martes, 19 de enero de 2010

All You Need is Love


Comida para chicas

Bella se pasó el resto del día en estado de coma. Cuando llegó a su casa, se tumbó en la cama y vio como pasaban las horas por su ventana. No se sentía con fuerzas para nada, solo quería saber qué es lo que le estaba ocurriendo. Se sentía tan indefensa como una niña de cinco años, no sabía cómo actuar. La llamaron al teléfono, y también al timbre de su casa, pero eso no significó que se moviese. Al revés, le entraron más ganas de desaparecer, de no sentir nada.

Jamás había deseado tanto a una persona, y menos a alguien que estuviese comprometido y fuese tan inaccesible. Se sentía herida, sabía que no estaba a su altura, y eso hacía que su autoestima, que jamás había sido muy firme, se resquebrajase.

Cuando ya era de noche, decidió moverse un poco, ya que empezaba a dolerle todo el cuerpo. Enchufó su iPod en uno de los altavoces que tenía en el salón y puso a The Walkmen a todo volumen, quería distraer sus sentidos como fuese. Empezó a sonar Lost in Boston y rápidamente improvisó una actuación estelar, apoyándose en las paredes para no caerse. Se pasó todo el tiempo que pudo cantando, evitando que en su cabeza entrasen otra cosa que las letras de las canciones.

Cuando el cansancio empezó a aparecer, sonrió satisfecha mientras apagaba la música. Sin pensárselo dos veces volvió a meterse en la cama, mirando de reojo a la mesita de noche, donde se encontraba el vaso de Edward, y es que no había podido resistir la tentación de llevárselo. Una parte de su cuerpo quería cogerlo y quemarlo, olvidar todo de él, y otra, cada vez más fuerte, ansiaba protegerlo, guardarlo como un tesoro. Sabiamente, decidió dejar el tema a un lado y concentrarse en cerrar los ojos y conciliar el sueño.

El día amaneció lluvioso, reflejando el estado anímico de Bella, que había pasado de la confusión a la apatía. Suspiró mientras se preparaba un cacao para desayunar, había dormido fatal por culpa de los malditos sueños que siempre la atormentaban cuando se acostaba intranquila. Realmente no habían sido desagradables, más bien al contrario. Se limitaban a tener a Edward y su sonrisa torcida como protagonista, había soñado a lo largo de la noche cinco veces lo mismo, y las cinco se había levantado con el corazón en un puño.

Se comió rápidamente unas rebanadas de pan tostado con mantequilla por encima y fue a vestirse, necesitaba comprar comida.

El Wal-Mart estaba vacío, para gran alivio de ella. Odiaba las multitudes, las evitaba siempre que podía.

Compró lo que consideró básico, no se sentía cómoda con las muletas y quería estar en el sofá cuanto antes. Además tenía algo de prisa porque había quedado con Rosalie para ir a buscar a Alice al aeropuerto, ya que Jasper tenía citas de pacientes que no podía anular durante toda la tarde, hasta bien entrada la noche.

Mientras guardaba las compras en la despensa y el frigorífico pensó en si debería contarles a sus amigas lo de su nueva obsesión. Sabía que de entrada era una mala idea, pero tenía que hablar con alguien antes de perder la cordura. Un debate interior estalló en la mente de Bella, no sabía cómo hacer las cosas bien en esta ocasión.

Para distraerse un poco, se pasó una hora colgada del teléfono hablando con los trabajadores de su imprenta de confianza, dándoles las referencias de colores y explicándoles cómo quería que realizasen el trabajo. Les mandó el diseño a través de Internet, el cual provocó los halagos de los empleados. Después llamó a un becario que había entrado nuevo en su planta, con el que se llevaba bien y le propuso el que recogiese y fuese a colgar los carteles una vez acabados. Con la promesa de una retribución económica y su participación en la próxima campaña publicitaria, Bella consiguió que el muchacho aceptase encantado. Esta le dio el número de teléfono de la imprenta para que ultimase él los detalles, y feliz por su trabajo, colgó el aparato. Se había pasado días utilizándolo demasiado, no se asustaría cuando viniese la factura kilométrica.

A medio día, Bella se dirigió hacia el portal de su edificio, donde, tan puntual como siempre, ya estaba Rosalie esperándola en su BMW rojo.

—Vamos Bells, que llegamos algo tarde —le gritó la chica desde dentro del coche.

—Voy, voy, no es tan fácil con los palos estos, ¿sabes? —suspiró Bella, dejándose caer en el asiento del copiloto no sin cierta dificultad.

