martes, 11 de mayo de 2010

Libros Escritos Para Chicas


Preparación física y psicológica para el fin de semana

—Necesito vuestra ayuda, es de vida o muerte —les dije a Rosalie y a Alice cuando llegaron de clase.

Eran las tres de la tarde, la hora a la que solían volver y había salido a recibirlas al pasillo de la entrada envuelta en la colcha de mi cama y totalmente despeinada. Se miraron entre sí y me acompañaron hasta el salón, dejando antes los bolsos y carpetas en el suelo.

—No nos asustes —Rosalie me miraba con el ceño fruncido, incapaz de imaginarse por dónde irían los tiros.

Suspiré y me aparté las capas de pelo marrón que me caían sobre la cara, intentando despejarme.

—Tengo el problema más grande de mi vida. He quedado con dos personas diferentes el sábado.

—¿Con quién has quedado aparte de Edward? —chilló Alice.

—Un momento... ¿Cómo sabes lo de Edward? —inquirí, desconfiada.

—Nos lo ha contado esta mañana —se argumentó Alice, subiendo las piernas al sofá—. Tienes que salir con él. Es más, hasta me da igual que os enrolléis y que me hagas perder dinero.

—Sí, Bella. Edward lo está planeando todo ya —añadió Rosalie—. ¿Quién es el otro?

—¿Recordáis al chico alto y guapo de ojos azules del concierto de Hyde Park?

—¿Jasper? —sonrió Alice, bromeando.

Puse los ojos en blanco y le di un empujón.

—Tom, es Tom.

—¡Es muy guapo! —exclamó Rosalie, y se puso a pegar botes en el sofá—. ¡Sal con los dos, Bella! No te perdonarás nunca desaprovechar a alguno de ellos.

Pero sin embargo, sabía que lo que no me perdonaría jamás era jugar a dos bandas. Yo no era como Rosalie, mi desinhibición no se parecía en absoluto a la de ella.

—No —dije simplemente—. Es como de película barata, una de esas en la que la chica queda con dos hombres en el mismo restaurante y les dice todo el tiempo que tiene que ir al servicio para, en realidad, estar con el otro.

Mis amigas se carcajearon y me dieron la razón con ojos llorosos.

—¿Te imaginas a Bella haciendo eso? —rió Alice.

—¡Y nosotras grabando a través del cristal del restaurante! —Rosalie alzó la mano y la chocó con la de Alice mientras yo gruñía.

Me masajeé las sienes intentando concentrarme y esperé a que se les pasara el ataque de risa inesperado.

—¿Qué hago? —gemí, dándome golpes intencionados contra el respaldar del sofá.

—Es que los dos están muy buenos —suspiró Rosalie.

—Para mí, Edward es mejor —comentó Alice.

—Ya, pero también tenemos que darle una oportunidad a Tommy...

Las miré mientras debatían sobre mi vida sentimental sin contar conmigo para nada.

—¿Por qué no quedas con Tom por la mañana, para ir a almorzar o algo, y por la noche sales con Edward? —propuso Alice.

—¿Y qué le digo? ¿Cómo le explico que es que por la noche no puedo salir? Además, Edward es súper celoso... No me quiero ni imaginar lo enfadado que se pondría si descubriera que he salido el mismo día con uno de sus mejores amigos —resoplé yo.

—Mira, Bella, eres libre. No estás casada, ni eres monja, ¿verdad? —dijo Rosalie con una sonrisa tierna—. Disfruta de tu vida, tía. ¿Qué más da que vayas a salir con dos? Es decir, han sido ellos los que te lo han pedido, ¿no? Sería distinto si tú hubieras estado arrastrándote tras ellos para conseguir una cita y después les sueltas que en realidad tienes más "puertas abiertas".

—¡Me encanta esa expresión! —rió Alice—. Mujer morena, con apariencia tímida dice a hombre alto con ojos verdes: "Lo siento pequeño, pero tengo más puertas abiertas además de la tuya". Guiña un ojo y sale de la estancia. Hombre con cara descompuesta. Se funde la imagen en negro.

Alice había asistido a un curso de guión cinematográfico que se impartía en Port Angeles hacía unos meses, y desde entonces no desaprovechaba la oportunidad de hablar como si fuera una guionista profesional. A Rosalie y a mí nos encantaba, nos imaginábamos las escenas más pintorescas aún de lo que nuestra amiga explicaba.

—Bella, compórtate por una vez como una femme fatale —pidió Rose—. No sé, ponte una falda de tubo, unos tacones asesinos tipo "devora-hombres" y una camisa muy escotada. Ve a comer con Tom, déjale inconsciente del placer y después ve a cargarte a Edward también.

—Rosalie, ¿de qué estás hablando? —me carcajeé yo—. No desvaríes.

—Es verdad, Rose, le pegaría más algo con estampado de leopardo y textura aterciopelada o de cuero.

—¡No había caído! —rió Rosalie.

—¡Dejad de reíros de mí! —pedí, aunque yo también me estaba divirtiendo mucho.

Me saqué un pañuelo de papel del bolsillo del pijama y me soné la nariz mientras aprovechaba el momento para pensar.

—¿Y si salgo el viernes con Tom y el sábado con Edward? Tom es más flexible, si le digo a Edward eso de cambiar la fecha posiblemente me corte la cabeza con un hacha mal afilada, para que sufra más.

Ellas soltaron una carcajada ante mi no tan exagerado comentario. Conocían a Edward lo suficiente como para saber que su orgullo era algo demasiado importante para él.

—Es una buena idea —aprobó Alice—. Edward está preparándote algo para el sábado noche, así que no creo que le haga mucha gracia eso de salir mejor el viernes. Y por lo demás, debe entender que tiene competencia.

—¿Pero se lo digo? Es decir, ¿le comento que voy a salir con Tom? Es que me aterroriza la idea.

