Bella se giró tras escuchar la familiar voz de Carlisle. Llevaba su habitual bata blanca, un periódico bajo un brazo y una caja que parecía contener dulces en la mano; parecía sorprendido.
—¡Carlisle! —suspiró, agradecida. Quizás no sirviese de nada, pero al menos ya no se sentía tan angustiada—. He venido a recoger a Seth, pero no estoy autorizada para sacarlo de la guardería. Por lo visto a Edward se le olvidó dejar mi nombre… Menos mal que te ha dado por pasar por aquí.
Carlisle rió mientras se acercaba hasta Irina, poniendo una mano en el hombro de Bella.
—Estaba comiendo en la cafetería y se me ocurrió traer pastelitos y compartirlos con Seth —movió la caja de cartón que llevaba. Después se dirigió hacia la empleada—. Irina, apunta ahí que autorizo que Isabella Swan rapte a mi nieto —dijo, mientras lanzaba una mirada cariñosa a Seth—. Si ocurre algo la responsabilidad será mía, me encargaré de que no sufras ninguna sanción.
Irina levantó una ceja, escéptica, pero no se atrevió a contradecir las palabras de una de las máximas autoridades del hospital. Garabateó en las observaciones del parte de asistencia lo que acababa de ocurrir e hizo que Bella firmara; tras esto los dejó marcharse de la guardería.
Carlisle los acompañó hasta la salida, mirando de reojo a Rachel.
—Espero que de verdad no te hayas dedicado a raptar niños —le susurró a Bella, la cual llevaba a un crío en cada mano. Esta sonrió, divertida.
—No, sólo los arranco de las garras de sus padres solteros —se burló y Carlisle soltó una carcajada que atrajo la atención de los niños, momento que Bella aprovechó para aclarar las dudas del hombre—. Rachel, este es Carlisle, el abuelo de Seth. Carlisle, Rachel es una amiguita de Seth que se va a quedar un par de días con nosotros.
Carlisle se agachó para besar a la niña en una mejilla y sonreírle cálidamente. Bella pensó que podría haberla conocido debido a que la cría había estado ingresada en el hospital que él trabajaba, pero después recordó que no era pediatra, y por lo cual no tenía sentido que supiera quien era.
Antes de volver a meterse en el edificio, Carlisle parecía nervioso.
—Bella… —empezó a decir en voz baja—. Me gustaría pedirte un favor…
Ella agarró a los pequeños con fuerza, los cuales parloteaban animadamente, y le dirigió una mirada interrogativa a Carlisle.
—Verás, me gustaría que no le comentases a Esme esto —señaló con la cabeza el paquete blanco que aún llevaba consigo—. Es que he tenido el colesterol alto y no le hace mucha gracia que coma dulces…
Bella no pudo evitar reír, sabía que todo lo que tenía Emmett de goloso lo había heredado de Carlisle. Debía estar realmente necesitado de azúcar si tenía tanto cuidado a la hora de que su esposa no se enterara.
—No le voy a decir nada a Esme… Pero deberías tener cuidado —contestó Bella. Carlisle estaba en plena forma física, pero eso no era un impedimento para el colesterol a esa edad.
Él asintió, arrepentido, y después sonrió pícaramente pensando en el atracón que se iba a pegar unos minutos más tarde.
Bella y los niños se despidieron de él y entraron en un taxi, dándole al conductor la dirección de su vivienda. Tenía pensado soltar las mochilas de los pequeños, ponerse ropa más cómoda y comer algo antes de empezar su tarde de diversión.
Preguntó a los niños si ya habían almorzado y estos contestaron que sí, por lo que nada más llegar al apartamento que compartía con Edward metió un Pannini congelado en el horno y fue hasta a su habitación, donde se despojó de aquella incómoda vestimenta para ponerse unos vaqueros desgastados, unas Converse y un suave jersey de cuello de pico beige. Terminó rápidamente y fue de nuevo a la cocina, pasando antes por el amplio salón para vigilar a los niños, los cuales estaban muy entretenidos jugando con el hurón. Con un grito le pidió a Seth que le cambiase el agua y le echara comida, antes estaba muy pendiente de su animalito, pero la llegada de Edward y Seth a su vida le había trastornado sus hábitos diarios demasiado.
Mientras se horneaba su almuerzo se dedicó a preparar el bolso que llevaría, optimizando el espacio. Pensó que al ir con niños un par de paquete de pañuelos de papel eran indispensables, al igual que algunas tiritas; el móvil también era importante, pero el iPod no lo necesitaba para nada, por lo que lo sacó. Siendo previsora, metió dos pequeños y coloridos paraguas plegables; el tiempo en Nueva York era imprevisible. Recordó echar su cartera asegurándose de que tenía dinero en efectivo suficiente como para al menos pagar unos cuantos taxis, en los sitios a los que fueran y costase dinero entrar sabía que podría usar la tarjeta de crédito. Después pensó que sería un horror perder a los niños, jamás había estado a cargo de dos pequeños paseando por la Gran Ciudad y se sentía insegura. Rápidamente cogió una hoja en blanco del cuaderno que Edward usaba para ir apuntando los productos de la lista de la compra y tras conseguir un bolígrafo redactó una pequeña nota.
Hola, me llamo Seth Cullen y me he perdido. Por favor, llame a este número y me vendrán a buscar.
Puso su número de teléfono móvil y su nombre. Cuando acabó hizo lo mismo pero para Rachel, y tras echarles un vistazo, se sintió más aliviada. Llamó a los pequeños y les explicó de que iba el asunto y que custodiar aquellos papeles era una misión de vida o muerte; ellos, por su parte, parecieron emocionados al tener algo de que ocuparse.
Mientras degustaba su comida basura le dio vueltas a la cabeza sobre el asunto de qué cámara coger. Si llevaba una digital compacta sería más cómodo, pero las fotografías serían menos profesionales; por el contrario, no le apetecía lo más mínimo ir cargando con una réflex digital y que el tiempo se pusiese malo y tener que ocuparse de: el paraguas, dos niños de menos de cinco años y la maldita cámara, que pesaba lo suyo. Acabó cediendo, convenciéndose a sí misma que no siempre tenía porqué ser profesional, así que eligió su mejor compacta sin estar muy segura del todo.
—¿Estáis preparados? —preguntó tras recoger la cocina, lavarse los dientes y enfundarse su abrigo.
