las de Seth.

—Estupendo… Pues vamos allá —dijo Bella, saliendo de detrás de su escritorio. Se puso el abrigo, cogió el ahora pesado bolso y tomó una de las pequeñas manos de Rachel.

Todo el mundo la miraba; a ese paso iba a convertirse en la que llevaba niños desconocidos al trabajo, una secuestradora en serie o algo del estilo, pensaba despreocupadamente Bella.

—Hola Bella, te veo muy ocupada —le dijo Stanley en el ascensor.

Bella apretó los labios. Aún no había vuelto a hablar con Jessica desde el incidente de la falsa cita que supuestamente tenía con su novio.

—No te creas, me he pedido un día libre para disfrutar del tiempo con esta encantadora señorita y el hijo de mi novio —respondió, con una sonrisa falsa.

Jessica abrió mucho los ojos, sorprendida.

—¿Tienes novio? ¿Tienes un novio con hijos? —no parecía hablar coherentemente, y Bella rió mientras planeaba la mejor respuesta posible.

—Claro, vivimos juntos —después puso gesto pensativo antes de añadir—: De hecho creo que lo conoces, es Edward Cullen, el pediatra del Mt. Sinai.

Las puertas del ascensor se abrieron y Bella y Rachel salieron sonrientes de él, dejando a una atónita Jessica Stanley detrás.

El tiempo era frío, pero nada que no se pudiese soportar con los chaquetones en los que iban enfundadas, por lo que Bella decidió ir hasta el hospital caminando.

—¿En que guardería está Seth? —quiso saber Rachel.

—Aún está en la del hospital, donde trabaja Edward.

—¿Vamos a ver al doctor Cullen? —preguntó entusiasmada, girando su pequeña cabeza para ver mejor a Bella.

Esta rió, divertida ante la atracción que la niña sentía por Edward.

—Ahora no, pero después estará en casa y jugaremos todos juntos.

Con esa promesa, Rachel pareció emocionarse, y no comentó nada más del tema durante el recorrido que separaba la agencia de Bella del hospital.

—¿Crees que Seth se alegrará de pasar tiempo conmigo? —quiso saber, exponiendo sus dudas en alto una vez el edificio estuvo a escasos metros.

Bella, con una sonrisa, se agachó hasta quedar a su altura para hablarle.

—Rachel, eres la primera y única amiguita que Seth tiene en Nueva York, así que no te preocupes por eso. Si hubiese sabido la sorpresa que le vamos a dar no habría dormido nada esta noche, créeme —besó la frente de la preciosa niña, que parecía más tranquila, y se volvió a enderezar—. Y ahora, vamos a buscar al señorito, que nos queda un día muy ajetreado por delante.

Y así, a paso decidido, ingresaron en el hospital parloteando alegremente, sin preocupaciones. Nada más entrar, la recepcionista les sonrió y Bella se dio cuenta de que realmente no sabía hacia donde dirigirse para buscar al pequeño.

—Perdone —le dijo educadamente a la señora—. ¿Me podría indicar dónde está la guardería del hospital?

—En esta misma planta. Siga ese pasillo y tuerza a la derecha; está al lado de la cafetería —añadió, con una sonrisa amable.

Bella dio las gracias y, cogiendo con fuerza a Rachel para evitar perderla entre el barullo de personas que se congregaban en la planta baja del hospital, siguió las indicaciones de la mujer. Logró encontrar sin dificultad alguna la estancia. Tenía unos grandes ventanales que daban al pasillo y el resto de la pared estaba pintada con vívidos colores, en un intento de alegrar aquel espacio aunque estuviese dentro de algo tan deprimente como era un hospital.

Las dos ingresaron en la guardería, y a los pocos segundos una chica joven y rubia, de la edad de Bella, se acercó hasta ellas.

—¿Viene a dejar a la pequeña? —quiso saber a modo de saludo, sonriendo abiertamente.

Bella negó con la cabeza.

—He venido a recoger a Seth Cullen, soy Isabella Swan.

La joven levantó una ceja, escéptica, y se puso a mirar entre unos papeles que tenía en la mesa de recepción.

—Lo siento, pero aquí no consta que usted tenga el permiso pertinente para sacar al niño de la guardería —dijo al rato, levantando la cabeza para encarar a Bella.

Esta por su parte suspiró, cansada.