—¡Cobarde! —exclamaron las dos a la vez, golpeándome con un cojín.

Me escabullí del sofá y corrí hasta mi cuarto tropezándome con todo lo que se interponía en mi camino. Alice y Rosalie me siguieron entre carcajadas y se tiraron en mi cama, aplastándome.

—¡Llama a Tom ahora mismo! —pidió Alice, tendiéndome su propio teléfono móvil.

—No tengo su número —murmuré, deshaciéndome de ella.

Alice chasqueó la lengua y buscó en la agenda de contactos para llevarse después el aparato a la oreja.

—Jasper, necesito que me des el número de móvil de tu amigo Tom. —Se levantó de un salto y buscó en mi mesa de estudio un trozo de papel y un bolígrafo para copiar lo que le dictaba Jasper. Se despidió efusivamente y colgó de forma rápida para después tenderme el pequeño papel.

Suspiré y se lo arranqué. Lo miré durante un instante, como queriendo borrar los números con la mirada, pero descubrí que no era posible. Con parsimonia cogí mi móvil de la mesita de noche y marqué el teléfono; casi temblaba de los nervios. Las miradas emocionadas de mis amigas tampoco ayudaban, por lo que cerré los ojos con fuerza e intenté evadirme.

—¡Pon el manos libres! —me chillaron, empujándome.

Tuve que acceder y pulsé el botón, aunque a regañadientes.

¿Sí? —preguntó la voz de Tom desde el otro lado de la línea.

—Tom, soy Bella.

Su suave risa llenó la habitación y todas nos sentimos emocionadas sin saber muy bien por qué.

—Verás... Es que...

No lo digas. No puedes salir conmigo, ¿verdad?

Me quedé muda e intercambié una mirada nerviosa con mis amigas. Rosalie se mordía un labio y sabía que estaba pensando "qué pena me da", mientras que Alice parecía debatirse entre los pros y los contras de que Tom se enterara de mi cita con Edward.

—Esto... Sí que puedo salir contigo en "general", el problema es... Es que el sábado no.

Tom volvió a reír de forma despreocupada y la tensión que sentía se disolvió poco a poco.

Entiendo... ¿Otro tío?

Les di una patada a mis amigas puesto que habían empezado a desternillarse al verme contra la espada y la pared.

—Algo así —murmuré avergonzada.

No te preocupes, creo que también iba a tener problemas para salir el sábado contigo... ¿Te parece mejor vernos el viernes por la noche?

Quería saber qué tenía que hacer el sábado, pero no tenía tanta confianza como para exigir explicaciones. Alice y Rosalie también estaban intrigadas y cuchicheaban entre ellas.

—El viernes. Genial.

¿Trabajas?

—Eh... Sí, salgo de siete y media a ocho, depende de la gente que haya.

Entonces te recojo allí. Nos vemos en la Universidad, y si no... Pues hasta el viernes.

—Que pases un buen día —dije simplemente yo.

Y tú. Un beso, preciosa.

Y colgó. Me quedé mirando el teléfono mientras Alice y Rosalie chillaban de la emoción y planeaban una visita urgente a Oxford Street para comprarme ropa apropiada. Según ellas, tenía dos citas y cero vestidos.

—¡Vamos ahora! —propuso Alice, encantada.

—Alice, se supone que no voy a ir al trabajo porque estoy enferma... Además, la librería está excesivamente cerca de Oxford Street. Me moriría de la vergüenza si me viera mi jefe...

Alice se levantó y con las manos en la cadera me miró severamente.

—Isabella Marie Swan. Hoy es lunes. Tienes una cita el viernes. Otra el sábado. Cero ropa. Quedan cuatro días. Trabajas los cuatro días —fue enumerando con los dedos todo lo que decía para ilustrar mejor la situación de mi vida—. Hoy es el único día libre que tienes, y si te sientes mal te tomas una aspirina. Y si tienes miedo a que te vean, te disfrazaremos.

Parecía muy satisfecha con su plan, pero yo le veía grandes lagunas.

—Vamos, Bella, no hemos salido ningún día de compras las tres juntas desde que estamos aquí —musitó Rosalie, poniendo cara de cordero degollado.

—¡Está bien, está bien! —suspiré profundamente—. Pero como alguien me reconozca y pierda el trabajo, no os volveré a hablar en la vida.

Alice gritó emocionada y salió corriendo de mi habitación. Miré extrañada a Rose y se encogió de hombros.

—Vamos a prepararte, tienes una cara horrible.

—Y tanto... ¿No os habéis enterado de que estoy enferma? —bufé mientras me sentaba delante del espejo para que empezara a maquillarme.

Utilizó tanta sombra de ojos y maquillaje en general que tuve que reconocer que al mirarme en el espejo no supe que era yo. No estaba fea, sólo distinta. Después me dejó unos pantalones vaqueros muy ajustados para mi juicio y una camisa demasiado escotada. Iba "muy Rosalie".

Estaba discutiendo con ella, negándome a llevar tacones, cuando Alice volvió a entrar portando una maraña de... ¿pelos?

—Mirad lo que me han dejado los vecinos —sacudió aquella cabellera rubia y caí en la cuenta de que era una peluca. Una peluca muy poco real, bajo mi punto de vista—. Así nadie te reconocerá, Bella.

Enmudecí, pero rápidamente extendí mis brazos, alejándola.

—No me voy a poner eso. Prefiero que me vean y me despidan.

Alice se acercó dramáticamente, mirándome con expresión dubitativa.

—¿Estás segura, Bella?

Y me hizo dudar. Miré de nuevo la peluca y gruñendo se la arranqué de la mano, necesitaba el dinero. Intenté ponérmela bien sola pero fui incapaz, por lo que Alice corrió a socorrerme.

Me observé en el espejo y reí a carcajadas. Estaba ridícula, pero nadie me reconocería. Tenía la raya al lado y el flequillo recogido tras la oreja derecha, era un pelo rubio, brillante y largo. No quise ni imaginar por qué mis vecinos tendrían una peluca como esa.

—La usó Emmett en una fiesta de Halloween —explicó Alice al ver mi expresión facial—. No estás fea, Bella. A mi me gusta. Bueno, tienes las cejas demasiado oscuras para ese color de pelo...

—¡No me pienso teñir las cejas, Alice!

Cogí un bolso cualquiera y metí varios paquetes de pañuelos de papel, el móvil, la cartera y las llaves. Antes de salir del edificio me acordé de tomarme otra aspirina para el dolor de cabeza producido por la congestión.

Ninguna quería gastar dinero tontamente en metro, por lo que recorrimos por fuera Hyde Park para llegar a Oxford Street. El estar tan cerca de un sitio privilegiado me hizo sonreír y olvidar mi estúpido atuendo por unos segundos.

—Chicas, no puedo permitirme el lujo de comprar en tiendas caras.

—Ya lo sabemos, Bella. Entraremos sólo en sitios asequibles, no vamos ni a mirar la puerta de Selfridges, lo prometo—respondió Alice, dando saltos entusiasmados.

Pero no la creí. Y de hecho, nada más llegar, se quedó mirando como embobada el escaparate de una tienda que vendía ropa Ralph Lauren. Necesité la ayuda de Rosalie para arrastrarla lejos de allí sin que la peluca se me moviera, y en ese momento fui consciente de lo difícil que sería esa tarde.

—Vale, lo primero que tenemos que hacer es decidir qué tipo de ropa vas a usar —empezó a decir Rosalie—. Podemos llamar a Edward y a Tom y enterarnos de qué van las citas, y a partir de ahí construir tu vestuario.

—¡Qué buena idea! —exclamó Alice. Después sacó el móvil, me pidió el mío para tener el teléfono de Tom y se alejó para que no la escucháramos hablar con los chicos.

Me entretuve viendo a la gente que pasaba cargadas de bolsas, con rostros felices. Ir de compras era una terapia estupenda para la mayoría de la población terrestre. Entonces vi a una chica con el pelo castaño y me recordó a Angela. Me escondí en el cuello de mi abrigo y Rosalie me miró.

—Creo que es Angela. —Señalé a la chica con la cabeza y Rosalie estalló en carcajadas.

—¡Es un hombre con pelo largo, Bella! Deja de obsesionarte, nadie te va a reconocer. —Me pegó un tirón del abrigo, obligándome a descubrir de nuevo mi rostro.

Al poco tiempo, Alice volvió y retomamos nuestra marcha.

—¿Qué te han dicho? —me interesé yo.

—Ni sueñes con que te lo voy a contar —rió Alice—. Pero te van a gustar ambas noches, ya verás. Bueno, ¿dónde vamos? Mirad, ¡French Connection!

—Alice, no me voy a gastar ciento cuarenta libras en un vestido —le respondí mirando el precio de las prendas que había en el escaparate.

Alice refunfuñó y Rosalie soltó una risita. Entramos en Gap y salimos al minuto, nada llamaba nuestra atención a simple vista. Pasamos por delante de GB Apparel y Rosalie comentó que como último recurso podría ponerme una camiseta serigrafiada de Bob Esponja o Superman. Me dolió su falta de confianza en mí a la hora de encontrar ropa, pero en el fondo sabía que era un desastre.

Pasamos por todas las tiendas que se ajustaban a mi presupuesto sin encontrar nada. Cuando vi un Primark sonreí, y Alice puso el grito en el cielo e intentó agarrarse de mi jersey para evitar que entrara. Sin embargo, corrí y me vi admirando varios vestidos.

—¿Cómo puedes comprar aquí? —cuchicheó Alice, a punto de echarse desinfectante en las manos.

—Oh, vamos, la ropa no está tan mal —me apoyó Rosalie, que miraba los zapatos complacida por el precio—. Te puedes comprar veinte cosas más que en una tienda de marca, aunque luego se rompan antes.

Acabé yendo a caja con camisetas y faldas que aunque no iba a utilizar para mi cita, me venían bien para mi vida diaria. Alice acabó comprándose una diadema muy graciosa para el pelo, y nos hizo prometer que jamás lo contaríamos por ahí. Como éramos sus amigas, nos vimos en la obligación de cumplir la promesa.

—Vamos a H&M, es barato y quizá encontremos algo de lo que buscamos —suspiró Alice.

Estuvimos curioseando y todas nos compramos algo sólo por el placer de consumir. Yo necesitaba maquillaje, Alice un paraguas nuevo y Rosalie un sujetador azul con dibujos de Minnie Mouse. Nunca supimos por qué necesitaba ese en concreto.

Salimos a la calle de nuevo, exasperadas.

—A ver, según Alice, para ir con Tom necesitas algo más formal —comentó por sexta vez Rosalie—. Vamos a Zara que tengo ganas de entrar, es una pena que en Washington no haya.

Entramos en la tienda española, que estaba abarrotada. Vi que los precios entraban dentro de lo que me podía permitir y que si buscaba bien podía encontrar cosas bonitas. Alice vino hasta mí agitando un vestido muy corto, azul eléctrico y palabra de honor.

—¡Es muy bonito! —suspiró Rosalie.

—Ya, pero muy... ¿elegante? ¿Cuándo me lo voy a poner?

—Con Tom —asintió Alice—. En serio, no estarás fuera de lugar con esto.

Fuimos hasta los probadores y entramos todas en uno. Me desnudé sin pudor y me ayudaron a ponérmelo. La parte de abajo estaba dividida en dos volantes, cubiertos ambos por una fina gasa del mismo tono azul. La tela formaba una especie de espiral o flor en el lado izquierdo, bajo el pecho. Me sentaba mejor de lo que había pensado en un principio, era de esas veces que la ropa parece más bonita cuando la llevas puesta. El único problema era que no me acostumbraba a verme de rubia platino. Parecía la hermana fea de Rosalie.