Los niños saltaron, demasiados emocionados ante la perspectiva de una tarde de juegos y diversión. Seth pensó que era una pena que su padre no pudiese ir, pero no le dio muchas vueltas, era feliz con Bella y sabía que podrían ir más adelante a cualquier sitio que él quisiera, juntos.
—¿Dónde vamos, Bella? —quiso saber Rachel una vez estuvieron fuera del edificio. Iba muy abrigada, con su diminuto chaquetón, una bufanda, guantes y un gorro de lana, al igual que Seth.
Bella sonrió, y cogiéndole a cada uno una mano se dirigió a la Tercera Avenida.
—Es un secreto —les dijo mientras caminaban entre la marea incesable de paseantes neoyorquinos y turistas—. Pero debéis prometerme que no se lo diréis a vuestro dentista —bromeó, consiguiendo miradas curiosas por parte de ellos.
Anduvieron durante unos minutos más hasta llegar a un edificio acristalado, dejando ver así su interior. Seth y Rachel iban entretenidos, hablando el uno con el otro alegremente, y no se dieron cuenta de dónde estaban hasta que Bella paró en seco y se colocó delante de aquel lugar. Esta miró para abajo en busca de las reacciones de los niños, y no se decepcionó: ambos soltaron chillidos de alegría, se soltaron del agarre de ella y pusieron sus manitas en el cristal para mirar mejor lo que pasaba dentro. Sus ojos brillaban de la emoción y tenían las mejillas sonrojadas.
—¡¿Podemos entrar?! ¡Por favor, por favor! —suplicaron a la vez, volviendo sobre sus pasos para agarrar con fuerza las piernas de Bella y tirar de ella.
—No sé, no sé… —fingió pensar, poniéndose una mano en la barbilla y frunciendo el ceño—. No estoy muy segura…
—¡Bella por favor! —Seth parecía al borde de las lágrimas, y Rachel iba por el mismo camino, por lo que decidió cesar su broma y reírse a carcajadas.
—¡Por supuesto que vamos a entrar! ¡Si hemos venido hasta aquí sólo para eso! —gritó, tan emocionada como ellos.
Entre exclamaciones de júbilo y repetidas muestras de afecto hacia Bella por parte de los niños, entraron a duras penas al local.
—¡Bienvenidos a Dyland´s Candy Bar, la tienda de golosinas por excelencia de Manhattan! —los saludó una joven con una gran sonrisa, ataviada con un corto vestido azul eléctrico que tenía impreso a la altura del pecho el logotipo de la empresa, y con una bandeja en la mano derecha llena de esferas de colores—. ¿Quieren probar nuestras nuevas trufas de sabores?
—¡Sí! —gritaron al unísono Seth y Rachel, y tanto la chica como Bella soltaron una risita.
—Pues adelante, ¡coged la que más bonita os parezca! —contestó dulcemente la joven, poniendo la bandeja a su altura.
—¡Qué rico! —sonrió Rachel después de degustar una de color fucsia—. Tiene chocolate por dentro. ¡Bella, coge tú una también!
A Bella no hacía falta que la animaran, le gustaban tanto los dulces como a los pequeños, por lo que alargó el brazo y escogió una trufa de color verde esmeralda que le recordaba al color de ojos de Edward, y aunque la idea de comerse una esfera del color de las pupilas de su novio era algo asquerosa, tuvo que admitir que estaba deliciosa.
—Vale —empezó a decir cuando se separaron de aquella mujer—, no quiero que os alejéis de mí, ¿de acuerdo? Sé que estáis emocionados y que queréis ir a ver todo lo que hay, pero no tenemos prisa, así que podemos hacerlo juntos.
Los niños, conformes, se pegaron como lapas a las piernas de Bella cuando esta empezó a andar, recorriendo una larga pared llena de todo tipo de caramelos.
—Bella, ¿puedo comprarme un regaliz? —preguntó tímidamente Seth—. Papá siempre me da algo de dinero, pero lo tengo en casa. Después te lo devuelvo.
Bella no pudo evitar reír ante aquello. ¿De verdad esperaba Seth que iba a llevarlos hasta allí para no comprarles nada, o para después pedirle el dinero? Sin embargo le pareció muy educado, Edward había ejercido sus funciones de padre bien.
—Cariño, puedes coger todo lo que quieras —le respondió—. Tú también Rachel, ¡hoy no hay límite!
El pequeño grupo fue a coger una cesta para echar todos los productos que fueran comprando y es que Bella iba con la idea de gastar bastante dinero allí, llevaba con ganas de visitar la tienda demasiado tiempo pero no había podido debido al trabajo y a lo ocupada que había estado los últimos meses.
Dicha cesta quedó llena de diferentes tipos de regaliz, varias bolsas de M&M´S que aseguraban contener colores no comercializados por otras tiendas, inmensas bolas de chicle de brillante colorido y una gran variedad de chucherías de goma con azúcar.
—¡Chocolate Willy Wonka! —gritó Seth, corriendo hacia una estantería cercana.
Bella sonrió al recordar que le había leído Charlie y la Fábrica de Chocolate hacía unos días, para después ver la película de Tim Burton.
—¿Has leído el libro, Rachel? —quiso saber Seth mientras cogía varios tipos de chocolatinas y las miraba atentamente.
—He visto la peli —contestó ella, observando ensimismada los productos que había visto en la televisión.
—¡Pues es genial! —sonrió Seth. Después se volvió hacia Bella—. Creo que me llevaré esto —comentó, depositando lo que tenía en las manos en la canasta.
Estuvieron un largo rato saqueando el establecimiento. A Bella le pareció que habían cogido de todo lo que había, incluso se atrevieron a probar suerte con palomitas de maíz recubiertas de chocolate con leche.
La dependienta parecía muy feliz al verlos tan cargados, quizá fuese la mejor clienta del día, o incluso del mes. Tras cobrarle una cifra que ninguna madre consideraría adecuada para tratarse de chucherías, y regalarle una muestra de un nuevo chicle que se iba a empezar a comercializar el mes siguiente, salieron de allí, llevando con ellos una gran bolsa.
—¡Ha sido genial! —exclamó la pequeña mientras volvían a pasear entre las calles neoyorquinas—. ¡Hacía tanto tiempo que no me lo pasaba así de bien…!
Bella soltó una carcajada. Era curioso ver como para los niños en general, pasarse media hora rodeado de dulces era divertirse.
—¿Dónde vamos ahora? —preguntó Seth mirando en todas direcciones, intentando adivinarlo.
—Otro secreto —respondió Bella entre risitas.
Los niños refunfuñaron, anhelantes; querían saber qué iban a hacer y hacia dónde se dirigían. Bella mientras tanto agradecía silenciosamente a la persona que decidió colocar Central Park tan cerca de la Tercera Avenida; no le apetecía para nada coger un taxi.
—¿Vamos a ir a jugar al parque? —aventuró Rachel.
—No, no nos vamos a quedar en lo que es el parque —matizó Bella, dejándolos sumamente confundidos.
Los condujo hacia el sudeste por el interior del monstruoso recinto, sabiendo muy bien hacia dónde dirigirse. No había mucha gente por allí, debido principalmente a que era un día laborable, a principios de semana.
Bella había sido previsora, y sabiendo que el lugar a donde iban cerraba a las cuatro y media de la tarde, estuvo controlando la hora para llegar a tiempo.
—Bien, llegamos —dijo tranquilamente, deteniéndose delante de unos muros de ladrillos adornados por arriba con figuras de acero.
Seth y Rachel intercambiaron una mirada nerviosa para ponerse después a botar.
—¡El zoo, estamos en el zoo! —gritaron, contentos.
Entre risas, Bella los empujó hasta un mostrador donde un chico vendía las entradas.
—¿Cuánto es? —preguntó con una sonrisa ella.
—Cinco dólares niños, diez adultos —respondió el joven a la carrerilla pero con una sonrisa deslumbrante.
Bella pagó con gusto los veinte dólares, y después de ponerse unas pulseritas azules pudieron entrar. Vio un horario en una pared y fue a consultarlo, después de fijarse en la hora.
—Mmm… Podemos ir por nuestra cuenta o ir a la exhibición de los pingüinos —terminó diciendo—. ¿Qué preferís?
—¡Me gustan los pingüinos! —rió la niña.
—Ha empezado ya, pero si nos damos prisa podremos ver algo. Después, a la hora y algo salen los leones marinos y por último las focas. Mientras esperamos podemos ir a ver lo demás ¿qué me decís?
Como estaban de acuerdo con la propuesta de Bella, siguieron las instrucciones de un mapa del zoológico para poder llegar rápidamente hasta la zona de las actuaciones. Vieron que las gradas estaban casi llenas, por lo que les costó trabajo encontrar tres asientos juntos libres. Al final lo consiguieron, y Bella se sentó entre ellos para tenerlos más vigilados.
—¿Veis bien? —quiso saber.
—Shhh —le dijeron a la vez, muy concentrados en lo que el entrenador les decía a los cuatro pingüinos que en ese momento estaban al borde del estanque de agua.
Bella soltó una risita al ver la emoción que desprendían sus miradas. Se entretuvo en sacar algunas chucherías de las que habían comprado para dárselas, y ellos comieron silenciosamente sin apartar los ojos de los animales.
Viendo que no le quedaba más remedio que prestar atención al espectáculo, se concentró en él, dándose cuenta así de que era muy bueno. Se fijó en la maestría con la que los entrenadores controlaban cada movimiento de aquellos pingüinos, como si hubiesen pasado la vida amaestrándolos. Aplaudió emocionada con cada truco y también refunfuñó cuando la actuación acabó.
Salieron de forma ordenada y lenta de las gradas, formando una fila con respecto a las demás personas que allí había. Bella llevaba bien cogidos de las manos a los niños.
—¿Habrá jirafas? —dijo para sí Seth, con tono soñador.
—Seth, es un zoológico pequeñito dentro de lo que cabe, aquí no hay ese tipo de animales.
—¡Pero en Madagascar sí que había, y ellos vivían aquí! —le rebatió, con el ceño fruncido. La pareja que estaba atrás de ellos rió entre dientes y Bella suspiró.
—Cariño, Madagascar es una película, los animales de este zoo ni hablan, ni viajan en avión hasta una isla desierta.
—¡Fueron en barco! —le corrigieron los dos pequeños a la vez, como si fuera obvio.
Una vez consiguieron salir de la muchedumbre que se congregaba por allí, anduvieron en dirección a los animales que vivían confortablemente en su hábitat.
Lo primero con lo que se toparon fue el enorme recinto de hielo donde vivían los osos polares.
—¡Qué frío! —murmuró Seth—. Pobrecillos, deben estar congelados… ¿No decían en la televisión que en los zoológicos se tratan bien a los animales?
Antes de que Bella pudiese abrir siquiera la boca para contestar, Rachel se le adelantó.
—¡No seas bruto, Seth! A los osos polares les gusta el frío, ¿no ves que viven en el pueblo de Papá Noel?
—¡Es verdad! No lo recordaba… Bella, ¿crees que sabrán que me va a traer Papá Noel? —inquirió de pronto, señalando a los tranquilos osos con el dedo índice.
Esta se mordió el labio para evitar reír y vio como las personas de su alrededor que habían escuchado la conversación no eran tan disimuladas.
—No creo, ¿cómo se lo va a decir Papá Noel si no salen de aquí? Los osos polares no usan teléfonos móviles —comentó inteligentemente Rachel.
—Vamos a ver otros animalitos, anda —dijo Bella con un hilo de voz, temiendo estallar en sonoras carcajadas.
Caminaron viendo detenidamente los distintos espacios habilitados para los diferentes animales. Había una gran cantidad de especies de monos que entusiasmaron a los niños.
—¡Tienen el culo rojo! —se mofó Rachel, apuntando con el dedo a un mandril.
—¡Eh, hay unos dibujos animados que van sobre un mono con el culo rojo! —exclamó Seth tras reflexionar.
Bella los observaba con atención, admirando cómo podían sorprenderse por tan poco. Sería genial volver a ser una cría, pensaba distraídamente. Tan ausente estaba, que no notó como su móvil vibraba y sonaba desde su bolso. Con cuidado, lo sacó y se alejó un poco de los niños, los cuales agarrados con fuerza a la valla que separaba a los visitantes de las jaulas, conversaban.
—¿Sí? —dijo al descolgar, sin apartar la vista de los pequeños.
—Hola preciosa, ¿qué tal tu día?, ¿muy infantil? —La característica voz con sorna que Edward usaba a la hora de bromear resonó y consiguió embotarle los sentidos, y supo que estaba sonriendo como una tonta.
—Ha estado genial, ya te contaré… ¿Y tu operación qué tal? —inquirió ella.
—¿Ha de preocuparme que sepas lo que he hecho? —preguntó Edward mientras reía musicalmente—. Acoso en toda regla…
Bella bufó, todavía enfadada por el numerito de la guardería.
—Ya hablaremos tú y yo seriamente acerca de tu despiste, doctor Cullen…
—Me tiemblan las piernas… —comentó él, aunque su voz estaba muy lejos de reflejar eso—. ¿Dónde estás?, acabo de salir del trabajo.
Muy feliz con que Edward fuera a incorporarse a su pequeña expedición, quedó con él en la zona donde se encontraba. Le aseguró que tardaría relativamente poco, por lo que decidió seguir viendo los diferentes primates con los niños. Jamás pensó que podría haber tantas clases.
—¡Ay, esos son súper feos! —exclamaba alguno de los dos de vez en cuando.
Estaban hablando con un hombre uniformado que trabajaba con aquellos animales, amaestrándolos, cuando a Bella la cogieron con fuerza de la cintura, levantándola hacia arriba y consiguiendo así sobresaltarla.
—¡Edward, qué bestia! ¡Suéltame! —se quejó, aunque no pudo evitar reír como una tonta. Por el rabillo del ojo vio como el entrenador de los simios también reía disimuladamente.
—¡Chicos, se ha escapado uno de los monos! —exclamó Edward jadeando exageradamente y sin cesar su agarre—. ¡Pero no os preocupéis, lo tengo controlado!
Mientras los niños y aquel hombre desconocido se desternillaban, Bella fruncía el ceño y pataleaba con fuerza.
—¡Cuidado a ver si te pego la rabia! —gritó, enfurecida pero a la vez divertida.
Entre risas descontroladas, Edward depositó a la chica en el suelo y la giró para plantarle un beso en la frente. Después hizo como si se le hubiera metido algo desagradable en la boca y Bella lo miró confundida.
—¿Qué te ocurre?
Edward puso una mueca de asco.
—¡Me he tragado uno de tus pelos de mujer-mona!
Bella, sin poder aguantarse, alargó el brazo y le dio un golpe en la nuca, haciendo que las risas volvieran.
—Te odio… —susurró, pero no pudo volver a repetirlo después de que él, con su sonrisa seductora, se acercara para darle un beso en la nariz.
Edward se separó de ella para saludar a los niños, los cuales estaban entusiasmados con su presencia. Bella le explicó que Rachel se iba a quedar un par de días con ellos y él abrazó a la niña con ternura, muy contento de que su hijo tuviese una amiga tan especial como ella.
El entrenador de monos parecía formar parte de la reunión familiar sin que nadie le hubiese invitado. Cuando notó las miradas de todos, se sonrojó y preguntó si alguien quería tocar a algún ejemplar; como era de esperar, Edward aceptó, encantado por la idea. El hombre entró en la jaula y llamó a un mono con un silbato metalizado; tras eso, le pidió a Edward que se adelantase. Obediente, fue hasta donde estaba él y se quedó asombrado cuando el pequeño mono le tendió una mano para que se la estrechase. Después, al coger más confianza el animal, se subió encima de él, colocándose en lo alto de su cabeza y tirando del cobrizo cabello. Mientras tanto, Bella no perdía detalle con su cámara y los niños aplaudían entusiasmados.
—Ha sido increíble —comentó un muy sonriente Edward tras haberse librado del animal—. Si fuera legal y… normal, me compraría uno.
—¡Por favor papi, vamos a comprarnos un monito! —pidió Seth juntando las manos, en un gesto de súplica.
—Para qué habré dicho nada… —suspiró teatralmente, arrepentido.
Terminaron la visita de aquella sección después de que Edward se partiera de risa, y llegase incluso a derramar lágrimas al ver a un gran primate quitarse insectos de sus zonas íntimas para comérselos.
—Eres un crío —le apabulló Bella agarrándolo por un brazo y apoyándose levemente en él al caminar.
Más tarde, Rachel se asustó con un lémur debido a lo fijo que la miraba. Edward tuvo que cogerla en brazos para calmarla, mientras Seth fruncía el ceño mirando al animal con odio. Bella sonrió para sí al ver la preocupación de este por su nueva amiga y su afán por defenderla.
A Seth le encantaron los leopardos, se pasó un buen rato observándolos embelesado y al mismo tiempo atemorizado: entendía perfectamente lo peligrosos que podían llegar a ser, pero no podía dejar de sentirse fascinado por cómo se movían y el color de su pelaje.
Edward insistió en invitarlos a todos a un helado al pasar al lado de un puesto de venta de estos. Después de forcejear con Bella, la cual intentaba pagar, compró cuatro cucuruchos de chocolate y los fue repartiendo a pesar del frío que hacía.
—Me siento muy inmaduro hoy —rió entre lengüetazo y lengüetazo.
—¿Alguna vez has dejado de serlo? —se burló Bella, consiguiendo así una mejilla manchada de chocolate.
Como quedaban pocos minutos para la exhibición de la alimentación de los leones marinos, fueron de nuevo a las gradas, consiguiendo esta vez unos mejores asientos.
—Me da que los bichos estos son aburridos —comentó Edward, que estaba sentado tres asientos más allá, a la derecha de Bella, dejando así a los niños entre ellos para tenerlos vigilados.
Sin embargo, bajo el punto de vista de los críos y de Bella, Edward hizo una afirmación errónea, los leones marinos resultaron ser unos animales muy cómicos que se arrancaron fuertes aplausos y risas del público.
Nada más terminar el espectáculo, saltaron al tanque de agua tres enormes focas y con ellas sus respectivos entrenadores, por lo que no se movieron del asiento.
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—Los diez dólares mejor aprovechados de mi vida —dijo Edward cuando la función acabó y se dispusieron a abandonar el zoológico.
Como se había llevado el Volvo al trabajo, regresaron a casa en él, muy agradecidos por ello: había sido un día agotador.
Llegaron al apartamento y lo primero que hicieron fue tumbarse: Bella y Edward en el gran sofá y los niños en dos cómodos sillones de cuero. Aunque estaban demasiado cansados como para mediar palabra, Edward intervino:
—Venga, hay que ir duchándose… ¿Quién quiere ser el primero? —Nadie contestó y se rió entre dientes—. Arriba Seth, vamos a ducharnos.
Entre protestas consiguió mover al pequeño y llevarlo hasta el cuarto de baño de su propia habitación. Bella y Rachel se sonrieron, divertidas.
—Cuando terminen vamos nosotras, ¿de acuerdo? —comentó Bella, y la niña asintió—. Genial… ¿Sabes qué podríamos hacer mientras?, deshacer tu mochila para que no se arrugue nada.
Juntas fueron hasta la habitación de invitados donde Bella ya le había puesto sábanas limpias a la enorme cama; encima de esta reposaba la pequeña maleta de Rachel, y de ella sacaron un par de camisetas, unos diminutos vaqueros, un vestidito, ropa interior y el pijama. Bella cogió lo necesario para la ducha y junto a la pequeña, esperaron a que Edward les avisara de que ya podían usar el baño.
Bella terminó pensando, mientras ayudaba a Rachel a bañarse, que los tíos pese a todas sus quejas por lo que tardaban las mujeres en salir del servicio, eran iguales. Edward y Seth se habían pegado un buen rato, más de lo que Bella tardaba en arreglarse.
Cuando la niña estuvo duchada y vestida, se entretuvo en secarle el pelo para que no se resfriara; no quería devolvérsela a sus padres enferma. Tras eso, se aseó a sí misma y se puso un cómodo y cálido pijama, sintiéndose como nueva.
Edward, Seth y Rachel estaban viendo la televisión y soltaban algunas risas. Bella se fijó en que retransmitían un programa de monólogos y se sentó junto a su chico, apoyando la cabeza en su hombro.
—Tengo hambre —dijo Seth al rato, pasándose una mano por el estómago.
—¿Pedimos pizza? No tengo ganas de cocinar ahora mismo —se excusó.
—Como si cocinases muy a menudo —bufó por lo bajo Bella mientras se incorporaba para buscar el teléfono inalámbrico y el número de la pizzería más cercana, e hizo el pedido teniendo muy en cuenta que tenía dos niños a los que alimentar, que posiblemente no fueran partidarios de los experimentos culinarios ni de los ingredientes que un adulto le echaría a una pizza.
Empezó a preparar la mesa pequeña del salón, la que se encontraba delante de la televisión y entre los sillones, ayudada por los demás. Buscó en el frigorífico alguna bebida apropiada y sonrió al encontrar Coca-Cola sin cafeína; Edward parecía estar en todo.
El repartidor no tardó en llegar, ni tampoco en marcharse, contento con la buena propina que le había dado Bella. Esta corrió con las humeantes cajas de cartón hacia la mesa, con el estómago rugiéndole por culpa del delicioso olor.
La cena transcurrió en tranquilidad, todos estaban lo suficientemente hambrientos como para permanecer en silencio. La pizza les había dado una sed terrible, y la botella de dos litros de Coca-Cola empezó a verse en las últimas a medida que transcurría el tiempo.
—¡Ha sido un día increíble! —comentó Seth, que tenía la mayor parte de la boca y los dedos manchados de tomate.
—Muchas gracias por todo, Bella —dijo a su vez Rachel, y Bella le acarició el pelo con una tierna sonrisa.
—¿Y yo qué? —preguntó Edward poniendo un puchero, y antes de que nadie pudiera decir nada añadió—: Es tarde, tenéis que descansar, así que ¡andando!
Hubo protestas y bufidos, pero al final las dos personitas caminaron resignadas hacia el interior de la casa, murmurando en voz baja.
—¿Te has dado cuenta la familia que hemos montado en menos de unas horas? —rió Edward, recostándose de nuevo en el sofá y llevándose consigo a Bella.
—Sí, dentro de nada abuelos…
—Ni lo menciones —murmuró Edward con un leve estremecimiento.
Bella sonrió y se acurrucó más contra él. Había sido un día interesante, pasar sin problemas toda una tarde por el centro de una ciudad tan enorme y peligrosa como Nueva York con dos niños de menos de cinco años y conseguir que todos saliesen ilesos en el proceso no era algo fácil. Se sumergió en sus pensamientos, consiguiendo así adormecerse. Sin duda, que Edward fuese tan cálido y suave no ayudaba, pensó; podría haberse quedado dormida allí. Por no hablar de su fragancia tan hipnotizadora que…
—Bella, cariño —reía Edward
—¿Eh? —farfulló, sobresaltándose.
—Te estabas quedando dormida… ¿Tengo que mandarte a ti también a la cama? —bromeó, muy divertido.
—Oh, cállate Cullen —murmuró, pero se revolvió para volver a encontrar una postura cómoda entre los brazos de Edward.
Este soltó otra risita y con cuidado la irguió, consiguiendo así que se despertara del todo.
—Está bien, está bien… —suspiró, cansada—. Vamos a la cama…
Edward apagó la televisión con el mando a distancia y fue a cerrar con llave el apartamento mientras que Bella, como una zombi, caminó hasta el cuarto de baño donde estaba su neceser, y sacó el cepillo de dientes para usarlo. Con los ojos cerrados empezó a refregárselo por la dentadura, sin ser plenamente consciente de sus movimientos. A los pocos minutos se enjuagó y fue hacia la cama; justo cuando iba a meterse en ella, recordó a los niños y se le ocurrió ir a sus habitaciones a comprobar que estaban bien arropados. Decidió ver primero a Rachel porque sabía que Seth, si estaba despierto, querría entretenerla un rato. Una angustia enorme le inundó el pecho cuando vio que el cuarto de la niña estaba vacío, con la cama sin deshacer siquiera. Salió de allí y caminó por el oscuro pasillo, cuando llegó al cuarto de Seth se chocó contra una masa grande y dura y no pudo evitar quejarse en voz alta.
—Shhh —dijo Edward. Parecía estar haciendo grandes esfuerzos por no reír—. Mira esto…
Bella pasó por debajo de uno de sus brazos, el cual estaba apoyado en el quicio de la puerta, y entró en la habitación de Seth. Los dos niños, iluminados por la luz de la televisión, estaban acostados en la cama, durmiendo tranquilamente.
