jueves, 20 de mayo de 2010

MEETING YOU


Disclaimer: No me pertenece ninguno de los personajes, ni nada por el estilo. Lo único que he hecho ha sido jugar un poco con ellos y querer mucho a Edward.

Advertencia: En este capítulo hay lemmon, es decir, escenas de sexo. Si habéis leído All you need is love sabréis que mis lemmons no son para nada fuertes, sin embargo quería avisar para que las personas que no se encuentren cómodas leyendo situaciones como esas estén prevenidas.

Nota: Voy a utilizar dos canciones que dan mucho ambiente a la situación que vivirán Bella y Edward. Los links stán en mi perfil, para las interesadas.

Espero que el capítulo resuelva algunas dudas, no os molesto más, ¡os dejo leer!

Canción My Wife, lost in the wild - Beirut http://www.youtube.com/watch?v=WWMdiKRytnY

Canción Prenzlauerberg - Beirut http://www.youtube.com/watch?v=vFUJ7rBWXvo


Capítulo 4. You are lost in the wild

Edward's P. o. V.

No sabía cómo demonios me había metido en ese lío, pero ya no había vuelta atrás.

Ahí estaba ella, cegándome con su luz. Había pasado toda la noche ciñéndome a un superplan muy elaborado: necesitaba emborracharla… Necesitaba emborracharla porque era la tía más perfecta que había visto en mi vida y yo, simplemente un cretino con los días contados. Pero por lo visto la cosa no había salido tan bien y ahora el ebrio era yo. Mi mala suerte no podía fallar hoy; justo cuando la tía más buena del mundo se choca conmigo, soy yo el que se emborracha. No quería despertar al día siguiente y no recordar nada, por lo que necesitaba fotos, cantidades industriales de fotos, aunque sólo fuera para verlas durante el poco tiempo que me quedaba… Mi cerebro desvariaba y no era buena idea, ya que necesitaba seguir con la farsa de que era el actor ese tan famoso. No era la primera vez que me confundían con él, pero nunca había sido una mujer como esta. De hecho, dudaba haber visto alguna vez a alguien como ella, con la piel tan pálida y perfecta, el pelo sedoso y con brillo propio, los ojos del color del oro, el cuerpo de infarto y ese olor a fresas. Siempre me habían gustado las fresas…

Y ahí estaba yo, contándole mi vida porque no sabía qué hacer para mantenerla entretenida. No era lo suficientemente bueno para alguien así, en realidad nadie lo era. Habría asociado mi turbación por su aspecto al alcohol que había en mi sangre, pero la cuestión es que también la había visto estando lúcido. Increíble, esa era la palabra que la podría definir mínimamente.

Había mentido para acostarme con tías, sí, pero con esta me costaba dar el paso. Lo de parecerme a un actor famoso funcionaba bastante bien y no sentía nunca remordimientos, no me quedaba tanto tiempo de vida como para ello. En realidad había llegado a la conclusión de que eran mujeres que creían lo que querían creer, no me parecía tanto al tipo ese, sólo las que estaban muy obsesionadas con él nos confundían, por eso me parecía extremadamente gracioso que Bella intentara disimular el hecho de que se sentía muy atraída por mí. O por Robert, lo que sea. Cuando se encerró en el cuarto de baño y no salía llegué a pensar que se había dado cuenta de quien era, o mejor dicho, de quien no era, pero gracias al cielo salió y parecía tranquila.

No sabía cómo proponerle el ir a mi apartamento o al suyo. Tenía un aire seductor que me estaba matando, pero que al mismo tiempo no me dejaba claro si quería ir más allá o no. Nunca había sido tímido, pero ella hacía que mi mundo estuviera patas arriba. De hecho, incluso me estaba arrepintiendo por haberle mentido. Yo, Edward Masen arrepentido; sin duda un espectáculo por el que muchos pagarían.

Mi vida estaba estancada, tenía los días contados por una enfermedad cardíaca que me venía acosando desde hacía unos años y de la que no podía escaparme, pero sí que podía hacerlo de mi ciudad. Había huido de Londres porque Londres no tenía nada más que ofrecerme; necesitaba probar cosas nuevas antes de que fuera demasiado tarde, y sin saber cómo, acabé en un pueblo de mierda con una tía que podría salir en la portada del Sport Ilustrated durante años sin cansar a los lectores.

