viernes, 21 de mayo de 2010

MEETING YOU


Disclaimer: No me pertenece ninguno de los nombres de los personajes, ni nada por el estilo. Lo único que he hecho ha sido jugar un poco con ellos y querer mucho a Edward.

Nota importante:Como he dicho anteriormente y sabéis, el hecho de que aparezcan personajes reales está totalmente prohibido. En este capítulo Bella cree lo que quiere creer, pero en el siguiente quedará todo aclarado (será un Edward's P.o.V.. Por si acaso, aclaro que R. P. no aparece en el capítulo, aunque Bella esté segura de que sí. ¿Quién no ha confundido a una persona con otra? Lo dejo ahí.

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Chicas como habeis visto me he saltado un capi asi que sientansen afortunadas por mi despiste jaja aqui esta el tercero XD
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Conociéndote sin conocerte

Estaba en estado de shock. Sí, yo, Isabella Marie Swan-Cullen, me había quedado anonadada al ver aquellas facciones que se me hacían tan familiares.

—Lo siento mucho —me disculpé rápidamente, con una voz muy diferente a la mía. Sonaba nerviosa y patética; genial, pensé, justo la imagen que quería dar…

—Podrías mirar por donde vas —escupió él, estirándose el suéter para ver la mancha mejor. Después murmuró—: Joder, era mi preferido…

Pensé que había sido un poco estúpido, pero daba igual, se lo perdonaría todo a aquel milagro de la naturaleza. Él aún no me había visto, miró en mi dirección al caer, pero al momento se puso a evaluar los daños del incidente. Se quitó las gafas de sol con un movimiento ágil y se las guardó en un bolsillo del pantalón despreocupadamente.

—No sé que comes, pero estás más dura que una roca —bufó, aún molesto, mientras se levantaba con la ayuda de las manos. Al erguirse se sacudió los vaqueros y me echó una mirada enfurecida que cambió inmediatamente a una sorprendida—. V-vaya… S-siento haber s-sido tan grosero.

No pude menos que derretirme. Aquel acento inglés me estaba matando por dentro, tenía la urgente necesidad de saltar sobre él y arrancarle la ropa violentamente. Verlo tan de cerca me estaba trastornando cada vez más. Sus angulosas facciones, su barbilla marcada con barba de hacía unos días y sus profundos y penetrantes ojos verdosos me estaban excitando. Si alguna vez había pensado que era la mujer con menos suerte del mundo, estaba equivocada.

Pensé en iniciar una conversación, ya que él parecía tan distraído como yo, observando mi cuerpo centímetro a centímetro. ¿Qué debía hacer? Estaba claro que no podía comportarme como una fan loca y desquiciada, huiría en cuestión de milésimas de segundo. Tampoco podía hacerme la despistada y fingir que no lo conocía… ¡Por Dios, si cada una de las mujeres de este país sabía hasta su fecha de nacimiento! Quedaría como una tonta, y no quería eso… Podría hacerme la interesada en su filmografía, decirle que tenía talento y esperar a ver si surgía algo… Aunque pensándolo bien, ¿qué demonios iba a pasar? Era humano, no me hacía falta escuchar el golpeteo de su sangre para saberlo. Y ahí me perdí… Su sangre. Jamás había olido algo tan delicioso como aquello. Aspiré levemente y un aroma a lilas, miel y luz del sol me atrapó. Fue más de lo que podía permitirme… ¿Luz del sol? ¿Cómo podía oler a luz del sol? Era un efluvio tan maravilloso que la boca se me llenó de veneno, pero no, no podía matarlo… No a él.

—Hola —terminé diciendo. Aunque la cantidad de pensamientos que había tenido a un humano le hubiese costado horas ponerlos en orden, yo en un par de segundos lo tuve solucionado—. Soy Bella Cullen, siento mucho lo que ha pasado, a veces no sé por donde voy —Bien Bella, vas por buen camino, me dije a mí misma—. Quería preguntarte… Es que me suena mucho tu cara… ¿Eres actor?