—Ay, qué monos son —susurró Bella. Después salió corriendo a por una de sus cámaras réflex y ajustó la abertura del diafragma del objetivo para poder sacar una fotografía sin usar flash, utilizando la luz que había—. Cuando sean mayores les encantarán estas fotos —comentó, mientras volvía con Edward a su habitación, mirando las capturas en la pantalla digital de la cámara.
—¿Piensas que pasará algo entre ellos?
Bella dudó antes de contestar. Soltó la cámara en la mesita de noche y se introdujo en la cama al mismo tiempo que Edward. Después se puso de costado, para verlo mejor.
—Bueno, nosotros empezamos así…
Edward rió entre dientes y besó a Bella con dulzura, con calma, saboreando sus labios y sonriendo al notar el calor de sus mejillas.
—Y mira cómo hemos acabado —susurró al final.
—Yo, por lo menos, no tengo ninguna queja —musitó ella, sintiéndose de nuevo adormilada—. Ha sido un día agotador. ¿Te he contado que me he gastado más de cincuenta dólares en chucherías?
El cuerpo de Edward se sacudió por la risa.
—Espero que me dejes probar algo —comentó—. ¿O ya os lo habéis comido todo?
—Creo que tendremos caramelos para los próximos dos años —bostezó—. El sitio es genial, quizá deberíamos celebrar el cumpleaños allí.
—¿El de Seth? —preguntó Edward confuso.
La risa de Bella sonó floja, como si le estuviera venciendo el sueño.
—No, el de Emmett… —susurró en un tono tan bajo que a Edward le costó entenderlo. Sin embargo Bella no estaba dormida, al contrario. Acababa de recordar la críptica conversación telefónica de la noche anterior y se preguntó si sería un buen momento para intentar sacarle información a Edward. Dudó, pero al final decidió probar suerte—. Edward… ¿Quién llamó anoche?
Edward se tensó a su lado, pero no dijo nada. Hubo un silencio entre ellos durante unos segundos, que hizo que a Bella le quedara claro que el asunto era grave.
—Nadie —dijo finalmente—. Nada de lo que preocuparse.
Bella soltó un suspiro, hastiada por el comportamiento sobreprotector de Edward, pero a sabiendas de que era tarde y que no iba a conseguir más datos, volvió a callarse. Unos instantes más tarde, Edward fue consciente de que se había quedado dormida debido a su respiración pausada, por lo que la tapó con cuidado y cerró los ojos, intentando conciliar el sueño él también, aunque sabía que era difícil al haberle Bella recordado aquello.
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—¡Bella, Bella! —Unas voces chillaron en el exterior del mundo de tranquilidad y felicidad en el cual Bella se encontraba en ese momento—. ¡Tenemos hambre y queremos tortitas!
Gruñir y taparse la cabeza con la almohada no le sirvió de nada: aquellas agudas vocecillas empezaron a reír escandalosamente mientra los dueños de ellas le hacían cosquillas.
—¡Está bien, ya me levanto! —acabó diciendo, entre risas ahogadas—. ¡Pero más os vale no estar cerca de mí cuando salga de la cama, por que me puedo comer a un niño sin ningún problema!
Bella vio como los dos pequeños salían atropelladamente de la habitación, soltando carcajadas por el camino. Sonriendo, se levantó y fue a lavarse la cara antes de meterse de lleno en la cocina para prepararles el desayuno a los diminutos monstruos.
Estaba muy atareada mezclando la masa para las tortitas cuando el teléfono de la casa sonó, y Seth apareció trotando, con el inalámbrico en la mano para que Bella descolgara, y se fue nada más que esta lo cogió.
—¿Sí?
—¡Bella! ¡Hola! —Alice contestó desde la otra línea con su alegría innata.
—Hola Alice, ¿cómo va todo? ¿Aún con resaca?
—¡Muy graciosa, pero te recuerdo que tú estabas peor que yo!
Bella rió con fuerzas.
—Es verdad, quizá debería preguntarte mejor por Jasper…
—Oh, pobrecito mío… Vaya días que lleva, aún le duele la cabeza —comentó entre risitas y en voz baja. Bella supuso que estaría cerca—. Bueno, quería preguntarte si hacías algo hoy… Llamé a mi hermano y me dijo que te habías cogido libre el día para estar con Seth… ¿Me puedo acoplar a los planes?
Una sonrisa surcó el rostro de Bella mientras preparaba la plancha para hacer las tortitas en ella.
—Dime una cosa Alice, ¿has desayunado?
—¡Estoy allí en quince minutos! —dijo ella rápidamente
Sabiendo que Alice era una de esas personas que se toman muy en serio los horarios y que para ella un desayuno de Bella era algo por lo que no esperar, se metió prisa para hacer la comida rápido. Apiló un sinfín de tortitas, preparó chocolate caliente y sacó nata y sirope de la nevera, dejándolo todo sobre la mesa de la cocina; después llamó a los niños y los sentó en las sillas poniendo cojines debajo, ya que les costaba llegar a la mesa. Estaba echándole a cada uno en su plato un par de tortitas cuando el timbre sonó.
—¡Vamos, vamos! —dijo Alice nada más Bella abrió la puerta.
Entró como un torbellino y fue hasta la cocina sin quitarse siquiera el chubasquero amarillo canario que llevaba.
—¡Hola Seth! —saludó efusivamente al mismo tiempo que se llevaba un trozo de tortita a la boca—. ¡Hola niña que no conozco!
—Es Rachel —comentó Seth mirando a Alice primero para después volverse hacia su amiga—. Y ella es mi tía Alice.
—¡Enfantada! —dijo Alice con la boca llena, por lo que no se le entendió bien.
Bella reía divertida ante la escena. Alice siempre había sido muy cría, era parte de su personalidad y la hacía encantadora.
—Alice, ¿cómo va el tema de la boda? —quiso saber Bella, intrigada.
—¡No voy a decir ni una palabra! —respondió, tajante—. Oíd chicos, ¿queréis ir a patinar sobre hielo?
Los niños parecían entusiasmados por la idea, y Bella no tubo oportunidad de seguir insistiendo en el tema. Acabaron de desayunar rápidamente, todos tenían ganas de salir del apartamento y divertirse. Alice siempre tenía ideas descabelladas para conseguirlo y estaban seguros de que ese día no sería una excepción.
Tras vestirse con varias capas de ropa –el cielo los amenazaba con nubarrones grisáceos de mal aspecto– salieron del edificio.
—¿A qué pista de patinaje vamos? —preguntó Bella, al ver muy decidida a Alice.
—Bueno, había pensado en ir a la del Rockefeller Place que está precioso con esto de que se acercan las navidades.
—Genial, pensé que irías a alguna de Central Park, y ayer ya estuvimos por allí —sonrió Bella—. Creo que el Rockefeller es la mejor opción.
Cuando llegaron se dieron cuenta de que Alice no se había equivocado: aquello estaba precioso. Grandes abetos hechos con luces de colores, enormes ángeles formados también por pequeñas luces e infinitos adornos navideños decoraban la zona. Los niños miraban de un lado a otro, demasiado emocionados como para expresar lo que pensaban en voz alta. Seth parecía más impresionado que Rachel, y Bella recordó que aquella era su primera Navidad en Nueva York. En un impulso, se agachó y cogió en brazos al pequeño, apretándolo con fuerza.
—¿Es bonito, verdad? —le preguntó cariñosamente.
Seth sonrió y pasó las manos por el cuello de Bella para abrazarla. Esta se quedó muda de la impresión, y vio como Alice los miraba enternecida.
—Gracias —musitó Seth en el oído de Bella—. Te quiero mucho, Bella.
—Y yo tonto —dijo ella, sintiendo cómo los ojos empezaban a picarle—. Esta va a ser una Navidad genial, estaremos los tres juntos siempre, ¿vale?
El niño asintió y sonrió de la forma más bonita que Bella pudo imaginar, aunque con un deje de tristeza.
—Es guay pasar una Navidad así… —suspiró y a Bella se le partió el corazón. No quería que recordara cosas desagradables, no lo merecía.
—Seth, ¿te cuento un secreto? —susurró—. No se patinar… De hecho soy bastante torpe y suelo caerme a diario… Así que no te rías mucho de mí, ¿eh?
Seth pareció animarse y asintió solemnemente a Bella, dándole a entender que nunca se reiría de algo así, aunque la realidad estaba muy lejos de aquello.
Alice se empeñó en pagar la entrada y los patines de todos, y por más que protestó Bella, no sirvió de nada. Al final cada uno tenía patines con su talla, y Bella pensó que estaba loca por permitir algo así, sin duda se caería nada más mover un pie.
Y así fue. Bella no recordaba una hora más humillante que aquella. Sabía que Alice era muy buena patinando, pero no se esperaba que los niños le cogieran el truco tan rápidamente a caminar sobre cuchillas en una placa de hielo. Ella fe la única que no consiguió aguantar más de treinta segundos sin caerse, pero aún así se sentía feliz al ver a los críos pasándoselo tan bien. Terminó rodeando la pista agarrada con fuerza a la valla que la separaba del exterior, sintiéndose ligeramente estúpida al ver las miradas divertidas de las personas que pasaban por allí.
Hubo un momento en el que pensó que su orgullo estaba por los suelos —al igual que ella— y que era momento de dejar de hacer el tonto y salir de allí con dignidad. Entregó los patines y suspiró al notar el suelo firme bajo la suela plana de sus zapatillas deportivas; demasiado que había estado más de veintitrés años luchando contra la fuerza de la gravedad en condiciones normales, consiguiendo al final no caerse tan a menudo.
Se sentó en unas sillas que había por allí y sacó su cámara para inmortalizar algunas de las mejores piruetas de Alice o los pequeños, que parecían estar pasándoselo genial. Al fin, llegó un punto en el que se sintieron exhaustos y decidieron parar, para alegría de Bella.
—¿Y ahora dónde vamos? —quiso saber un muy alegre Seth, de la mano de su tía.
—¡De tiendas! —exclamó Alice consiguiendo un gemido lastimero por parte de Bella.
Pero resultó ser una salida de tiendas amena: fueron hasta el gigantesco Toys 'R´ Us de Times Square, donde casi les da un ataque cardíaco a Seth y a Rachel.
Vieron desde juguetes tradicionales hasta otros inverosímiles —y también carísimos— que hicieron a Bella reflexionar acerca del desarrollo tecnológico en aquel campo. Había un robot que te llevaba el zumo y jugaba contigo al tenis; una especie de pasta gelatinosa que mediante una máquina misteriosa se convertía en serpientes de gominola con sabor a frutas; experimentos científicos a gran escala y cientos de peluches interactivos. Aunque no compraron nada, tanto Bella como Alice salieron de aquella tienda con nuevas ideas para el regalo de Seth, había sido una visita constructiva y útil.
La hora del almuerzo se acercaba y la pequeña Cullen empezó a dejar caer comentarios acerca de lo buenos que estaban los perritos calientes de un puesto ambulante específico de Central Park. Bella, que conocía a la perfección a su amiga, decidió no hacerle repetir más veces esa sutil sugerencia, y los dirigió a todos hacia el parque. Dio gracias por el hecho de vivir en el centro y que todos fuesen lo suficientemente activos como para no quejarse por andar tanto.
—¡Ese!, ¡es ese! —exclamó Alice, señalando un pequeño carrito dentro del cual un hombre con semblante amable preparaba perritos calientes con destreza.
Fueron hasta él y compraron uno para cada uno y bebidas, pagando esta vez Bella a pesar de las amenazas de muerte que Alice le lanzaba por hacerlo.
El tiempo cada vez estaba peor, el frío aumentaba por segundos y pequeños copos caían para acabar deshaciéndose a la altura de sus cabezas. Buscaron un banco donde sentarse y poder comer tranquilamente, observando el precioso paisaje.
A Bella la Navidad le fascinaba, sólo había algo que no le gustaba y era el hecho de que le regalaban cosas, por lo demás era la fecha perfecta. Disfrutaba como una niña con las luces brillantes, con el olor a pino y sobre todo con la nieve que se arremolinaba en torno a ella cuando salía a pasear. Era una época en la que no importaba la edad para sentirse contagiada de la magia que desprendía todo. Por ello, cuando acabaron de almorzar, propuso ir a dar un paseo por Central Park y agradeció que parecieran al menos mínimamente interesados en ello. Alice parecía haber formado una bonita amistad con Rachel, a la cual le estaba contando cómo hacía los vestidos que vendía en su segundo trabajo, la tienda situada en uno de los centros comerciales de Nueva York. Seth mientras tanto apretaba con fuerza la mano de Bella y observaba los copos de nieve distraído.
