viernes, 28 de mayo de 2010

MEETING YOU


Transformación.

Una chica, la misma que había hablado con Edward por la mañana, entraba en el portal y subía por las escaleras. El pánico se apoderó de mí. ¿Cómo iba a explicar que Edward estuviera entre mis brazos, desfallecido? O peor aún, ¿por qué tenía tanta fuerza que lo podía llevar utilizando sólo un brazo? Retrocedí sobre mis pasos y me volví a meter en el apartamento. Estaba perdiendo tanto tiempo que sentí miedo. Las únicas soluciones parecían ser o esperar hasta que aquella joven entrara en su casa o salir por la ventana. Me asomé rápidamente y vi que aquella parte del edificio seguía tan desierta como al principio, y que se podía ver las copas de los árboles a lo lejos.

Tracé un plan en cuestión de segundos y me puse manos a la obra. Lo primero que hice fue quitar una de las sábanas de la cama de Edward y con ella atarlo con fuerza a mi cuerpo, no quería correr y perderlo por el camino. Después abrí la ventana y volviéndome a asegurar de que no había nadie a la vista me encaramé al alfeizar con cuidado, abracé a Edward, protegiéndole, y salté impulsada hacia delante. Aterricé de forma limpia, sin ruido alguno ya que me encargué de dar un pequeño salto al tocar el suelo para amortiguarlo. Me concentré en correr lo más rápido posible, de forma que los humanos sólo advertirían una ráfaga de viento, sus ojos serían incapaces de verme debido a la velocidad. Por suerte no me topé con ningún viandante, sin embargo, cuando fui a cruzar la carretera principal de la ciudad, tuve que esquivar un par de coches con los que podía haber chocado si me hubiera despistado. Pero sentir el cuerpo caliente de Edward pegado al mío y su carencia de latidos me estaban proporcionando la fuerza suficiente para exhibirme y ser consciente de ello. Aún así, dudaba que me hubieran visto. Como mucho, un borrón fugaz, me dije.

Una vez mis pies tocaron el suelo del bosque, respiré tranquila. Aquí podía ser yo. Entonces me di cuenta de que aunque corriera a la misma velocidad que lo había hecho por la ciudad, sería demasiado tarde para Edward. Ya casi ni sentía su respiración. Sin dejar de correr frenéticamente, saqué de nuevo el móvil y llamé a Carlisle.

¿Por dónde vas, Bella? –fue lo primero que me dijo.

—Por el bosque, acabo de salir de Port Angeles.

¿Cómo está?

—Apenas... Apenas respira, Carlisle —Aún sujetándolo con una mano y hablando con Carlisle con la otra, era consciente de mi entorno: rama a la derecha, raíz levantada del suelo a tres metros, zarzas que se enganchan en la ropa y te retrasan a doscientos metros. Saltaba y zigzagueaba como si fuera sin peso y sin distracciones, mi naturaleza me daba esa habilidad y en momentos como ese, me sentía en deuda con ella.

Bella... ¿Has pensado en...?

Sabía a lo que se refería. Por supuesto que lo sabía, no podía sacar esa solución de mi mente desde que supe lo que le pasaba a Edward. Pero no era una solución sino una condena.

—No. Bueno, sí lo he pensado, pero no le voy a hacer eso. Es mejor estar muerto.

Bella... No lo es, si eliges bien cómo seguir esta vida, al final acabas dando gracias. Y tiene un vínculo contigo, podríais apoyaros y...

—Basta, Carlisle. No, puede que nos conozcamos, pero me mintió de una forma terrible, jugó conmigo. Ni siquiera sé si quiero verlo cuando despierte.

Aún te queda para llegar a casa, y tienes que dar un rodeo para no pasar por La Push, ¿eres consciente, no?

—Por supuesto —apreté los dientes con fuerza.

Pues tú sabrás. Yo estoy corriendo hacia casa, esperemos que no muera por el camino.