Sopesé mis acciones y sus consecuencias: podía tirármela, pasar la mejor noche de mi existencia y no volver a verla. También podía despedirme de ella esa noche sin que ocurriera nada entre los dos y confiar en el destino. Lo que estaba claro era que no podíamos ir más allá de una noche, le había mentido y ahora no podía retractarme. Y también estaba claro que el destino era un cabrón del cual no debía fiarme, sólo había que ver mi historial médico. Así que un polvo y "adiós y hasta luego" al fin y al cabo no sonaba tan mal. ¿Qué posibilidades tenía yo, un pianista con una salud de mierda y sin piano, ya que había vendido el de mi abuelo para comprarme el billete hacia Estados Unidos, con una chica como Bella Cullen? Una sola ojeada a su vestido me bastó para saber que tenía dinero, más del que yo jamás tendría. Por mi parte, Bella podría haber sido pobre y estaría tan feliz, pero no sabía si ella era tan tolerante.

Sin duda fui un estúpido muy inteligente al sacar a la luz el tema del sexo. Se puso nerviosa pero me atacó con destreza, consiguiendo cegarme con su sensualidad. Era ahí o nunca, me dije a mí mismo mientras bizqueaba para verla mejor por culpa del maldito alcohol.

—¿Te gustaría ver mi diminuto apartamento? —pregunté, cruzando los dedos de las manos, los de los pies, la lengua y todo aquello que podía entrelazar.

El daño estaba hecho, no había vuelta atrás y tampoco me arrepentía. Vi como se mordía el labio y estuve apunto de arrancárselo a bocados; el alcohol de nuevo…

—¿Crees que cabremos los dos? —quiso saber de forma juguetona.

Estaba claro que quería matarme de combustión espontánea. Puse mi rostro imperturbable y ladee la sonrisa como tan bien sabía hacer.

—Siempre podemos apretarnos —comenté. No tenía ni idea de dónde sacaba el valor para decir todas aquellas estupideces y menos delante de semejante tía, pero si ella me seguía el rollo no debía hacerlo tan mal.

Rió, dejando que las campanillas de su risa traspasaran mi cerebro y me dejasen más tonto de lo que ya estaba. Estupendo: me sentía borracho, intimidado, excitado y aturdido. Y yo que siempre me había considerado de lo más simple…

—¿Apretarnos, eh? Suena genial.

—Me quieres matar —Intenté no decirlo en voz alta, pero el estado en el que me encontraba jugaba en mi contra.

Salimos del apestoso pub riéndonos y a penas noté el frío. Di gracias al cielo por haber alquilado un apartamento situado cerca de esa zona; quizá si hubiera estado más lejos Bella podría haberse arrepentido. Fui haciendo eses debido a mi estado de embriaguez y sentí las fuertes y seguras manos de Bella en mi espalda, ayudándome a andar. Encontraba todo muy divertido, no podía creerme la suerte que estaba teniendo; seguramente fuera todo una imaginación provocada por mis continuos excesos con sustancias tóxicas para el organismo desde el momento en el que me enteré que iba a morirme de un día para otro. Algunos se deprimen y otros intentan vivir al límite; así es la vida, o mejor dicho, el final de ella.

—¿Dónde vives? —me preguntó, y tuve que tragar saliva antes de contestar; el miedo se apoderó de mí al pensar que podía vomitar delante suya.

—Ahí —señalé el mugriento edificio y el pánico me invadió. ¿Cómo le iba a explicar el hecho de que me hospedara en un sitio tan poco… glamuroso? Se suponía que era una estrella de la gran pantalla y si tenía algo seguro es que seguiría manteniendo la farsa durante todo el tiempo que hiciera falta—. Esto… Es que no quería llamar la atención. Si alquilaba una casa "en condiciones" la gente vendría a cotillear.

Bella asintió a mi lado, como si hubiera llegado a la misma conclusión por sí sola.

—Eres listo —comentó—. Me gustas.

Me quedé estático mientras asimilaba las palabras y el corazón se me desembocaba. Tranquilízate, me dije a mí mismo, no quieres palmarla delante de ella; espérate al menos a después de haber tenido sexo, repetí mentalmente.

—Y tú a mí —susurré con la poca voz que me quedaba.

Ella sonrió de la forma más arrebatadoramente sexy que había visto nunca y consiguió excitarme al momento. No sabía cómo había tenido tanta suerte, estaba seguro de que si lo contaba al día siguiente, nadie me creería.

Llegamos al pequeño bloque y esperé que el hecho de que careciera de ascensor no le pareciese deprimente. Cuando íbamos subiendo me giré para valorar sus expresiones y me sobresalté, ya que estaba demasiado cerca para mi propia cordura. Me miraba intensamente con sus ojos ambarinos, un color que jamás le había visto a otra persona, era única hasta para eso. No pude resistirme más y recorté la distancia que nos separaba, haciéndola retroceder hasta la pared para quedar entre esta y yo. Sentí celos de aquella maldita construcción de ladrillo, de su ropa e incluso del aire que inspiraba lentamente, como si no lo necesitara. Estaba tan cerca de su boca que sólo tenía que moverme unos milímetros para rozarla, pero quería alargar el momento. Mi corazón latía desesperadamente y me intenté relajar con la poca cordura que el alcohol no me había arrebatado. La veía borrosa, pero al mismo tiempo muy enfocada. Podía notar la perfección de su piel, sin un simple poro o arrugas de reír y me maravillé; seguramente usaría cremas de las caras. Una vez mi corazón volvió a ralentizar sus movimientos, decidí dar el primer paso y acariciar sus labios, pero con mis dedos, no quería adelantar acontecimientos. Bella estaba estática, como si fuera una estatua, mirándome fijamente a los ojos y soltando pequeños suspiros cuando acaricié sus labios con un dedo. Estaba congelada, pero tenía un tacto sedoso y suave que transmitía pequeñas descargas eléctricas al resto de mi cuerpo, despertándolo. Pasé torpemente los dedos entre su sedoso pelo castaño oscuro, apartándoselo de la cara.

—Preciosa —le susurré inconscientemente, y ella alzó las comisuras de sus labios en una pequeña sonrisa tímida.

No perdí más el tiempo y me lancé hacia su boca. Jamás había sentido la sensación que me invadió al probarla. Aquel frío glacial que desprendía contrastaba con mi candente temperatura corporal, refrescándome. Me supo a fresa, aunque la realidad era que toda ella olía a fresas silvestres, desde su pelo hasta su piel, y ahora también su lengua. Me di vergüenza a mí mismo, probablemente estaría asqueada por mi sabor a cerveza amarga.

Bella seguía estática, parecía estar conteniéndose por lo que me volqué en ella, aprisionándola aún más contra la pared. Noté como volvía a sonreír contra mis labios y automáticamente llevó sus fríos dedos hasta mi cuello, acariciándolo. Sentí cómo el poco control que me quedaba desaparecía y me vi bajando las manos de su cara para pasar a acariciar el suyo, pasando después los dedos por la fina línea de su clavícula hasta llegar a los hombros, donde posé las manos por unos instantes, intentando ralentizar de nuevo mi corazón; no quería morir en ese momento.

Mientras tanto ella me devoraba con avidez, succionando mis labios y moviendo la lengua con una velocidad extremadamente sensual y para mí imposible. Era ágil, no podía ni imaginármela tumbada en mi cama sin que el corazón se me desembocara. Pequeños gemidos se nos escapaban y me entraron ganas de reír al imaginar a los vecinos que nos estuvieran escuchando o viendo a través de la mirilla de sus puertas principales. Aparté esos pensamientos confusos y estúpidos de mi mente y me centré en ella; bajé las manos rozando por unos segundos su pecho para llegar hasta su cintura, consiguiendo así por parte de ella un gemido desgarrador ya que le había cogido por sorpresa con esa caricia; sonreí contento de poder provocarle placer.

—¿Subimos? —preguntó con decisión, y se me cayó el alma a los pies al mismo tiempo que me sentía cada vez más y más excitado. Era genial cuando se daba ese aire de autoconfianza en sí misma, le hacía parecer toda una femme fatale, y eso me encantaba.

Como mi apartamento estaba en el segundo piso, no tuvimos que andar demasiado con aquella carga sexual encima. Nos arrastramos por cada uno de los escalones besándonos con una pasión desenfrenada, ella ayudándome con los peldaños debido a mi creciente mareo provocado por los excesos de alcohol y yo acariciando cada centímetro que podía de su anatomía.

—Es aquí —murmuré con la voz ronca, apartándome un milímetro y señalando con la cabeza la arañada puerta de madera.

Saqué de uno de los bolsillos de mi pantalón vaquero las llaves y abrí precipitadamente. Con las manos en la cintura de Bella y caminando de espaldas mientras seguía besándola entré en la estancia. Ella empujó la puerta con la pierna para cerrarla y juntos nos adentramos en el apartamento. Todo estaba hecho un desastre, había platos sucios de la comida de ese día en la pequeña mesa del salón y ropa en el sofá. No me preocupó mucho ya que aquellos ojos dorados no miraban alrededor, sino que los tenía posados en mí con un brillo de lujuria cegador y también tentador.