—Casi sesenta libras —dijo Alice, leyendo la etiqueta—. Y es precioso. Te lo puedes poner en otras ocasiones; aunque parezca que es para ir arreglada, todo depende de los complementos que le acompañen. No es lo mismo que lo lleves con unas manoletinas que con unos taconazos.

—Tiene razón —comentó Rosalie, que se había sentado en el pequeño taburete que había dentro del probador, con la espalda pegada al espejo—. Además, le da volumen a tus caderas, ¿no es lo que has querido siempre?

Asentí y me miré de perfil. Realmente me gustaba aquel vestido y aunque era más corto de lo que hubiera deseado, me sentía cómoda.

—Y yo tengo unos zapatos azules que le irán súper bien. Aunque claro, eso sería ya demasiado azul... Bueno, no te preocupes, es un color muy combinable.

Acabaron convenciéndome y de forma rápida me volví a vestir con mi ropa. Alice salió disparada para hacer cola y no perder tiempo mientras que Rosalie y yo nos entretuvimos buscando algún cardigan que le fuera bien al vestido.

—Puedes ponerte la mía roja —propuso cuando nos dimos por vencidas—. Me encanta el azul y el rojo juntos si sabes cómo llevarlos.

Le di la razón y fuimos con Alice, que ya casi había llegado a la caja. Pagué con mi tarjeta de crédito y volvimos a Oxford Street.

—Bueno, ahora manos a la obra con Edward, que es más difícil.

Durante unas horas estuvimos dando vueltas como tontas, entrando en todas las tiendas que considerábamos apropiadas. En Bik Bok me enamoré de unas medias con motivos navideños y de otras negras con corazones en blanco. Mis amigas se rieron de mí, pero más tarde me hicieron jurar que se las dejaría en alguna ocasión y sentí orgullo ante mi estrambótico gusto en medias.

Después me arrastraron hasta Intimissimi donde, casi con un cuchillo en el cuello, me obligaron a comprar un par de conjuntos bonitos y atrevidos de lencería.

—¡Esto pica! —les exclamé, mostrándole el sujetador sin tirantas y de encaje rojo que querían que usara bajo el vestido azul—. ¡No voy a pasarme una noche rascándome!

Me ignoraron olímpicamente y añadieron a la compra otro que también tenía pinta de picar mucho. Ellas también cogieron algunas prendas de lencería que no sabía cuándo pensaban utilizar, pero yo tampoco era nadie para preguntarles. Allá ellas con su intimidad, pensé al ver el corsé que se estaba probando Rosalie.

—Está bien, me rindo —suspiró Alice tras salir de la tienda de ropa interior y pasarnos un largo rato buscando el vestido que me quedaba.

—¿Y si nos salimos de Oxford Street? Es decir, en las calles paralelas también deben de haber cientos de tiendas —propuso sabiamente Rosalie.

Desviamos la dirección de nuestro paseo y a los pocos minutos Alice dio un respingo.

—¡Aquí, entremos aquí!

Delante nuestra había una tienda de ropa rockabilly y pin-up con una fachada atrevida que invitaba al viandante a entrar.

—No sé qué piensas que me tengo que comprar, pero todo esto me está empezando a parecer raro...

Nos metimos en la tienda, que estaba vacía en comparación a las anteriores en las que habíamos estado, y sonreímos a la dependienta. La chica llevaba cientos de coloridos tatuajes, un septum, el flequillo excesivamente corto y un vestido blanco de topos rojos con mucho vuelo a partir de la cintura. Una completa pin-up.

—¡Hola! —nos saludó alegremente, mascando chicle—. ¿Os puedo ayudar?

—Venimos buscando un vestido un poco retro, pero que no sean los típicos que se llevan ahora de estampados florales horteras —comentó Alice.

La chica rió a carcajadas y se acercó a nosotras.

—Aquí tenemos sobre todo ropa rockabilly, no sé si eso es lo que buscáis.

—Bueno, nos vendría bien algo que se pudiera llevar sin causar estragos a finales de los cincuenta, principios de los sesenta. —Alice sabía muy bien lo que quería, y Rosalie y yo intercambiamos una mirada escéptica. ¿Qué planeaba Edward? ¿Llevarme a una fiesta vintage?

—¿Necesitáis tres vestidos?

Alice sonrió.

—¿Por qué no?

No entendía nada, ¿iban a venir mis amigas conmigo? No me imaginaba a Edward queriendo público.

—Bueno, soy Chloe —se presentó ella mientras sacaba grandes libros de inventario—. Me parece que nos vamos a divertir buscando esto.

Estuvimos con la cabeza metida en las ilustraciones del catálogo que nos dejó Chloe comentando cada uno de los vestidos y haciendo una lista con los que más nos gustaban. Rosalie insistía en que todos eran demasiado largos —por debajo de la rodilla—, que para ella no suponía un problema porque era alta, pero que a nosotras quizá no nos quedarían bien.

—Pero eso lo arreglo yo —suspiró Alice—. Para algo estudio Diseño, Rose... A mí me encanta este —señaló uno de mangas cortas azul marino con topos blancos, cuello blanco con el filo rojo, y abotonado por delante con pequeños botones también rojos. Un pequeño cinturón de los mismos colores que el cuello descansaba sobre la cintura formando un diminuto lazo en un lado.

—Tendrás que dejarlo más corto —le advirtió Rosalie.

—Ya lo sé, pero me encanta. Creo que me quedaría bien.

Yo sin embargo, no podía apartar la vista de un vestido negro con vuelo en la parte de la falda, lleno de estampados de cerezas. Me parecía precioso, pese al escote y a la comparación del tamaño de mi pecho con el de la modelo de la fotografía. Lo comenté en voz alta.

—Pues yo te iba a recomendar el mismo —rió Rosalie—. Me parece muy mono. Pero el de tirantas, el que es más ceñido al cuerpo y tiene mangas cortas me gusta menos para ti.

Una vez que Alice y yo tuvimos claro lo que queríamos, ayudamos a Rosalie, que parecía dudar seriamente entre algunos modelos.

—Es que ninguno de los demás me parece "retro"... No te ofendas, Chloe.

—Tranquila, tranquila —rió la dependienta.

—Me gusta este de color azul oscuro, creo que me quedaría bien. Pero no sé si desentonaré.

Todas lo miramos con detenimiento. Era extremadamente ceñido, llegaba por debajo de la rodilla y tenía un escote pronunciado que acababa en un lazo blanco.

—Tienes suficientes curvas como para lucirlo —señaló Chloe—. Además, todo depende del peinado que te hagas. Tienes un pelo súper parecido al de Scarlett Johansson, sólo que más largo, y cuando ella se hace peinados a los años cincuenta está guapísima, como en los anuncios que ha hecho para Dolce&Gabanna. No sé, ponte un rulo en el flequillo, recógete la melena... Puedes darle un toque muy retro si quieres. Usa guantes por ejemplo, o carmín rojo.

Siguió ayudándonos, dándonos instrucciones de cómo usar aquellos vestidos. Después sacó nuestras tallas del almacén de la tienda y nos esperó para ver cómo nos quedaban. Estábamos bastante satisfechas, y sobre todo cuando vimos el precio. No pude creerme que el mío sólo costara treinta y cinco libras.

—Es que estamos en rebajas —explicó mientras nos cobraba y metía todo en una bolsa—. Espero veros de nuevo, chicas.

Nos despedimos efusivamente de ellas y salimos contentísimas de allí. Alice se moría de ganas de abrir su máquina de coser y empezar a retocar su vestido, mientras que yo sólo pensaba en tumbarme en la cama y levantarme sólo para cenar.

Empezó a lloviznar una vez estuvimos a quinientos metros de nuestro edificio, por lo que chillando, empezamos a correr como locas. Estaba emocionada porque iba la primera, me giré para reírme de ellas y fue cuando choqué contra algo demasiado duro.

—Au —me quejé, frotándome el hombro izquierdo.

Sonreí al ver que era Edward, que salía del edificio.

—Perdona —dijo sinceramente—. No te he visto. ¿Te has hecho daño?

—Vamos Cullen, no te hagas el caballero —me reí yo—. ¡No te lo vas a creer! Vengo de comprar un maldito vestido para el sábado. ¡Sí, yo comprándome algo para ti! Deberías estar contento, pensaba ponerme un chándal.

Edward me miraba con desconcierto, y no supe qué le podía pasar. Entonces, al mencionar "el sábado" pareció reaccionar y abriendo desmesuradamente los ojos se agarró el estómago mientras soltaba enormes carcajadas. Entonces lo entendí. Aún llevaba mi disfraz personal especial para que nadie del trabajo me reconociera.

—¡No tiene gracia! —exclamé, agarrando la peluca y tirando de ella con fuerza—. No he ido a trabajar y podían haberme visto en la calle.

—¡Qué bueno! —gritó mientras se retorcía de la risa—. Es que no sabía que eras tú. Por un momento, me he asustado.

Le di un empujó con todas mis fuerzas, pero él siguió desternillándose.

—¿Qué le pasa a Edward? —preguntó Rosalie entre jadeos una vez llegó hasta donde estábamos nosotros. Detrás venía Alice, también asfixiada.

—He empezado a hablarle pero no me reconocía con la peluca —expliqué, y se unió a las risas—. Oye, ya basta.

Rosalie y Alice fueron escaleras arriba riendo, llevándose de camino mis bolsas y la peluca, y me quedé con un risueño Edward.

—Pero no te quedaba mal —aseguró, pasándose el dorso de la mano por los ojos.

—Es un consuelo... —murmuré.

—Estoy seguro de que nadie te ha reconocido —rió él.

Puse los ojos en blanco y él me alborotó el pelo.

—¿Dónde vas? —quise saber.

Entonces me arrepentí. No supe por qué había sido tan estúpida de preguntar, estaba claro que iba a dar una vuelta con alguna de sus "amigas", aunque no parecía haberse arreglado. Ni siquiera olía como recién duchado, podía reconocer ese olor a kilómetros de distancia. Y en ese momento, Edward olía simplemente a Edward. Apreté los puños mientras veía a cámara lenta cómo abría los labios para contestarme.

—¡Qué cotilla, Bella! —bromeó—. Voy a por unas pizzas, que ninguno tiene ganas de cocinar.

Mi corazón volvió a su ritmo normal y me sorprendí a mi misma suspirando, aliviada. ¿Qué diablos me pasaba?

—¿Te importa si te acompaño? Hemos pasado la tarde fuera y seguro que me tocaría a mí preparar algo.

Edward rió entre dientes y miró al exterior. Estaba lloviendo, podía escucharlo a la perfección.

—¿Llevas paraguas? —me preguntó.

—No, se me ha olvidado. Aún no me acostumbro a cogerlo siempre... En Forks llovía también, pero no salía a la calle tanto como aquí —comenté.

Él sacó un paraguas plegable del forro de su chaquetón y lo abrió, ofreciéndome su brazo. Con una sonrisa y cohibida, me agarré a él y salimos del portal a paso rápido. La pizzería más cercana estaba a algo menos de un kilómetro, pero íbamos tan deprisa que el paseo fue en un abrir y cerrar de ojos. Aún así, cuando llegué estaba totalmente empapada.

—¡Odio que llueva de abajo a arriba! —exclamé, sacudiendo la cabeza.

Edward rió ante mi comentario y se colocó en la barra de pedidos. Estuvimos cinco minutos esperando a que un hombre barrigudo nos atendiera.

—Dos pizzas grandes, una de cuatro quesos y otra de pepperoni —pidió Edward.

—Otras dos iguales —añadí yo rápidamente. El hombre me miró, ceñudo, pero volvió a sus labores pizzeras.

Vimos cómo hacían nuestra comida en primera persona, fue un momento muy bonito. Se lo comenté a Edward y se limitó a reír.

—Al menos sabemos que no escupirá en la comida.

—Es un alivio —suspiré yo—. No sé qué placer obtiene la gente al escupir en la comida de otro, pero según parece es un hecho contrastado.

—¿Hay estudios científicos? —preguntó Edward, apoyado en la barra y dirigiéndome una mirada divertida.

—Los hay.

Edward me invitó a una Coca-Cola mientras esperábamos nuestros pedidos. No me hizo caso cuando insistí en pagar la mía y consiguió hacerme enfadar. Bebí pequeños sorbos a través de una pajita mirándole con el entrecejo fruncido. Él lo encontraba muy divertido.

—Y dime, ¿a dónde me vas a llevar el sábado? —quise saber.

—¿Dónde quieres tú que te lleve?

—No quiero ningún sitio caro, no necesito que te gastes dinero en mí de esa forma tan estúpida. Como ahora —señalé la bebida y rió entre dientes murmurando "cabezota"—. Venga, dame una pista.

—Bella, no insistas —sonrió él.

—¡Odio que seas misterioso! —exclamé—. Me pone los nervios de punta.

Edward sonrió.

—Te veo muy interesada...

—En el misterio en sí, no en ti —le aclaré. Mientras le señalaba con el dedo índice añadí—: Nunca estaré interesada en ti.

Se llevó las manos al corazón y puso una mueca agonizante que me hizo mover negativamente la cabeza.

—¡Me rompes el corazón! —suspiró—. Espero que nunca llegue pronto —bromeó.

Me reí con fuerza y le observé mientras se terminaba el refresco. Después, con un movimiento ágil, me quitó el mío y empezó a bebérselo como si nada.

—¡No me puedes invitar y después quitármelo!

Edward pestañeó rápidamente mientras sujetaba mi pajita y sorbía con fuerza.

—En serio, ¿así ligas? —le bufé, muy divertida.

—Ajá... ¿Estás interesada en mis técnicas de acoso y derribo? —preguntó con una risa.

Estaba demostrándole lo bien que sabía poner los ojos en blanco cuando el camarero llegó con cuatro cajas de cartón y tuvimos que pagarle. Las pizzas olían de una forma tan deliciosa que me sentí desfallecer. Cerré los ojos mientras inspiraba y noté la risita de Edward a mi espalda.

—A ver cómo corremos ahora con todo esto y un paraguas —suspiré al ver que estaba lloviendo con más fuerza aún.

—¡La lluvia es genial! —exclamó él, y de forma repentina anduvo hacia la intemperie dejándome a mí en el umbral del establecimiento. Extendió los brazos mientras millones de gotas caían sobre él.

Reí a carcajadas y la gente que pasaba por la calle —con paraguas, por supuesto—se nos quedaron mirando, extrañadas.

—En el Reino Unido, tres de cada tres niños nacen en un día de lluvia —gritó Edward, y mis risas aumentaron—. Yo nací con branquias.

Sabía que estaba resfriada, que había pasado un día terrible de pañuelos de papel y que posiblemente el frío y la lluvia fuera poco recomendable para mi salud. Pero no me pude contener, corrí hacia donde estaba con las cajas en la mano y sentí los pequeños impactos húmedos sobre mi cara. Estornudé y Edward rió.

—¿No dicen que para quitar las agujetas lo mejor es un día de ejercicio? ¡Pues quizás para curar el resfriado haya que someterse a situaciones como esta!

—¡Eres un médico de mierda! —le grité.

Entonces me quitó las pizzas de la mano, cuyo cartón empezaba a ceder por el agua y corrió hasta nuestro edificio. Le seguí muerta de risa y casi me atropellan en un paso de peatones cuyo semáforo estaba en rojo. Edward, que ya había cruzado, se quedó mirándome riéndose a mandíbula batiente. Sentía el maquillaje correr por mi cara, notaba el pelo pegado a mi cráneo y la ropa era como mi propia piel, no había aire entre la tela y mi cuerpo.

—Ha sido brutal, me encanta correr bajo el agua —dijo Edward una vez llegamos al portal de nuestro edificio—. Subamos por las escaleras, estamos muy mojados como para usar el ascensor.

Cuando llegamos a mi planta, Edward me dio dos de las pizzas —cuyo aspecto exterior era deplorable— y se quedó observándome con una sonrisa preciosa. Jamás lo había visto tan sexy como en ese momento, con el pelo húmedo coronando su asquerosamente atractivo rostro y la ropa tan pegada a su anatomía que podía advertir cara músculo que contraía al moverse. Iba a tirar las pizzas violentamente y a saltar encima de él, estrellarlo contra la pared y besarlo hasta que perdiera el conocimiento, por lo que cerré con fuerza los ojos, conté hasta tres y di varios pasos hacia atrás.

—Bueno pues... Nos vemos mañana —suspiró él, decepcionado, y supe que también había sido consciente de la tensión sexual que se había creado entre nosotros en pocos segundos.

—Sí —musité—, si no me muero de un estornudo esta noche.

Rió, se pasó una mano por el pelo para apartárselo de la frente y me despidió con un movimiento de cabeza. Vi como subía las escaleras con parsimonia, aunque lo que realmente me tenía hipnotizada era la forma de su trasero marcada en los húmedos pantalones. Solté un chillido ahogado y corrí hasta mi apartamento.

—¿Dónde te habías metido? Y... ¿Qué haces tan mojada? —fue lo primero que escuché al entrar.

—¡Edward Cullen me va a provocar un ataque al corazón! —grité yo.

Puse las pizzas en la encimera de la cocina y corrí a mi cuarto de baño para secarme, se me había quitado el hambre por completo. O al menos, ese tipo de hambre.

.

La semana fue igual de ajetreada que siempre. La única novedad fue que por fin se había incorporado Seth Clearwater, el cual había cogido una semana de vacaciones por motivos personales. Era un chico muy alto para su edad —unos diecisiete años—, con una abundante mata de pelo negro que le caía sobre los ojos y cuya piel tenía un bonito bronceado.

—¡Debes de ser Bella! —gritó nada más me vio entrar por la puerta de la librería el martes—. ¿Estás mejor? He oído que ayer estabas enferma. Si necesitas algo, ¡dímelo!

Le sonreí, parecía absolutamente encantador. A partir del primer minuto que pasé el martes ordenando libros, se convirtió en, según él, "un amigo de confianza". Y me agradaba saber que se podía hablar con él de cualquier cosa.

En los siguientes días noté que el trabajo había disminuido, casi no tenía nada que hacer en comparación con la semana anterior, y es que Seth era tan hiperactivo que se encargaba de todo sin ninguna queja.

La vida en la universidad era igual que siempre. Aunque no hablé con él, vi a Tom todos los días. Nos cruzábamos en los jardines del campus y me sonreía con ternura. Yo siempre me sonrojaba y escondía la cabeza donde podía. Edward era distinto, me lanzaba todo tipo de indirectas que conseguían llevarme al punto intermedio entre la diversión y la irritación. Según Alice, tenía un talento especial para ello.

Así que, casi sin darme cuenta, el viernes llamó a mi puerta y no me sentí preparada. Encima, como no había clases, tenía la mañana libre para hacer lo que quisiera. Alice pensó que lo mejor era que me depilara y me hiciese la manicura y la pedicura.

—No me voy a acostar con él —dije, tajante.

—¡Y qué más da! No es motivo por el cual tener las ingles como una selva amazónica.

Me sonrojé y la empujé con fuerza, consiguiendo que cayera en mi cama mientras reía histéricamente.

—Me va a recoger en el trabajo —conté—, ¿cómo voy a ir a trabajar con ese vestido?

Alice echó un vistazo al precioso vestido y suspiró.

—Tendrás que ir así. Piensa en todos los libros que vas a vender.

Aunque refunfuñé y me quejé con todas mis fuerzas, no encontramos una solución mejor. Alice se entretuvo en peinarme durante toda la mañana puesto que no tenía nada que hacer. Me maquilló de formas diferentes y pareció contentarse con el efecto ahumado de la sombra de ojos negra difuminada sobre una leve capa de azul. Le costó horas encontrar la tonalidad deseada.

—Mi paciencia está llegando a su límite —bramé mientras sentía los tirones que me daba en el pelo.

Cuando acabó con mi cabeza me miré y abrí los labios, sorprendida. ¡Estaba muy guapa! Pero aún así, no merecía la pena tanto sufrimiento. Fruncí mis ahora rojos labios y me imaginé vendiendo libros tan arreglada.

—Seguro que todos en el trabajo se ríen de mí —suspiré.

Alice me ignoró y se fue canturreando a la cocina para preparar el almuerzo. La seguí y juntas hicimos espaguetis a la carbonara siguiendo una video-receta que encontramos en YouTube.

—¡Que no! ¡Que él está batiendo en sentido contrario, Alice! Lo que pasa que lo estás viendo de frente, estás sufriendo el efecto espejo.

Según nuestras madres, vernos en la cocina era una de las cosas más divertidas del mundo. Separadas podíamos cocinar como personas normales, pero cuando lo hacíamos entre las tres, o en este caso, entre dos, podíamos provocar la Tercera Guerra Mundial.

—¡Bella, no! —gritó cuando fui a echar pimienta. Me aterroricé sin saber que había hecho mal ahora—. ¡Estás usando una espátula de metal y tiene que ser con una de madera!

Nos chillamos durante un tiempo e incluso utilizamos las espátulas como espadas improvisadas. A mí nadie me decía cómo cocinar.

—¡Chicas! No me puedo creer que os hayáis puesto a cocinar sin mí —se quejó Rosalie, que acababa de llegar y estaba soltando el bolso en la mesa de la cocina.

Tras veinte minutos encima de la sartén, conseguimos sacar tres platos grandes de pasta a la carbonara y comimos con ahínco, muertas de hambre.

—Se disfruta más cuando ha habido conflicto en la preparación —afirmó Alice.

Rosalie y yo asentimos.

—Por cierto, Bella, ¡qué guapa estás! Hoy haréis récord de ventas —rió Rose.

—Me lo has tenido que recordar... —gruñí, y me levanté para recoger los platos.

Gasté el tiempo que me quedaba tonteando de un lado para otro y mirando por la ventana. Estaba nerviosa, no sabía si deseaba salir con Tom, pero lo hecho, hecho estaba. Ya no había vuelta atrás.

Cuando quedaba media hora para mi turno, me puse el precioso vestido, el cardigan rojo de Rosalie, unas medias y los cómodos tacones de charol rojos de Alice, que tenían la punta en forma redondeada.

—Jo, Bella —dijo Rosalie—. Me encantas. Es un conjunto precioso —cogió una de mis manos y admiró la pintura roja que Alice me había obligado a usar—. ¿Hasta el último detalle, eh?

—No querrías saber cómo de incómoda es mi ropa interior —me quejé—. Y ni siquiera la va a ver nadie que no sea yo...

Rosalie se rió a carcajadas y me ayudó a meter lo imprescindible en el pequeño bolso que hacía juego con los zapatos. Sacó su cartera y sonreí.

—¿Me vas a dar dinero, mamá?

—No, tonta —sacó un preservativo y me lo guardó en el bolso—. Sé que no piensas usarlo, pero por si acaso. No quiero que hagas tonterías.