Y colgó. Colgó tras soltar aquella fatídica coletilla para darme a entender que según él estaba tomando una decisión equivocada. Pero, ¿tenía que condenar a ese ser humano a llevar una vida tan indeseable como la mía? Y aunque decidiera que sí, ¿podría transformarlo sin matarlo antes? Jamás había estado expuesta al estímulo de la sangre humana, mi moral me lo había impedido al igual que a Esme, Rosalie y Carlisle. ¿Y si al morderlo la bestia que llevaba dentro se despertaba? ¿Y si mataba a toda la población de Forks en una sola noche, enloquecida tras haber probado una sangre que me llamaba tanto? Simplemente no podía. El encargado en transformar a las víctimas que sufrían e iban a morir era Carlisle. Él tenía el suficiente adiestramiento para no cometer errores, pero yo no. Y si mi ponzoña se introducía en su inerte cuerpo, un lazo lo uniría conmigo. Es algo que no se puede explicar con facilidad, pero yo me sentía llamada por Carlisle, al igual que el resto de mi familia que había sido mordida por él. No era sumisión, era aceptación de lo que él dictaba, y me sentía orgullosa de haber sido marcada por Carlisle Cullen en lugar de por cualquier otro vampiro. ¿Iba a soportar a Edward todo el día detrás de mí esperando instrucciones? Lo más cómodo sería que Carlisle lo transformara, pero ni siquiera sabía si quería eso para él.

Cuando cogí la desviación para no pasar por La Push, territorio prohibido para nosotros los Cullen, me sentí desfallecer. No era el cansancio —es más, no me podía cansar nunca—, creo que era el peso de la decisión que tenía que tomar. Me arrodillé en el suelo y deshice el fuerte nudo de la sábana que me unía con aquel cuerpo sin apenas vida. La expresión de su rostro era de terror, el terror que había sentido al verme. Me sentí tan culpable que solté un grito de rabia, yo había provocado su muerte prematura. Puede que estuviera enfermo, pero quizá habría vivido muchos años más de lo que él creía. Podría haber puesto en orden todo, despedirse de las personas queridas y cumplir sus últimos deseos, como ir a un lugar exótico, casarse con su novia del Instituto o hacer puenting. Me había entrometido en su vida causando su muerte, y ahora no había forma de volver atrás.

No había lágrimas en mí, pero aún así sentí escozor en la nariz y sollocé en silencio, con mi cabeza junto a la suya. ¿Qué debía hacer?

Fuera cual fuese la respuesta, él sentiría lo mismo hacia mí: odio. Me odiaría si lo dejara morir, al igual que también me odiaría si le diera una segunda oportunidad con la inmortalidad. Quizá querría envejecer y formar una familia, aunque si eso era así, ¿qué hacía en Port Angeles, solo y a sabiendas de su problema de salud?

Mi móvil empezó a vibrar y me desconcerté. Era Alice.

—¿Alice?

Bella, hazlo. Lo he visto, pasará si quieres que pase —sonaba agitada pero segura.

—¿Qué has visto? —pregunté sin apenas voz.

Estás tumbada en un campo, o un prado con un hombre. Es alto, con el pelo... ¿cobrizo? Vaya, es muy guapo —silbó de admiración—. Reís. Después vas de caza con él. Y también estáis en el piano de Rosalie, el de casa, y parece como si te estuviera enseñando. Sois felices, Bella. Jamás te había visto sonreír así. Hazlo. No tengas miedo, pero si no haces nada va a morir, no te permitas perderlo.

—No puedo hacerlo, Alice —susurré—. No puedo... matarlo.

Bella, ¡no lo matas! Quizá al principio le cueste entender todo y paséis un tiempo conociéndoos. Pero os querréis, y Esme lo adorará y Carlisle hablará con él como si fuera un hijo. Luchará con Jasper para mantenerse en forma y acompañará a Emmett a Goats Rock para cazar osos. Y será mi hermano, Bella, lo querré muchísimo. Lo he visto.