Llegamos a la pequeña y destartalada habitación sin cesar nuestro agarre ni los bajos gemidos provenientes de lo más profundo de nuestro ser. Estaba un poco mareado por el alcohol, y todo me parecía de lo más confuso. Aún no le encontraba el sentido a lo que estaba sucediendo, no podía tener tanta suerte. Incluso consiguió que olvidara los latidos erráticos y arrítmicos de mi estropeado corazón cuando de un empujón se deshizo de mi agarre para tumbarme en la cama. Me quedé estático, clavando con fuerza los codos en el incómodo colchón.

Ella se quedó de pie y sin romper el contacto visual entre nosotros encendió una pequeña lámpara de pie que desprendía una luz tenue debido al mal estado de la bombilla, pero que le daba un aspecto erótico a la habitación muy estimulante.

Me encontraba agazapado en la cama, sin saber muy bien que hacer. Bella no se atrevía a venir, o simplemente estaba disfrutando viéndome sin saber tomar el control de la situación. Era intimidante, magnifica, la persona más bella que había visto en mi vida. Llegaba al punto de preguntarme si realmente era humana, no podía ser natural que despertara esos instintos neardentales en mí cuando hacía un simple gesto facial. No sabía si era por culpa de las múltiples cervezas que me había tomado, pero me pareció ver como su largo cabello se movía, como si tuviera uno de esos ventiladores que se usaban para las sesiones fotográficas. Me acordé de mi adolescencia leyendo Harry Potter y sonreí al traer a mi mente imágenes de aquellas criaturas místicas tan hermosas, las veelas; Bella podría pasar por una sin problemas. Sacudí la cabeza levemente ante las estupideces que pasaban por ella.

Vi que movió el cuello alrededor de la habitación y que al encontrar el pequeño reproductor de CDs —el cual no era mío, sino que estaba en el apartamento cuando lo alquilé— sonrió y alargó elegantemente la mano para ponerlo en marcha. Recordé que el disco que estaba dentro sí que era de mi propiedad, y también uno de mis favoritos.

—¿Qué es? —preguntó ella curiosa.

—B-beirut —tartamudeé al ver cómo se desprendía de su abrigo para dejarlo caer al suelo.

Torció su sonrisa y casi me desmayo. Ahora entendía que las mujeres se sintieran desarmadas cuando yo lo hacía, debería empezar a comportarme mejor si salía vivo de esta.

Una vez quedó su abrigo abandonado en un pequeño montículo a sus pies, se deshizo de su fina rebeca lentamente, torturándome con la mirada. Debía ser buena en esto, pensé, no todas se desnudan tan pausadamente sabiendo que son observadas con lujuria… Aunque claro, tampoco todas tenían su cuerpo.

Antes de que su vestido desapareciera, se descalzó, quedando así unos centímetros más baja. Sabía que si hubiera sido otra chica, habría sonreído ante el espectáculo o me hubiera tirado encima, pero en esta ocasión tenía los músculos agarrotados y paralizados. Sentía una enorme presión en el pecho y mi erección cada vez era más peligrosa; estaba empezando a creer en el inverosímil hecho de poder eyacular sin tocarla ni tocarme, simplemente mirándola.

Cuando se inclinó para deshacerse de aquellas medias agarré con fuerza la colcha que cubría la cama, e inspiré con fuerza para no soltar ningún sonido animal del cual después me avergonzara. La cabeza me daba vueltas y mi visión era una combinación de imágenes enfocadas que se desenfocaban segundos después. Apretaba los ojos con fuerza para no perder detalle de sus movimientos, pero mi estado jugaba malas pasadas.

Sabía que era consciente de lo que estaba provocando en mí, ya que sonreía satisfecha al ver mi nada disimulado bulto en los pantalones y mis manos crispadas. Contuve la respiración y conté mentalmente los latidos de mi corazón cuando vi que se llevaba las manos a la parte posterior del vestido. En ese preciso momento, el sonido de la cremallera al bajar se convirtió en uno de mis predilectos.

Era plenamente consciente de que ver aquel vestido azul deslizándose por la piel de Bella sería lo más erótico que presenciaría en mi vida, nunca me encontraría con nada que pudiera compararse mínimamente. Una vez la prenda estuvo a la altura de sus tobillos, salió de ella con gracia y me permitió una vista completa de su extremadamente sensual ropa interior.

Su piel era del color de la porcelana y tal y como había notado antes, no había ningún rastro de imperfecciones o vello, toda la superficie era lisa y redondeada en los extremos. Sus piernas eran largas teniendo en cuenta su estatura, delgadas y torneadas.

Recorrió el espacio que había hasta llegar a la cama y posó sus rodillas a los pies de esta para andar a gatas hasta mí, sonriendo de la forma más arrebatadoramente sexual que habían visto mis ojos; además, el hecho de que la canción que sonaba tuviera ese toque erótico para mí, tampoco ayudaba mucho.

Pronto estuvo a escasos centímetros de mi piel, ya que fue arrastrándose sobre sus manos y rodillas. No pude evitar tumbarme del todo al empezar mis brazos a temblar de forma descontrolada; no estaba preparado para tanta presión. Se posicionó entre mis piernas para quedar justo delante de mí; con otra sonrisa se acercó a mis labios y reaccioné levantando las manos y arrancándome el maldito gorro de lana que aún llevaba. No podía dejar de sentirme incómodo al estar tan vestido y ella tan desnuda. Curvó los labios contra mi boca y pasó sus fríos y largos dedos entre mi pelo por primera vez. Un cosquilleo recorrió mi espalda haciendo que me encorvara; intentando disimularlo, la abracé con fuerza y noté lo dura que parecía su piel, debía pasarse largas horas en el gimnasio curtiendo su cuerpo.

Tenía miedo de no estar a la altura, jamás había compartido cama con alguien tan intimidante como Bella y aunque nunca me llevaba críticas, me sentía muy inferior. Lógicamente, sabía que ella me iba a proporcionar más placer del jamás pensado por el hombre, nada más había que verla, pero estaba seguro de que yo sería uno más en su larga lista de fracasos sexuales. Una oleada de ánimo me recorrió el cuerpo al recordar que seguía pensando que yo era el tal Robert, quizás su entusiasmo por la idea de acostarse con él nublaría sus sentidos y acabaría satisfecha, fuera o no competente mi actuación. De todas formas, si daba una mala imagen le echaría la culpa al actor, no a Edward Masen.

Este último pensamiento resucitó al Edward mujeriego, al que no pensaba en las consecuencias sino en el bienestar momentáneo. Sonreí satisfecho y llevé mis manos hasta su trasero para acercarla más a mi, quedándome anonadado al notar la dureza de este, no se podía comparar ni con el de una monitora de aerobic con la que salí durante unas semanas. Estaba pensando en mi suerte cuando sus gélidas manos empezaron a meterse por debajo de mi manchado jersey, y aunque el frío me resultaba incómodo al principio, no la detuve. Me ayudó a incorporarme unos centímetros y a deslizar el suéter por encima de mi cabeza, quitándome a la vez la camiseta interior de mangas cortas que tenía debajo de él.

Volví a tumbarme debido a la presión de sus manos en mi pecho desnudo, ella se quedó sentada encima mía, recorriendo con la mirada mi cuerpo. Parecía dubitativa, y temí que aquel chico por el que me estaba haciendo pasar llevara un tatuaje o algo que yo no tuviese. Sin embargo, cuando volvió a levantar su dorada mirada y a absorberme con ella el pánico se esfumó y el deseo volvió. La atraje hacia mí y empecé a besarla con brusquedad, necesitando sus labios y su lengua. Ella respondió a mi reclamo con un ronroneo y agarró con algo más que fuerza mi pelo, sin embargo no me importó.

Arqueó su espalda hacia abajo, posando su torso desnudo sobre el mío. Me preocupó su temperatura corporal, quizás estuviera pasando frío y no se atrevía a decírmelo. Aparté un poco la cabeza y noté su respiración pausada y el brillo de sus ojos; supe que no debía interrumpir en ese momento con estupideces como la temperatura, por lo que la acerqué más de la misma forma que antes: agarrando con fuerza su trasero. Gimió al notar la fricción contra mi vaquero y pensé que quizás le estaría molestando el tejido, pero no tenía fuerzas como para luchar contra los botones. Bella pareció entenderlo y deslizó sus manos hasta la apertura de este; segundos más tardes la prenda recorría mis piernas hasta acabar tirada en el suelo, junto al resto. Comencé a morder la piel firme de su cuello cuando volvió a estar sobre mí, haciéndome cosquillas con su cabello oscuro. La sensación del frío en los labios junto al sabor de su piel era indescriptible, parecía como si estuviese comiendo helado de fresas silvestres.

Pasé una mano por su espalda y me encontré con el cierre de su sujetador negro. Con un ágil movimiento lo desabroché y terminé de quitárselo con rudeza mientras la alejaba para observarla. Sonrió cuando vio mi cara anonadada y volvió a pegarse a mi cuerpo, esta vez para besar mi torso desnudo provocándome pequeñas explosiones de placer cada vez que sus labios rozaban la piel al retirarlos tras el beso. Alcé una mano y acaricié uno de sus pechos, impaciente por tocarla. Lo que no esperaba es que estuvieran tan firmes y duros, como toda ella. Había visto chicas con el pecho operado, pero nunca había tenido la oportunidad de tocarlos. Aunque realmente Bella no pareciese operada ya que el tamaño que tenía era normal, el hecho de que fueran tan firmes y perfectos me hacían dudar. Como tenía la cabeza aturdida, preferí no hacer más indagaciones mentales acerca de su físico y simplemente disfrutar de él.

Bella se estremeció entre mis brazos mientras seguía masajeando su pecho y se estiró para volver a llegar a mis labios. Sin embargo yo la subí más arriba, para tener pleno acceso a su escote y poder besarlo y morder la zona a mi gusto. Sonreí satisfecho cuando noté que su respuesta fue frotarse con fuerza contra mi entrepierna y hacer que mi erección creciera hasta el límite.

—Robert… —suspiró con voz ahogada, y enloquecí. No quería que pensara que mis roces y mis caricias correspondían a los de otra persona. Era yo, Edward Masen, quien la estaba haciendo gemir, no ese capullo con éxito.

Reposé la cabeza durante unos segundos posando la frente en sus pechos, y traté de calmarme. No era una buena idea decirle en ese momento que no era quien pensaba que era, no había necesidad de recibir una bofetada ni de verla salir corriendo, alejándose para siempre de mí. Era nuestra noche y no pensaba desaprovecharla comportándome como un tipo con moral.

—La música es extremadamente… sensual —me ronroneó al oído, y yo tragué saliva ruidosamente.

Realmente había sido una buena idea tener aquel CD de Beirut dentro del reproductor. Aquellas canciones con ritmos folk y de Europa del Este eran excesivamente excitantes teniendo a Bella sorbe mí. Si antes me había vuelto loco al escuchar My wife, lost in the wild mientras se desnudaba para mí, tener Prenzlauerberg de fondo en esos momentos donde podía sentir cada milímetro de su perfección tampoco ayudaba a calmar mis ansias de aliviar mi erección.

Poniendo de nuevo mi cabeza en el hueco de su cuello abracé su cintura para darle la vuelta y quedar encima de ella. Sin embargo el alcohol volvió a jugarme una mala pasada y me resultó muy difícil moverla al principio, como si fuera extremadamente pesada. Sentí vergüenza al notar que no podía ni con una chica de cincuenta kilos cuando bebía, pero Bella no le dio mucha importancia. Se movió y pude quedar sobre ella, teniendo así una mayor movilidad sobre aquel cuerpo de infarto.

Pronto sus piernas me envolvieron y me vi limitado, quería besar cada centímetro de su piel, mordisquear todo lo que estuviera en mi camino y escucharla gemir, aunque si volvía a decir aquel nombre nada parecido al mío podría acabar haciendo alguna tontería.

Tenía la sensación de que no iba a durar mucho más si seguía haciendo fricción contra la zona más sensible de mi anatomía. No quería "acabar" nada más empezar, sería vergonzoso y frustrante, por lo que lo hacíamos ya o terminaría siendo el hazmerreír de la noche. Llevé mis manos hasta su cintura y bajé su ropa interior con cuidado al principio para terminar quitándosela con un movimiento de pies. Pasé uno de mis dedos por su sexo y tuve que cerrar los ojos con fuerza y relajarme, frustrado. Ella notó cómo se contraía mi cuerpo y repartió besos por mi rostro hasta llegar al cuello, mientras bajaba mis calzoncillos ágilmente. Fue a rozarse de nuevo, esta vez sin telas que separaran nuestra piel.

—E-espera —dije con voz ronca, mientras alargaba una mano para llegar a un cajón de la mesita de noche, donde guardaba los preservativos.

—No hace falta —susurró contra mis labios—. Tomo la píldora.

—¿No te da miedo que te contagie alguna enfermedad? —bromeé. Sabía que estaba completamente limpio de enfermedades de transmisión sexual, pero el poder bromear libraba mi tensión acumulada.

—No me preocupa mucho, la verdad —sonrió y justo cuando iba a decirle lo peligroso que era tomarse el asunto en broma su mano fría como el témpano agarró mi pene, consiguiendo así aliviarlo ligeramente, para ayudarlo a que se introdujera dentro de ella.

Gemí con más fuerza que antes, aquello era lo que menos me esperaba. Quizás un precalentamiento más largo, algo de sexo oral primero… Lo que fuera, pero no imaginaba que iba a tomar las riendas de esa forma. Mis sentidos despertaron de su letargo con fuerza, la mezcla del frío que emanaba Bella y mi calor interior era explosiva.

Comencé a moverme lentamente, ya que al principio era como si una barrera me separara de lo más profundo de su cuerpo. Pensé que podría ser el himen, pero era una estupidez, puesto que Bella tenía más experiencia de la que yo me podía siquiera imaginar y que un himen no es tan duro. Al principio puso una mueca que me dio a entender que le dolía, pero a la fracción de segundo cambió por completo y supuse que ya se le había pasado. Ni siquiera sangraba, o al menos no lo notaba, por lo que la teoría de que era virgen cada vez me parecía más una tontería. Una vez adecué el ritmo al que me solía gustar, noté como clavaba sus uñas en mi espalda y aceleré el movimiento; posiblemente al día siguiente no me podría levantar de la cama, pero en ese momento no me importaba.

Bella suspiraba, se retorcía y gemía, volviéndome así loco. Jamás me había topado con alguien tan dinámico, se movía casi tanto como yo, que era el que estaba encima. Era como si su energía no acabara y aunque no iba a dejar que se diera cuenta, sentí vergüenza por ser tan débil; si ella le ponía ganas al asunto utilizando esa vitalidad incesable que la caracterizaba, yo pondría el doble, aunque eso acabara conmigo y mi destrozado corazón.

No iba a aguantar mucho más, estaba al límite y ella no parecía llegar al orgasmo. No quería terminar primero yo, era estúpido y machista pero prefería quedar por encima, ser el que más aguantaba en aquella lucha sexual improvisada que habíamos creado en segundos. Escondí la cabeza entre sus pechos de nuevo y me llevé uno a la boca, consiguiendo así un estremecimiento brutal por su parte. Me tragué las ganas de reír al ver lo que podía provocarle y seguí con mi tarea. Sin embargo ella no se quedó quieta, comenzó a mordisquear con los labios el lóbulo de una de mis orejas y sentí como todos mis esfuerzos disminuían, dejándome llevar por el placer que me atormentaba desde que la había visto por primera vez.

Vencido, relajé mis músculos y le di el gusto de escucharme jadear y gemir como un adolescente en su primera vez. Lo que no me esperaba fue el hecho de que su agarre aumentó en fuerza y que sus movimientos también, al igual que el volumen de los sonidos que emitía de forma descontrolada.

Mi cuerpo se había quedado satisfecho de ella, por lo que me fue posible admirar su rostro mientras llegaba al clímax, y no pude menos que impresionarme. Era como una fuerza de la naturaleza, su pelo se abría en abanico bajo ella y su rostro, que parecía hecho por un escultor de la Grecia clásica, se movía de derecha a izquierda y para atrás levemente, mientras sus dientes mordían aquel labio inferior tan carnoso.

—Eres tan… —empecé a decir cuando sus convulsiones cesaron y supe que podía escucharme. Sin embargo no encontré el adjetivo adecuado, algo extraño en mí ya que mi vocabulario era amplio.

Se quedó mirándome con ternura infinita mientras una sonrisa comenzaba a surgir.

—¿Tan qué? —susurró, aturdiéndome con su voz.

Me separé de ella para acabar tumbado de lado, incapaz de apartar los ojos de ella.

—¿Has visto esto? ¿Lo has notado? —pregunté, y Bella frunció el ceño confusa ante el cambio de conversación—. Hemos tenido sexo.

—Sí, he llegado hasta esa conclusión sin demasiados problemas —rió alegremente.

—Ha sido genial. Es decir… Joder, un "misionero"… Nada del otro mundo, y sin embargo el mejor de mi vida. Es… raro.

Bella soltó una carcajada fuerte, llena de vida, y se llevó una mano a sus ojos para taparlos mientras se reía.

—¿Qué pasa? —pregunté, algo molesto. Era obvió, para ella no había sido tan increíble como para mí.

—Es que… Es un poco "raro" hablar de lo que hemos tenido hace unos segundos —comentó, parando de reír—. Lo siento, aún no me entra en la cabeza que tú y yo... Tienes razón, ha sido alucinante.

Sonreí ampliamente y me acerqué para besarla de nuevo.

—Pues si esperas unos minutos, quizás podemos volver a repetirlo —le susurré, consiguiendo que se mordiera el labio mientras sonreía.

—¿Cuántos minutos dices? —inquirió de forma juguetona, subiéndose encima mía de nuevo y descendiendo hasta donde descansaba, aunque por poco tiempo, mi sexo.

.

La noche había pasado y con ella mi vitalidad y puede que también algunos años de mi juventud. Estaba exhausto, no sabía cuantas veces habíamos mantenido relaciones sexuales —porque obviamente aquello no era hacer el amor—, ni las veces que el gemido "Robert" taladró mi enferma mente. Sin embargo pude soportarlo, y por ello podía ver ahora la espalda desnuda de Bella mientras dormía pacíficamente. Por mi parte, no podía concebir el sueño. Demasiadas imágenes en mi mente no recomendadas para menores de treinta años por lo menos. Había probado cosas nuevas, posturas imposibles y formas de placer que no entendía. Sólo con mirarla me entraba apetito sexual, y dudaba que eso fuera normal. Jamás pasaría una noche como aquella, pero era consciente de que al menos tendría el recuerdo, ya que el alcohol empezaba a desaparecer de mi sangre y yo seguía recordándolo todo con el más mínimo detalle.

Recorrí con el dedo índice la columna de Bella mientras me absorbían mis pensamientos. No se movió, por lo que supuse que estaría profundamente dormida, y con motivos, pensé. Nunca me había topado con alguien tan… atlético como ella. No se cansaba en ningún momento y parecía dispuesta a probar todo sin miedo por su integridad física. Ahora sí que entendía la dureza de su trasero, pensé divertido, debía ser una obsesa del ejercicio.

Con pensamientos libidinosos que no llegaban a mi estómago bajo ya que pasarían muchos días hasta que pudiera tener otra erección debido a la sobrecarga de trabajo a la que había sometido a mi cuerpo, mis ojos fueron cerrándose, y me entristeció perder la consciencia, sintiendo miedo por lo que me depararía la mañana siguiente. Sin embargo pude dormir sin problemas, básicamente por lo exhausto que estaba. Sonreí al notar el olor a Bella, esas fresas que podían remover mis tripas del nerviosismo. Entreabrí los ojos, esperando encontrar el bulto que debía ser su cuerpo bajo las sábanas, pero sin embargo no fue así. Completamente espabilado ante aquel descubrimiento, me erguí y miré en todas las direcciones.

—¿Bella? —llamé, sin ningún éxito.

Mi ánimo decayó cuando noté que no había ningún resto de sus pertenencias, sólo mi ropa adornaba el suelo.

Desalentado me levanté por completo, ignorando el hecho de que iba totalmente desnudo, y comencé a pasear por el pequeño apartamento en búsqueda de alguna prueba de que lo de anoche había sido real.

Vi un pequeño papel sobre la mesita de noche y corrí hasta él. Después de leerlo pasé las manos por mi cabello y con un quejido me volví a tirar en la cama. Me hice un ovillo y me tapé la cabeza con la almohada. Me dolía por la resaca, pero aún peor me sentía en general. Había mentido a una tía estupenda, una chica con la que no me hubiera importado mantener más que una relación sexual. Recordé su risa, el cómo se balanceaba su pelo al moverse mientras estaba encima mía y el brillo de sus ojos dorados cada vez que admiraba mi cuerpo, pensando en la suerte que había tenido al acabar en la cama de su actor favorito. Al recordar esto sentí la culpa golpeándome en el pecho con rudeza y los remordimientos volvieron. ¿Qué podría haber pasado si desde el principio le hubiese dicho la verdad? ¿La noche habría transcurrido igual? Me imaginé a Bella pensando en mi como Edward y no como Robert; una sonrisa tonta coronó mi rostro.

—¡Imbécil! —murmuré contra la almohada.

El corazón se me encogió y me asusté. No tenía intención de morir en un destartalado apartamento llorando por la pérdida de la mujer más maravillosa que podía existir bajo mi criterio. Sollocé por ser tan mala persona, la puta enfermedad estaba pudiendo conmigo. La música seguía sonando, ya que estaba seleccionada la opción repetir una vez acabara el disco. Casi sonrío cuando la canción que acompañó a Bella mientras se desnudaba y venía hacia mí por primera vez, empezó a sonar.

—You are lost in the wild… —canté a voz casi inaudible, y entonces, todo cobró sentido.

Estaba perdido en un lugar mucho más salvaje que la naturaleza: yo mismo. Esa epifanía me golpeó con fuerza y me dejó más hundido aún.

Me froté los ojos con fuerza mientras me levantaba de la cama. Cogí mis calzoncillos y me los fui poniendo camino a la cocina con un plan en mente: iba a desayunar y a dejar que los días pasaran hasta que se me acabara el dinero para el alquiler o por el contrario, hasta que me muriera. No había salvación alguna para alguien como yo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Falta el capitulo 3 o estoy equivocada??

Anónimo dijo...

xo el capitulo 2 y 3 esta???? porque salta del 1 al 4!

diana dijo...

por diossssssssssss!!! siii q buenoooo me encantaaaa

Anónimo dijo...

me gusta la historia
si estan los capitulos busquenlos en el blog archive