Me mordí la lengua tragándome mis comentarios. Era virgen y no iba a dejar de serlo con un chico que, pese a lo maravilloso que parecía ser, casi no conocía. No estaba esperando al matrimonio ni mucho menos, esa idea me parecía retrógrada y poco inteligente —aunque respetaba a las que se regían por ella—, simplemente quería encontrar a la persona adecuada y hacerlo en el momento conveniente. Y no creía que fuera esa noche.

Cogiendo prestado el abrigo azul de Rosalie y despidiéndome de mis amigas, salí del apartamento sintiendo pesadez en el estómago.

—¡Madre mía! ¡Qué tía más buena! —La voz de Emmett me sobresaltó.

Estaba bajando las escaleras, y se había quedado mirándome con la boca abierta.

—¿No ibas a quedar mañana con Edward? ¿Habéis cambiado los planes? —preguntó después de abrazarme.

Carraspeé y mis mejillas se tiñeron de un fuerte rojo.

—Sí, es mañana cuando salgo con Edward...

Empezamos a bajar juntos y noté su mirada inquieta en mí.

—Eso quiere decir que hoy...

—Emmett, soy libre. No tengo ningún compromiso con Edward. Él mismo es el que se dedica a salir con otras, ¿verdad?

—Sí, pero... —empezó a decir.

—Ni peros ni nada. Es mi vida.

Emmett suspiró con fuerza y paró en seco para mirarme de arriba a abajo.

—Estás preciosa. Espero que lo pases genial, de verdad.

Y se fue, dejándome plantada al pie de las escaleras. Me sentí repentinamente mal, pero no tenía sentido alguno. Siempre era yo a la que sustituían por otra, como si no jugara ningún papel importante en la vida de Edward. Ahora me tocaba a mí ser joven, normal y despreocupada. No tenía que sentirme desdichada, me dije a mi misma mientras caminaba en dirección a la librería.

Llegué y como me esperaba, todos volvieron la vista hacia mí y abrieron la mandíbula de sorpresa.

—¡Qué guapa! —exclamó Seth, que se acercó y me dio un silbido de admiración—. ¿Vas a salir esta noche, no? ¡Podríamos salir un día todos los del trabajo juntos!

Me encantaba Seth. Era tan dinámico, tan jovial, que despertaba en mí a la adolescente que nunca había sido.

Angela también corrió en mi dirección y dio saltos entusiasmados.

—No me digas que vas a ir así a la cita con Tom Lemacks... ¡Va a estar babeando todo el tiempo!

Entre comentarios divertidos me puse el delantal y me coloqué tras el mostrador. Todos los clientes a los que atendían me miraban sorprendidos para luego comentarme lo guapa que estaba. Jamás había tenido tan alto el ego.

Seth solía guiñarme un ojo cada vez que pasaba delante mía, y Felix me sonreía pícaramente. Había un chico de mi edad que me lanzaba miradas lujuriosas desde un sofá e incluso un par de mujeres que parecían lesbianas me comían con los ojos. Pasé de sentirme alagada a expuesta, y me vi encogiéndome tras el mostrador.

La hora parecía no avanzar nunca, y mi mayor miedo era que Edward apareciera por la puerta y se enfadara conmigo por sus estúpidos celos desmedidos. Quizá cancelara incluso la cita del día siguiente o tal vez no volviera a hablarme nunca. Con esos pensamientos logré que el tic-tac de las manecillas de mi reloj fuera más rápido, provocando un golpeteo frenético en el interior de mi cabeza. Iba a volverme loca si no llegaban ya las ocho.

—Estás preciosa. —La voz de Tom había conseguido sobresaltarme.

Llevaba unos minutos intentando hacer las cuentas de un pedido, pero debido a mi falta de concentración, la tarea se alargaba. Miré el reloj y noté que sólo eran las siete y media. Le sonreí, muy cohibida. Él también había puesto esmero en su imagen, llevaba unos pantalones de pitillo negros, una camisa blanca y por encima una chaqueta con solapas, como la de un traje de chaqueta pero de un material más informal, azul marino.

—¡Vamos a juego! —bromeó él al ver que la tonalidad azul era muy parecida.

—Estás muy guapo —le comenté, y él se quitó el pelo de la frente en un ademán nervioso.

Vi a Angela corriendo hacia nosotros y la miré de forma interrogativa.

—¡Bella! Vete, ya me ocupo yo de la caja —dijo mientras me empujaba para que saliera de detrás del mostrador.

Con manos torpes me quité el pequeño delantal, lo puse en el sitio de siempre y cogiendo el brazo que me había tendido Tom salimos de la librería entre risitas histéricas y temblores de piernas.

Iba a ser mi primera cita en Londres y no estaba preparada.


4 comentarios:

Beth dijo...

Que situación más divertida la de la lluvia. Me apena Edward cuando se entere que Bella ha salido con su amigo Tom.
Ya tengo ganas de saber a donde van a llevarla: tengo prácticamente claro que Tom la llevará a un restaurant romántico, pero Edward... como siempre me sorprende...
Avanzaremos las agujas del reloj a ver si el tiempo pasa más rápido.
Se me olvidaba daros vuestros besos

paula lopez dijo...

todo ha sido lo contrario a la bela normal..!! jajaja ella noharia eso pero esta bueno...
saliendo con tom un dia al otro con edward..!!
jajaja
lo mas gracioso de todo es q me imagino si edward se llega a enterar de esto supongo que se pondra super furioso y celosooo..jaja

espero el proximo capitulo..!!1
besos enormes..!!!

diana dijo...

hay hay no veo la hora de leer elotro capi !!! estoy super super intrigadaaaa tantas pereguntas donde van? si los ve edward? q van hacer=?y asi miles milesssssss

Anónimo dijo...

hayy!!!!... que suban el otrooo capituloo!!!!!!!!!!!!... me mueroo.. justo aca me lo cortann lo quiero leer ya!!
besoss
subi ya los otros capituloss!
besoss