Mordí mi labio inferior y me aparté el pelo de la cara. No sabía qué decir. Las premoniciones de Alice se basaban en las decisiones, no en lo que realmente iba a ocurrir. Imaginé que dejaba el cuerpo ahí, en el césped, y volvía a casa y seguía mi vida normal. Estaba muy segura de que iba a hacer eso, muy pero que muy segura.

Ah —suspiró Alice—. Mal asunto. Tienes una cara de muerta que no puedes con ella. Estás triste, y nadie sabe por qué. Te veo en Seattle, después en... ¿Chicago? Creo que sí. Pero sola.

¿Era eso lo que quería? Realmente pensaba marcharme de Forks, y era consciente de que tenía aspecto de muerta debido a 1) ya lo estaba, 2) me sentía enormemente deprimida.

Alice se despidió con un "¡hazlo, por favor!" y me encontré de vuelta a la realidad. Seguía respirando, pero tan débilmente que me entró pavor. Lo iba a hacer. Un momento, ¿lo iba a hacer? No estaba segura. Lo dejé en el suelo y di vueltas a su alrededor, sopesando las opciones.

Entonces, todo tuvo sentido. Jamás me permitiría abandonarlo y ver cómo moría. No me lo perdonaría nunca, fuera a donde fuese su fantasma siempre me acompañaría, torturándome. Tú has tenido la culpa, me dije a mí misma, así que soluciónalo.

Me arrodillé a su lado, intentando no pensar demasiado en los contras de convertirlo en vampiro. Lo puse sobre la sábana y le quité el jersey de lana para tener mejor acceso a los puntos de mayor concentración de sangre. Un escalofrío me recorrió cuando pensé en su sangre, pero decidí ser valiente. Después le remangué los pantalones y le descalcé, los tobillos eran una parte importante. Debía conseguir que hubiera mucha ponzoña en su cuerpo para evitarle un sufrimiento prolongado, necesitaba que el veneno llegase pronto a su corazón, o sino cuando despertase me mataría de un solo golpe con su fuerza de neófito.

Cogí su muñeca y me la llevé a la boca. Pero no pude. Era imposible que yo hiciera eso sin volverme loca y acabar matándolo. Miré sus facciones y la atracción que ejercía sobre mí se intensificó, no podía soportar no verlo nunca más. Había compartido una noche tan íntima con él, que aunque fuera a base de mentiras, me sentía unida a su persona. Lo necesitaba cerca, pero no sabía por qué. También quería explicaciones, y eso sólo lo conseguiría si era valiente y lo llenaba de ponzoña, por lo que cerré los ojos y me concentré en transformarlo —no en matarlo—. Sin embargo, cuando mis afilados dientes se hundieron en la fina piel de su muñeca derecha, pensé que iba a enloquecer. Sentí la sangre correr con libertad por mi boca, pero me obligué a no tragarla; si lo hacía, mi voluntad no duraría ni cinco segundos. Haciendo el mayor esfuerzo de toda mi existencia, me alejé de aquel sabor tan dulce y apetecible, sellando la herida con la lengua. Necesité unos segundos para encontrarme a mí misma y dejar al lado el monstruo. Escupí la sangre y deseé tener algo con lo que enjuagármela y quitarme el maldito sabor que hacía que mis ojos se volvieran hacia atrás de placer. Jamás había pensado que fuera tan apetecible, ni siquiera en mi imaginación había dado con algo tan exquisito.

Cuando recuperé levemente la compostura hice la misma operación con la otra muñeca, y después con el interior de sus codos. Le iba a quedar el cuerpo lleno de cicatrices, no como las que tenía Jasper de sus años de vampiro salvaje, pero sí que tendría más que el resto de nosotros. Mordí sus tobillos, y el interior de las rodillas dejando el cuello para lo último. Notaba su sangre congregarse en ese punto como si huyera del resto del cuerpo, y tuve miedo de perder el control.

