martes, 12 de enero de 2010

All You Need is Love


No todo el mundo es malo

Era ya bien entrada la noche cuando Edward decidió mirar su correo, por si había algo importante, ya que hacía unos días que no lo revisaba.

Puso su portátil sobre una mesa que había en un lateral de la habitación de hotel en la que se encontraba. La casa donde iba a instalarse estaba en reforma, por orden de su madre, así que tendría que quedarse en aquel hotel unos días. No es que le importase demasiado, pero Edward era de esas personas que con la edad y la experiencia había pasado a pensar que como en casa, en ningún sitio.

Su primer día en el trabajo había sido caótico. Estaba especializado en pediatría, pero en ese momento se necesitaban médicos en el área de la medicina general, ya que varios doctores del hospital se encontraban de baja o de vacaciones, como su propio padre. Sabía que la situación no duraría mucho, es más, mañana iba a entrar a trabajar un médico nuevo, por lo que con suerte él podría ocupar ya el puesto por el que había soñado a lo largo de su carrera.

Le gustaba Nueva York, en especial de noche, aunque echaría de menos poder mirar las estrellas, como hacía en Forks o en Londres. Sin embargo estaba emocionado por todo lo que se le avecinaba, por ver las caras de sus familiares y poder decirles por fin qué es lo que ocurría. El último año había estado desaparecido para todo el mundo, cosa que sus hermanos le recordaban constantemente por emails.

Internet iba lentísimo, o el hotel no tenía una buena conexión o todos los clientes estaban accediendo justo en ese momento. Cuando por fin se abrió su correo, vio el de Alice, que había sido mandado unos minutos atrás. No le sorprendió que Bella le hubiese contado que se habían encontrado, era algo que se esperaba. Se preguntó que le habría dicho a su hermana de él, sabía que podía ser muy imprevisible. Con Bella las cosas nunca eran como parecían, ella tenía la capacidad de hacer que todo fuese mucho más sencillo, veía la vida de una forma por la que muchos pagarían millones, entre ellos Edward. Siempre le había gustado esta chica, desde que era un crío y notaba como lo espiaba mientras él tocaba el piano. Y ahora había crecido tanto que daba miedo, a él le gustaba tal y como era, sencilla. Sin embargo ahora vestía ropa de marca e incluso se maquillaba. No es que estuviese poco favorecida, al revés, cuando la vio se quedó sin aliento, pero tenía miedo a que todo hubiese cambiado, y ya no solo se refería a Bella, sino también a Jasper, su mejor amigo, y a sus hermanos. Sabía que cuando pequeño había sido estúpido al no querer pasar más tiempo con ellos, aunque de esto se dio cuenta demasiado tarde, cuando ya estaba en Londres. Llevaba más de cinco años arrepentido por su comportamiento, pero era demasiado cabezota como para volver, o dar explicaciones acerca de su conducta.

Los años pasaron y pasaron y Edward nunca olvidó lo que podría haber tenido, y eso lo hizo más fuerte, pero también más solitario aún. En la universidad solo hizo unos cuantos amigos, más que nada porque compartía el piso con ellos y no tenían más remedio que llevarse bien.

Y ahora estaba en la Gran Ciudad, viviendo cerca de su familia y amigos de la infancia, y no sabía cómo hacer que los demás le aceptaran. Los necesitaba como nunca y haría lo que fuese para que viesen que había cambiado, que ahora era responsable y sobre todo, maduro.

Intentando que las lágrimas no cayeran, tecleó rápidamente una respuesta a su hermana, aunque lo que quería hacer era pedirle perdón por su forma de ser y darle un abrazo. Hacía años que no le daba uno, y ahora pensaba recuperar el tiempo perdido. Se estiró en la silla mientras el ordenador se apagaba y decidió que era hora de ir a dormir, mañana le esperaba un día aún más duro que este, pues tenía que ir a su futura casa a ayudar con la mudanza. Suspiró mientras se metía en la cama, pero sonrió cuando se dio cuenta de que había alguien esperándole, ya dentro de ella. Unos bracitos le agarraron con una fuerza nada natural.

—¿Qué pasa, hoy tampoco puedes dormir en tu cama? —preguntó sonriendo a aquella personita que había hecho que su vida diese giro radical.

—Tengo mucho miedo —susurró aquella voz tan dulce, amortiguada por las sábanas que tapaban su cara.

—Oh, vamos, pero si tu cama está justo al lado de la mía. Además el que está más cerca de la puerta soy yo, por lo que podría protegerte de cualquier cosa que pasase —dijo con voz tranquilizadora mientras veía el bulto de sábanas temblar.

—No quieres que esté contigo… —a Edward casi se le para el corazón cuando escuchó el dolor que había en esas palabras. Decidió que era hora, una vez más, de dejar las cosas claras.

—Seth, mírame a los ojos y escúchame atentamente —se incorporó y retiró las sábanas, dejando al descubierto a un delgado niño de unos cinco años, que parecía a punto de llorar—. Lo único que quiero es que tu y yo estemos juntos. No sé cómo hacer que veas lo importante que eres para mí. Eres el niño de cuatro años y ocho meses más inteligente que he visto en mi vida, y sabes que veo a miles de niños a lo largo del día por mi trabajo. No todo el mundo es malo Seth, yo no te haría daño jamás. ¿Te he hecho algo que te haya molestado alguna vez? Dime.

El niño empezó a llorar descontroladamente mientras se abrazaba a Edward.

—N-no, p-pero te-tengo miedo —sollozó en su barriga—. N-o qu-quiero que nos separemos nunca.

Edward le acarició el pelo mientras le abrazaba con el otro brazo.

—Seth, nada ni nadie va a poder separarnos nunca. Te lo prometo. Mira, mañana iremos a ver nuestra casa nueva. Podrás elegir la habitación que más te guste, y la decoraremos juntos. Podemos comprar pintura del color que quieras, buscar los juguetes que prefieras... ¿Qué te parece?

El niño dejó de llorar poco a poco y movió la cabeza para situarla a la altura de la de Edward. Aún tenía la cara llena de lágrimas y este se las secó con delicadeza.

—¿Podremos ir a comprar películas de dibujitos? —preguntó aún con el corazón encogido, mirándolo con sus intensos ojos de color verde, idénticos a los de Edward—. ¿Y chucherías?

Este se rió mientras empezaba a hacerle cosquillas en la barriga.

—Podremos comprar todo lo que quieras Seth, pero siempre y cuando hoy duermas mucho y mañana te portes bien en la guardería del hospital.

—Papi, me voy a portar bien de verdad. Pero ¿puedo dormir contigo? —susurró mirándole algo avergonzado. Edward sintió como se le expandía el corazón por todo su pecho. Seth casi nunca le llamaba papi, solo en ocasiones en las que se sentía realmente ligado con él.

—Por supuesto Seth, sabes que me encanta que estemos juntos. Venga que te voy a tapar bien para que no te resfríes. ¿Quieres que leamos un cuento, o estás lo suficientemente cansado como para dormirte tú solo?

A Seth le brillaron los ojos de emoción, y es que realmente adoraba los libros. Nunca le habían leído un cuento cuando más pequeño, y lo estaba descubriendo con Edward.

—¡¡Un libro, por favor!! —exclamó—. ¡Ese en el que los niños van a una casa de chocolate! Papi, ¿no sería genial tener una casa de chocolate?

—¿Y qué pasaría si se la come alguien mientras estás en el colegio? ¿Y si se derrite en verano? —a Edward le encantaba provocarle. Muchas veces era un niño muy callado que le recordaba demasiado a él mismo, por lo que cuando estaba dispuesto a hablar, lo estiraba todo lo que podía. Se movió y cogió de la mesita de noche el cuento que le había pedido.

Pasó un rato hasta que Seth se durmió completamente, agarrado a la cintura de Edward y con una sonrisa en la boca.

Este apagó las luces y le dio un beso en la frente al pequeño antes de tumbarse a su lado, totalmente cansado. Puso la alarma del móvil y se dispuso a dormir con su tesoro entre los brazos. No estaba dispuesto a que se lo quitasen, necesitaba asegurarse de que nadie jamás le volvería a hacer daño, Seth era demasiado bueno como para merecer algo menos que lo mejor. Pero le preocupaba lo que fuese a pensar su familia, ya que ellos no sabían nada de la existencia del pequeño. Estaba seguro de que Esme lo amaría como si fuese su propio hijo, que Alice jugaría con él hasta dejarlo muerto del cansancio, que Emmett lo haría reír hasta estallar y que Carlisle lo apoyaría en cualquier cosa. Sin embargo también sabía que todos le dirían que era demasiado joven para esa responsabilidad tan grande. “No tengo elección, tiene que quedarse conmigo”. Fue su último pensamiento antes de quedarse dormido.

A las siete menos diez de la mañana sonó el despertador, haciendo que Edward pegase un salto. Lo apagó rápidamente, no quería que Seth se levantase tan temprano. Fue al cuarto de baño y se dio una muy deseada ducha, después se afeitó y se preparó para ir al hospital. Su turno empezaba a las ocho y cuarto, pero quería desayunar con Seth.

—Vamos campeón, hay que levantarse —le susurró mientras besaba su frente. El niño se movió, murmurando algo incomprensible—. Bueno, si no te levantas, tendré que comerme yo solo el chocolate caliente y las tortitas.

Nada más escuchar chocolate, Seth abrió los ojos y miró alrededor, confundido.

—¿Dónde está mi chocolate?

Edward no pudo evitar soltar unas carcajadas que hicieron que Seth levantase una ceja, enfadado.

—Seth, el chocolate está en la cafetería, como cada mañana. Recuerda que estamos en un hotel, así que si no quieres que el señor gordo que duerme al lado se lo coma todo, será mejor que te vistas corriendo. De verdad que me parece que ayer dijo que no iba a cenar para poder desayunar más.

El niño lo miró horrorizado, y en segundos se bajó de la cama y corrió a su pequeña maleta, donde guardaba todas sus pertenencias y la cual no había querido deshacer porque según decía él, esa no era su casa.

Edward lo ayudó a ponerse unos vaqueros y una sudadera roja, a juego con unas diminutas Converse. Abandonaron la habitación cogiendo antes unos abrigos y se encaminaron hacia la cafetería. Una vez allí pidieron el desayuno y se sentaron en una mesa que daba a una amplia ventana, por la que se veía como la ciudad empezaba a despertar.

—Seth, come despacio, te va a sentar mal —le regañó mientras veía como se comía la quinta tortita con sirope.

Cuando terminaron, se dirigieron a los aparcamientos, donde Edward tenía su precioso Volvo plateado. Ayudó al pequeño a sentarse en su sillita especial, en el asiento de atrás, puso los abrigos en el maletero y después condujo hasta el hospital. Era una suerte que este contase con un servicio de guardería, ya que no había tenido tiempo para encontrar una decente.

—Seth, ahora tengo que ir a trabajar, no te preocupes, volveré muy pronto- le aseguró mientras se ponía en cuclillas para estar a su altura. El niño lo miraba con los ojos húmedos. Le daba miedo separarse de la única persona que lo había tratado bien—. Shhh no llores cariño. A la hora de comer estaré aquí y podremos irnos. ¿Tienes todavía ese súper reloj que compramos el otro día? —asintió, sorbiendo fuertemente la nariz—. ¡Genial! Pues cuando ponga 14:15 podré venir a buscarte. Antes no, es totalmente imposible. Sin embargo te voy a dejar algo en que pensar: quiero que decidas qué quieres comer. No podremos volver al hotel porque hoy es nuestra gran tarde, ¿recuerdas? ¡Tenemos que ir a comprar cosas para nuestra casa!

Seth lo miró lleno de entusiasmo, después se acercó y abrazó a Edward como si le fuese la vida en ello.

—¡A las 14:15! —dijo el niño alegremente—. No se me olvida, así que no te retrases. Tendré muchas ganas de verte y si no vienes me pondré muy triste.

Edward le revolvió el pelo mientras se ponía de pie.

—Voy a estar mirando el reloj cada cinco minutos para que no se me pase —le guiñó un ojo y le cogió la mano para llevarlo dentro de la guardería, donde una mujer joven se acercó y cogió a Seth en brazos. La chica estaba al tanto de la historia del pequeño y se había comprometido con Edward a cuidarlo como si fuese su propio hijo—. Venga Seth, anima esa cara. Y ya sabes lo del almuerzo. Piénsalo, porque realmente tendremos hambre a esa hora.

Le dio un último beso en la cabeza y fue corriendo al despacho que le habían asignado, en el ala de pediatría, poniéndose la bata por el camino. Le esperaba una mañana intensa, pero merecería la pena si luego podía pasar toda la tarde con Seth, haciéndole sonreír.

Se dedicó especialmente a conocer uno a uno el historial de sus pacientes, y aunque eran muchos disfrutó como nunca, estar rodeado de aquellas personitas lo hacía más feliz. Le encantaba pensar que era capaz de ayudarlos, de hacer que fuesen menos desgraciados con sus enfermedades.

Tal y como le prometió a su pequeño, miró el reloj innumerables veces, sabía que si se retrasaba pondría muy nervioso a Seth, y era lo último que quería, por lo que a las dos en punto fue a su despacho a ordenar los papeles rápidamente. Dejó su bata sobre una percha que había al lado del escritorio y cerró la puerta echando el último vistazo dentro. Aquel era su sueño.

Cuando llegó a la primera planta, donde estaba la guardería, se acercó sigilosamente para ver qué es lo que estaba haciendo Seth. Lo vio sentado en un banco, solo y mirando el reloj constantemente. Daba golpecitos con su pequeño pie en el suelo, nervioso. Entre risitas, Edward golpeo el cristal que los separaba y cuando el pequeño se fijó el él se le iluminó la cara y fue corriendo a la puerta de salida, esquivando a varias niñeras que había por allí.

—¡¡Papi!! ¡Has sido súper puntual! —le gritó mientras abrazaba sus rodillas.

—Por supuesto Seth, ya te dije que lo sería. ¿Cuándo vas a empezar a confiar en mí y a creer en lo que te digo? —le dijo medio en broma Edward mientras lo cogía en brazos para llevarlo al coche—.Y dime, ¿qué tal la mañana pequeñajo? ¿Son simpáticos los demás niños?

—Bueno, no he hablado con ellos- contestó tranquilamente—. He estado viendo los dibujos de varios libros y después fui a sentarme donde estaban poniendo una película. Era muy divertida, no ha estado tan mal el día.

Edward lo miró asombrado, ¿cómo podía un niño de menos de cinco años hablar así?

—Y ¿por qué no hablas con los demás niños? Estoy totalmente seguro de que te lo pasarías mejor. Hacer amigos es algo bueno, puedes hablar con ellos de todo lo que te apetezca y hacer cosas divertidas.

—Bueno, los niños de ahí parecían críos, solo sabían pelearse por tonterías. Y ya te tengo a ti como amigo, no necesito a nadie más —le respondió encogiéndose de hombros.

Ya habían llegado al coche, y Edward volvió a ayudarlo a sentarse en la silla. Una vez ahí, se metió con él detrás, sentándose a su lado y le cogió las manitas.

—Cariño, a mi me encanta que seamos amigos. Más que eso, para mí eres parte de mi familia, pero las personas necesitan más que un solo amigo. Además, ¡yo soy un viejo! ¿De qué vas a hablar conmigo? —se rieron juntos—. Por eso necesitas a personitas de tu edad, para hablar de películas, ir a jugar al parque o merendar juntos. De verdad que es muy bonito tener amigos. Los niños de tu edad no hacen daño, quizás digan cosas feas de vez en cuando, pero solo buscan jugar y pasarlo bien, así que prométeme que intentarás buscarte algún amigo.

Seth suspiró sonoramente, no le apetecía nada tener que hablar con niños.

—Está bien, pero no me metas prisa, de verdad que esos críos no me entusiasman…

Edward salió del asiento de atrás para ir al del conductor riéndose, a veces no podía entender la mente de aquella personita.

—Seth, hablas como si tuvieses cuarenta años por lo menos. ¡Dentro de nada te hará falta un bastón para poder andar y una dentadura postiza! —soltó una sonora carcajada y Edward sonrió satisfecho, podría hablar como una persona adulta, pero seguía teniendo el sentido del humor de un niño normal-. Oye, se me ha olvidado preguntarte, ¿has pensado lo que comeremos hoy?

—¡¡Pizza!! —gritó desde atrás, botando en su asiento—. ¡Necesito comer pizza!

El día pasó rápidamente. Después de comer en una pizzería fueron a varias tiendas de muebles, donde Seth se aburrió considerablemente. Por último, decidieron ir a Ikea, visita obligada en la agenda de cualquiera que quisiese decorar su casa. Allí el pequeño se entusiasmo con las pequeñas casas que había montadas, del tipo Vivir en 35 metros cuadrados. Compraron cuadros, alfombras, toallas y utensilios para la cocina. Edward dejó la sección infantil para el final a propósito, quería que Seth se fuese contento en vez de cansado, y así fue. Cuando este vio la cantidad de peluches y de cosas para las habitaciones infantiles que había se le puso la cara roja de la emoción.

Le dio permiso para coger todo lo que quisiese, y cuando acabó le compró un cucurucho de helado, pagaron las compras y se dispusieron a ir a su nuevo hogar, que estaba en pleno centro, cerca del hospital.

Para subir todo lo que había en el coche, necesitaron hacer dos viajes, en ambos llenando el amplio ascensor hasta arriba.

—Seth —llamó un cansado Edward, apoyado en la pared y con la mano en los riñones—. Vamos a hacer una cosa, tú te quedas aquí en la puerta vigilando las cosas para que nadie se las lleve mientras yo voy a hablar con las personas que están dentro, trabajando para hacer la casa más bonita. Pediré que vengan a ayudarnos a meter todo dentro y después veremos la casa, ¿te parece? —el niño asintió, contento de poder descansar un rato. La puerta de la casa estaba abierta, por lo que entró sin llamar, y vio a varias decoradoras mirando las paredes y ordenando a más personas que había por allí que se diesen prisa con el mueble principal. Cuando se percataron de la presencia de Edward se miraron entre ellas, riéndose tontamente.

—Usted debe ser el señor Cullen, ¿me equivoco? —preguntó una de ellas.— Estamos terminando con el salón. Su habitación está terminada, y a la sala de música le falta la puerta aislante. ¿Necesita que le preparemos alguna otra habitación con urgencia?

—Pues sí, eso les iba a comentar. Necesito una habitación más, ahora elegiremos cuál, para uso infantil. Ya sabe, cama segura, colores llamativos y esas cosas —dijo Edward mientras miraba todo a su alrededor. Aquella casa era realmente increíble. Tenía unas vistas preciosas y era muy acogedora. Reconoció los gustos de su madre en la decoración: colores claros pero cálidos, en un estilo muy moderno—. Además, necesito a un par de personas que me ayuden a meter todas las cosas que tengo fuera, son demasiadas.

Las mujeres lo miraron asombradas, no sabían que aquel hombre tan atractivo tenía descendencia, era tan joven…

—Sí, sí, claro —murmuró una de ellas—. Quil, Embry, cuando acabéis de mover esos muebles, ir a coger los que hay en la entrada, ¿de acuerdo?

—VALE, VAAALE —se escuchó desde dentro de la estancia.

Edward decidió ir a ver el resto de la casa, impresionado por cada cosa que se encontraba. Estaba seguro de que tanto él como Seth estarían muy cómodos en ese lugar.

El pequeño, mientras tanto, estaba sentado encima de unas moquetas que había en unas bolsas. Se sentía muy feliz, aunque también estaba asustado. Le aterraba la idea de que Edward se olvidase de él, o lo tratase mal. Sabía que eso era muy poco probable, ya que era consciente de todo lo que había hecho por él, pero no podía dejar de pensarlo.

Intentando no pensar en nada desagradable se distrajo mirando el pasillo en el que se encontraba. Tenía la puerta de su futura casa detrás. A un lateral había una escalera, y en el contrario estaba el ascensor. Le había hecho mucha gracia que sonase música dentro de este. Pensó en volver a meterse para escuchar aquella melodía tan bonita, pero después se dio cuenta de que tenía que cuidar de sus cosas.

Entonces se fijo que justo delante suya, había otra puerta, la cual estaba medio abierta. Sabía que ahí viviría alguien, por lo que estaría mal que cotillease. Le asustaba el hecho de tener vecinos, podrían ser gente mala. Justo cuando estaba pensando esto, una rata enorme, blanca, salió de esa casa y vino directo a él. Seth intentó gritar y huir, pero no le dio tiempo, la rata intentaba subirse encima de él. Nunca había visto un bicho de ese tamaño, era enorme. Quiso alejarla con un movimiento del pie pero resultó inútil.

—¡¡¡George!!! ¿George, dónde te has metido por el amor de Dios? —la rata giró la cabeza, cuando la voz de mujer salío de aquella casa, asustando aún más al pobre Seth. No estaba preparado para conocer a más gente, por lo menos mientras estaba solo, sin Edward a su lado.

Vio como una mujer joven, de pelo castaño, muy parecido al que él mismo tenía, salía de la casa con unas muletas. Quiso correr, pero ella ya lo había visto.