—Ay, Bella, ¿Cuándo dejarás de hacerte daño a ti misma? —rió divertida su amiga—. Vas a acabar con el cuerpo lleno de cicatrices, las cuales utilizarás dentro de siglos para contarles historias apasionantes a tus nietos. ¡Calla, calla que me lo estoy imaginando! —puso cara y voz de abuela adorable, mientras conducía por las concurridas carreteras, en dirección al aeropuerto—. Mira, Marie, esta enooorme cicatriz me la hice cuando me resbalé en un suelo completamente liso, con tal mala suerte de caer justo en un escalón muy, muy afilado. Y esta otra de aquí, fue un día que iba corriendo para no perder el autobús. ¿Realmente divertido, verdad cariño? —no pudo contener más la risa y soltó una enorme carcajada, mientras miraba a Bella, que tenía el ceño fruncido.

—Voy a ser una abuela divertida, por si lo dudabas. Además, dudo que vaya contando por ahí mis caídas estúpidas, tenga la edad que tenga —refunfuñó, mirando la carretera con los brazos cruzados.

—Va, tonta Bella, era solo una broma, no te lo tomes todo tan a la tremenda, que te van a salir canas.

Bella decidió ignorarla, encendiendo la radio del coche. Buscó una emisora que le satisficiera, lo que le ocupó gran parte del viaje.

—Bella, ¿puedes estarte quieta ya? Estamos a punto de llegar y me vas a provocar dolor de cabeza, de verdad que puedes llegar a ser insufrible cuando te mosqueas, ¿eh? —le riñó. A veces Rosalie se comportaba como una madre, cosa que divertía mucho a los demás.

Con una risita, Bella se recostó en el asiento, y se dedicó a admirar el paisaje, aunque no por mucho tiempo, ya que a los cinco minutos estaban aparcando.

—¿Traes el cartel? —le preguntó a Rose mientras cerraba la puerta.

—Por supuesto —sonrió ella, yendo al maletero y sacando de allí un cartón alargado en el que ponía “CULLEN, ALICE CULLEN”. Era una broma que les gastaban a los hermanos Cullen, que desde que cumplieron los diez años empezaron a presentarse así a los desconocidos, muy solemnemente, como si fuesen a tratar de negocios.

Entraron dentro, y se sentaron a esperar. Por suerte, el vuelo de Alice no había sufrido retrasos, por lo que estaba a punto de aterrizar.

Mientras la esperaban, las dos amigas se pusieron a hablar del club, de todo lo que quedaba por hacer y de lo maravillosa que sería la fiesta de apertura.

Cuando por megafonía se avisó de que el vuelo con procedencia de París acababa de aterrizar hacía unos minutos, se levantaron y Rose agarró fuertemente el cartelito. Al rato vieron como una persona, escondida tras infinidad de bolsas y maletas se acercaba a ellas.

—Rose, Bella, muy gracioso el cartel, pero… ¡Por favor, necesito ayuuuuuda! —les dijo con voz ahogada, y rápidamente se pusieron a repartir el peso entre las tres. Cuando hubieron acabado, vieron por fin la cara de Alice, rebosante de felicidad. Se acercó más a ellas y las abrazó como pudo—. ¡Os he echado tantísimo de menos! Aunque claro, aquello es ¡espectacular! He venido con las pilas recargadas y un montón de ideas nuevas, ¡que os sorprenderán muchísimo!

—Alice, ¿alguna vez has tenido las pilas descargadas? —preguntó Bella mientras se reía, dichosa de tener a todos sus amigos unidos otra vez.

Fueron hasta el coche, y con despreocupación, llenaron el maletero y el asiento trasero con el equipaje de Alice. Era siempre tan extravagante…

—Por si os lo estabais preguntando, sí, he pagado más por la facturación del equipaje que por mi propio billete —dijo, y se unió a las risas de las otras—. Me encantaría almorzar en el italiano de siempre, eso sería confirmar que realmente estoy en casa. ¿Sería mucho pedir?

Rosalie condujo magistralmente hasta donde le había indicado, un restaurante muy refinado, del cual eran clientas habituales.

Comieron entre risas y comentarios tontos, todas notablemente felices. Alice había protagonizado un monologo en el que describía como había sido su estancia en Francia. No pudieron parar de reír, siempre le pasaban cosas realmente raras, como contratar a un modelo transexual, arrepentido de su operación de sexo y al que le entró una depresión minutos antes del desfile haciendo que media plantilla llorase con él por su desgracia, o que se confundiesen con su habitación de hotel, asignándosela a otra persona, por lo que le ofrecieron la suite de lujo totalmente gratis, por las molestias.

—Bueno chicas, ¿y vosotras qué? ¿Cómo han ido estos días en mi ausencia? —les preguntó cuando las risas empezaron a disminuir.

Rose rápidamente dirigió la conversación a su campo contando el último juicio que había tenido, donde su cliente había sido víctima de violencia de género. Orgullosa, comentó que aquel capullo se iba a pasar una temporada en la cárcel.

Bella y Alice le aplaudieron, bromeando, como siempre que hacían cuando daba uno de sus discursos acerca de la igualdad de género y de oportunidades.

—¿Y tú, Bella? Te noto muy pensativa —le comentó Alice, mientras Rosalie asentía, en señal de que ella también lo había notado. Bella suspiró, sabía que no podía ocultárselo a sus amigas, que acabarían sabiendo que algo pasaba.

—Nada, ya sabéis lo de mi caída, por lo que me he dedicado a ver la televisión y cotillear por Internet —dijo, intentando sonreír. Realmente no había mentido, en cierta manera había hecho todo lo que acababa de decir. Sus amigas alzaron una ceja, escépticas, y Bella supo en seguida que aquello era una emboscada en toda regla. Suspiró y puso los ojos en blanco—. Está bien, está bien… Ayer fui a la oficina, tal y como le dije a Emmett, y después, como tenía hambre, fui a desayunar al Starbucks, donde ya se encontraba un Edward esperándome.

Pudo ver como sus compañeras abrían la boca inconscientemente, luego se miraron entre ellas y entre balbuceos le exigían explicaciones. Bella soltó un nuevo suspiro, aquello le resultaba demasiado cansado, y empezó a narrar la historia detalle por detalle. Sabía que si no lo hacía así sufriría la ira de Alice Cullen, y no se sentía con fuerzas para eso. Aún así, tuvo el cuidado de olvidar mencionar su tendencia psicópata a coleccionar objetos chupados por Edward Cullen.

—Me muero de ganas de ver al nuevo Bombón Cullen, os lo juro —murmuró una distraída Rosalie. Cuando notó que la estaban mirando con ojos incrédulos añadió—. ¿Qué pasa? Amo a Emmett, pero eso no significa que no pueda apreciar lo que la naturaleza nos ofrece. Según Bella tu hermano podría servir para protagonizar anuncios de ropa interior. ¿Por qué no disfrutar mentalmente de él?

Bella rió ruidosamente, mientras Alice le pegaba a Rose un golpe en la cabeza.

—¡Bruta, que es mi mellizo! —dijo sin poder evitar soltar unas risitas—. Oh Bella, ojalá fracase su relación y tenga una contigo, presiento que si estuvieseis juntos seríais muy felices. Yo también estoy deseando verlo, parece tan distinto…

—Lo está, Alice. No para de reír y de hacer bromas. Aún así suele conservar viejas manías, como pasarse la mano derecha por el pelo, echándolo para atrás cuando se siente nervioso o inseguro. ¿Recordáis cuántas veces era capaz de hacerlo al día? O su sonrisa levemente torcida hacia la izquierda, la que usaba especialmente para conseguir información —rió, pero esta vez fue la única. Vio como Alice y Rose tenían una mano en la boca, y abrían los ojos todo lo que podían. Después de intercambiar una mirada significativa y asentir a la vez Bella se empezó a poner nerviosa y preguntó—. ¿Qué? ¿Qué es lo que pasa ahora?

—Oh Dios mío… —susurró Rosalie, mirándola como si fuese un extraterrestre. Alice sin embargo, daba saltitos en su silla, aplaudiendo nerviosamente.

—¡¡Bella!! —le gritó—. ¡¡Te gusta Edward!!

La aludida se quedó de piedra. ¿Cómo podían haberlo sabido? Para ella, los tics de Edward habían sido siempre muy llamativos, no creía que darse cuenta de ellos fuese porque le gustaba.

—A ver, no os inventéis cosas. ¿Acaso no os habíais fijado en esas cosas? ¡Pero si lo hacía cada minuto veinte veces! —les reprochó, intentando sonar despreocupada.

—Bella, por supuesto que éramos conscientes de que Edward se tocaba el pelo. Pero no de que lo hacía con el brazo derecho, y por un determinado motivo. Ni que sonreía para nosequé. Nos dábamos cuenta de que estaba ahí, pero no lo analizábamos. Sin embargo te puedo hacer una lista detallada de todas las manías y tics de Emmett de más de diez folios- le sonrió Rosalie—. A eso nos referimos. Tú analizabas y analizas a Edward con otros ojos, diferentes a los nuestros. Quizás no te hayas dado cuenta, pero ahora resulta tan obvio…

Alice asintió con grandes movimientos, demasiado emocionada como para hablar.

—Por favor, dejar de decir tonterías. Yo estoy con Mike, él con su chica, fin de la historia. Así es como debe de ser, no quiero liar más aún las cosas, de verdad. Sinceramente, no me gusta. Es guapo, sí, pero hay muchas personas en este mundo agraciadas físicamente. Es un encanto, también, pero digo lo mismo. Y si me gustase, no tendría ninguna oportunidad con él, por lo que es mejor olvidar el asunto, ¿de acuerdo? —Bella empezaba a enfadarse. ¿Es que nadie se daba cuenta de que quería evitar el tema Edward Cullen a toda costa? No tenía la necesidad de pasarse una noche más recordando su sonrisa, o sus penetrantes ojos.