—Una vez más, Bella —me murmuré a mí misma, intentando darme fuerzas. Me encontraba débil ya que luchaba contra mis propios instintos.

Tuve que levantarme y arrancar un árbol de una patada, romper un par de rocas y gritar como una loca antes de volver a serenarme.

—Tranquila —me dije cuando tuve su cuello delante—. Después me comeré un par de osos. Algo peligroso, algo más emocionante que esto...

Hundí de nuevo los dientes y la sangre salió a borbotones. Me manché la ropa y la cara, y tuve miedo de que muriera desangrado. Pasé mi lengua cargada de veneno y el chorro de sangre paró de inmediato.

El olor de aquel fluido era tan doloroso que me quité la sudadera y la camiseta y me limpie con esta última la cara teniendo cuidado de no inspirar. Después las tiré con todas mis fuerzas y vi como desaparecían en el interior del bosque. Agudicé mis sentidos y escuché el gorgoteo del río Sol Duc cerca, por lo que agarré la sábana que contenía a Edward, lo presioné contra mi pecho y corrí en esa dirección; necesitaba lavar todo rastro de sangre lo más rápido posible.

Una vez llegué, dejé a Edward en la orilla y me introduje en el agua sin pensármelo dos veces. Me encantaba nadar, me sentía en mi elemento cada vez que lo hacía. Sin embargo, tenía prisa, por lo que solo me froté con fuerza la cara, las manos y todo lo que hubiera estado implicado en el proceso y me enjuagué la boca varias veces. Después mojé la sábana y limpié la sangre del cuerpo de Edward. Lo examiné con curiosidad y noté que su corazón empezaba a bombear con más fuerza, luchando contra la ponzoña que iba llegando. Satisfecha de mi trabajo, medio desnuda y totalmente mojada pero sin rastro de sangre humana a la vista, lo volví a cargar y corrí hacia mi casa sintiéndome más segura pero con miedo a que empezara a chillar por el dolor de la transformación.

Edward se agitaba entre mis brazos, pero en ningún momento abrió los ojos. Daba espasmos y ponía muecas de dolor, pero aún no gritaba como un poseso. Sabía que esa fase venía después; el recuerdo más vívido que teníamos todos los vampiros de nuestra humanidad era el de la transformación, básicamente por el dolor insoportable.

Estaba cerca de casa, podía oler los efluvios de mi familia sin ningún problema. Necesitaba ir de caza, que Carlisle se encargara de Edward y su evolución y que todos apoyaran mi resolución. Pronto escuché unas fuertes pisadas que venían hasta mí y me puse en posición de defensa para ante todo, proteger a Edward. Sin embargo, aminoré la velocidad para centrarme en los detalles y caí en la cuenta de que era Emmett. Fui en su dirección y al poco tiempo me lo encontré corriendo hacia mí y con el ceño fruncido.

—¡Bella! —gritó. Después paró y me observó—. Vengo a relevarte, estará siendo duro para ti.

Suspiré y le tendí a Edward. Emmett lo cogió con cuidado, como si fuera un bebé.

—Gracias —le dije. No estaba cansada físicamente, pero la cabeza me daba tumbos y me sentía desorientada.

—Alice me dijo que estabas a punto de llegar a casa mojada y en sujetador. No lo podía creer y necesitaba verlo —contó mientras corríamos a la misma velocidad.

—Tenía que deshacerme del olor —expliqué.

—Pues buen trabajo, sólo lo noto un poquito —gritó por encima del ruido que desprendía el bosque a nuestro paso.

—¿Está Carlisle en casa?

—Llegó hace un rato, está preparando la biblioteca para atender al chico. Por cierto, ¿cómo se llama?

—Edward —respondí y sonreí al ver la fachada blanca de nuestra vivienda.