—Oh, ¿así que tú eres mi nuevo vecino eh? —le preguntó sonriéndole. Se asombró, aquella mujer no le daba miedo, como todas las demás personas, parecía simpática—. Lo siento mucho cariño, ¡¡George se escapa siempre que ve la puerta abierta!! Iba a ir a comprar unas cosas abajo ¡y se aprovechó! Espero que no te haya asustado.

Seth volvió a mirarla. Le seguía sonriendo mientras se acercaba, y por extraño que pareciese no tuvo ganas de alejarse.

—¿Tienes como mascota una rata? —no tenía pensado hablarle, pero la verdad, le parecía muy extraño eso.

La chica se rió, mientras le pasaba una mano por el pelo. Él sintió lo mismo que cuando le acariciaba Edward: tranquilidad. Después se agachó y recogió a la rata George.

—¡No es una rata! ¡Es un hurón! ¿Sabes lo que es un hurón? —el niño negó, jamás había visto uno, y por mucho que aquella mujer dijese lo contrario, le seguía pareciendo un ratón enorme—. Un hurón es como un gatito, pero ¡nunca crece!, además es mucho más inteligente que los gatos y los perros. ¡Sabe hacer pis en su cajita, como si usase el baño de verdad! Me lo regalaron hace unos dos años y desde entonces es muy amigo mío.

Seth miraba a aquel animal con ojos escépticos. No parecía que quisiese hacerle daño, de hecho lo tuvo muy cerca y ni le mordió ni le arañó. Odiaba los animales por eso, porque también hacían daño.

—Bueno, qué me dices, ¿te gustaría ser amigo de George? Está muy solo, aquí no hay niños que quieran jugar con él. Le vendría bien que alguien más lo cuidase, ¿verdad?

—Sí, supongo que podríamos jugar alguna vez… Tendría que preguntárselo a mi padre —aquella mujer parecía simpática, pero antes necesitaba que Edward la conociese. No quería arriesgarse lo más mínimo.

Ella sonrió, asintiendo con la cabeza. Se dio la vuelta para volver a ir a su casa, cojeando. Resultaba muy cómica con las muletas y el hurón.

—Oye, no me has dicho cómo te llamas —le dijo cuando iba a cerrar la puerta.

—Seth, soy Seth —dijo el niño con una pequeña sonrisa.

—Encantada Seth, tienes un nombre muy bonito. Yo soy Isabella, pero mejor dime Bella —se rió y añadió—: Isabella es muy serio, ¿no te parece? —Seth movió la cabeza afirmativamente, todavía con su pequeña sonrisa—. Hasta mañana Seth, estoy segura que nosotros tres —señaló a George— seremos muy buenos amigos.

El niño sintió esperanza, de verdad que quería que fuesen amigos.

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Bueno chicas aqui cumpliendo con el otro capi..disfrutenlo esta genial..y quien diria que Emmett regalaria una animalito jajajaa

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hola estuvo muy bueno el capi!! pero no entendi que seth es hijo de ed o que?
eso no lo entendi es pues de eso estuvo muy bueno me re gusto y bella con un uron jaja que rara mascota jjaj beno te dejo cho besos!!!camila a y cuanco vas a suvir el capi 8 de life·little choices que estoy que me muero por lle erlo y saber que va apasar entre ed y bellela!!! es pero lerte pronto!!

Sτɑ. Łʋиɑ ♥ -[♪]- dijo...

jajaja waooo..... que chuLo...!!
Me encantO este cap.... Ed y bella viven en el mismo edificiiO....veciinos...q oincidenciiaa,.!

Me encanta tu historiia..!! sigue asi..

Te sigo>!

Claire dijo...

ohh chicas que bueno que les guste laura estara feliz con los comentarios..respecto al otro fic esperamos que Ckony nos pase el capi para poder colgarlo chicas...jaja y ya se enteraran mas de seth y todo eso jajaa

super guay como diria seth jeje

Anónimo dijo...

ah..... estuvo muy bueno me encanto y ya lo estaba perando.... felicidades a la creadora muy bueno de verdad..... espero el proximo!!!!!!

AliceSix dijo...

que hermosos que Edward haya adoptado a Seeeth!
Me parece taaaaan tierno!
Y que Bella y Edward vivan en el mismo Edificio...
mmmmm :)
Aish, las coincidencias de la vida!