—¿Qué es lo que suena? —preguntó de pronto Alice.
Se quedaron en silencio y una cálida música llegó hasta sus oídos.
—Vamos —apremió Bella, siguiendo el sonido de las notas musicales en un intento de descubrir de dónde provenían.
Al ir acercándose se dieron cuenta de que había un pequeño coro compuesto por adolescentes muy abrigados y en el que también participaban algunas personas mayores. Una multitud de curiosos se congregaba en torno a ellos, disfrutando del momento. Bella, sin poder evitarlo, anduvo hasta quedar a cierta distancia, integrada totalmente en el barullo de gente que los observaba.
—Vaya, es una estampa preciosa —susurró Alice a su lado.
Bella levantó la vista y vio que habían escogido un lugar perfecto, todo rodeado de ancianos árboles con troncos nudosos y ramas desnudas; el Bow Bridge se veía al fondo, iluminado por la blancura de la nieve, la cual cada vez se iba haciendo más y más resistente al calor que emanaba la tierra, y que resistía a deshacerse antes de llegar a la altura de la cintura de Bella. El coro, al estar formado por gente joven, tenía un tono agudo agradable y dulce, como la Navidad en sí misma.
Bella bajó la mirada y vio a Seth apoyado en su pierna derecha con una media sonrisa y los ojos cerrados. Sin poder evitarlo lo volvió a coger en brazos y apretó la mejilla contra la suya, que estaba cálida.
—Adeste, fideles, laeti, triumphantes… Venite, venite in Bethlehem, natum videte Regem Angelorum… —entonaba el conjunto musical, perfectamente sincronizado.
Alice parecía a punto de llorar, siempre se ponía sensible con cosas de ese estilo sin poder evitarlo. Miró a Bella y le lanzó una sonrisa mientras entrecerraba los ojos, como disculpándose por sus hormonas, creadoras de lágrimas inesperadas.
—Ojalá estuviera papá aquí —susurró Seth.
—Podemos venir con papá otro día, cariño —le respondió Bella besándolo sonoramente. Pareció quedarse más tranquilo y no volvió a hacer mención de Edward, se limitó a observar cómo cantaban aquellas personas sin separar su cara de la de Bella, sintiéndose así reconfortado.
Tras varios villancicos, la nieve se hizo más espesa y Alice farfulló algo acerca de sus botas de piel.
—¡Podríamos ir al cine! —propuso, queriendo salir de allí antes de que empezara a nevar con más fuerza.
Caminaron de forma veloz hasta el cine más próximo al apartamento de Edward y Bella. Sin embargo a Rachel le entraron unas enormes ganas de ir al servicio y tuvieron que desviarse levemente para ir al cuarto de baño del centro comercial Manhattan. Alice daba saltos emocionados al entrar, aquel era uno de esos sitios que consideraba como su propia casa.
—Voy a entrar con ella, que quiero lavarme las manos —comentó Bella—. Quédate con Seth… ¡Alice! ¿Me estás escuchando?
Alice estaba mirando nerviosamente de un lado a otro, escudriñando todos los escaparates que entraban en su campo de visión para comprobar que ninguno era diferente, ya que eso sólo significaría una cosa: una nueva colección.
—¿Eh? —dijo distraídamente—. Ah, sí, sin problemas.
Bella, no muy segura, entró en el servicio de la mano de la niña, dejando a Alice y a Seth detrás.
Esta se dio cuenta de que había muchas chicas jóvenes de no más de dieciséis años en una tienda cercana especializada en lencería, riendo tontamente. Sonrió recordando cómo era su vida a esa edad.
Salió de su ensimismamiento cuando su móvil empezó a sonar. Suspiró y soltó la mano del pequeño para poder buscarlo en el enorme bolso. Cuando por fin lo encontró vio que se trataba de Jasper y contestó mientras sonreía como una completa enamorada.
—¡Hola Jazz! ¿Qué tal llevas la tarde?... No, no hemos acabado aún, teníamos pensado entrar a ver una película… ¿Estás con Edward? Ah, pues esa sería una idea genial… No, no tenemos ninguna prisa, podemos esperaros. Pero ya sabes que la peli la eligen los niños, así que no te quejes cuando… —Alice paró de hablar de golpe al ver a Bella delante suya, con una mueca de horror en el rostro—. Un momento Jazz… —Puso la mano en el teléfono y se lo separó unos centímetros para hablar con su amiga—. ¿Qué pasa?
Bella tragó saliva antes de responderle.
—Alice… ¿Dónde está Seth?
11 comentarios:
joooooooo ahora se pierde seth
hay podre alice a que le va a caer
donde estara seth?
OOOhhh Por DiiOs..>Noo
Mi Pekeniio Seth Noo.!!!!!!!
ALICE...Despiisstadaa..!! Dond Stara:S
quien sera de la llamada? y seth estara bien porfa tendra algo q ver con la llamada
me ecanta esta historia, tiene de todo humor, unos toques de drama, eres capaz de dejar la intriga para el proximo capitulo, me encanta, nunca, he estado tan enganchada, a ningú blog, me alegro haberte encontrado, espero el proximo capitulo.
muac
guau esta historia me tiene atrapadisima realmente me encanta todo el drama el amor los chistes todo lo q contiene la historia sigue asiii mas capis please jejee
pliis!! ke salga el proximo capitulo!! POBRE SETH!!
donde se encontrara?¿
ke dira Edward cuando se entere de ke su "melliza" perdio a su hijo? AAAA!! ME MUERO!! me llenaron de intriga!!
qe va a pasar qe salga el proximo capitulo prontoooooooooooooo!!!!!!!!!!!!! pobre seth, pliss qe salga pronto el proximo capitulo.
Que es lo que pasó? Por favor, sube pronto los siguientes capítulos que me muero sin saber que le pasó a Seth...
Hace un montón que escribiste el último capi, por lo que espero que no pase nada preocupante.
Mil besos y, por favor de nuevo, escribe pronto
Hola, esta super tu capitulo por favor ya sube otro me tienes en suspensooo...
Escribe pronto y gracias
Saludos
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