Emmett entró y fue hasta la primera planta velozmente mientras que yo antes me dirigí a mi habitación para ponerme algo de ropa. Me decidí por una camiseta que había comprado un día que salí de tiendas con Alice—creo que el único, normalmente iba ella sola y lo elegía por mí—. Troté escaleras abajo y me dirigí hasta la gran biblioteca que Carlisle también utilizaba como despacho.

—Bella —me saludó, con una sonrisa sincera—. Has hecho un buen trabajo.

Edward estaba tumbado sobre una camilla que habían instalado en medio de la habitación. Seguía dando espasmos y soltaba gemidos bajos.

—¿Cuándo recuperará la consciencia? —le pregunté a Carlisle. Había visto las transformaciones de los demás miembros de la familia, pero cada persona era diferente. Emmett estuvo cuatro días debido a su complexión física, Esme sólo dos y medio y Rosalie tres.

—Con tanto veneno no creo que más de tres días. Además, su musculatura no es excesiva, aunque cuando la transformación termine aumentará levemente.

—Lo sé —suspiré.

Cogí una de las manos de Edward y la apreté levemente.

—¿Ha sido duro? —quiso saber Carlisle mientras contaba el número de pulsaciones por minuto.

—Mucho. Pero el miedo a que muriera por mi culpa era aún peor que tener su sangre en la boca.

Carlisle me dirigió una mirada bondadosa y tras una pequeña sonrisa, muy cálida, me acarició un brazo. En ese momento la puerta se abrió y entraron Esme, Rosalie y Alice, nerviosas. Vinieron hasta mí y me dieron abrazos cariñosos.

—Has hecho lo correcto —me susurró Alice—. Todo va a salir bien, lo sé.

—Rose... —empecé a decir.

Rosalie era la miembro de la familia que más se quejaba de haber dejado atrás la humanidad. Para ella esta vida era un castigo, y tenía miedo de que me juzgara por haberle arrebatado la vida a otro ser humano, aunque estuviera a punto de morir. A veces creía que ella hubiera preferido estar muerta a no tener que someterse a esta existencia.

—No —me cortó ella. Y su sonrisa sincera hizo que me sintiera más tranquila—. Iba a morir, y es importante para ti. No estoy enfadada, sólo me da pena...

—Lo sé —repetí y volví a abrazarla.

Esme casi me aplasta los huesos —seguramente Alice le habría dicho todo lo que querría a Edward en un futuro— y se acercó a él. Lo miró embelesada durante un rato y le acarició el pelo amorosamente.

—Es tan guapo y joven —murmuró—. Carlisle, ¿está todo bien?

—Sí, dentro de unas horas empezará a... a gritar, por lo que sería bueno cerrar todas las puertas y ventanas para que nadie que esté fuera escuche nada.

Emmett, que había permanecido sentado en la silla de Carlisle se levantó de un salto y lo acompañó. Me extrañó no ver a Jasper, pero supuse que la presencia de un humano con heridas recientes lo incomodaría.

Rosalie, Alice y Esme estaban inclinadas sobre él, analizándolo centímetro a centímetro.

—Bella, cuéntanos todo lo que ha pasado —pidió Rosalie.

Suspiré y supe que no tuve más remedio que contar la vergonzosa historia.

—Yo... Yo me choqué con él hace una semana más o menos. Y me confundí. Pensé que era...

—¿Que era quién? —preguntó Alice, sumergida en mis palabras.

—No os riáis. Pensé que era Robert Pattinson.

Sin embargo, sí que se rieron. Y con grandes carcajadas.

—¡Pero si no se parece! Bueno, tiene un aire si lo miras de lejos —comentó Rosalie.

—¡Chicas, no reíros de vuestra hermana! —pidió Esme.

—Es que... Es tan divertido...

Puse los ojos en blanco, para mí no era nada divertido.

—El caso es que él no lo desmintió. Se aprovechó de la situación y bueno... Lo que pasó ya lo sabéis. Vosotras y los Denali, porque seguro que Tanya se lo ha ido contando a todo el mundo —gruñí.

