lunes, 24 de enero de 2011

Meeting You


Capítulo 8. Demencia

Bella's P. o. V.

—¿Qué ha pasado? —La voz con un matiz preocupado de Esme llegó hasta mis oídos una vez entré en el perímetro de la casa.

Cuando estuve a la vista de todos negué con la cabeza, me dejé caer en el suelo y enterré la cabeza entre mis manos sin querer volver a levantar la vista.

—Vamos, Bella —susurró Alice, acercándose para acariciarme la cabeza—. Ya sabes cómo son los neófitos...

—Eso, no te martirices —añadió Jasper, apoyando su mano en mi hombro suavemente—. Aún así... ¿Por qué no lo has seguido? Puedo oler su rastro desde aquí.

Sin elevar la vista, todavía con la cabeza escondida, farfullé:

—No puedo obligarle a nada.

Supe que mi familia intercambió una mirada apenada, quizá de esas que animan al otro a decir algo que ayude en una situación difícil; sin embargo, ninguno de ellos habló.

—Es que... —empecé a explicar, saliendo del escondite de mis manos y buscando las palabras adecuadas—. Está bien, yo lo arrastré a esta vida y...

—Se estaba muriendo —dijeron rápidamente Esme y Alice.

—Me da igual, lo arrastré, pero eso no significa que tenga que hacer lo que yo diga. Debe ser él el que elija qué camino tomar.

Carlisle me miró con aprehensión y se puso de cuclillas, justo delante de mí. Su proximidad me calmó; sus ojos dorados, de bondad extrema, tenían un deje de preocupación y comprensión que me hizo gemir. No quería defraudarlo con mis decisiones.

—Hija mía —susurró—, no hay nada más difícil que saber que eres parte vital de la... educación de una persona. Me he pasado un siglo intentando enseñarte, a ti y a tus hermanos, cómo hacer las cosas en este mundo en el que llevo inmerso desde hace más de trescientos años. Y cada día, al veros seguir adelante, algunos menos felices que otros —sonrió tristemente y supe que se refería a mí, al hecho de haber estado sumida en mi soledad durante todo aquel tiempo—, al ver como cometéis errores que posteriormente solucionáis y veros evolucionar como las buenas personas que sois... Simplemente, creo que es mi mayor orgullo.

Noté que el ambiente cambiaba, la emoción y el amor hacia Carlisle era una ola imparable. Sin ninguna duda, Jasper debía estar tan desbordado de nuestros sentimientos de gratitud que había estallado, rociándonos a todos con aquella sensación que nos habría hecho llorar de haber sido capaces.

—Tú no cometes errores, Carlisle —musité—. Si yo fuera... Si tuviera la mitad de tu compasión, o de tu aplomo y perseverancia a la hora de ayudar a los demás, no lo dudaría... Pero no sirvo.

—Sirves tanto como yo, Isabella. —Lo miré con expresión torturada al escuchar mi nombre completo; Carlisle iba en serio. Tras una pequeña pausa, puso sus manos en mis rodillas y me dedicó una sonrisa paternal—. Y claro que cometo errores.

—No es humano no cometerlos —se mofó Emmett, a mi izquierda. Escuché un fuerte golpe e inmediatamente después un aullido de su parte—. ¡Auch! Sólo bromeaba, Rose...

Sonreí de forma involuntaria y volví a posar la mirada en la de Carlisle.

—¿Qué debo hacer?

—Está claro que no puedes manejar la vida de alguien como si fuera una marioneta, ya sea la mortal o la inmortal. Piensa en un niño pequeño, ¿es acaso reprochable el hecho de que unos padres, o en este caso tutores, intenten guiarle, ayudarle a desenvolverse en un mundo que le viene grande? Bella, Edward acaba de nacer, no lo olvides. Estará tan perdido como tú cuando despertaste, ¿o es que no lo recuerdas?

Claro que lo recordaba. Millones de astillas volando en todas las direcciones; la mesa de trabajo de Carlisle se quedó reducida a polvo debido a mi temperamento. Una pared medio destruida; horas y horas de llantos sin lágrimas; gritos durante días. Y todo eso, con la compañía y protección del paciente Carlisle y su mirada atormentada. ¿Cómo debía sentirse Edward, perdido por quién sabe dónde, completamente solo?

—Sigue tu instinto, Bella —susurró, cogiendo mis manos con las suyas—. Casi nunca falla.

Y no me hizo falta más. Quizá porque tenía la resolución desde hacía algunos minutos y sólo estaba alargando el momento de enderezarme y cumplir con mis obligaciones; obligaciones a las que me sentía exageradamente atada.

—Cariño —murmuró Esme, abrazándome—. ¿Quieres que vaya contigo?

—No, tengo que hacerlo yo —contesté con los ojos cerrados y aspirando su aroma. Había actuado tantas veces como si fuera mi madre biológica que tenía su rol totalmente asumido. Sentí tranquilidad entre sus brazos, la clase de calma que sólo una madre consigue transmitir en momentos de caos y dificultad. Suspiré y me alejé unos centímetros de ella, lo suficiente como para notar que sus bondadosos ojos ambarinos brillaban más de lo habitual.

—Estaré pendiente del teléfono todo el tiempo, llama en cuanto necesites algo.

—Lo haré. —Dirigí una mirada a mi familia sin saber muy bien si despedirme. Jamás había explorado mis dotes de rastreadora y era consciente de que podía ser todo un desafío para mí y pasar días alejada de ellos.

—Estarás pronto aquí —me aseguró Alice mientras corría a abrazarme—. Te echaré de menos mientras tanto.

Fui pasando entre los brazos de los demás, recibiendo muestras de afecto y apoyo.

—Ten cuidado —me pidió Rosalie—. No me hace gracia este asunto...

—No pasará nada —la tranquilizó Carlisle—. Y si pasa, actuaremos.

—Me gusta Forks —murmuró—. Ya habíamos acabado el instituto...

Puse los ojos en blanco.

—No voy a dejar que descubran qué soy, Rosalie. Seré discreta.

No pareció muy segura, pero frunció los labios y no dijo nada más. Así era ella, a veces parecía superficial y fría, viviendo en un mundo donde había un pedestal en el cual su propia persona ocupaba el lugar más alto, pero yo la conocía bien. Sabía que en realidad, le afectaba demasiado todo que nos ocurría y que nos amaba más de lo que jamás podría expresar con palabras.

Miré a mis dos hermanos fijamente.

—Estad atentos, quizá necesite vuestra ayuda.

Y era así. El sutil don de Jasper me podría ser muy útil para calmar las inestables emociones de un neófito, al igual que la fuerza sobrenatural del grandullón de Emmett.

—No pegaré ojo esta noche, cada cinco minutos miraré la pantalla del móvil —bromeó este último mientras me aplastaba con un abrazo.

Puse los ojos en blanco de nuevo y tras coger un teléfono que me tendía Alice y guardarlo en un bolsillo de mis vaqueros, cerré los ojos para concentrarme en localizar el efluvio de Edward, que se expandía en diferentes direcciones. Noté un camino más largo y supe que sería el que debía tomar.

—Os veré pronto —dije simplemente, con un movimiento de mano antes de echar a correr a toda velocidad.

No quería perder más tiempo.

Edward's P. o. V.

Estaba perdido. Más perdido de lo que había estado en mi vida, y no me refería al hecho de que yacía tumbado en medio del bosque, en las proximidades de Port Angeles, sino que no sabía que era lo próximo que debía hacer. La ira había desaparecido, sólo quedaba remordimiento y pesar en mi interior.

Giré la cabeza hacia la izquierda y estuve cara a cara con el cuerpo de un ciervo sin vida, del cual me acababa de alimentar en un desastroso encuentro del que había salido ileso, pero con la ropa rasgada y ensangrentada. Qué escena más tétrica, pensé. De muy mal gusto. Pero sentía a mis articulaciones adormecidas, sin querer moverse, al mismo tiempo que palpitantes y deseosas de ser sometidas a prueba. ¿Era acaso eso posible?

Seguí mirando al inerte animal, asombrándome por su belleza, por la textura aterciopelada de su pelaje bajo mis dedos de granito. ¿Me había vuelto tan excéntrico de golpe? Acababa de comprobar con mis propios ojos que no era humano y que, por desgracia, Bella y aquel hombre rubio, Carlisle, parecían tener razón en cuanto a la satisfacción que me produciría la sangre. No me sentía completo ni mucho menos, pero el dolor de garganta, aquella quemazón desafortunada, había menguado.

—Eres patético —me murmuré a mí mismo, y alejé la mano del cadáver.

Con un rápido movimiento que duró apenas milésimas de segundos, estaba de pie. No me acostumbraba a esa nueva forma de andar. Siempre había sido desgarbado, elegante según mi madre, pero despreocupado. Ahora tenía tendencias felinas, estaba atento a cualquier hecho que pudiera ser amenazante y mi espalda se pasaba más tiempo encorvada en una pose ofensiva que relajada.

Comencé a caminar. Sabía que podía ir a más velocidad, ya lo había probado, pero no me apetecía. Seguía sintiéndome perdido, y el silencio que reinaba era tan desbordante en aquel bosque en comparación con la algarabía que había sufrido en la mansión Cullen que me costaba dejarlo atrás. Sin embargo, algo me empujaba hacia la ciudad. Necesitaba comprobar que se equivocaban, que podía seguir siendo normal. Yo era normal.

Llegué a la carretera principal, aquella que serpenteaba a través de las montañas hasta llegar a su destino: Port Angeles. Anduve a ras de ella, por el arcén, a sabiendas de lo peligroso que era. Pero no me importaba. Podía sonar contradictorio debido a mi obstinación con que seguía siendo humano, pero quizá el problema se hallaba en que sabía que no lo era de alguna forma subconsciente y enrevesada. Sólo me estaba probando a mí mismo que no había nada de qué preocuparse.

Un Volkswagen venía en dirección contraria a la mía, de forma que pude ver con claridad cómo tanto el conductor, como sus acompañantes, me miraban con ojos desorbitados. Incluso redujeron la marcha.

Qué pinta más horrible... ¿Acaso es Halloween? —escuché decir.

¡Dios mío! Si me lo llego a encontrar por la calle, me da un ataque...

Les dirigí una mirada cargada de ira, una ira que ni siquiera sabía de donde provenía y que se incrementó cuando noté que ninguno había despegado los labios por el pavor. El coche siguió su marcha, dejándome atrás y me quedé más tranquilo. No podía perder los nervios con tanta facilidad, no ayudaba nada.

Estaba anocheciendo, y las calles del inicio de la ciudad guardaban tranquilidad en ellas. Vi unos cuantos pubs con gente en su interior, bebiendo y comiendo sin preocupaciones. Pero no los envidiaba, yo llevaba muchos años teniendo preocupaciones, era parte de la vida que me había tocado vivir.

Un par de chicas de unos veinte años salieron entre risas de un local. No se percataron de mi presencia a escasos metros, estaban ocupadas buscando las llaves del coche en el bolso de una de ellas y charlando de forma animada.

No supe cómo pasó exactamente, pero en un instante el viento de aquella noche fresca azotó mi rostro, trayendo consigo el olor de las despreocupadas humanas y sentí que el suelo se abría e iba directamente al infierno. Mi garganta explotó, mis ojos se volvieron hacia atrás del placer que me provocaba el simple efluvio y mis dedos se crisparon cuando el martilleo de sus corazones me alcanzó. Bajo la capa de reciente locura, lo comprendí: era un monstruo; pero no me importaba.

Sentía tanto placer —un placer muy parecido, pero quizá con otro matiz, al que me provocaba el sexo; se me formó un nudo en el estómago bajo y quise gruñir— que no podía andar de forma rápida. Me regodeaba con el aroma mientras acechaba a mis presas, porque ya no eran humanas llenas de vida, sino simple ganado al que le había llegado la hora de ir al matadero.

—Y entonces, ¿sabes qué me dijo? —decía una de ellas mientras la otra reía entusiasmada. Sin embargo, al tenerme ya a escasa distancia me vio con total claridad y abrió desmesuradamente la boca y los ojos, en una mueca que al más vil de los asesinos le habría hecho replantearse sus planes. Pero no a mí.

Su amiga se giró rápidamente y al verme ella también dejó escapar un grito ahogado. Sonreí cuando soltó su bolso, tirándolo a unos metros a la derecha de donde yo estaba; después cogió del brazo a su amiga y echaron a correr.

Podría haberlas alcanzado en cuestión de segundos. Pero estaba tan obsesionado con el olor que lo inundaba todo y con el ardor de garganta que me permití ir a mi ritmo, disfrutarlo. Las vi llegar hasta una calle que sabía a ciencia cierta por mi corta estancia en aquella ciudad que era sin salida, y me relamí los labios inconscientemente. ¡Qué estúpidas eran, agazapadas contra el cristal de un establecimiento e intentando fundirse en él, con la esperanza de que yo siguiera de largo, sin haberlas visto! No sabían que podía hasta contar las pecas de sus narices con aquellos ojos.

En menos de lo que esperaba estaba de nuevo frente a ellas y sus corazones latían tan frenéticamente que sentí la necesidad de apoyar una mano en aquel cristal del pequeño negocio durante una milésima de segundo, movimiento que supe que había pasado desapercibido para ellas.

—Por favor... —gimoteaban—. Por favor...

No, no...

Pero yo no escuchaba. En lugar de eso, contuve la respiración en un acto reflejo mientras me erguía todo lo que podía para que se aterrorizaran aún más con la magnificencia de mi figura.

Entonces, todo se derrumbo.

Al acercar el rostro a la primera de ellas mientras sujetaba con fuerza a la otra por una muñeca, me encontré con mi reflejo, provocado por la incipiente luz de la farola más próxima sobre la cristalera y el horror que sentí al verme fue tal que me paralizó. Era lo más nauseabundo y monstruoso que había visto en mis veintitrés años. Y estaba seguro de que ellas también opinaban igual, por el ruido de sus sollozos.

Mi cara, irreconocible por las manchas secas de la sangre del ciervo; mi ropa desgarrada y sucia, parecida a la de un vagabundo alcohólico y problemático; los ojos, quizá lo peor de todo, de un tono escarlata que me abrumó. Aflojé el agarre involuntariamente, momento en el que ellas, al notarlo, aprovecharon para huir todo lo deprisa que sus piernas humanas le permitían. Yo seguí mirándome, odiando cada centímetro de mi piel y con la necesidad imperiosa de deshacerme de aquella máscara de asesino. Mi ardiente garganta emponzoñada era lo que menos me preocupaba en ese momento.

No supe cuanto tiempo estuve allí parado, mirándome con incredulidad, pero no podía salir del estado de shock en el que me encontraba. Horas más tarde, o tal vez minutos, no era consciente del tiempo, se me ocurrió pensar que seguía sin respirar. ¿Cómo demonios podía estar sin respirar? Desafiaba todas las leyes físicas y humanas que conocía. Pero claro, todos los detalles apuntaban a que por mucho que me pesara, ya no era humano.

Inspiré de forma lenta, acompasada, y el aire limpio de efluvios humanos me despejó la mente. Moví los músculos y me sorprendió que no se hubieran quedado agarrotados, algo que hubiera ocurrido con absoluta certeza hacía una semana. Pero mi cuerpo era como nuevo, no parecía el mío aunque sabía que así era. Delante del espejo me palpé el rostro, y lo encontré cálido y rasposo en la zona donde la barba había empezado a crecer. Recordé que llevaba días sin afeitarme antes de que Bella irrumpiera de nuevo en mi vida, cambiándola por completo.

Bella.

Pensar en ella era doloroso. No sabía qué sentir; era obvio que existía una atracción por encima de lo normal, ninguna chica había conseguido jamás despertar en mí tantas emociones, ni ocupar tanto espacio en mi cabeza. ¿Debía estar resentido? Ella me había atado a esta forma de vida a la que cada vez consideraba más real. Mi mente, de clara inclinación científica, me prohibía hacer esa afirmación. Era imposible, pese a las evidencias. ¿Y qué si me gustaba la sangre? Quizá fuera un trastorno alimenticio provocado por el ataque de corazón que sufrí. ¿Mis ojos rojos? Alucinaciones; estaba claro que algo me pasaba. Quizá la familia Cullen me había drogado... Sí, sin duda, era lo más certero. Y lo de las voces en la cabeza sería sin más una broma de mal gusto. ¿El ansia de matar que me había dominado esa noche? Algún trastorno psicópata derivado de mis traumas.

Todo era mejor que imaginar que Bella tenía razón y ya no era humano. Porque yo, simplemente, tenía que serlo.

Enfadado, le di una patada a un cubo de la basura que estaba cerca. Vi como se doblaba en dos, como un acordeón. Después pude apreciar la forma de mi pie y el miedo me pudo.

No quería salir de aquel callejón, si me volviera a encontrar con más personas, el monstruo recién adquirido saldría a la luz de nuevo y era algo para lo que no estaba preparado. Me aterraba que mi estado anímico fuera tan cambiante: abrumamiento cuando desperté, pasión irrefrenable cuando besé a Bella, agresividad y determinación cuando me crucé con el ciervo, soledad e incomprensión en el bosque y por la ciudad, ataque de locura con las chicas, y ahora, depresión. Sí, era eso, estaba deprimido.

Me dejé caer al suelo y gemí de forma lastimera. Entonces vi un bulto negro a unos metros de distancia, en el suelo. Era el bolso de una de las que había atacado, el otro recordaba que estaba en mitad de la calle. Sin saber muy bien por qué, rebusqué. Encontré una cartera de diseño juvenil y la abrí.

—Martha... —susurré al leer el nombre de su carné de conducir. Acaricié con los dedos la pequeña fotografía, donde la joven, con una expresión muy diferente a la que yo le había visto, sonreía risueña—. Qué he hecho...

Vi otras fotografías de familiares y amigos de Martha repartidas por debajo del plástico transparente, y cada rostro feliz era como una puñalada. Opté por dejarla con cuidado en el interior del bolso, no quería sufrir más. Palpé un pequeño objeto metálico y lo saqué con cuidado. Era un teléfono móvil, y estaba encendido.

Actué por instinto. Sin pensarlo dos veces marqué el conocido número y tras apoyarme contra la pared, en un gesto muy humano puesto que no lo necesitaba ya que no me encontraba cansado por la postura, esperé a que contestaran.

—¿Dígame? —Me quedé sin habla. Amaba tanto aquella voz, que me deleité escuchándola—. ¿Hay alguien ahí?

Decidí ser valiente, necesitaba hablar con ella.

—Mamá —susurré—. Soy yo.

Escuché un grito por la otra línea y rápidamente llegaron los sollozos.

Edward... Cariño...

—Estoy... Estoy bien, mamá —mentí como mejor pude—. Quería escucharte. No llores, por favor.

Sentía como los ojos me picaban y tuve ganas de chillar y patalear como un niño pequeño. Pensé en volver a Londres esa misma noche, en esconderme entre los brazos de mi madre como cuando tenía cinco años y llorar hasta que la angustia se me pasara.

Edward... —parecía incapaz de decir otra cosa, posiblemente estaba en shock—. Vuelve... Necesito... Tu padre y yo...

—T-tranquila —balbuceé y respiré profundamente para convencerme a mí mismo de lo siguiente que añadí—: Volveré. Algún día.

—¿C-cómo que algún d-día? Te necesito aquí, yo... No sé si podré...

Y ocurrió; comencé a llorar, pero jamás salió una sola lágrima. Escuché que mi madre cesaba sus sollozos, asombrada. Yo era una de esas personas incapaces de llorar, al igual que mi padre. Posiblemente, jamás me habría visto tan afligido y eso era más de lo que mi pobre madre podía asimilar.

—¿Cariño, qué es lo que ocurre? ¿Por qué me llamas ahora? Llevo s-semanas esperando noticias tuyas.

No sabía cómo explicarle el estado en el que me encontraba, el problema al que me enfrentaba y sobre todo, lo que más me dolía: que lo más seguro era que jamás volvería a verla. Por eso se preocupó aún más cuando el ruido de mis sollozos aumentó el volumen.

¿Estás... bien?

Sabía a lo que se refería. Le preocupaba mi estado de moribundo con el corazón enfermo.

—Sí —dije como pude—. No es eso... Estoy perdido, mamá.

Siempre lo has estado, cariño —me respondió con aquel tono que tan bien conocía. Podía verla sonreír cariñosamente, con una ceja elevada y expresión divertida mientras eliminaba las pruebas de haber estado llorando.

—Ahora más —susurré, apretando el teléfono contra mi cara y elegí bien mis palabras—. ¿Qué hago si creo que tengo razón sobre un asunto, pese a ser imposible que la tenga por las evidencias que se me presentan?

Ella siempre me ayudaba, aunque nunca le contara la verdadera raíz de mis problemas. Era especialista en darme consejos a partir de mis reacciones a las complicaciones que me preocupaban.

Deja de ser obstinado, hay veces en las que uno no lleva la razón. Es tu mayor problema, mi vida, no sabes ver la realidad con otros ojos que no sean los tuyos. Sólo... Sólo abre la mente. Eres maravilloso, deja que las demás personas vean lo que hay detrás de esa cabeza tan dura.

—No soy maravilloso en este momento —bufé mientras me restregaba la mano contra los secos e impasibles ojos.

Claro que sí —replicó ella—. Edward, te echo muchísimo de menos, pero sé que esto es importante para ti. Encuéntrate de una vez. No lo tienes que hacer por nadie, es algo que te va a ayudar ante todo a ti. Deja de estar perdido, ya han pasado veintitrés años; no dejes que sean más.

Me aterré. Tenía razón, durante toda mi vida había estado perdido en mí mismo, casi sin conocerme. Todo eran problemas, incluso yo mismo, y me encerré en mi mente de tal forma que aprendí a vivir sin confiar en nadie. Ni en mí.

—Imagina... Imagina por un momento que ya no puedo volver a ser el yo de antes.

Eso es una tontería. Todo lo tienes dentro de ti, sólo tienes que sacarlo.

—Tengo miedo —susurré.

Todos tenemos miedo, no es algo nuevo. El miedo va a estar ahí siempre, tú eres el que tiene que decidir si plantarle cara o dejar que gobierne tu vida. ¡Espabila, Edward! Tienes tantas cosas que hacer... ¿Vas a dejar que se pierdan todas tus oportunidades sólo porque te sientes confundido? ¿Dónde está el niño que se pasó casi dos días delante del piano porque no le salían unas nota como él quería?

Sonreí para mí mismo.

—Entonces, la vida era más fácil.

Te equivocas de nuevo. Escúchame atentamente, Edward Anthony Masen, porque es muy importante: los problemas se adecuan a la edad, a la circunstancia y al desarrollo físico y psicológico de la persona. Cuando tenías tres años te enfadabas por no poder construir tu castillo de LEGO con las piezas rojas y azules porque el perro rompió algunas de ellas y tuviste que utilizarlas de otros colores; aquello era el fin del mundo para ti. Después Anna Sullivan decidió darle la merienda a Matt Scott en lugar de a ti y pensaste que "la vida no merecía la pena", según tus palabras. Más tarde te enfurecías por las notas que a ti te parecían injustas de tus exámenes; porque no te concedían la beca para el conservatorio sin trabajar duro, cuando estabas acostumbrado a conseguir todo sin apenas esfuerzo; porque en la heladería de la esquina no necesitaban más empleados y tu querías una bicicleta nueva... ¿Sigo?

Puse los ojos en blanco a medida que avanzaba en su discurso, pero no la interrumpí.

—Vale, soy un melodramático —farfullé.

No, no he dicho eso —rió suavemente—. Quería que entendieras que a los tres años también tenías complicaciones. Y que a los cuarenta las seguirás teniendo y posiblemente te reirás de las que ahora tienes.

Intenté no soltar un comentario sarcástico. Si ella supiera... Todo apuntaba a que yo jamás llegaría a los cuarenta. Siempre veintitrés años. Siempre la misma cara, el mismo cuerpo. Sin embargo, mi madre tenía razón, debía enfrentarme a las consecuencias de mis actos, aprender a ser yo de una vez, forjar mi personalidad y estar a gusto conmigo mismo.

—Mamá, te tengo que dejar —dije rápidamente—. Te quiero, muchísimo.

¿Volverás a llamarle al menos?

—Sí. Es algo que va más allá de la necesidad —añadí con una pequeña sonrisa.

Te quiero, cariño. Suerte en todo lo que te propongas.

Y colgué, incapaz de seguir hablando sin volver a los patéticos sollozos.

Aquella llamada debía de haber costado un dineral, e inmediatamente me sentí culpable. Pensé en dejarle dinero a la chica, pero en los bolsillos de mis pantalones sólo había pelusas. Suspiré y arrojé aquel bolso lejos de mí. Después me dí cuenta de que era probable de que ellas volvieran con algún adulto o incluso con la policía; seguramente habrían denunciado lo ocurrido, por lo que supe que debía salir de ahí. No quería volver a la avenida principal, estaba muerto de miedo y me sentía inseguro, mi instinto me decía que me escondiera, o al menos que adoptara una pose defensiva.

Suspiré y me coloqué frente al muro de ladrillo que cerraba el paso de la calle; cogí impulso y salté con todas mis fuerzas. Había decidido dejar la mente en blanco, por lo que no pensé demasiado en el hecho de que ya estaba andando por los tejados de los edificios, sin apenas esfuerzo. ¿Sería posible destruirme, suicidarme? Sabía muy bien que caerme de una altura considerable no haría nada, mis pies siempre eran más rápidos y amortiguaban todo el peso, sin sufrir ninguna consecuencia por la caída. ¿Qué tal el veneno? Sacudí la cabeza, esa no era una forma de enfrentarme a los retos que se me ponían por delante; no quería defraudar a mi madre. Además, dentro de mí existía una especie de certeza: aún me quedaba mucho por ver y vivir. No podía exterminarme, tenía que aprovechar cada momento y aprender a controlar mi cambiante humor.

Decidí alejarme, cuando no había humanos cerca creía que podía ser yo, o al menos, tener consciencia de mis actos.

Deambulé por los tejados, buscando un lugar apartado donde poder tumbarme y reflexionar, puesto que no sabía qué otra cosa hacer. Necesitaba elaborar un plan, y para ello quería encontrarme a gusto conmigo mismo.

Tras unos minutos atravesando la ciudad, encontré lo que parecía un almacén abandonado, con las ventanas selladas. Aquel parecía un buen lugar; anteriormente me habría dado "miedo" entrar en un sitio como ese, pero ahora sentía mi fortaleza y era consciente del poco daño físico que me podría hacer un ser humano cualquiera.

Conseguí abrir una de las ventanas con una suave presión por parte de mi mano. Noté el estruendo de la madera al caer al suelo por el interior, pero no me sobresalté. Entré de un brinco en la estancia y a pesar de estar oscuro, pude vislumbrarlo todo con claridad. Cientos de telarañas inundaban el abovedado techo, decenas de cartones eran la decoración oficial, y el suelo se fundía con una espesa capa de polvo más delgada en algunas zonas, como si alguien hubiera estado allí. Me tensé pero no capté ningún efluvio potente, había varios olores que destacaban, todos agrios y poco agradables, pero sabía que sus propietarios no estaban presentes en ese momento.

Ya tenía lugar donde estar de forma tranquila, sin miedo a que la policía irrumpiera para apresarme o a tener personas a mi alrededor. Sin saber muy bien qué hacer me tumbé cuán largo era en el polvoriento y sucísimo suelo, sin importarme demasiado esto.

El tiempo, a veces, no tiene ritmo. Acelera, abrumando a todos aquellos sobre quien se expande; después aminora, provocando oleadas de desesperación. Yo me encontraba justo en la mitad del baremo, una mezcla de agobio con pinceladas de desmoralización. Mi vida, todo lo que había hecho hasta entonces, me parecían nimiedades al compararlo con lo que me quedaba. Debía tomar decisiones, mas ¿cómo hacerlo sin saber sobre qué tomarlas? Parecía un artista circense, andando sobre un fino hilo metálico, con la inmensidad del mundo bajo mis pies y un solo camino que tomar: hacia delante. Tenía que continuar, dejar ese pesar depresivo y autodestructivo, pero en ese momento me era absolutamente imposible.

Llegué a enloquecer. A levantarme con rapidez y entre alaridos destruir todo lo que tenía por delante. A cada muestra de poder sobrenatural, de fuerza inhumana, mi exasperación y horror incrementaba, causando así una nueva ola de destrucción seguida de cerca de un periodo reflexivo y tortuoso en una esquina de aquel almacén.

Podía haber llevado la cuenta del tiempo que pasé encerrado. De hecho, estaba seguro de que una parte de mi cerebro la llevaba, pero me daba tanto pavor comprobar que había pasado días sin comer y beber y sobre todo, sin la necesidad de ello —la quemazón de garganta era otra historia, cada segundo que pasaba resultaba más y más insoportable—, que decidí obviar el dato, enterrarlo en mi subconsciente y no darle importancia.

Mientras permanecía en mi esquina predilecta, sentado en el suelo, apoyado contra la pared y con las manos ocultando mi rostro, escuché un ruido. Me tensé, incorporándome al instante. Un rugido parecido al de un animal salió de lo más profundo de mi garganta cuando sonó un ruido parecido. Parecía como si la puerta principal se hubiera abierto y después vuelto a cerrar. Lo más sensato habría sido huir, pero hacía días que yo no era sensato; me había desquiciado y regodeado en mi soledad, y en ese preciso momento únicamente pude sentir ira al haber alguien allanado mi territorio.

Caminé sin hacer ruido, de la forma más sigilosa posible; ni un animal, con sus sentidos más desarrollados que los humanos, se habría alarmado. Era un depredador en potencia, una bestia hecha para matar en caso de peligro inminente y, lo que más me incomodaba y aterrorizaba: matar también aunque no ocurriera nada, sólo por el placer que me provocaba la sangre.

Un grueso bulto daba tumbos en la entrada, rebuscando entre los cartones amontonados en un lateral. Olisqueé y llegó hasta mí una mezcla de aromas; por una parte estaba la sangre y el martilleo constante del corazón, pero por otra, había un matiz de alcohol, suciedad y algo más que no podía clasificar que me hacía arrugar levemente la nariz. Sin embargo, estaba sediento, por lo que la primera parte se interpuso con creces sobre la otra.

El pobre hombre no sabía dónde se había metido. Ni siquiera parecía consciente de lo que hacía, su vaivén mientras ni siquiera se desplazaba me hacía pensar que estaba muy borracho. Mejor para él, menos dolor.

—¿Qué demonios...? —empezó a decir con voz pastosa al notar mi presencia. Su pulso se aceleró y me vi dando espasmos, moviendo el cuello por el placer que me provocaba el ahora amplificado olor de su sangre.

Gritó a medida que acortaba la distancia, pero el mareo que sentía le impedía correr o hacer algo brillante. Como si tuviera escapatoria.

Mi mente había cambiado de nuevo, ahora predominaban mis sentidos y aunque sus gritos me abrumaban y el que no moviera la boca me preocupaba ligeramente, esta vez sentía la determinación en mi sentencia. Ansiaba su sangre; quizá no oliera ni la mitad de bien que las mujeres de hacía unas noches, pero me sentía tan sediento que no le di importancia. La garganta me iba a explotar y mi boca estaba llena de veneno; lo podía notar, ácido, deslizándose entre mi lengua mientras la pasaba por los labios, los cuales se curvaron en una sonrisa malévola.

—Chico... Piensa en lo que haces... Tengo dinero, deja que me v-vaya y... —balbuceaba.

Solté una carcajada. No era más que un mendigo drogadicto y alcohólico. No por eso se merecía la muerte, pensó mi lado más racional, pero lo aplaqué rápidamente.

—No hay... nada que pensar —susurré, enloquecido.

De un solo golpe lo inmovilicé y en un par de segundos tenía mis labios pegados a la arrugada y estropeada piel de su cuello. Ni siquiera lo pensé, actué por instinto. No quería divertirme a costa suya ni jugar antes de satisfacerme; eran cosas que ni se me habían pasado por la mente. Simplemente seguía mis instintos animales, aquellos que versaban sobre la supervivencia y la superioridad de algunas especies.

Mis ahora afilados dientes se hundieron sin ninguna dificultad, estaban hechos para eso. La sangre salió a borbotones, al igual que los gritos del hombre. Eran desgarradores. Sin embargo, me alentaban a seguir, a succionar cada gota de vida que quedaba en aquel cuerpo ahora semi-inmóvil, a excepción de los espasmos que esporádicamente lo sacudían.

Bebí, y creí morir de placer. Mi garganta ardía con una furia insospechada mientras intentaba apaciguarla con cada gota de sangre que corría por ella. No me acordé del bien y del mal, ni de lo ético y lo inmoral; nada de eso tenía sentido en ese preciso instante, en el que aquella delicia de color borgoña se expandía por mi boca, revitalizando cada uno de mis tejidos corporales.

Cuando sentí escasear el flujo, paré. Me separé del cadáver y erguí mi figura, sintiéndome más fuerte que nunca. Podría con cualquier cosa, era invencible. Una sonrisa surcó mi cara en aquellos momentos de deidad y demencia. Solté una risotada estruendosa al mismo tiempo que derrumbaba una pared que separaba la espaciosa estancia principal de otra habitación, y mientras el polvo del cemento vencido caía sobre mi cabeza, tuve un momento de lucidez dentro de la locura.

—Dios mío —susurré mientras corría de nuevo junto al cuerpo inerte. Me arrodillé junto a él y, sabiendo que era absurdo y completamente inútil, apliqué un masaje cardíaco simplemente por la culpabilidad que me carcomía—. No, no...

Ya no había ni rastro del olor que tanto me atraía, por lo que pude pensar con toda la serenidad que pude teniendo en cuenta el estado de paranoia en el que me encontraba. Me aovillé a su lado y me balanceé con las piernas fuertemente abrazadas. ¿Qué iba a hacer ahora, que me daba asco yo mismo? ¿Cómo podría seguir adelante si a cada paso que daba mi situación empeoraba?

No tenía respuestas, sólo un enorme vacío existencial y una repugnancia sin precedentes. Decidí tumbarme allí mismo y sollozar sin lágrimas, que de hecho, era lo que mejor se me estaba dando hasta el momento.

Quizá debería haber sacado el cadáver de allí, haberlo enterrado de forma digna, pero sentía que estar junto a él era una buena forma de penitencia. No sabía en qué punto del camino me había vuelto tan extremadamente excéntrico y trastornado, mas, llegué a creer que era la mejor forma de obrar una vez el daño ya estaba hecho.

No me moví ni un centímetro en lo que me parecieron días. Ni siquiera cerré los ojos, me quedé petrificado observando el movimiento de las motas de polvo que volaban por encima de mi cabeza, intentando no pensar. También me privé del sentido del olfato; no tenía sentido usarlo si ya nada importaba.

Estaba en esa postura, en un estado algo catatónico y tatareando la partitura más triste y melancólica que conocía cuando hubo otro ruido. Temblé. No quería que ocurriera lo mismo, y sabía que ocurriría, era un monstruo sin una pizca de autocontrol, me lo había demostrado con creces.

—¿Edward? —musitó aquella voz dulce y melodiosa usando un tono asustado.

No me sentí inseguro. Quién más miedo me daba era yo mismo, por lo que me limité a sentarme, aovillado de nuevo y sin poder mirarla a la cara. La vergüenza y la humillación eran tan fuertes que la ira acudió a mí otra vez. Sin embargo, al alzar la cabeza y verla, en toda su grandeza, el llanto acudió de nuevo a mí.

En el resquicio de la ventana e iluminada por la tenue luz que se filtraba del exterior, estaba Bella, observándome con ojos desorbitados.

___________________________________________________________________________________

Buenos nenas otro capi que LAURAMARIE nos regala con mucho cariño y amor, asi que si queres seguirlos recibiendo comenta eso la alimenta..besasos guapas

6 comentarios:

nashkalight dijo...

wiiii spy la primeraa y quiero decir q por fin!!!!!!!!!! uffff me esta gustando que todas este retomando los fics q dejaron incunclusosss xfavor sigan con libros para chicas!!!! ufff me encantaaa esta historia y las q quedaron incunclusas me encanta este blog sigan asi x fiss

nydia dijo...

Grandioso q este de nuevo la historia es genial .me encanta...Besos....

K. Cullen dijo...

por dios gracias por continuar con los fics suspendidos me facino el capi por favor sigan con libro escrito para chicas

Romina dijo...

Por fin!!!Después de tanto tiempooooooo,lo estaba esperando desde hace mil!!!Gracias chicas,ha estado genial el capi,qué hará Edward ahoraaa??M encantó y espero el siguiente capi con muchísimas ganas,cuidaros y besos

Cristina Alejandra Martín González dijo...

impresionante, me fasino es la mejor historia que e leydo me encanta porfa sigue escribiendo un beso

Anónimo dijo...

esta es historia es buena sigue escribiendo, es una historia fasinante