En ese momento él pareció salir de su ensimismamiento, cerró la boca levemente y sacudió la cabeza.

—Ah —dijo simplemente, y me pareció de lo más normal, obviamente se sentiría muy acosado por las mujeres de mi edad, o al menos de la edad que aparentaba tener.

—¿Eres Robert Pattinson si no me equivoco, verdad?

Miró al suelo y jugueteó con los pies sin asentir ni mediar palabra conmigo; al rato levantó la vista y sonrió de una forma deslumbrante, que consiguió que mis rodillas temblaran.

—Encantada Bella —tendió su mano y no pude evitar cogerla como una tonta embobada—. Madre mía, ¡estás congelada! ¿Quieres venir conmigo a tomar algo? Te invito a lo que quieras.

Aquel era mi día de suerte, sin ninguna duda. No solo me chocaba con el hombre más guapo de la faz de la Tierra, sino que encima me invitaba a cenar. Estaba tan embelesada con la forma en la que pestañeaba o cómo hablaba, levantando levemente el lado izquierdo de la comisura de los labios hacia arriba, que ni caí en el hecho de que lo que yo cenaba no se parecía en nada a lo que él habituaba degustar.

Sin embargo me dejé llevar, intenté ser feliz por una vez y seguí sus pasos.

—¿Qué hace alguien como tú en un pueblo como este? —preguntó él, dejándome asombrada.

—¿No se supone que debo preguntarte eso yo a ti? —reí, algo nerviosa. Si no acababa loca de remate esa noche, sabría a ciencia cierta que nada podría conmigo.

Él sonrió, mientras caminaba sin rumbo.

—Me refiero a que… no pareces de este lugar —terminó diciendo, encogiéndose de hombros.

—Bueno, no soy de ningún lugar. Mi familia viaja constantemente, así que no me siento de ningún sitio en especial… Seguro que sabes a lo que me refiero, viajarás a multitud de sitios en cuestión de días, ¿no? —Sin entender muy bien por qué, le estaba contando mi aburrida vida nada más y nada menos que al actor más famoso del momento.

—Mi vida no es fácil —suspiró—. Pero cada uno tiene lo que se busca, ¿no crees?

—Supongo que sí… —murmuré, aunque yo no me sentía merecedora de la cadena perpetua a la que se me había sometido.

Él tenía las manos metidas en los bolsillos, y parecía someterse a una lucha interior, supuse que estaría pensando si era peligroso ir por ahí con una fan de aspecto siniestro.

—¿Cuántos años tienes? —quiso saber de pronto. Al ver que titubeaba, no muy segura de qué contestarle rió—. Seguramente lo sepas todo de mí… ¿No vas a dejar que estemos en igualdad de condiciones?

Me uní a su risa, uno de los sonidos más maravillosos del mundo. Noté algo extraño en su voz, y es que en directo parecía ser más aterciopelada. Sin embargo no me importó, lo hacía aún más perfecto.

—Tengo veintitrés años —le dije al fin—. Así que, en el fondo estamos en igualdad de condiciones —comenté, jugando con el doble sentido, ya que según mis fuentes él tenía la misma edad.

Con una pícara sonrisa asintió, sin querer hacer más comentarios acerca de eso. Después señaló un Kentucky Fried Chicken con la cabeza.

—Vamos, te invito a cenar.

Dudé durante unos instantes. ¿Merecía la pena tragar algo que sabía asqueroso y que me producía malestar físico para pasar unas horas en compañía del hombre más maravilloso del mundo? No tardé ni media milésima de segundo en saber la respuesta.

—Claro, aunque no tengo mucha hambre…

Me senté en una mesa apartada y él fue a hacer cola para pedir la comida, después de rogarle que no me trajese mucha. Lo miré fijamente y casi muero del placer. Era simplemente perfecto, mucho más perfecto de lo que parecía a través de la gran pantalla. Con un pantalón vaquero desgastado, el suéter de lana azul y aquel gorro negro que tapaba el milagro que era su pelo, estaba tan imponente como si llevara un traje de chaqueta a medida. Noté que la chica que servía tras el mostrador se quedaba mirándolo boquiabierta, y los celos me carcomieron. Me sentí más tranquila cuando vi que andaba hacia mí, con una sonrisa increíblemente arrebatadora y andando a paso lento, como si quisiera torturarme. ¿Qué iba a hacer yo con aquel regalo divino?

—Aquí tienes —dijo al sentarse, poniendo la bandeja entre los dos. Miré con asco disimulado la comida y me hizo mucha fuerza de voluntad para coger una de las alitas de pollo y mordisquearla.

—Cuéntame cosas acerca de ti —pedí, para así evitar comer y poder quedarme mirándolo.

—Ya lo sabrás todo… —contestó, entre risas.

—No soy una fan psicópata —le aclaré y conseguí que riera más fuerte—. ¿Sabes? Cuando me choqué contigo venía de ver tu última película.

Él se recostó sobre la silla y me miró curioso.

—¿Y qué te ha parecido? —quiso saber, mientras se llevaba la pajita del refresco a los labios.

Me quedé embobada viendo como succionaba el líquido, y él no pudo evitar soltar otra risita. Rápidamente cambié de postura, consciente de que llevaba un rato con la misma y sin parpadear; no quería que sospechara que estaba muy lejos de ser una chica normal y corriente.

—Es buena —dije simplemente—. Aunque me gustabas más cuando hacías cine independiente.

—¿Eso quiere decir que ya no te gusto? —susurró, sonriendo de forma ladina.

¿Acaso estaba ligando conmigo? Habría apostado todo el dinero que tenía que si hubiese tenido sangre en mis venas, en aquel momento el corazón me bombearía a mil por hora y mis mejillas estarían escarlatas.

—N-no he d-dicho eso —murmuré, tan bajo que dudaba que lo hubiera escuchado.

Desde que me había chocado con él había puesto en práctica un pequeño experimento: inhalaba a cada veinticinco segundos cantidades de oxígeno cada vez mayores, en un intento de acostumbrarme a su efluvio y evitar sentir la ponzoña acumularse en mi boca. Lo que menos quería en el mundo era matarlo, y menos con tantos testigos a mi alrededor.

—¿Trabajas? —me preguntó. Me hacía gracia que no cesaran sus preguntas, era como si de verdad estuviese interesado en mí.

—Estoy estudiando diseño gráfico.

—Podrías entrar a formar parte de mi grupo de representantes y todo el rollo ese —dijo, con su habitual sonrisa.

Me sentí desfallecer tras decir esas palabras. Aunque sonaba muy a desvariación de mi mente trastornada, parecía una forma indirecta de decir que me quería cerca. Y para qué mentir, me encantaba.

—¿Es una insinuación? —inquirí, con la voz más sensual que pude y mi orgullo creció exponencialmente cuando noté que su corazón empezaba a ir más y más rápido. Sabía que era trampa ser consciente de lo que provocaba en los demás y usarlo a mi favor, pero no iba a dejar de hacerlo y menos aún en ese momento.

Tragó saliva ruidosamente y paseó la vista por el restaurante de comida rápida. Después volvió a posar su mirada en mí, y no me pudo gustar más lo que vi en ella: deseo.

—Aquí al lado hay un pub irlandés donde ponen muy buena cerveza —comenzó a decir, de forma casual—. Iba a ir de todas formas, pero me gustaría que me acompañaras… —terminó diciendo, alzando las cejas y doblando la sonrisa de aquella forma tan asquerosamente sensual.

Sopesé mis opciones. Cada vez me sentía más atraída por el olor de su sangre, aunque la idea de acabar con su vida era tan horrible que sabía que no iba a hacerle daño. Sin embargo no estaba dispuesta a correr riesgos. Con un cálculo rápido me notifiqué a mí misma que hacía cuatro días que no iba de caza, era una locura arriesgarme a pasar tiempo con él, en un sitio oscuro y donde posiblemente lo tuviera a escasos centímetros. Por lo que tenía dos opciones: irme a casa con el rabo entre las piernas y sentirme desgraciada por el resto de mi existencia, o aceptar su invitación y soñar con una vida perfecta junto a él mientras lo miraba a los ojos.

—Está bien, vamos…

Salimos del local y nada mas poner un pie en la calle, a él le dio un escalofrío por lo que supuse que hacía frío. En momentos como estos era un asco ser inmune a todo y no notar la temperatura, por ejemplo, dificultaba enormemente la tarea de parecer humana. Imité su gesto a la perfección y me lanzó una mirada preocupada.

—Hace mucho frío, será mejor que nos demos prisa —Puso su mano en mi espalda baja y me empujó a un pub que tenía la fachada pintada de verde, y del cual salía una fuerte música.

El interior era acogedor, aunque daba la impresión de que los dueños habían olvidado por completo hacer limpieza por lo menos durante un año. Varias parejas bebían, alegres, con los cuerpos entrelazados y sonrisas eternas. Sentí envidia, seguramente cuando él me tocara la piel se asustaría por la temperatura. Llegamos hasta una esquina de la barra, y me apoyé contra la pared mientras mi acompañante pedía dos cervezas. La camarera las trajo en cuestión de segundos y empezó a beber como si le fuera la vida en ello. No sé por qué, pero la idea de que quería emborracharse me surcó la cabeza.

—Voy al servicio un segundo —le dije con un hilo de voz. Cada vez se acercaba más a mí, consiguiendo así aumentar mi sed.

—No tardes —me susurró, separando los labios del vaso.

Con un estremecimiento provocado por el impacto de su dulce aliento sobre mi rostro, fui andando hasta el cuarto de baño y me encerré en él. Miré el reloj para llevar un seguimiento de cerca del tiempo que iba a gastar en mi plan. Pasé la vista alrededor de la pequeña habitación y solté un chillido de satisfacción al ver una ventana por la que mi cuerpo cabría sin problemas. Cerré el pestillo del baño para después dirigirme hasta dicha ventana y abrirla de par en par. Siendo previsora, metí mis zapatos en el bolso y este me lo colgué en forma de bandolera. Con un largo suspiro, me subí al alfeizar y viendo que daba a la parte trasera del pub y que el bosque no estaba muy lejano, salté, y comencé mi carrera a toda la velocidad que pude.

Pronto mis pies empezaron a sentir tierra, dejando atrás el asfalto, y aminoré la velocidad, consciente de que nadie me vería ya. Me concentré en los olores que desprendía ese frondoso bosque que tan bien conocía, y torcí el gesto al comprobar que un ciervo se hallaba relativamente cerca. Qué se le va a hacer, pensé, una nunca encuentra un bicho carnívoro cuando lleva prisa.

Sigilosamente llegué hasta el animal y en menos de unos segundos ya lo tenía controlado, bajo mis brazos. No era para nada agradable, pero mucho mejor que aquel pollo rancio que había tenido que comer a la fuerza hacía un rato.

Al poco tiempo, el ciervo yacía sin una gota de sangre, postrado ante mí, y como cada vez que iba de caza el sentimiento de que era un monstruo me invadió. Pero sacudí la cabeza, aquel podría ser uno de las mejores noches de mi vida y no lo iba a estropear con mis ideas moralistas acerca de lo ruin que era la existencia de seres como yo.

Gracias a mi siglo de entrenamiento en el arte de cazar animales, conseguía salir del proceso sin un rasguño, mancha o evidencia de lo que acababa de hacer, cosa que me venía muy bien ese día. Volví a echar una carrera a toda velocidad y en poco menos de dos minutos estaba frente la ventana que conducía al servicio de mujeres. Sonreí satisfecha tras entrar por esta y mirarme en el espejo. Estaba perfecta, lo único que necesitaba era enjuagarme la boca con agua, lavarme las manos y ponerme los zapatos.

Iba a posar mi mano en el pomo de la puerta cuando mi móvil sonó. Miré la pantalla pero al estar rota, no veía con claridad el nombre de quien me llamaba.

—¿Sí? —pregunté al descolgar.

—¡Bella! —la voz de mi prima Tanya sonó desde la otra línea.

—Hola Tanya, ¿qué ocurre?

—Bueno, en realidad no lo sé… Alice me llamó muriéndose de la risa y me dijo que te llamara, que necesitabas mi consejo.

Me quedé en silencio, asimilando sus palabras y buscándoles sentido. Alice veía el futuro, y por lo visto algo en el mío iba a ocurrir que le causaba risa. Y para ella, la única que podía ayudarme era Tanya. Pero Tanya no poseía ningún don, por lo que no conseguía entender cómo me iba a ayudar. De repente, una bombilla se encendió en mi cerebro y por poco vuelvo a tirar el teléfono de nuevo.

—¿Estás bien, Bella? —preguntó Tanya, que seguramente había seguido el ritmo de mi respiración y sabía que acababa de tener una epifanía.

No me lo podía creer. No, no tenía ningún sentido… Era totalmente imposible.

—¿No t-te dijo nada más Alice? —susurré, aún en estado de shock.

—No cariño, se limitó a reír como una loca y a repetirme que te llamara —Tanya parecía confundida, y con razón, pensé.

Tanya pertenecía a un aquelarre cercano al que prácticamente considerábamos familia, debido a que los hábitos alimenticios que tenían, los cuales eran iguales a los nuestros. Sin embargo, había algo de lo que me distaba mucho de ella y sus hermanas Kate e Irina: las tres eran súcubos. Iban por la noche buscando hombres humanos con los que mantener relaciones sexuales, los cuales sobrevivían a la experiencia, algo no muy frecuente ya que podríamos aplastar cráneos en cuestión de segundos si no ejercíamos un severo control sobre nuestra fuerza. Y supongo que controlar tu cuerpo mientras tienes una relación sexual no es lo más fácil del mundo.

Suspiré, ¿de verdad me había visto Alice teniendo sexo con… él? Primero me inundó la vergüenza, después el desconcierto y por último el miedo. No iba a ser capaz de hacer eso sin provocar la muerte del chico; y no quería que él muriera. Decidiera lo que decidiese, Tanya podría resolverme algunas dudas, y ya que me había llamado decidí aprovechar la oportunidad.

—Tanya, ¿es muy peligroso eso de… acostarse con humanos? —a mi pregunta le acompañó una carcajada por parte de mi prima, que hizo que el ceño se me frunciese.

—¡No me digas que es eso! —exclamó, entre risas—. Oh, la pequeña Bella…

En la familia, se me consideraba pequeña por el hecho de no encontrar pareja y no haber dado el paso. Algo estúpido, sí, pero el ingenio de mis queridos hermanos no daba para más.

—Contéstame.

—Vale, vale… Bella, debes estar segura de que quieres hacerlo —empezó a decir—. Yo jamás he perdido el control, no sé si eso variará según la persona, ya que mis hermanas tampoco. Te sentirás muy poderosa, por eso debes tener al menos la mitad del cerebro pensando en frío.

—Entiendo.

—No debes permitirte que tus dientes rocen nada, ¿me entiendes? Las extremidades las puedes controlar para que no hagan daño, sin embargo con los dientes puedes matar inconscientemente.

—Qué agradable —bufé.

—Oye, te cuento las cosas como son… Ah, y no uses preservativo. Aunque no nos podamos quedar embarazadas siempre es bueno usarlo para guardar las apariencias, ya sabes… Lo que pasa es que… No sé como explicarte esto sin que suene asqueroso… Está bien. Nuestro… flujo contiene ponzoña, la cual disuelve el látex. Después es muy difícil explicar por qué el condón sale totalmente lleno de agujeros, y los hay que son muy pesados e insisten en acompañarte a un centro de planificación familiar para que…

—¡Vale, vale! ¡No necesito más información! —exclamé, horrorizada y asqueada.

Me despedí de ella con la promesa, que por supuesto no cumpliría, de que le contaría todo al día siguiente y con el pulso tembloroso salí de allí por fin. Vi que mi famoso acompañante miraba en mi dirección y lo noté suspirar aliviado.

—Pensé que no saldrías nunca —comentó. El aliento le olía a alcohol; no quería imaginarme cuántas cervezas se habría tomado desde que me encerré en el servicio—. Tenía miedo de que te hubiera asustado…

Reí escandalosamente, sintiéndome más nerviosa que nunca.

—¿Por qué me ibas a asustar?

—Quizá no fuera como me imaginabas —respondió, con los ojos desenfocados. Después pidió otra cerveza y me acercó la que me habían traído antes de marcharme al aseo.

Me llevé el vaso a la boca e hice como si bebiese, pero en realidad no tomé ni una gota. Robert sin embargo se lo pasaba de miedo con sus jarras llenas del líquido ámbar, y cada vez parecía más y más contento.

Lo miré fijamente y percibí cada uno de los detalles de su inmaculado rostro, y caí en que tenía razón al haber hecho esa última suposición. Cada vez que lo miraba me descubría encontrando algo nuevo para mí, que no recordaba haberlo visto en fotografías suyas, aunque claro, el Photoshop ayudaba mucho a eso de ser diferente en vivo y en directo. Sacudí la cabeza levemente y me centré; jamás había ligado con nadie, pero me conciencié a mí misma de que no tenía que ser tan difícil, y menos cuando el tío en cuestión estaba borracho.

—Eres mejor de lo que me imaginaba —le susurré al oído, consiguiendo así que empezara a segregar testosterona. Si durante los últimos ochenta años me había parecido un olor asqueroso, ahora era uno de los más exquisitos.

—Bebe —me dijo con voz autoritaria, pero sin perder el gesto pícaro de su rostro.

Así que ese era su plan… No me hacía mucha gracia, pero tenía sentido. Obviamente quería emborracharme para que no recordara nada al día siguiente y así conseguir que no fuese contándole a la prensa con quién había pasado la noche. Era un chico inteligente. Lo que no sabía era que su plan fallaba conmigo ya que aunque me bebiera un barril de cerveza seguiría sobria.

—¿No deberías estar en Londres promocionando Remember Me? —le pregunté de golpe, queriendo saber más de él.

—Tengo una idea —empezó a decir—. Vamos a olvidarnos de las estúpidas películas… Sólo tú y yo, ¿de acuerdo? Y ahora, bebe.

No sabía qué era lo que tenía que me enloquecía tanto. Poseía un sex appeal innato, de eso estaba segura. A nadie le sentaría de esa forma tan sexy la simple ropa que llevaba; es más, si no fuera por el martilleo incesable que era su corazón, el rojizo de sus mejillas y el calor que desprendía su piel, hubiera jurado que era un vampiro: aquella belleza no era normal. Muchas veces dicen que la ficción superaba la realidad, pero en este caso no era así, él era cien veces mejor en vivo.

En repetidas ocasiones hice el gesto de llevarme el vaso a los labios e inclinarlo, y él sonreía satisfecho. A los minutos fue al servicio y aproveché para cambiar mi vaso por el suyo, el cual estaba vacío. Cuando volvió, le comenté que le había pedido otra cerveza y me dio las gracias; qué fácil era a veces tener contentos a los hombres, pensé.

—La vida en Londres me estaba matando —me empezó a contar después de hacer un resumen detallado de su estancia en el Instituto—. Había gente por todas partes… A ver, yo estoy enamorado de mi ciudad, es como ni novia. Bueno, espera… ¿Londres es masculino o femenino? ¡Mierda, es masculino! Bueno, lo que te decía, tenía una estrecha relación homosexual con mi ciudad.

Sonreí y dejé escapar una risita por lo bajo. Recordaba haber leído miles de comentarios en Internet acerca de su humor enrevesado, así que su discurso no me cogía desprevenida.

—… y decidí venir a Port Angeles —Otro rumor que se confirmó acerca de él fue lo terriblemente hablador que era; y me encantaba—. Aquí se está bien, he alquilado un piso tan diminuto que casi ni quepo yo —se rió y lo acompañé—. Y la tía que vive arriba tiene cara de caballo, debes creerme... Entonces salí buscando algo de fiesta, pero recordé que no conocía a nadie y me compré un café, que sabía algo rancio. Tras eso me choqué contigo, Bella Cullen, ¡y aquí estoy! —levantó la cerveza y brindó conmigo—. Es una bonita casualidad, una bonita casualidad…

Me reí con ganas y dejé que siguiera con su perorata, ya que parecía feliz.

—Nunca he tenido novias, ¿sabes? Bueno sí, si con novias te refieres a coger a alguien de la mano cuando caminas y decir "te quiero mucho" al final de los mensajes de texto, sí que las he tenido... Pero yo quería algo formal, algo que fuese de verdad, ¿me entiendes?

—Sí —respondí con una sonrisa triste—. Todos mis hermanos están emparejados y son muy felices. Vivimos todos juntos y se me hace duro ver que soy la única que estoy sola.

—¡Pobre Bella! —suspiró—. Pero es que vives en el culo del mundo, guapa. Aquí no encontraras a nadie de provecho. ¡Vente a Londres conmigo!

—¿Me contratas para tu próxima película?

—¡Que no quiero hablar de cine! —exclamó, tajante.

No pude hacer otra cosa que reírme de su cómica expresión. Tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido, intentando parecer enfadado.

—Está bien, pero ya hemos hablado de todo.

—Oh, no… Hablemos de sexo —bebió un trago y volvió a fijar la mirada en mi rostro—. ¿Cómo le va a usted en la cama, señorita Cullen?

Bufé sorprendida. ¿Me acababa de preguntar eso? Vi que se reía disimuladamente y supe que quería ponerme en evidencia. Ahora venía lo importante: mentir, o no mentir.

—Me va genial, ¿es que hay algo que te haga pensar lo contrario? —Intenté con todas mis fuerzas que mi voz resultase seductora y segura; estuve segura de haberlo conseguido al ver que sus pupilas, dilatadas ya por culpa del alcohol, se abrían más y más.

—No hagas eso… —murmuró con la voz quebrada.

Sonreí y di un paso demasiado seguro para ser yo hacia él.

—¿Hacer el qué?

Tragó saliva e hizo aquel gesto que tanto le había visto hacer por la gran pantalla pero que aún no había presenciado en directo: se pasó una mano por el cabello. Mis piernas temblaron y la confianza en mí misma se esfumó; era demasiado… sexual para su propia salud.

—Deslumbrarme —y con esa palabra, que podría haberse aplicado perfectamente a mi caso, consiguió ponerme aún más nerviosa. Después dejó la cerveza en la barra y se acercó más a mí—. ¿Te gustaría ver mi diminuto apartamento?

1 comentario:

diana dijo...

hyahay me encantaaaa y si me di cuenta pero pense q seguia asi me extraño q hallan ido a otra parte jajajaja buenissimooooo