Las tres se miraron entre ellas y pusieron caras de asombro.

—¿Con este es con quien te acostaste? —inquirió Rosalie—. ¡Es guapísimo! ¿Qué tal estuvo?

—¡Rose! —exclamé y volvieron a reír, alegres—. Bueno, pues volví y me sentí desdichada por el hecho de que no podía tener una relación con un ser humano sin ser descubierta. Entonces leí en Internet que Robert estaba en Londres grabando una nueva película y me deprimió saber que estaba tan lejos, pero ya había tomado la decisión de marcharme una temporada y empezar de cero. Hoy, mientras estábamos en la gasolinera, vi que él —señalé a Edward— se chocaba con Emmett y nada encajó. ¿Qué hacía Robert en dos sitios a la misma vez?

—¡Esto es un culebrón! —exclamó Alice—. ¡Lo más emocionante que le ha pasado a la familia!

Esme y Rosalie la mandaron a callar y yo proseguí.

—Me pasé el día siguiéndole y descubrí que se llamaba Edward. Estaba segura de que era él porque vivía en el mismo apartamento donde habíamos pasado la noche. No tenía ninguna duda de que me había mentido despiadadamente, y decidí darle un pequeño susto.

—¡No! —exclamaron al unísono.

Conté el resto de la historia y ellas fueron un público excelente. Me sentí más serena cuando expliqué todo, y se mostraron compasivas conmigo. Les pedí que se lo explicaran a los chicos y que por favor, no hicieran bromas al respecto. Hubo más abrazos y palabras cariñosas hasta que Carlisle volvió para anotar las pulsaciones de Edward de nuevo.

—Bella, vamos de caza, lo necesitas —dijo Alice mientras bajábamos las escaleras para dar una vuelta por la casa.

—No quiero dejarlo solo. Soy la culpable y...

—Carlisle lo cuidará.

—Ya, pero...

—¡Vámonos! ¡Jasper, obliga a Bella a ir de caza!

Jasper apareció y con su sonrisa deslumbrante, me agarró con fuerza y corrió hasta la puerta principal. Dejé de forcejear y reí de forma histérica.

—¡Nada de herbívoros, por favor! —pedí mientras nos adentrábamos de nuevo en el bosque.

—No pensaba comerme uno de esos por nada del mundo —gruñó Jasper, que ahora tenía a Alice subida a su espalda.

Tuvimos suerte, ya que encontramos un puma para cada uno. Incluso había una cría de un tamaño diminuto que parecía extraviada, pero ninguno de los tres quería matarla.

—¡Nos volveremos a ver! —le gritó Jasper mientras corría para alejarse de nosotros con sus cortas patitas—. ¡Me he quedado con tu cara, cuando cumplas la mayoría de edad vendremos a por ti!

Riendo como tontos volvimos a casa. Me sentía más liviana a pesar de que mi animal era enorme y de que su sangre me había saciado. No podía quitarme de la cabeza el sabor tan diferente de Edward, pero no quería convertirme en una loca e ir matando a humanos sin compasión. Me gustaba tener esa pizca de humanidad que me diferenciaba de los demás vampiros.

—¡Bella! —Esme había salido de la casa por la parte trasera y corría hacia mí moviendo los brazos—. ¡Edward está empezando a reaccionar!

Miré a Alice y a Jasper y sin pensarlo dos veces me metí en el interior de la casa. Escuchaba los gritos desgarradores que provenían de la biblioteca y me entró el pánico. La culpable de ese dolor era yo.

Entré con sigilo y vi a Carlisle sentado a su lado, hablándole mientras se retorcía en la camilla y soltaba alaridos.

—Edward —susurré cuando estuve junto a él. Tenía los ojos cerrados con fuerza, pero al escucharme los entreabrió ligeramente y pude ver que estaban inyectados en sangre—. Edward, todo está bien.