Alice y Rose asintieron, aunque Bella sabía perfectamente que no lo dejarían estar, que harían lo que fuese para conseguir lo que pretendían. Por lo menos, no volvieron a tocar el tema en todo el día, cosa que la alivió notablemente.

Después de pagar, Rosalie amablemente las dejó en su casa, primero a Alice, que se moría de ganas de ver a su Jazz y después a Bella, que se despidió con la mano y entró todo lo rápido que pudo al portal, ya que en un momento se había puesto a llover torrencialmente.

Entró en su casa, y una vez la puerta estuvo cerrada, se puso a quitarse la ropa mientras andaba hacia su habitación. Se había mojado bastante, y estaba incómoda, por lo que decidió darse una rápida ducha.

Cuando salió, ya con su pijama puesto, se preparó un cuenco de frutas, le echó un yogur de fresa por encima y cogió una cuchara, para después comérselo tranquilamente en el sofá, mientras veía la televisión. Le había sentado muy bien salir y divertirse, se había despejado. Mañana volvería a ser torturada por la perfección de aquel ser, pero ahora no le importaba, tenía las energías renovadas. Podría hacerle cara, a él y a la muy fresca que le acompañase. Pensó en llevarse a Mike, pero después desechó la idea, él no pintaba nada ahí, y para ser sincera ella tampoco, pero ya se lo había prometido a Edward.

Estaba tan relajada que empezó a notar como los párpados se le caían lentamente. No tenía ganas de moverse, sentía su cama a kilómetros de distancia, tanta diversión le estaba pasando factura.

Cuando vio que su cuerpo estaba empezando a quejarse por la dureza del sofá, decidió ponerse en movimiento a regañadientes. Recorrió el pasillo como una verdadera zombi y cuando estuvo al lado de su mullida cama, se tiró, sin quitarse las zapatillas de estar por casa ni la bata. Estiró de las mantas para taparse y acto seguido cayó en un profundo sueño, esta vez sin interrupciones.

Estaba tan cansada que no se despertó hasta muy entrada la mañana. Cuando los rayos de luz del Sol se volvieron inaguantables, Bella gruñó, echándose por encima de la cabeza una de las mantas. No duró mucho así, al minuto empezó a agobiarse, por lo que no tuvo más remedio que, tras muchas quejas dirigidas a nadie en especial, levantarse e ir a lavarse la cara.

Encontró a George tumbado a los pies de su cama. Últimamente pasaba bastante de él, por lo que Bella, con remordimientos lo cogió y se lo llevó al salón, donde jugó un rato a tirarle una pelota pequeña de goma. Después, mientras se calentaba su leche para el cacao, le llenó el plato de comida. El animal le dirigió una mirada que a Bella le pareció agradecida. Sin duda, se estaba volviendo loca por momentos. Desayunó tranquilamente, viendo las noticias en la CNN. Dedicó lo que quedaba de mañana para recoger su casa y dejarla presentable, puesto que se acercaba el fin de semana y estaba segura de que algún día vendrían todos a incordiarla un poco.

Al rato sentenció que todo estaba en orden, por lo que se dirigió a su enorme armario, en busca del conjunto perfecto. Terminó decidiéndose por un vestido liso, de color gris oscuro, muy sencillo. Le añadió unas medias, una cazadora negra y unas botas del mismo color. Mientras esperaba a que la recogiesen Jasper y Alice, se maquilló un poco, usando sombra de ojos negra, delineador y rímel. No le gustaba pintarse, pero tenía que reconocer que había quedado bien. Añadió un poco de lip gross incoloro a sus labios y se paseó inquieta, esperando. No sabía qué es lo que pasaría, sólo esperaba de corazón no arrepentirse de haber ido.

Alice llegó repentinamente, y después de darle el visto bueno a Bella, hizo que bajase rápidamente y la sentó en el asiento trasero del coche a empujones, haciendo que esta se pusiese aún más nerviosa si era posible.

Que sea lo que Dios quiera” pensó, tragando saliva cuando divisó, al rato de estar Jasper conduciendo por la ciudad, el McDonald´s al que se dirigían.

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Chicas aqui un nuevo capitulo..besos Disfrutenlo!!!

2 comentarios:

Sτɑ. Łʋиɑ ♥ -[♪]- dijo...

Eres IncreiiBle...me encanta esta HistOriiaA!!!

Anónimo dijo...

K sorpresa se van a llevar todos.
Esta buenísima esta novela :)