—Mire, no quiero secuestrarlo. Es más, si lo hiciese no podría esconderlo en ningún sitio —bromeó y al ver la cara de espanto de la chica añadió rápidamente—: Vivo con él. Sólo quería darle una sorpresa. El doctor Cullen está al tanto.

La joven asintió con la cabeza, pero siguió manteniendo la mirada de disculpa.

—Lo siento señorita, pero si aquí —señaló un impreso— no pone que puede llevárselo, yo no puedo dejar que se vaya con usted.

—¿Ni aunque él quiera venir? —preguntó esperanzada Bella. La otra negó apesadumbrada y a Bella no se le ocurría qué hacer.

—Podría llamar al doctor Cullen y pedirle que se acercase —sugirió la joven—. Tengo el número de su despacho por aquí…

Bella cruzó los dedos mientras la chica buscaba entre los papeles. Después marcó de forma veloz un número y se llevó el teléfono a la oreja.

—¿Doctor Cullen? —preguntó, con una voz melosa que a Bella no le gustó un pelo—. Ah, hola Claire, soy Irina, ¿podría ponerse el doctor?... Entiendo… Muchas gracias, no te preocupes… Hasta luego —colgó y se dirigió hacia Bella de nuevo—. Ahora mismo está en una intervención y no saldrá hasta dentro de tres horas.

Bella bufó, indignada ante el despiste de Edward. ¿Cómo no se había acordado de dejar constancia en la guardería de su existencia? ¿Qué hubiese pasado si un día tenía que sacar por una urgencia a Seth? Sabía que era protector, pero con esto se había pasado, pensaba Bella.

—¡Bella! —el chillido tan característico de Seth sacó a Bella del torrente de pensamientos que estaba teniendo. El niño venía corriendo, con el abrigo puesto y la mochila colgando de un hombro—. ¡Te he estado esperando desde hace años!

Bella sonrió mientras se agachaba para abrazarlo. Aquello de exagerar con el tiempo era algo que se le había pegado de la forma de hablar de su tía Alice.

Seth se estaba apartando cuando vio a Rachel. Soltó un gritó de alegría y después se sonrojó notablemente. Tanto Bella como Irina soltaron una risita.

—¡Rachel! ¿Qué haces aquí? —quiso saber.

La niña, también con las mejillas enrojecidas, le dedicó una bonita sonrisa.

—¡Bella me ha invitado a pasar unos días con vosotros!

Seth giró lentamente la cabeza, para posar su vista en Bella; a esta se le encogió el corazón cuando vio tal cantidad de alegría y emoción contenida en aquellos ojitos tan parecidos a los de su Edward.

—¿Dónde vamos a ir primero? —inquirió Seth, cogiendo una mano de Bella, dispuesto a marcharse.

Sin embargo, Irina carraspeó, con una ceja levantada.

—Seth —suspiró Bella—. No podemos ir a ninguna parte porque no tengo permiso para sacarte de aquí.

El niño no pareció entenderlo.

—¿Por qué necesitas permiso? ¡Si eres Bella!

—Eso mismo ha dicho ella —rió Rachel, divertida por la situación.

Irina se mordió el labio inferior mientras pasaba la vista de Bella a Seth.

—Jo Irina, deja que me vaya… Te prometo que jugaré al juego ese tan tonto que le gusta a todos los niños, el de sentarse cuando no suena la música —suplicó Seth, tirando de los pantalones de la joven.

—No puedo Seth, podrían despedirme por esto…

Seth chasqueó la lengua.

—¿Puedo llamar a mi papi? —preguntó.

—Está ocupado, ya lo hemos intentado —contestó Bella. Miró el reloj y se dio cuenta de que empezaba a hacerse tarde para almorzar. Aquello iba de mal en peor, parecía que iban a tener que quedarse allí hasta que Edward acabara su turno en el quirófano.

Iba a decirles a los niños que se sentasen para esperar, cuando una voz familiar sonó por detrás suya, sobresaltándola.

—¿Bella? ¿Qué haces aquí, pasa algo?

2 comentarios:

Sτɑ. Łʋиɑ ♥ -[♪]- dijo...

Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh Priimeraaaa...xD Q feliiciidad...nunca habiia tenido la dichaa!!!

Ay Me encantoo este capii..tan tierna Bella..! Sigue escriibiiiendoo otro otrooo....Eres increiiblee..!!

Te cuidas!

diana dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyyyy me encantooooooooooooo tengo una sobredosis de capis jajajaja voy a terminar media loquita como dice mi marido jajajaja