Gritó, arqueando la espalda, pero fue incapaz de pronunciar una palabra. Sollocé sin lágrimas y le pedí perdón un millón de veces. Cada grito era recibido con un "lo siento" de mi parte. Cogí una de sus manos y la encerré entre las mías, apretó con fuerza y supe que si fuera humana me habría hecho mucho daño.

—Ya va a pasar, Edward —murmuré—. Dentro de poco dejará de dolerte...

Carlisle me miraba con tristeza y entonces le entendí. Había que tenido que soportar la culpa al vernos retorciéndonos durante días y pidiendo que nos matara, pero que dejara de torturarnos. Era horrible, no sabía de dónde sacaba la fuerza para ver cómo su cara se desfiguraba en muecas de agonía. Su frente estaba llena de sudor y tenía el pelo húmedo, pero no me importó, lo acaricié con suavidad y ternura.

—Edward, necesito que me escuches —dijo severamente Carlisle, y Edward gritó pero fui consciente de que lo hizo con menos volumen que las veces anteriores—. Soy Carlisle Cullen. Tengo que ponerte al corriente de tu situación.

Escuché a Carlisle contándole lo que éramos y lo que próximamente sería él. Como respuesta obtuvo un alarido. Después le explicó que el veneno se estaba expandiendo por su cuerpo y que el dolor cesaría cuando llegara al corazón, que una vez estuviera completamente transformado vería el mundo con "otros ojos", que constantemente sentiría un dolor intenso en la garganta que sólo podría calmarlo la sangre —más alaridos desquiciados— y que toda la familia Cullen lo recibiría con los brazos abiertos, que no estaba solo.

Le contó lo mismo que me contó a mí en mi transformación. Parecía un discurso ensayado, que alentaba al sufridor y le prometía una mejor existencia una vez el dolor pasara. Edward sin embargo no hablaba, quizá no tuviera fuerzas para mediar palabra alguna. Se retorcía tanto que Carlisle lo sujetó a la cama para evitar que se cayera. Me dio tanta pena verlo amarrado a la camilla y gritando que me odié a mí misma. Si hubiera visto esa imagen antes de pegar el primer mordisco, dudaba que hubiese seguido adelante con el plan.

Esme venía cada media hora con paños húmedos y fríos, los cuales colocaba en la sudada frente de Edward y retiraba una vez estaban calientes. Parecía tan desesperada como yo en intentar disminuir su sufrimiento, e igual de echa polvo al darse cuenta de que no había nada que hacer excepto esperar.

Pasé el día junto a Edward, no me moví de su lado y sabía que estaba tan mal que ni siquiera había reparado en mi presencia. Los demás seguían con su vida normal, iban a clase, al trabajo y al supermercado. No querían levantar sospechas, ninguno deseaba dejar Forks aunque fuese algo que tendría que ocurrir tarde o temprano.

A través de la pared acristalada vi como el sol se escondió tras las montañas y todo se volvió de una agradable tonalidad púrpura. Se lo describí a Edward, le expliqué qué color tenía cada matiz y cómo las motas de polvo se arremolinaban en torno a la luz. No supe si me estaba escuchando, pero necesitaba hablar y desconectar de sus bramidos. La noche llegó, y al levantarme para encender las luces cogí un libro sobre Medicina General nada interesante y se lo leí durante toda la madrugada. Mi familia asomaba la cabeza por la puerta y al verme participe en la conversión de Edward, sonreían y volvían a sus quehaceres.

—Vas a estar bien muy pronto —le dije, interrumpiendo la lectura—. Entonces podremos hablar y me darás algunas explicaciones.

Edward soltó un gruñido y tuve la certeza de que me había escuchado. Apreté su mano y el me lo devolvió con fuerza, una fuerza que se había ido incrementando exponencialmente a medida que pasaban las horas.

—Buen chico —susurré.

El día siguiente estuvo lleno de gritos también. Emmett iba de un lado a otro de la casa quejándose del ruido, pero se estremecía cada vez que alguien le recordaba que él también había pasado por lo mismo y que debía entenderlo. Jasper permanecía lejos de la biblioteca, Esme se esmeraba al máximo con Edward, Carlisle lo sometía constantemente a un análisis exhaustivo y yo me sentía abatida. Necesitaba que su sufrimiento parara ya, porque me estaba afectando mucho. Tenía miedo de volverme loca una vez todo acabara.

Otra noche más leyéndole a Edward; esta vez literatura femenina y añadiendo mis propios comentarios personales. Esperaba que así pudiera entretenerse y dejar el dolor de lado. Su corazón cada vez bombeaba más rápido, y eso significaba que iba a culminar de un momento a otro. Me dio miedo, no sabía a que atenerme una vez estuviera despierto. ¿Querría matarme por haber decidido convertirlo en inmortal? ¿O estaría agradecido? ¿Tendría la suficiente voluntad para llevar el régimen "vegetariano" o iría a lo fácil y se alimentaría de humanos? No lo conocía personalmente como para averiguar cómo sería su "yo vampiro".

Al tercer día, Emmett y Jasper se ofrecieron para ir al apartamento de Edward y recoger sus cosas de valor. Les indiqué dónde estaba añadiendo que era más fácil entrar sin ser vistos trepando por la pared de atrás. Se fueron, contentos de tener algo nuevo que hacer, y yo volví a sentarme al lado del dolorido Edward. No había dicho nada en los tres días que llevaba agonizando, hecho que difería de las demás conversiones que había presenciado. Quizá no supiera qué decir, pensé.

Cuando los chicos volvieron, con una maleta pequeña y diciendo que jamás habían visto una casa tan diminuta, Carlisle nos asustó a todos al decir que la ponzoña debía quedarle sólo el corazón por vencer, y al ser este tan débil, no tardaría mucho en finalizar. Nos reunimos en torno a la camilla, con Jasper y Emmett cubriéndonos por lo que pudiera pasar. Fue aburrido esperar sin poder hacer nada, sólo apoyarme contra la pared y empujar a Emmett para que me diera más espacio vital.

—¡Escuchad! —exclamó Alice, y nos quedamos en silencio para escuchar mejor. El golpeteo frenético al que nos habíamos acostumbrado en los últimos días sonaba distinto, más relajado y apagado. Carlisle se aproximó y desató las tiras de cuero que rodeaban el cuerpo de Edward rápidamente.

—Qué yuyu —murmuró Emmett—. Estamos escuchando como una persona muere.

Todos le dimos una colleja; teníamos los nervios a flor de piel y él seguía bromeando con cosas que debían tomarse en serio.

Esperamos pacientemente y soltamos un "¡oh!" colectivo cuando se hizo el silencio. Ya no había más latidos en la sala. Las extremidades de Edward comenzaron a moverse lentamente, y de un golpe, abrió los ojos y miró fijamente al techo. En menos de una milésima de segundo dio un salto y aterrizó en el suelo, poniéndose detrás de la camilla y mirándonos uno a uno con sus ojos carmesíes, encorvando la espalda y rugiendo, como si fuera a atacar.

Jasper expandió los brazos para proteger a Alice y a Esme, mientras que Emmett se ocupaba de mí y de Rosalie. Sin embargo, me deshice de él y di un paso al frente lentamente, con los brazos estirados para que entendiera que iba en son de paz.

—¿Edward?

—¿B-Bella? —su voz se había vuelto más grave y aterciopelada, y me gustó tanto que sentí incluso placer al escucharla.

Me acerqué con calma, pero él se pegó más a la pared, asustado. Se llevó las manos a la cabeza y la apretó con fuerza. Vi como sus rodillas fallaban y se caía al suelo. Miré a mi familia y todos tenían el mismo gesto de estupor que yo. ¿Qué clase de vampiro se cae al suelo?

1 comentario:

diana dijo...

hay hay bnooooooooooooooooooo
1111111111111!!!!!!!!!!!! en lo mejorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr